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miércoles, 15 de enero de 2025

Benditos preguntones


Preguntar puede ser bastante incómodo, pero al mismo tiempo gratificante, sobre todo si recibes una respuesta nutritiva (cosa que no siempre sucede) y nadie te propina un zarpazo por haberte inmiscuido en la vida privada del otro.
Las preguntas pueden ser inocentes o con mucha enjundia. Hay preguntas fáciles que pueden ser laberínticas y preguntas muy complejas que la mayor parte de las veces tienen una solución más que sencilla. Las hay inocentes y con mucha maldad. Hay preguntas delicadas y otras que se hacen a bocajarro. Indiscretas o sutiles, también. Las más divertidas son las picantonas y las más esquivadas las monetarias.


Preguntar bien es todo un arte, por eso no sabe hacerlo cualquiera. La mayoría de las personas preguntan para matar la curiosidad, no para enriquecerse con nuevas preguntas. He ahí la clave. Preguntar para aprender, aprender preguntando, algo que echamos de menos los que enseñamos, sobre todo en un tiempo en el que la inteligencia artificial, las redes sociales o San Google capacitan a cualquier inepto para sentar cátedra.
Es extraño el poder de las preguntas. A veces nos aúpan y a veces nos derriban. Un hecho tan cotidiano como el extrañamiento, esa entonación que las acompaña, puede acabar con la carrera de un político, dejar patidifuso a un profesor o despertar el letargo de un premio Nobel.


Y pregunta a pregunta, me detengo en las que nos proponen Mac Barnett y Christian Robinson en su último álbum. Publicado por Libros del Zorro Rojo hace unos meses, este libro titulado Veinte preguntas nos propone un juego donde la imaginación y las posibilidades se combinan para interpelar al lector.


Y es que conforme vamos pasando las páginas, nos encontramos una imagen acompañada de una pregunta curiosa que interpela a los lectores desde el extrañamiento. Algunas suponen escondites ilustrados, nos invitan a identificar animales o descubrir formas sencillas, algunas nos seducen con la aritmética y la mayoría invitan al disparate. Interruptores fantásticos que desde el surrealismo nos hacen reír y ponen a prueba nuestra inteligencia en un escenario donde todas las respuestas son posibles.


Preguntas e imágenes se articulan en una propuesta muy lúdica donde, además de lecturas muy variopintas, genera un discurso diferente con cada lector-espectador. Una especie de algoritmo narrativo en el que caben montones de suposiciones (y por tanto historias) diferentes. Incógnitas y surrealismo, detalles (¿se han fijado en las guardas?) y estampas bucólicas e inquietantes se columpian en un álbum sencillo que bien puede servir para entrenar a los escritores y guionistas del futuro.

lunes, 6 de enero de 2025

Regalos de ¿reyes?


Mientras todo quisqui abre sus regalos al calor del roscón, yo me levanto como cualquier otra mañana, levanto la persiana y dejo que el sol ilumine mi cara. No hay nadie en el parque. Qué raro… Hace no tanto, el Día de Reyes, las plazas y jardines se llenaban de críos dándole patadas a balones relucientes, montando bicis nuevas o jugando con cualquier otro artilugio. Y tampoco llueve ni hace demasiado frío… ¿Me habré equivocado de hoja del calendario?


Como ya he apuntado en otras ocasiones, el nuevo modus vivendi está modificando nuestro día a día a pasos agigantados, más todavía en una infancia ñoña y desinfantilizada (¡Menuda paradoja!) en la que la superabundancia resta importancia a lo que se supone deberían ser enormes sorpresas llenas de ilusión.
Muchos hijos, nietos y sobrinos únicos en los que volcar nuestras cuentas corrientes llenan sus habitaciones de todo tipo de objetos mientras les hacemos prescindir de tiempo de calidad. Es curiosa la forma que tenemos de redimir nuestros pecados en este siglo de nula religiosidad.
Al final, cualquier chiquillo tiene llena la habitación de coches teledirigidos, muñecas autómatas, drones, patinetes eléctricos, videoconsolas y tablets. Una vacía felicidad que solo entiende de frustraciones paternas (las infantiles y las adultas), caprichos sin sentido e inercias sociales que abocan al sinsentido del agasajo. Quizá sea lo lógico en un país como este donde la pobreza intelectual campa a sus anchas y las nuevas clases medias se aferran a las tradiciones para justificar sus actos... El mundo al revés...


