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miércoles, 18 de junio de 2025

Imaginación contra el aburrimiento veraniego


Las vacaciones ya están aquí y muchos padres estarán dándose de coscorrones contra la pared porque el chollo llamado “escuela” se les ha terminado. Y es que, queridos amigos, el colegio, además de ser ese espacio donde se enseña a leer y escribir, también realiza una gran labor social, más todavía desde que la mujer entró en el mundo laboral y la explotación infantil llegó a su fin en estas latitudes.
Así, muchas familias ven peligrar su estabilidad a base de niños y jóvenes descontrolados y con mucho tiempo libre, en una palabra, aburridos. Porque ya saben ustedes, queridos melones, que el tan ansiado descanso puede jugar en nuestra contra hasta convertirse en desidia, pereza o vete-tú-a-saber qué más cosas poco deseables. Que cuando el perro no tiene nada que hacer…
Chavales que se acuestan a las cinco de la madrugada y se levantan al mediodía (eso si no se despiertan de madrugada para hacerse fotos con el amanecer de fondo para subirlas a las redes sociales), tareas del hogar sin terminar, muchos videojuegos y la billetera abierta cada dos por tres para cerrarles la boca (¡Qué paradoja!) provocan bronca tras bronca que minan la paz familiar.


Tanta energía no puede desperdiciarse en la pasividad más absoluta. Así que es mucho mejor ocuparlos durante estos meses estivales, que si no, se puede armar la marimorena. Por eso hay que echar mano de escuelas de verano, campamentos deportivos, clases de natación, chapuzones en la playa, colonias de verano o clases de refuerzo. Son soluciones más que plausibles que les hacen mover el esqueleto, despiertan al intelecto y reaniman las habilidades sociales.
Y aunque muchos teenagers se echen las manos a la cabeza y lloriqueen por las esquinas cuando sus padres deciden que el procrastinar se va a acabar, terminan agradeciendo la actividad veraniega porque descubren unos días llenos de posibilidades en los que descubrir nuevas aficiones, personas y lugares con los que entretenerse mejor que con la Play, Instagram y ese consumismo que se ha convertido en el único sino de nuestros púberes.



¡Qué lástima que hace décadas no hubiera tanta oferta! La hubiéramos disfrutado a cascoporro… Antes solo teníamos los parques, el campo, la piscina o la playa. Bicicletas, balones, zompos y canicas, algún globo de agua y mucha imaginación, que es de lo que van los libros de hoy, algunos de los cuales se podrían incluir en ESTE OTRO POST.


Empezamos con Caballito, un álbum de Luciana Feito y editado por Pastel de Luna esta primavera. Con sus cantos redondeados, ya nos da una idea de a qué tipo de lector se dirige esta historia protagonizada por una niña que pasa los fines de semana en el campo. Allí hay árboles, pájaros, insectos y, sobre todo, está Caballito. Caballito es un corcel sin parangón. Con él descubre lugares maravillosos, inventa hermosas canciones y se enfrenta a pequeños peligros.



En este relato mínimo, además de recoger el clásico infantil de objetos transformados en animales, encontramos recursos narrativos interesantes. Por un lado, esa pequeña disyunción entre texto e ilustraciones que, al tiempo que crea una atmósfera de inocencia e incredulidad, potencia el relato fantástico. Por otro, las imágenes, aunque aparentemente sencillas, incorporan repeticiones (campo y ciudad, ojos abiertos y ojos cerrados), diferentes ópticas y metáforas (esa puerta…) que conversan con el lector.


Simpático a la par que delicado, seguro que este libro gusta a más de un chiquillo juguetón, incluso a sus padres gracias a un guiño final sobre las coincidencias intergeneracionales y la niñez recuperada.


Seguimos con el autor de En el desván. Satoshi Kitamura regresa a las librerías españolas con Hannah y el violín gracias a Océano Travesía. En este álbum, el autor japonés nos cuenta la historia de Hannah, una niña que estando en su jardín echa de menos a alguien con quien jugar. De repente, descubre una hoja en el suelo que le recuerda a un violín. Tal vez pueda sacarle una melodía. Así que, sin pensárselo dos veces, coge un palo del suelo y comienza a tocar su particular instrumento. Conforme suena la música, los pájaros comienzan a cantar, los insectos también. Incluso las nubes y las plantas. ¡Es un violín mágico!


