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martes, 29 de noviembre de 2016

Hijos únicos: la LIJ como espejo



Occidente se llena de hijos únicos. Cada vez son más las familias formadas por tres, o incluso dos miembros. No digo que sea bueno, tampoco malo, simplemente es. Una realidad debida a múltiples factores que muchos suponen y que no me voy a poner a desgranar (¡Dios me libre! Con lo susceptible que está la gente, ¡cualquiera se atreve...!). El caso es que, hace un par de días, inspirado por una divertida sobremesa con las hijas de una amiga (no sé quién era peor, si yo, o ellas), hice una comparativa entre esta situación y otras en las que participaban hijos únicos, y dar así con algunas consecuencias de la crianza de niños exclusivos.


Dejando a un lado el concepto tan manido del pequeño tirano, uno donde hay mucha culpa y poca disciplina, hay que prestar atención a otros muy importantes. Destaca el superpaternalismo, efecto que no sólo nace de la (sobre)protección a la que se somete cualquier vástago (desde el punto de vista biológico, los padres cuidan de su prole con la esperanza de que la información contenida en sus genes trascienda con éxito), sino de nuevas concepciones de la crianza en la que tienen mucho que decir las aspiraciones sociales y un alcance de la perfección (llámenlo postureo, si quieren) etérea que en muchos casos, priva de libertad a los hijos y provoca ansiedad en los padres.
También hay que apuntar al niño-viejo. El niño, al verse desprovisto de referentes infantiles de carne y hueso (algunos, excepto en escuelas y guarderías, poco juegan o se pelean con sus iguales), se transforma en una mala y errónea versión de los adultos con los que interacciona, gestando unos patrones comportamentales que no le pertenecen y que, conforme crece, producen actitudes equívocas para con él mismo y todo lo que le rodea.


Por último, y para que esta entrada no se convierta en un gabinete psicológico/sociológico (seguramente podría dar con muchas más, pero este blog trata de libros y no de metijacos), les remito a la soledad... Algunos valoramos positivamente la soledad, más que nada porque la hemos elegido, pero cuando ésta te atrapa como una imposición ajena a nuestros intereses, puede transformarnos e incluso rompernos. Esa es la soledad que practican muchos niños mañana, tarde y noche a costa de divorcios o prioridades de otro tipo. Esa es la soledad que ennegrece la infancia.
De entre todos los ecos que nos llegan, los de la literatura infantil y el mundo del álbum ilustrado son los que nos interesan. Los libros infantiles no podían ser menos y han abierto caminos, estelas luminosas (pocas veces grises, diría yo) a todas estas situaciones que irrumpen en la vida de los niños. Es así como nacen los álbumes en los que el niño protagonista (o héroe, ¿por qué no?) se enfrenta al desarrollo de la acción sólo y sin ayuda de otros humanos en un mundo desconocido (se me ocurre citar títulos como Donde viven los monstruos de Sendak, En el desván de Oram y Kitamura o El árbol rojo de Tan, tres títulos diferentes en cuanto a lenguaje y discurso), algo que, en cierto modo, se asemeja al planteamiento de muchos cuentos tradicionales (les remito una vez más a Propp). De entre ese gran listado que podríamos ir enumerando, aquí traigo dos seleccionados de entre la multitud de novedades que flotan por las librería...


Hija única, una novela gráfica sin palabras de Guojing y publicada en nuestro país por Pastel de Luna, una editorial que ha apostado abiertamente por las obras de cuño oriental, nos cuenta la historia de una niña que, a raíz de un descuido se encuentra con un nuevo escenario en el que realidad y fantasía se mezclan (N.B.: Creo que la técnica a suave lápiz de grafito es muy acertada en una obra de estas características porque ayuda dar esa impresión de borroso espejismo que el lector traduce a modo de sueño) a favor de la liberación, de dejar los corsés paternos para hallar la catarsis en un mundo propio y personal en el que la sobreprotección está presente a diario.


Por otro lado, el álbum ilustrado Lenny y Lucy de los geniales Philip C. Stead y Erin E. Stead, que publica en castellano Océano-Travesía, también tiene como protagonista a un niño que se muda de hogar junto a su padre. La narración, sustentada sobre unas ilustraciones amplias, quietas (Es hermoso contemplar a los protagonistas sentados en fila, unas veces en número impar, otras emparejados en dulce simetría; invitando al lector a que se una a ese momento, a mirar en el bosque mientras le dan la espalda) y, a veces, solemnes, es muy poderosa, más todavía si sopesamos que la economía del texto establece sinergias con el silencio del entorno... Es así como el discurso bascula entre la soledad propia y la ajena, entre la búsqueda del amigo imaginario y el real, entre el miedo y la valentía.