Conmigo que no cuenten. En mi casa no se solía celebrar la Epifanía. Nunca he recibido montones de obsequios siendo un niño. Tampoco me han hecho falta. He aprendido a conformarme con lo que tenía, incluso lo agradezco sobremanera, pues he aprendido a prescindir de lo material, sobre todo de lo innecesario.
Incluso, esas limitaciones, a mis taytantos, son un acicate para las casualidades y transforman lo cotidiano en una verdadera sorpresa. Véase como ejemplo el libro de hoy, uno que me he encontrado en la feria del libro antiguo y ocasión, el único regalo que he recibido aunque me lo haya hecho yo mismo.


El viaje de Lisa, un álbum de Paul Maar y mi admiradísimo Kestutis Kasparavicius, publicado por Fondo de Cultura Económica, es una oda a la imaginación (como muchos otros libros de este tándem de autores) desde que su protagonista se mete en la cama hasta que se despierta a la mañana siguiente. Es así como visita la Tierra de los Círculos, el País de las Mil Esquinas o el País del Color Rojo. Todos ellos son lugares la mar de curiosos en los que desgraciadamente no es bienvenida, por lo que siempre encuentra la forma de escaparse.


Si bien es cierto que la estética es similar a otros álbumes del lituano como El país de Jauja o Huevos de Pascua, en esta historia, los autores hacen un guiño a la línea argumental de Alicia en el país de las maravillas, una niña que se va topando con lugares y sociedades muy particulares y un tanto ininteligibles donde no tiene cabida.


Del mismo modo, Maar y Kasparavicius unen su pluma y pinceles para generar escenas surrealistas donde las formas, los colores y la perspectiva, elementos muy comunes en ciertas etapas del aprendizaje infantil, generan situaciones caóticas en las que el espectador se sumerge y disfruta de los conceptos. Del mismo modo, juegan con esa dicotomía realidad-imaginación que tanto me gusta a base de los detalles un tanto ambiguos que aparecen en la habitación de Lisa (fíjense en los cuadros, el gesto de la muñeca, la posición de sus pantuflas). ¿Todo esto habrá sucedido de verdad?

martes, 24 de diciembre de 2024

Una buena noche


Sí, hoy es Nochebuena, ese día en el que gran parte de las familias españolas se reúnen para marcarse una cena opípara y ponerse hasta los ojos de todo tipo de condumio. Aparte de la gastronomía, se agradecen los chiquillos, los villancicos y algún altercado con el hermano, el cuñado o la suegra (ya saben, la sal de la vida).
No obstante y teniendo en cuenta todas las realidades de la vida posmoderna que nos azotan, cada vez hay más gente que pasa esta noche en la más absoluta soledad. Por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo donde la migración, la exclusión social o las familias mínimas florecen a modo de malas hierbas, lo que obliga a muchos a comerse cualquier cosa y quedarse sobados en el sofá escuchando la letanía navideña del cacique de turno.


Si te toca, te toca, y no hay más que rascar. ¿¡Qué más puedes hacer!? Lo que nunca debes hacer: ponerte a cavilar. Uno se echa a llorar en aras de la nostalgia o se consuela pensando en todo lo que se ha ahorrado. Es una noche más, se repiten una y otra vez. Quizá una noche menos. Dale que te pego… Y lo que debería ser una gran velada contigo mismo se transforma en un runrún obsesivo-compulsivo que no te lleva a ningún lado.


Desde mi punto de vista, es mejor dejarse llevar. Ponerte el abrigo y salir a pasear. Encontrarte con un perro abandonado que siga tus pasos. Sentarte bajo el cielo estrellado y contemplar el firmamento. Ponerte a departir con la primera persona que encuentres. El repartidor de Glovo extraviado, una jovenzuela llorosa que acaba de corriendo de casa de sus padres o ese viajero que perdió el último tren. Quizá sea el amor de tu vida. Quizá te la cuente. Quién sabe lo que nos depare esta noche. Es una noche buena y en ella caben muchas opciones.
Esa es la idea que recorre una y otra vez Solo esa noche, el álbum que Andrea Antinori, ganador del premio de ilustración Bologna Ragazzi-Fundación SM, ha publicado este año con la citada editorial y del que no había disfrutado hasta hace unos días.