Como muchos de los títulos incluidos en este post, Kitamura se dirige a los primeros lectores gracias a un lenguaje directo y sin florituras, desplegando ante el espectador un sinfín de imágenes llenas de color y armonía que nos entran por los ojos pero resuenan en nuestros oídos. Es curioso cómo, excepto en la portada y las guardas, en las ilustraciones interiores no hay ni el mínimo indicio de notas musicales, figuras, claves o pentagramas, un recurso que apoya esa idea de la melodía silenciosa de Hannah, una canción que solo puede escuchar ella gracias a su imaginación.


Aunque parezca repetitivo, no podemos obviar nunca la técnica tan característica de un autor que nos vuelve locos con su línea de tinta temblorosa, sus acuarelas bien elegidas y esas composiciones que recuerdan a las vidrieras de alguna catedral en las que perderse en los detalles (¿Han visto la orquesta? ¿Y el ave que se asoma por la ventana?).


Llegamos hasta Una niña con un lápiz, el libro de Federico Levín y Nico Lasalle que publicó hace unos meses en nuestro país la editorial Limonero y que nos cuenta la historia de una niña que solo tiene una cosa: un lápiz. Espera y espera hasta que de repente, le entra sueño. Lo primero, es que no va a dormir a la intemperie, así que, pinta una casa. Después hay que hacerse con una cama y también con una almohada. Y si quiere ver las estrellas, necesita una ventana en el techo. Y le falta lo más importante: ¡un cuento! Pero ¡que faena! Ella no sabe leer. ¿Quién se lo leerá?


En la línea del pionero Harold y el lápiz morado (y otros muchos), esta historia que bien se puede incluir en mis selecciones de libros para dar las buenas noches (ver esta y esta otra) juega con la idea de construir un universo personal a base de trazos de grafito. El lápiz, un elemento muy sencillo, no es más que la varita mágica con la que dar entidad a los pensamientos de la protagonista.


Sin olvidar el lado más tierno y familiar (hay cosas que no se pueden dibujar…), los autores se acercan al primer lector con un lenguaje muy sencillo que, con frases cortas, permite al narrador interno o externo, acercarse a un final tachonado de detalles que se nos han ido acercando paso a paso en unas ilustraciones en blanco y negro con pinceladas de bermellón y azul cobalto. Entrañable, lírico y muy cercano.


Y terminamos con Una tarde de lluvia, un libro de Aining Wen y editado por Apila que nos habla de Emma, una niña que planea ir al parque con su abuelo para ver los cisnes del estanque. Pero la tarde se ha puesto fea y no pueden salir de casa. El carrusel no sonaba, el tren de juguete no funcionaba y hasta el osito de peluche tenía la cara triste. ¡Menudo aburrimiento! Desesperada, Emma se pone a buscar en el armario algo con lo que entretenerse hasta que, de pronto, se topa con el juguete favorito del abuelo: un violonchelo.


Azul ultramar para un comienzo lluvioso y triste que va adquiriendo tonalidades cálidas conforme suena la música de Saint-Saëns. Una técnica mixta donde la acuarela, el gouache y el lápiz de color imprimen mucho dinamismo. Y alternancia de planos que aporta mucha perspectiva. Son algunos de los recursos que nos encontramos en un libro que, además de ser un homenaje a la obra del genio romántico, aborda las relaciones entre nietos y abuelos desde una perspectiva muy necesaria hoy día (analógico vs. digital siempre es un plus).


No se olviden de escanear el código QR para acompañar su lectura. Puede que entre tanto aburrimiento, algún lector sienta la imperiosa necesidad de aprender a tocar un instrumento. Algo realmente maravilloso.

miércoles, 30 de abril de 2025

¿Cartas o correo electrónico?