En fin, que mientras los hijos del hoy se aclimatan a los nuevos aires de la vida moderna, los niños que fuimos seguiremos discutiendo con nuestros hermanos, que a pesar de lo paradójico y anacrónico, no deja de ser una suerte: un regalo del tiempo pasado.

jueves, 13 de octubre de 2016

Acoso escolar, una historia de oscuridad


Cuando los orientadores escolares se echan a temblar (y esos tiemblan poco), es que el acoso escolar planea sobre nuestras cabezas. De unos años a esta parte, el vocablo inglés “bullying” se utiliza con demasiada frecuencia dentro y fuera de las aulas. Por un lado, tanta normalización asquea, mientras que por otro, aporta visibilidad a un fenómeno acallado históricamente y que, lo pensemos o no, ha truncado la vida de muchos niños y adultos.
El problema del acoso escolar no es algo nuevo (parece que algunos han descubierto América de unos años a esta parte) sino que viene de tiempo atrás, no sé si inmemorial, pero lo que está claro es que es un fenómeno que hay que, si no erradicar, al menos paliar.
En primer lugar hay que tener en cuenta un factor natural. Los niños, como las crías de cualquier otro mamífero (no es que quiera yo compararlos con los animales, que también, pero no está de más recordar nuestra naturaleza animal) se encuentran en constante cambio y adoptan el juego y la lucha como meros patrones de comportamiento y aprendizaje para la posterior vida adulta. Es así como se hacen eco (a todas horas y en cualquier punto cardinal) de los estereotipos que ellos mismos se crean gracias a los estímulos del entorno, bien sea por sí mismos o por imitación. No deja de ser instintivo y, aunque hay que tomarlo con reservas, en cierto modo está justificado.


Lo truculento de este tema llega cuando esos comportamientos vienen modelados por un mundo adulto que les provee de ejemplos y mensajes (in)deseables, unos que los niños adoptan como suyos en un contexto diferente (véanse los patios de recreo o los parques infantiles, y no los despachos o los andamios), lo que resulta peligroso si tenemos en cuenta que los pequeños desconocen ciertas normas y convenciones crípticas de los mayores... Y emergen prejuicios que no se deben a su condición, sino a la de otros. Es así como la sociedad infantil pasa a ser un reflejo de la adulta en un contexto un tanto ficticio; es así como surgen categorizaciones que, aunque no se relacionan directamente con la hegemonía monetaria, el estatus social y sus artefactos, sí pueden estar modelados indirectamente por estos factores (se me ocurre citar la ropa de marca o el teléfono móvil), que contaminan y envilecen a los niños y recrudecen el acoso escolar hasta un punto de no retorno.


Existen niños que tienen otras preferencias: niños que prefieren leer a jugar, otros con sobrepeso, con orientaciones sexuales diferentes, con un espíritu crítico hiperdesarrollado, aficionados a la ciencia o a la música clásica; unos niños que son más susceptibles de recibir los ataques de indiferencia y marginación del resto, y que la mayoría de las veces acaban en acoso escolar. Mientras que muchos de ellos logran socializarse con otros semejantes o hacen frente a la situación con diferentes estrategias entre las que destacan la invisibilidad o convertirse en acosadores (sí, sí, no se sorprendan), otros no encuentran su lugar, su refugio en otros iguales, y es ahí cuando pueden comenzar los problemas de acoso escolar por la falta de un apoyo manifiesto, que se traducen en fobias, animadversiones, secuelas psicológicas y/o físicas (tanto en el presente, como en el futuro, ese al que siempre van los monstruos del pasado), e incluso la muerte por homicidio o el suicidio.


Aunque somos muchos los que pensamos que, en cierto modo, el niño debe aprender a relacionarse con sus iguales y a enfrentarse a los problemas que surgen de las interacciones humanas en pro del enriquecimiento personal y la buena socialización (algo que se figura cada vez más adverso, todo hay que decirlo), hay que ser consciente del drama diario que suponen el sufrimiento y la indiferencia a las que lleva el acoso escolar.
Es de este modo cómo podemos pensar en posibles soluciones a esta realidad que, aunque la mayor parte de las veces pasan por el proteccionismo y las campañas de sensibilización, deberíamos empezar a plantearlas desde la inteligencia emocional, asignatura cada vez más necesaria en sociedades exentas de escrúpulos, para dotar así a los acosados de estrategias sencillas que les facilitaran, si no insertarse en una sociedad que no está hecha a su medida, sí hacerle frente a situaciones que pueden ser comprometidas, tanto para su integridad física, como psicológica. Respecto a los acosadores, no sólo creo que sería más efectivo un endurecimiento del marco legislativo (las leyes están al servicio de los intereses comunes y son mutables ante nuevas realidades sociales como estas, en las que la niñez deja de serlo), sino en un marco conceptual en el que primasen planes integrales donde los acosadores se impregnaran de la realidad diaria de los acosados, se pusieran en el lugar del otro y empatizaran ante las consecuencias de sus acciones.