El argumento de este libro tan encantador es sencillito. Un senderista se va de excursión. Sube a la cima de la montaña, empieza bajar y comienza a oscurecer. Avista un claro y decide montar su tienda de campaña, encender una hoguera, cenar y pasar allí esa noche. Mientras él duerme, afuera empiezan a suceder cosas extrañas. Montones de animales, una fila de hormigas que transportan todo tipo de objetos (y que me recuerdan a estas otras), el hombre de las nieves, murciélagos a gogó, un cometa e incluso un platillo volante hacen aparición. ¡Qué lugar tan misterioso!


El autor italiano nos presenta una historia sin palabras y de paso nos saca una sonrisa (el extrañamiento es su recurso humorístico favorito). Sobre la técnica narrativa, hay que destacar esa secuenciación tan activa que, con recursos del cómic o sin ellos, nos recuerda a fotogramas que le imprimen continuidad a esta historia.


Guiños al cine (¿Han visto a E.T. el extraterrestre?), seres nocturnos, un partido de tenis y hasta una meada nocturna son algunos de los detalles que nos invitan a imaginar y confundir sueños con realidad. ¿He dicho confundir? Como se nota que me he olvidado del final…
Lo dicho: espero que tengan una buena noche, sea como sea.

martes, 3 de diciembre de 2024

El poder del "alter ego"


Tras los últimos exámenes (¡Mis alumnos están más vagos que nunca!) y el ataque de un virus que me ha dejado el tracto intestinal bastante tocado, parece que he recuperado las fuerzas de una manera súbita. Lo que parecía que iba a ir de detrimento de mi inventiva, ha funcionado a modo de catarsis y me hallo con bastantes ganas de terminar algunas cosas y empezar nuevos proyectos.
La verdad que quien me conozca dirá que no entiende tanta extrañeza por mi parte, pues “Román ¿cuándo tú no estás maquinando?” Yo me reiría como un niño pillado in fraganti y saldría por peteneras un tanto sonrojado, pues cualquiera se llevaría las manos a la cabeza si leyese todos los cuadernos y libretas que tengo llenos de infinidad de ideas y anotaciones.
Menos mal que las escribo y no las voy contando sin ton ni son. Primero porque no se me acercarían ni la Tana (aburriría a las piedras con tanto castillo en el aire…), y segundo porque eso de ir aireando ocurrencias bien masticadas puede despertar el apetito de ciertos parásitos para hacerse con ellas.


La verdad que trae más cuenta conversar con uno mismo e ir masticándolas poco a poco. Es un ejercicio un tanto saludable para tomar conciencia de nuestra realidad e ir interiorizando pensamientos, concepciones y deseos que, quizá, en un futuro, puedan materializarse. Es una especie de desahogo, un juego dialéctico (puede que también retórico) en el que, posicionándonos desde lo ajeno, despersonificándonos, logremos divisar pros y contras.
Hay gente que lo hace en la cama, antes de dedicarse al sueño, otra, mientras pasea (recuerdo que Darwin tenía su propio camino circular), nadan o juegan al golf, incluso tenemos quienes lo hacen tomando el sol. Pero la manera más bonita de hacerlo es la de Ellen, la protagonista del libro de hoy.


Publicado por primera vez en nuestro país gracias a Wonder Ponder, esa pequeñísima editorial que va editando joyas año tras año, ve la luz Ellen y el león, un libro de Crockett Jhonson, el autor de un sinfín de libros infantiles entre los que destaca su clásico Harold y el lápiz morado (de la que, por cierto, acaba de estrenarse su versión cinematográfica).
Protagonizadas por la pequeña Ellen y su león de peluche, esta colección de doce historias nos acercan al universo infantil desde situaciones cotidianas donde el juego y la imaginación son perfectos aliados para abordar diferentes conceptos.