Con esto del apagón y dejando a un lado los tejemanejes entre política y multinacionales energéticas, me ha dado por pensar en lo mucho que ha cambiado la vida durante las últimas décadas, sobre todo a nivel comunicativo.
Aunque la televisión lleva haciendo mella en la sociedad desde hace más tiempo, no es hasta la llegada de las redes sociales cuando vemos que la tecnología se ha inmiscuido en nuestra forma de relacionarnos de una forma obscena e impune. Algo que aumentó exponencialmente con la llegada de los smartphones hace poco menos de quince años.


“¿Y hasta entonces que hacíais? ¿Cómo conocíais gente de otros sitios?” Me preguntó un alumno. Y a mí se me vinieron a la cabeza las secciones de periódicos y revistas en las que niños y jóvenes buscaban relacionarse con gente de otras zonas de España o del mundo. Explicaban sus gustos, aficiones e inquietudes. Si encontrabas coincidencias, les escribías una carta y ellos te respondían. Y así, ad infinitum.
Si bien es cierto que yo nunca utilicé esa vía, sí he de decir que siempre me ha gustado escribir cartas y he mantenido relaciones bastante fluidas por carta con algunas personas durante mi infancia y juventud. De hecho todavía guardo una caja de zapatos llena de aquellas misivas. Ya sé que no eran tan inmediatas como las actuales, pero sí más personales, algo que responde a su materialidad. Definitivamente, no hay color.
Pensándolo bien, gracias a las cartas físicas, hemos podido conservar y estudiar numerosas cuestiones. Históricas, científicas, sociológicas… El tipo de papel, la tinta utilizada, la caligrafía del autor, elementos incluídos en ellas como dibujos, fotografías o pétalos de rosa, nos vierten mucha información de la que hoy día prescindimos con el e-mail.


Y dándole vueltas al asunto, acabo de acordarme de Murdo, el personaje de Alex Cousseau y Éva Offredo, y la segunda parte de sus peripecias. Si la primera entrega estaba dedicada a los sueños, la nueva tiene que ver con el maravilloso mundo de las cartas.
Publicado por Librooks y con el subtítulo de Una investigación postal disparatada, el yeti más encantador de la literatura, se monta una historia de lo más rocambolesca gracias a un buzón de correos. Si bien es cierto que al principio no sucede nada, al tercer día empiezan a aparecer respuestas anónimas y Murdo empezará con sus pesquisas. Tras pedirle ayuda a un sinfín de amigos, todo empieza a enmarañarse y los lectores, además de pasarlo en grande, nos vemos inmersos en un enjambre de personajes, idas y venidas. ¿Averiguaremos quién le envía esas cartas misteriosas a Murdo?


Haciendo gala del lenguaje epistolar (y que tanta falta nos sigue haciendo en los correos electrónicos aunque prescindamos del físico), este álbum que ya he incluido en esta gran selección de cartas y carteros en la LIJ, nos deja embelesados, no solo por lo surrealista, sino por lo poético de un universo que unifica (¡Y ojo porque no he dicho “reúne”!) belleza y humor.
De las ilustraciones, poco más que añadir respecto a las del primer volumen. Son sencillamente maravillosas, aunque esta vez se dedican a ahondar en ese imaginario de sellos, timbres, postales, sobres y matasellos que tanto se necesitan recordar.
Quizá, lo más novedoso de esta entrega sea la presencia de Sherlock X y sus paréntesis a lo largo de los 56 episodios que configuran este álbum, ya que además de servir como trama secundaria y ayudar en el juego de pistas, se asemeja a las cortinillas textuales que irrumpían en la narrativa del cine mudo y servían como descanso visual.
Léanlo y anímense a escribir cartas a sus amigos, el amante de turno o un desconocido.

lunes, 31 de marzo de 2025

Marzo ¿ventoso?