Es obvio que este tema es sumamente delicado y que las dificultades, como bien he apuntado en todo lo anterior, se hacen más punzantes conforme se complica una sociedad falta de valores y principios, huérfana y somera, pero a veces, veo la luz al final del túnel cuando leo libros como el de hoy.
Jane, el zorro & yo, un libro de Isabelle Arsenault y Fanny Britt recién publicado en España por Salamandra y que ha cosechado mucho éxito fuera de nuestras fronteras, se podría catalogar como novela gráfica, aunque haya dobles páginas que bien podrían pertenecer a un libro-álbum. En ella se hace uso de técnicas propias del cómic (la viñeta y el diálogo) para narrar la historia de acoso escolar de Hélène, una niña que pasa de estar integrada en un grupo de amigas, a ser menospreciada y ridiculizada por estas. Sumergida en una oscura e interiorizada soledad magistralmente ilustrada por Arsenault a base de grafito y aguadas de tintas grises y ocres, la protagonista decide refugiarse en la Jane Eyre de Brontë y establecer un paralelismo con su dolorosa situación, cuyo final me reservo. 
Este libro, a pesar de sumergirse en un bonito viaje emocional narrado en primera persona y desde los diferentes puntos que se puede abordar el acoso escolar (acosados, acosadores, familias y entorno), no deja de ser un canto a la esperanza, al futuro, ese que ve representado por la figura de un zorro y luz. Mucha luz.


viernes, 3 de junio de 2016

Extrañando lugares desconocidos


Ayer, mientras estudiaba alemán (estoy peor que mis alumnos... ¡Que el cielo se apiade de mí esta tarde!), me topé con palabras como “Gefühl”, “Schadenfreude”, “Spiegel”, “Waldeinsamkeit” o “Zwischenraum”, unos vocablos que los germanos dicen con un golpe de voz pero que tienen un dilatado y poético significado (como ustedes pueden obviar casos y declinaciones, les animo a internarse en el diccionario y deleitarse con ellas). De entre todas estas, mi favorita es “Fernweh” o lo que quiere decir “el sentimiento de extrañar un lugar en el que nunca has estado”. ¿Bonito, eh?
No sé ustedes, pero un servidor, cuando fuimos presentados (-Román, Fernweh; Fernweh, Román), no pudo evitar imaginarse a Fernweh dentro de un libro... No sé si los libros te enseñan cosas (últimamente parece de des-enseñan), nos hacen más libres (algunos parece que llevan grilletes de tanto leer) o mejor persona (hay lectores que son seres horribles), pero lo que sí tengo claro es que son capaces de trasladarte a otros espacios en los que parecemos flotar, nos alejan de nuestras realidades y viajamos con la imaginación a destinos todavía no explorados o que debemos re-descubrir (hay sitios que, aunque conozcamos físicamente, parecen otros al pasar las páginas, y viceversa), y por supuesto, a otros estados anímicos.


Les confieso que me lo paso bomba cuando leo algun libro y salgo volando. No es algo que me suela suceder con frecuencia, pero si encuentro algún título que tenga ese extraño poder, no hay más que decir. Podríamos hablar de nuestro Quijote, de las Grandes Esperanzas de Dickens, de Eça de Queirós y su primo Basilio, de los Dublineses de Joyce, del Ruido y la furia de Faulkner o el Ébano de Kapuscinski, pero lo cierto es que, cuando el calor aprieta, algo de lo que empezamos a percatarnos este finde semana con previsiones de lo más calurosas, lo que apetece es irse al mar y abandonar las junglas de asfalto y cristal.


Por ello, teniendo en cuenta que necesitan cierta evasión y no pueden darse el capricho de coger el coche e irse de un lado a otro, he creído conveniente trasladarlos a las blancas y hermosas playas que sirven de marco a Glup, una exquisita novela gráfica (creo que la denominación de cómic, se queda un tanto corta en este caso) infantil de Daniel Piqueras Fisk y editada por Narval.
Con el azul del mar por bandera, una niña se zambulle en un largo viaje lleno de amigos, de recuerdos familiares, de las sorpresas que nos ofrece lo desconocido y, sobre todo, de la luz de las estrellas.


Así que, ya saben, mientras pululan por el Paseo de Carruajes del Retiro este fin de semana y recuerden con cierto anhelo el oleaje del mar, regálense un baño en este libro lleno de agua, el elemento perfecto para mojarse la sonrisa y refrescarse el alma...
Nada mejor para encontrarle sentido al llamado Fernweh.