Como Don Quijote y Sancho Panza, Ellen se dedica a fantasear a todas horas, mientras su inseparable león la intenta bajar del guindo cada dos por tres, algo que muy pocas veces consigue. A pesar de que, como bien se deja entrever en la primera historia, los dos personajes son la misma persona (una especie de Doctor Jeckyll y Mister Hyde), Jhonson atrapa al lector en ese diálogo que refleja el que todos hemos tenido alguna vez con nuestro alter ego.


Típicos juegos de roles, viajes a cualquier parte, aventuras, proyecciones futuras, miedos infantiles y sentimientos tan profundos como la amistad, se van presentando en unas narraciones breves que, desde lo sucinto, se desbordan en nuestra personal interpretación.
Hay momentos tan estelares, como creíbles (la aparición del policía, esa ambulancia rauda y veloz o las estatuas bailarinas, me han robado el corazón). También mucho humor en forma de enfados tontos, desplantes airados, mucho desdén, locuras sin sentido, complicidad y ternura.


Les recomiendo encarecidamente que lo lean porque tiene mucha enjundia. Y si tienen tiempo, también echen mano de otros libros como El letrero secreto de Rosie, Sapo y Sepo o las historietas de Calvin y Hobbes, seguro que los ubican en la misma constelación de lecturas.

martes, 12 de noviembre de 2024

A rebosar de recetas


Como la de media España, mi bandeja de sugerencias de Instagram está llena de recetas. No sé qué tienen esos vídeos breves que hipnotizan a cualquiera. Hasta mis alumnos confiesan sentirse irresistiblemente atraídos por ellos. Cocineros reconocidos, pinches en ciernes y gente buenorra se han lanzado a los fogones para incitarnos al “savoir faire” culinario.
Por un lado está bien eso de abogar por la cocina hecha a mano y dejar a un lado todos esos productos precocinados y ultracongelados a los que nos estábamos abocando, pero también es llamativo que a la par de todas esas buenas intenciones, se vislumbran otras no tan respetables. Publicidad encubierta, intereses colaterales, falsa modestia, egos desmesurados…


He llegado a pensar que la mayoría están subvencionados por las grandes corporaciones que manejan el cotarro alimentario. Solo hay que fijarse en la cantidad de nuevos productos que incorporan en sus platos y los precios que se estilan en los supermercados. Algunos han puesto el ojo en el negocio de la comida: oligopolios a la vista.
Lo más gracioso es que, por mucho que se empeñen, los ingredientes básicos de cualquier guiso son el tiempo y el cariño, dos cosas que empiezan a escasear en este país de familias desorganizadas, trajines laborales y conformismo gastronómico. Yo lo tengo claro: no hay comida que iguale a la que se cocina al calor de una madre.


Hablando de recetas, en este día luminoso, acaba de aterrizar en mi buzón lo último de Heena Baek, esa autora coreana que me tiene enamorado. Cómo hacer caramelos mágicos. Un título muy sugerente que se ha encargado de publicar Kókinos, su editorial de cabecera en el terruño.
Si recuerdan Caramelos mágicos, una de sus obras maestras, se toparán con el protagonista de este libro, el dependiente de El lucero del alba, ese badulaque en el que Dung-Dung encuentra esos dulces tan especiales, y que nos irá explicando paso por paso la manera de fabricarlos. Primero, preparar todos los ingredientes. Segundo, buscar el silencio en mitad de la noche estrellada. Tercero…


Como de costumbre, Baek, nos brinda una historia fantástica en mitad de lo cotidiano haciendo gala de tres elementos que caracterizan a su obra. Uno de ellos es la elección de una situación cotidiana en la vida de cualquier persona, en este caso, ese ritual que precede a las buenas noches. Otro es que continúa dando protagonismo a la tercera edad. Los ancianos no solo son guardianes de la sabiduría, una cuestión muy oriental, sino que también conocer la forma de hacer magia. Si además esa persona vive con un pájaro sobre la calva, no hay quien se resista a hacerle caso. Por último y como ya comenté en su día, hay que hablar de la suspensión de la incredulidad, esa característica que hace dudar a sus lectores entre la realidad y lo onírico, que despista pero embelesa.