Decimos adiós a un marzo atípico en lo que a la meteorología se refiere. Y digo atípico porque algunos nos hemos acostumbrado a usar el paraguas. Hay zonas de España en las que han visto el sol apenas unos días durante el último mes, una realidad poco corriente en uno de los países europeos con más horas de sol.
Cositas de nuestras latitudes, que cada seis u ocho años nos regalan estos fenómenos atmosféricos que nos ponen del revés, pero llenan los pantanos, una necesidad apremiante no solo para el campo, sino para el consumo humano, algo que tras muchos años de sequía preocupaba en algunas zonas de esta España nuestra.
Lo más anecdótico es que la lluvia ha desbancado al viento como protagonista indiscutible de este mes tan ventoso, provocando que los refranes y dichos populares pierdan la razón, toda una faena para todos aquellos que siguen a pies juntillas la sabiduría de andar por casa.
Habrá que empezar a cambiar palabras para que todo case con el cambio climático. Invertiremos el orden de los meses y pasaremos a nuevas versiones. ¿Marzo lluvioso y abril ventoso, hacen a mayo florido y hermoso? ¿Las secas de mayo son lluvias en marzo? Ríanse, pero yo empiezo a preocuparme, no solo por las cosechas (Marzo de lluvias cargado, hace el año desgraciado), sino también por lo lingüístico… ¡Que ya saben como se las gastan algunos!


Como no hay que fiarse, cójanse bien la coleta y prepárense para salir volando en los meses venideros a base de rachas y bufidos. Con cambiarle el mes al libro de hoy, solucionamos el entuerto. Y es que El viento de marzo, un libro de Inez Rice y Vladimir Bobri (Bobritsky, en la versión oficial) publicado por la editorial Alba hace unos años, se merecía una reseña tarde o temprano.
Este álbum publicado por primera vez en 1957, recoge la historia de un chavalín que, un día de marzo en el que sopla un viento endemoniado, encuentra un sombrero negro tirado en la calle. Ni corto ni perezoso, se lo pone y, como por arte de magia, empieza a transformarse en un sinfín de personajes. Un soldado que desfila pisando charcos, un vaquero sobre su caballo o el ladrón que se esconde en la oscuridad para hacerse con un preciado botín. ¿Será real o es que tiene una imaginación portentosa? Quizá se lo aclare el dueño del sombrero...


Como en muchas otras historias infantiles (échenle un ojo a esta selección), un sombrero constituye el interruptor que enciende la acción. Esa prenda que corona cualquier disfraz, nos evoca y nos incita a lo creativo, el mimetismo y lo deseado. Podemos ser quienes queramos en cualquier momento. Solo basta con soñar.
También es muy interesante cómo los autores utilizan los fenómenos meteorológicos para construir un pequeño cuento de hadas que, como los de Andersen o Wilde, pero sin tanta intensidad, se enredan en nuestro subconsciente juguetón gracias a personajes fantásticos que pasan al ideario personal o colectivo.


La imagen de la portada lo dice todo. El protagonista mira al espectador mientras se coloca un sombrero encontrado en mitad de la calle y da buena cuenta de que lo único importante es divertirse, hacer lo que nos dé la real gana. ¿Qué adulto usaría un objeto ajeno, sucio y empapado por el agua de los charcos? Claramente, es un título que nos habla de la disidencia infantil.


Lo dicho. Una buena oportunidad para disfrutar plenamente de un álbum que sigue vigente setenta años después gracias a las ilustraciones de Bobri que a pesar de lo vintage, siguen blandiendo el espíritu infantil con escenas llenas de acción y detalles secundarios que incitan al humor y la magia de lo cotidiano.

miércoles, 15 de enero de 2025

Benditos preguntones


Preguntar puede ser bastante incómodo, pero al mismo tiempo gratificante, sobre todo si recibes una respuesta nutritiva (cosa que no siempre sucede) y nadie te propina un zarpazo por haberte inmiscuido en la vida privada del otro.
Las preguntas pueden ser inocentes o con mucha enjundia. Hay preguntas fáciles que pueden ser laberínticas y preguntas muy complejas que la mayor parte de las veces tienen una solución más que sencilla. Las hay inocentes y con mucha maldad. Hay preguntas delicadas y otras que se hacen a bocajarro. Indiscretas o sutiles, también. Las más divertidas son las picantonas y las más esquivadas las monetarias.


Preguntar bien es todo un arte, por eso no sabe hacerlo cualquiera. La mayoría de las personas preguntan para matar la curiosidad, no para enriquecerse con nuevas preguntas. He ahí la clave. Preguntar para aprender, aprender preguntando, algo que echamos de menos los que enseñamos, sobre todo en un tiempo en el que la inteligencia artificial, las redes sociales o San Google capacitan a cualquier inepto para sentar cátedra.
Es extraño el poder de las preguntas. A veces nos aúpan y a veces nos derriban. Un hecho tan cotidiano como el extrañamiento, esa entonación que las acompaña, puede acabar con la carrera de un político, dejar patidifuso a un profesor o despertar el letargo de un premio Nobel.


Y pregunta a pregunta, me detengo en las que nos proponen Mac Barnett y Christian Robinson en su último álbum. Publicado por Libros del Zorro Rojo hace unos meses, este libro titulado Veinte preguntas nos propone un juego donde la imaginación y las posibilidades se combinan para interpelar al lector.


Y es que conforme vamos pasando las páginas, nos encontramos una imagen acompañada de una pregunta curiosa que interpela a los lectores desde el extrañamiento. Algunas suponen escondites ilustrados, nos invitan a identificar animales o descubrir formas sencillas, algunas nos seducen con la aritmética y la mayoría invitan al disparate. Interruptores fantásticos que desde el surrealismo nos hacen reír y ponen a prueba nuestra inteligencia en un escenario donde todas las respuestas son posibles.


Preguntas e imágenes se articulan en una propuesta muy lúdica donde, además de lecturas muy variopintas, genera un discurso diferente con cada lector-espectador. Una especie de algoritmo narrativo en el que caben montones de suposiciones (y por tanto historias) diferentes. Incógnitas y surrealismo, detalles (¿se han fijado en las guardas?) y estampas bucólicas e inquietantes se columpian en un álbum sencillo que bien puede servir para entrenar a los escritores y guionistas del futuro.

lunes, 6 de enero de 2025

Regalos de ¿reyes?


Mientras todo quisqui abre sus regalos al calor del roscón, yo me levanto como cualquier otra mañana, levanto la persiana y dejo que el sol ilumine mi cara. No hay nadie en el parque. Qué raro… Hace no tanto, el Día de Reyes, las plazas y jardines se llenaban de críos dándole patadas a balones relucientes, montando bicis nuevas o jugando con cualquier otro artilugio. Y tampoco llueve ni hace demasiado frío… ¿Me habré equivocado de hoja del calendario?


Como ya he apuntado en otras ocasiones, el nuevo modus vivendi está modificando nuestro día a día a pasos agigantados, más todavía en una infancia ñoña y desinfantilizada (¡Menuda paradoja!) en la que la superabundancia resta importancia a lo que se supone deberían ser enormes sorpresas llenas de ilusión.
Muchos hijos, nietos y sobrinos únicos en los que volcar nuestras cuentas corrientes llenan sus habitaciones de todo tipo de objetos mientras les hacemos prescindir de tiempo de calidad. Es curiosa la forma que tenemos de redimir nuestros pecados en este siglo de nula religiosidad.
Al final, cualquier chiquillo tiene llena la habitación de coches teledirigidos, muñecas autómatas, drones, patinetes eléctricos, videoconsolas y tablets. Una vacía felicidad que solo entiende de frustraciones paternas (las infantiles y las adultas), caprichos sin sentido e inercias sociales que abocan al sinsentido del agasajo. Quizá sea lo lógico en un país como este donde la pobreza intelectual campa a sus anchas y las nuevas clases medias se aferran a las tradiciones para justificar sus actos... El mundo al revés...