Por último, me encanta esa pequeña guía de yoga que, aparte de darle un puntito no ficcional muy interesante, anima a mover el esqueleto de pequeños y mayores.

martes, 5 de noviembre de 2024

¡Abajo el postureo solidario!


En estos días de llantos y barro, he tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de constatar hasta donde llega la impostura humana. Como la gente se ha ensañado con algunos líderes de uno y otro bando, no ha tenido tiempo para analizar el circo que muchos han construido en sus redes sociales a expensas de los estragos de la DANA y que yo me dispongo a comentar.
No seré yo quien critique a todas esas personas que, desde el anonimato, han cogido el petate y, escoba en mano, se han ido a echar un cable a los vecinos de las zonas afectadas. Un aplauso por ellos. Que quede claro. Pero a quienes sí estoy dispuesto a destripar es a todos los que han utilizado los trabajos de limpieza y desescombro para adquirir notoriedad.


Mira, cari, si lo único que te mueve en esta vida es que un montón de palmeros te jaleen porque has ido a sacar pecho en mitad de tanta miseria, te he de decir que, conmigo, te has equivocado. Y ahora lo maquillarás diciendo que han realizado la labor informativa que los medios especializados no han hecho, que nos has enseñado la cruda realidad para que seamos conscientes de lo mal que lo están pasando en Paiporta, Benetusser o Alfafar.
Para estirar el cuello y dar lecciones moralizantes, ya están los curas, mi ciela. No hace falta que veamos tus Hunter untadas de mugre, ni que te dediques a dar abrazos por la calle con la GoPro en la frente. La solidaridad, la caridad, son otra cosa. Primero de todo, parten de la humildad, y segundo, no son reclamos publicitarios con los que engrandecer una marca comercial o personal.
Perico el de los palotes: si lo que te mueve para echarle una mano a los vecinos de Valencia es aumentar tu número de seguidores y recibir muchos like, para mí estás a la altura del betún, como Rosalía, Miguel Angel Silvestre y Paz Padilla.


Prefiero que la gente haga de su capa un sayo y que no dé explicaciones de ningún tipo. Como las hormigas que protagonizan el último álbum de la editorial Barrett. Un reguero de hormigas que cargan mil veces su peso es el título del libro tan loco que nos regalan el tándem creado por Löik Urbaniak y Baptiste Filippi y que no me he podido resistir a reseñar para darle en los morros a todos esos instagramers que se han desplazado hasta la terreta a practicar el postureo.
Y es que las protagonistas de este libro no tienen tanto criterio a la hora de exhibir músculo. Te levantan una ristra de ajos o la mismísima Torre Eiffel. Empiezan con objetos dispares, la comida, siguen con la merienda y terminan porteando las siete maravillas del mundo antiguo o un gato enjaulado. ¿Pero adónde irán en fila india portando tan suculento botín? ¿Acaso querrán escapar a algún paraíso fiscal en vuelo charter? Síguelas y lo averiguarás.


Esta hilera de hormigas auguro levantará pasiones entre los lectores más pequeños (hasta ustedes, adultos amanerados y trasnochados, caerán rendidos a sus pies). De cantos redondeados y un formato muy llamativo, deslumbra a cualquier criatura que, sin mediar palabra escrita, se lanza a descubrir un universo muy ecléctico gobernado por estos diminutos himenópteros en una versión un tanto alienígena.


Desmelenado y chirriante, es un libro lleno de contrastes coloristas que, a modo de fuegos artificiales, nos guía por un sinfín de elementos que atrapan a cualquiera. Empezando por esa tipografía dorada e ilegible de la tapa (me encanta ese invento de los jeroglíficos) y terminando en dobles página donde caben todas las tintas posibles, es un álbum diferente que bien merece una lectura.