Conmigo que no cuenten. En mi casa no se solía celebrar la Epifanía. Nunca he recibido montones de obsequios siendo un niño. Tampoco me han hecho falta. He aprendido a conformarme con lo que tenía, incluso lo agradezco sobremanera, pues he aprendido a prescindir de lo material, sobre todo de lo innecesario.
Incluso, esas limitaciones, a mis taytantos, son un acicate para las casualidades y transforman lo cotidiano en una verdadera sorpresa. Véase como ejemplo el libro de hoy, uno que me he encontrado en la feria del libro antiguo y ocasión, el único regalo que he recibido aunque me lo haya hecho yo mismo.


El viaje de Lisa, un álbum de Paul Maar y mi admiradísimo Kestutis Kasparavicius, publicado por Fondo de Cultura Económica, es una oda a la imaginación (como muchos otros libros de este tándem de autores) desde que su protagonista se mete en la cama hasta que se despierta a la mañana siguiente. Es así como visita la Tierra de los Círculos, el País de las Mil Esquinas o el País del Color Rojo. Todos ellos son lugares la mar de curiosos en los que desgraciadamente no es bienvenida, por lo que siempre encuentra la forma de escaparse.


Si bien es cierto que la estética es similar a otros álbumes del lituano como El país de Jauja o Huevos de Pascua, en esta historia, los autores hacen un guiño a la línea argumental de Alicia en el país de las maravillas, una niña que se va topando con lugares y sociedades muy particulares y un tanto ininteligibles donde no tiene cabida.


Del mismo modo, Maar y Kasparavicius unen su pluma y pinceles para generar escenas surrealistas donde las formas, los colores y la perspectiva, elementos muy comunes en ciertas etapas del aprendizaje infantil, generan situaciones caóticas en las que el espectador se sumerge y disfruta de los conceptos. Del mismo modo, juegan con esa dicotomía realidad-imaginación que tanto me gusta a base de los detalles un tanto ambiguos que aparecen en la habitación de Lisa (fíjense en los cuadros, el gesto de la muñeca, la posición de sus pantuflas). ¿Todo esto habrá sucedido de verdad?

martes, 24 de diciembre de 2024

Una buena noche


Sí, hoy es Nochebuena, ese día en el que gran parte de las familias españolas se reúnen para marcarse una cena opípara y ponerse hasta los ojos de todo tipo de condumio. Aparte de la gastronomía, se agradecen los chiquillos, los villancicos y algún altercado con el hermano, el cuñado o la suegra (ya saben, la sal de la vida).
No obstante y teniendo en cuenta todas las realidades de la vida posmoderna que nos azotan, cada vez hay más gente que pasa esta noche en la más absoluta soledad. Por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo donde la migración, la exclusión social o las familias mínimas florecen a modo de malas hierbas, lo que obliga a muchos a comerse cualquier cosa y quedarse sobados en el sofá escuchando la letanía navideña del cacique de turno.


Si te toca, te toca, y no hay más que rascar. ¿¡Qué más puedes hacer!? Lo que nunca debes hacer: ponerte a cavilar. Uno se echa a llorar en aras de la nostalgia o se consuela pensando en todo lo que se ha ahorrado. Es una noche más, se repiten una y otra vez. Quizá una noche menos. Dale que te pego… Y lo que debería ser una gran velada contigo mismo se transforma en un runrún obsesivo-compulsivo que no te lleva a ningún lado.


Desde mi punto de vista, es mejor dejarse llevar. Ponerte el abrigo y salir a pasear. Encontrarte con un perro abandonado que siga tus pasos. Sentarte bajo el cielo estrellado y contemplar el firmamento. Ponerte a departir con la primera persona que encuentres. El repartidor de Glovo extraviado, una jovenzuela llorosa que acaba de corriendo de casa de sus padres o ese viajero que perdió el último tren. Quizá sea el amor de tu vida. Quizá te la cuente. Quién sabe lo que nos depare esta noche. Es una noche buena y en ella caben muchas opciones.
Esa es la idea que recorre una y otra vez Solo esa noche, el álbum que Andrea Antinori, ganador del premio de ilustración Bologna Ragazzi-Fundación SM, ha publicado este año con la citada editorial y del que no había disfrutado hasta hace unos días.