Porque, eso sí, en este experimento que recuerda al trabajo de genios como Pollock y otros expresionistas, hay muchas cuestiones en las que detenerse. Fíjense, por ejemplo, en la gran tipología de desfiles que recoge... El cortejo fúnebre de un abejorro (me apasionan esas representaciones en los libros para chiquillos), una cabalgata que podría ser la de San Patricio, Victoria’s Secret o el Brighton Pride, o la exhibición circense de acróbatas y domadores de fieras. Tampoco se les pueden pasar por alto las formas grotescas de unos personajes que bien podría haber pintado mi sobrina, ni los montones de detalles graciosos y surrealistas que arrancan más de una carcajada.
Lo dicho. Para lucir músculo, estas.

martes, 1 de octubre de 2024

Escenarios urbanitas


Uno de los escenarios que más se repite en el álbum, ese producto literario posmoderno que tanto éxito tiene, es la ciudad. No es de extrañar teniendo en cuenta que este género comienza a desarrollarse a finales del XIX y continua durante todo el siglo XX y el nuevo milenio, una época en la que florecen las grandes ciudades como caldo de cultivo de esa niñez urbanita que mama asfalto por todos los poros de su piel.

Quizá, este ecosistema, sea una de las grandes diferencias entre la literatura tradicional y la actual. Si hacen memoria y recuerdan algunos cuentos clásicos, denotarán que la naturaleza se halla omnipresente en todos ellos. Bosques, prados, ríos y orillas florecen en unas narraciones creadas para un universo rural en el que los fenómenos naturales pergeñan de magia los hechos que allí se narran. Sin embargo, conforme aparece la Revolución Industrial y ocurre el gran éxodo rural, la ciudad pasa a ser el centro neurálgico, tanto de la vida occidental, como de las obras literarias.

En un principio, esos ecosistemas antrópicos, aunque contextualizan la acción, son utilizados como yuxtaposición al medio natural. Es decir, la ciudad es un medio hostil que deben abandonar los protagonistas para reencontrarse con ese espíritu libertino y subversivo que ofrecen selvas, montañas y pantanos. Pero conforme avanza el siglo pasado, empezamos a encontrarnos con una ciudad llena de posibilidades. La fantasía se vuelve asfáltica y provee a los lectores de lugares propicios para desarrollar su imaginación.


Como ejemplo de estos álbumes urbanitas, hoy les traigo Un día, la obra de Sunjung Suh que acaba de publicar en nuestro país Océano Travesía.
Tomando como punto de partida la primera vez que un niño tiene que cruzar solo un paso de cebra para encontrarse con su amigo, el autor coreano se adentra en un universo la mar de sugerente. Franjas de pintura que cobran vida, olas que se alborotan, un océano que se llena de peces, un pulpo gigante, un extraño jardín o una caterva de figuras monstruosas. Todos caben en esta aventura urbana.

Y es que esa realidad gris y bituminosa en la que crecen muchos niños de hoy día, no debe estar exenta de imaginación. Y así, liberada de las formas angulosas y milimetradas, el paisaje adquiere carácter sinuoso y desbocado, advierte de los peligros, pero al mismo tiempo les resta importancia.

Un mundo realista en blanco y negro se contrapone a otro más onírico donde los colores campan a sus anchas, un formato que invita a encontrarse con el objeto-libro y un desfile de personajes de lo más sui generis, son algunas de las bazas para que este libro sea un divertimento surrealista donde caben las primeras veces y la transformación de lo que nos rodea.

lunes, 1 de julio de 2024

De la inmensidad


Cuando algo me sobrepasa, en vez de encerrarme en casa y llorar hasta que el corazón diga basta, prefiero coger carril y manta. Abrir la puerta y escaparme a un espacio abierto en el que pueda respirar con total libertad. El aire de la calle, en vez de a goma fresca, me huele a resiliencia.
Será que mi alma manchega rehúye de lo claustrofóbico y prefiere planicies extensas y despobladas a valles angostos o bosques frondosos. Sí, la topografía además de modelar el carácter, también influye en el hecho cultural.
Caminar sobre el llano durante horas, contemplar la meseta desde las pocas atalayas que puntean esta tierra de extremos, me ayuda a establecer un diálogo entre la inmensidad y mis pensamientos. Esa gran línea que, a modo de horizonte, revela un acto de intimidad rebosante de libertad que permite decirme lo que quiero y lo que no quiero.
Sentirte rodeado por lo infinito, contemplar un paisaje sin límites, te sobrecoge, te abofetea sin medida. Y te haces minúsculo, insignificante. La soledad te atraviesa y sientes miedo. Tiemblas como un niño. Permaneces quieto. Cierras los ojos. Y te dejas llevar…


Niño Editor acaba de sacar a la venta Más allá del mar, un álbum de Taro Gomi publicado por primera vez en 1979 y que nos lanza una sencilla pregunta: ¿Qué habrá más allá del mar? El inmejorable interruptor para encender nuestra imaginación y plantearnos nuevos escenarios. ¿Habrá barcos o quizá enormes campos? ¿Ciudades con edificios altos o casa pequeñas? ¿Habrá otros niños que jueguen en parques con muchos juegos? ¿Y animales? ¿Habrá animales?


Para la realización de este libro, el autor japonés utiliza una misma imagen que se repite en cada doble página y que representa a una figura humana que contempla el mar y nos da la espalda, mientras que en los dos tercios superiores añade nuevos elementos ilustrados que evocan sus pensamientos.


La edición es impecable, las guardas amarillas, todo un acierto, y dos de sus elementos narrativos me encantan. En primer lugar llamar la atención sobre el barco que aparece sobre el mar y que va moviéndose conforme pasamos las páginas. Aunque nos puede parecer un detalle mínimo, es esencial para entender el paso del tiempo en un libro que parece estático y nos da una idea de cómo este personaje se queda absorto en sus propias ideas, mientras la vida continúa.
En segundo término hay que hablar de la ilustración final, una en la que un globo aerostático surca el cielo nublado y donde observamos a otro personaje que nos da la cara, va vestido como el principal y cuyo pelo también ondea al viento. ¿Será un extraño? ¿Será un reflejo de sí mismo? ¿Se miran entre sí? ¿Mira al lector-espectador? ¿Qué tipo de mensaje quiere lanzarnos el autor con este juego visual?


Sí, amigos, la inmensidad te llena, la inmensidad te vacía. Decidan ustedes de qué.
Disfruten del verano por mí.

miércoles, 12 de junio de 2024

Ausencias paternas


Nadie puede decirme que las familias desestructuradas no son el comodín del público. Que has violado a tropecientas chicas. Familia desestructurada. Que sufres de alcoholismo o eres un ludópata. Familia desestructurada. Que tus calificaciones son paupérrimas. Familia desestructurada. Que eres alérgico al huevo y la lactosa. ¿Familia desestructurada?
Si bien es cierto que estamos en una época socialmente convulsa en la que divorcios, padres solteros, adultos super-ocupados y abundancia de caprichos son las bases de la vida familiar, también hay que apuntar a la deriva victimista que ha tomado esa denominación, toda una coartada para dar explicación a cualquier diatriba infanto-juvenil que se precie.


Si los niños no tienen ninguna responsabilidad en su comportamiento, son seres inocentes e inconscientes y actúan desde la más absoluta impunidad, los padres no se quedan atrás. A base de ansiolíticos, terapeutas y meditación ayurvédica, nos han colado esa de que ser padre es más complicado que ejercer de CEO en una auditora internacional y que los hijos son piezas de ingeniería extraterrestre. 
Menos mal que los que nos dedicamos a las criaturas sabemos de sobra cómo funciona el cotarro y confiamos en la capacidad de los chiquillos para sobrevivir ante tanto despropósito. Al final va a llevar razón un compañero con aquello de que da igual los que tengas, porque se crían solos o, al menos, se acostumbran a todo. Prueba de ello es el libro de hoy.


El hijo del astronauta es un álbum de Elena Val recién publicado por la editorial Ekaré en el que se nos cuenta la historia de un chaval al que conoce todo el barrio. Su padre es astronauta y hace mucho tiempo que no lo ve. Por eso se dedica a fantasear con su vuelta y con todo lo que harían juntos, como jugar con un balón enorme o sumergirse en mitad del océano.


Con una puesta en escena muy colorista y nocturna (la luna, la luna, siempre la luna) este álbum tiene un punto muy enigmático, ya que no sabríamos decir muy bien donde esta ese padre. Me despista su narrativa. Por un lado busco el detalle que me revele su paradero, pero por otro, pienso que no hay ni trampa ni cartón y realmente está en la estación espacial internacional prestando sus servicios durante una larga temporada.