El argumento de este libro tan encantador es sencillito. Un senderista se va de excursión. Sube a la cima de la montaña, empieza bajar y comienza a oscurecer. Avista un claro y decide montar su tienda de campaña, encender una hoguera, cenar y pasar allí esa noche. Mientras él duerme, afuera empiezan a suceder cosas extrañas. Montones de animales, una fila de hormigas que transportan todo tipo de objetos (y que me recuerdan a estas otras), el hombre de las nieves, murciélagos a gogó, un cometa e incluso un platillo volante hacen aparición. ¡Qué lugar tan misterioso!


El autor italiano nos presenta una historia sin palabras y de paso nos saca una sonrisa (el extrañamiento es su recurso humorístico favorito). Sobre la técnica narrativa, hay que destacar esa secuenciación tan activa que, con recursos del cómic o sin ellos, nos recuerda a fotogramas que le imprimen continuidad a esta historia.


Guiños al cine (¿Han visto a E.T. el extraterrestre?), seres nocturnos, un partido de tenis y hasta una meada nocturna son algunos de los detalles que nos invitan a imaginar y confundir sueños con realidad. ¿He dicho confundir? Como se nota que me he olvidado del final…
Lo dicho: espero que tengan una buena noche, sea como sea.

martes, 3 de diciembre de 2024

El poder del "alter ego"


Tras los últimos exámenes (¡Mis alumnos están más vagos que nunca!) y el ataque de un virus que me ha dejado el tracto intestinal bastante tocado, parece que he recuperado las fuerzas de una manera súbita. Lo que parecía que iba a ir de detrimento de mi inventiva, ha funcionado a modo de catarsis y me hallo con bastantes ganas de terminar algunas cosas y empezar nuevos proyectos.
La verdad que quien me conozca dirá que no entiende tanta extrañeza por mi parte, pues “Román ¿cuándo tú no estás maquinando?” Yo me reiría como un niño pillado in fraganti y saldría por peteneras un tanto sonrojado, pues cualquiera se llevaría las manos a la cabeza si leyese todos los cuadernos y libretas que tengo llenos de infinidad de ideas y anotaciones.
Menos mal que las escribo y no las voy contando sin ton ni son. Primero porque no se me acercarían ni la Tana (aburriría a las piedras con tanto castillo en el aire…), y segundo porque eso de ir aireando ocurrencias bien masticadas puede despertar el apetito de ciertos parásitos para hacerse con ellas.


La verdad que trae más cuenta conversar con uno mismo e ir masticándolas poco a poco. Es un ejercicio un tanto saludable para tomar conciencia de nuestra realidad e ir interiorizando pensamientos, concepciones y deseos que, quizá, en un futuro, puedan materializarse. Es una especie de desahogo, un juego dialéctico (puede que también retórico) en el que, posicionándonos desde lo ajeno, despersonificándonos, logremos divisar pros y contras.
Hay gente que lo hace en la cama, antes de dedicarse al sueño, otra, mientras pasea (recuerdo que Darwin tenía su propio camino circular), nadan o juegan al golf, incluso tenemos quienes lo hacen tomando el sol. Pero la manera más bonita de hacerlo es la de Ellen, la protagonista del libro de hoy.


Publicado por primera vez en nuestro país gracias a Wonder Ponder, esa pequeñísima editorial que va editando joyas año tras año, ve la luz Ellen y el león, un libro de Crockett Jhonson, el autor de un sinfín de libros infantiles entre los que destaca su clásico Harold y el lápiz morado (de la que, por cierto, acaba de estrenarse su versión cinematográfica).
Protagonizadas por la pequeña Ellen y su león de peluche, esta colección de doce historias nos acercan al universo infantil desde situaciones cotidianas donde el juego y la imaginación son perfectos aliados para abordar diferentes conceptos.


Como Don Quijote y Sancho Panza, Ellen se dedica a fantasear a todas horas, mientras su inseparable león la intenta bajar del guindo cada dos por tres, algo que muy pocas veces consigue. A pesar de que, como bien se deja entrever en la primera historia, los dos personajes son la misma persona (una especie de Doctor Jeckyll y Mister Hyde), Jhonson atrapa al lector en ese diálogo que refleja el que todos hemos tenido alguna vez con nuestro alter ego.