Al mismo tiempo encontramos montones de detalles hermosos. La superficie de nuestro satélite se dibuja en la sopa que llena el plato, los columpios adoptan la forma de  un cohete, fotografías de astronautas que cubren las paredes y el pez, ese pez que el niño abraza en la portadilla… Todo un sinfín de referencias que nos hacen alunizar junto a su protagonista y nos trasladan a universo tan onírico como metafórico.


Un libro que indaga en los deseos de un hijo cuya figura paterna está ausente. ¿Habrá muerto? ¿Trabajará lejos? ¿Existirá? ¿Nos da igual? Simplemente es el interruptor que desata un discurso que ahonda en el poder de la imaginación, en esa capacidad homeostática de los niños, de darle la vuelta a una realidad que la mayor parte de las veces es dolorosa. O bueno... quizá el niño vive tan en la luna que el astronauta es él mismo. Todo es posible. Y eso me gusta.

viernes, 17 de mayo de 2024

Sueños imposibles


Que soñar es una delicia ya lo sabemos, sobre todo cuando la noche nos sorprende con historias agradables y nuestra mente se llena de cosas deseables. Volar a lomos de una libélula, esquiar sobre una montaña de fresas con nata o veranear con una familia de sirenas pueden hacer las delicias de cualquiera.
Una de tantas cosas curiosas que me dejé en el tintero cuando escribí A pierna suelta (las páginas eran las que eran) fue el de la evolución en la tipología de los sueños a lo largo de nuestra vida, me voy a resarcir en este post de hoy.


Como las ensoñaciones se construyen en base a imágenes, sensaciones y datos que almacenamos en nuestro cerebro, nuestros sueños van cambiando conforme vamos haciéndonos adultos. En la infancia, los sueños suelen ser más fantásticos, pero conforme envejecemos, el realismo se hace más patente en ellos y la probabilidad de construir un mundo onírico a base de situaciones que se acerquen más al mundo laboral, los viajes de placer o las cuitas familiares, es mayor.
Esto no quiere decir que un adulto no pueda soñar con un país gobernado por los unicornios, pues todo depende de lo que el sistema nervioso se nutra a diario. Si usted lee literatura fantástica o es un fanático de las series futuristas, este tipo de elementos también aparecerán en sus sueños.


Bien pensado, es una pena que los adultos solo tengamos desventajas, no solo en la vida cotidiana, también cuando dormimos. Ni siquiera los espacios imaginarios, o mejor dicho, oníricos, pueden hacer frente a esas vidas tan aburridas que nos marcamos. Quizá la mejor solución es darle un giro a estas y buscar en la subversión un arma que blandir en caso de aburrimiento manifiesto.


Y continuando con los sueños, nos adentramos en el mundo de Murdo, el protagonista del álbum de hoy publicado en nuestro país por la editorial Librooks. Con el subtítulo El libro de los sueños imposibles, Alex Cousseau y Éva Offredo nos acercan al universo de un personaje muy entrañable que nos inspira y seduce a partes iguales.


Si todavía pensáis que los yetis no existen, estáis equivocados, pues Murdo es uno de esos hombres de las nieves cubiertos de pelo que viven en lo alto de las montañas. Aunque muchos les endosan el adjetivo abominable, con Murdo están completamente equivocados, pues este ser, además de encantador, tiene un mundo interior la mar de enriquecido. Prueba de ello son esos sueños suyos en los que teje un jersey con las palabras de un poema, se esconde en un zapato o disfruta de un bocadillo de todo lo que pilla.


Poético a rabiar, el texto de este álbum narrativo nos presenta la vida y circunstancias de un personaje en el que cualquiera, independientemente de su edad, se puede ver reflejado sin perder de vista sus propios sueños a lo largo de sus 88 páginas. Acompañado de unas ilustraciones donde la curva, el azul, el rojo y el blanco conviven a la perfección, se dibuja una historia que atrapa, embellece el momento y nos deja volar sin rumbo.