Típicos juegos de roles, viajes a cualquier parte, aventuras, proyecciones futuras, miedos infantiles y sentimientos tan profundos como la amistad, se van presentando en unas narraciones breves que, desde lo sucinto, se desbordan en nuestra personal interpretación.
Hay momentos tan estelares, como creíbles (la aparición del policía, esa ambulancia rauda y veloz o las estatuas bailarinas, me han robado el corazón). También mucho humor en forma de enfados tontos, desplantes airados, mucho desdén, locuras sin sentido, complicidad y ternura.


Les recomiendo encarecidamente que lo lean porque tiene mucha enjundia. Y si tienen tiempo, también echen mano de otros libros como El letrero secreto de Rosie, Sapo y Sepo o las historietas de Calvin y Hobbes, seguro que los ubican en la misma constelación de lecturas.

martes, 12 de noviembre de 2024

A rebosar de recetas


Como la de media España, mi bandeja de sugerencias de Instagram está llena de recetas. No sé qué tienen esos vídeos breves que hipnotizan a cualquiera. Hasta mis alumnos confiesan sentirse irresistiblemente atraídos por ellos. Cocineros reconocidos, pinches en ciernes y gente buenorra se han lanzado a los fogones para incitarnos al “savoir faire” culinario.
Por un lado está bien eso de abogar por la cocina hecha a mano y dejar a un lado todos esos productos precocinados y ultracongelados a los que nos estábamos abocando, pero también es llamativo que a la par de todas esas buenas intenciones, se vislumbran otras no tan respetables. Publicidad encubierta, intereses colaterales, falsa modestia, egos desmesurados…


He llegado a pensar que la mayoría están subvencionados por las grandes corporaciones que manejan el cotarro alimentario. Solo hay que fijarse en la cantidad de nuevos productos que incorporan en sus platos y los precios que se estilan en los supermercados. Algunos han puesto el ojo en el negocio de la comida: oligopolios a la vista.
Lo más gracioso es que, por mucho que se empeñen, los ingredientes básicos de cualquier guiso son el tiempo y el cariño, dos cosas que empiezan a escasear en este país de familias desorganizadas, trajines laborales y conformismo gastronómico. Yo lo tengo claro: no hay comida que iguale a la que se cocina al calor de una madre.


Hablando de recetas, en este día luminoso, acaba de aterrizar en mi buzón lo último de Heena Baek, esa autora coreana que me tiene enamorado. Cómo hacer caramelos mágicos. Un título muy sugerente que se ha encargado de publicar Kókinos, su editorial de cabecera en el terruño.
Si recuerdan Caramelos mágicos, una de sus obras maestras, se toparán con el protagonista de este libro, el dependiente de El lucero del alba, ese badulaque en el que Dung-Dung encuentra esos dulces tan especiales, y que nos irá explicando paso por paso la manera de fabricarlos. Primero, preparar todos los ingredientes. Segundo, buscar el silencio en mitad de la noche estrellada. Tercero…


Como de costumbre, Baek, nos brinda una historia fantástica en mitad de lo cotidiano haciendo gala de tres elementos que caracterizan a su obra. Uno de ellos es la elección de una situación cotidiana en la vida de cualquier persona, en este caso, ese ritual que precede a las buenas noches. Otro es que continúa dando protagonismo a la tercera edad. Los ancianos no solo son guardianes de la sabiduría, una cuestión muy oriental, sino que también conocer la forma de hacer magia. Si además esa persona vive con un pájaro sobre la calva, no hay quien se resista a hacerle caso. Por último y como ya comenté en su día, hay que hablar de la suspensión de la incredulidad, esa característica que hace dudar a sus lectores entre la realidad y lo onírico, que despista pero embelesa.


Por último, me encanta esa pequeña guía de yoga que, aparte de darle un puntito no ficcional muy interesante, anima a mover el esqueleto de pequeños y mayores.