Occidente se llena de
hijos únicos. Cada vez son más las familias formadas por tres, o
incluso dos miembros. No digo que sea bueno, tampoco malo,
simplemente es. Una realidad debida a múltiples factores que muchos
suponen y que no me voy a poner a desgranar (¡Dios me libre! Con lo
susceptible que está la gente, ¡cualquiera se atreve...!). El caso
es que, hace un par de días, inspirado por una divertida sobremesa
con las hijas de una amiga (no sé quién era peor, si yo, o ellas),
hice una comparativa entre esta situación y otras en las que
participaban hijos únicos, y dar así con algunas consecuencias de
la crianza de niños exclusivos.
Dejando a un lado el
concepto tan manido del pequeño tirano, uno donde hay mucha culpa y
poca disciplina, hay que prestar atención a otros muy importantes.
Destaca el superpaternalismo, efecto que no sólo nace de la
(sobre)protección a la que se somete cualquier vástago (desde el
punto de vista biológico, los padres cuidan de su prole con la
esperanza de que la información contenida en sus genes trascienda
con éxito), sino de nuevas concepciones de la crianza en la que
tienen mucho que decir las aspiraciones sociales y un alcance de la
perfección (llámenlo postureo, si quieren) etérea que en muchos
casos, priva de libertad a los hijos y provoca ansiedad en los
padres.
También hay que apuntar
al niño-viejo. El niño, al verse desprovisto de referentes
infantiles de carne y hueso (algunos, excepto en escuelas y
guarderías, poco juegan o se pelean con sus iguales), se transforma
en una mala y errónea versión de los adultos con los que
interacciona, gestando unos patrones comportamentales que no le
pertenecen y que, conforme crece, producen actitudes equívocas para
con él mismo y todo lo que le rodea.
Por último, y para que
esta entrada no se convierta en un gabinete psicológico/sociológico
(seguramente podría dar con muchas más, pero este blog trata de
libros y no de metijacos), les remito a la soledad... Algunos
valoramos positivamente la soledad, más que nada porque la hemos
elegido, pero cuando ésta te atrapa como una imposición ajena a
nuestros intereses, puede transformarnos e incluso rompernos. Esa es
la soledad que practican muchos niños mañana, tarde y noche a costa
de divorcios o prioridades de otro tipo. Esa es la soledad que
ennegrece la infancia.
De entre todos los ecos
que nos llegan, los de la literatura infantil y el mundo del álbum
ilustrado son los que nos interesan. Los libros infantiles no podían
ser menos y han abierto caminos, estelas luminosas (pocas veces
grises, diría yo) a todas estas situaciones que irrumpen en la vida
de los niños. Es así como nacen los álbumes en los que el niño
protagonista (o héroe, ¿por qué no?) se enfrenta al desarrollo de
la acción sólo y sin ayuda de otros humanos en un mundo desconocido
(se me ocurre citar títulos como Donde viven los monstruos de
Sendak, En el desván de Oram y Kitamura o El árbol rojo
de Tan, tres títulos diferentes en cuanto a lenguaje y discurso),
algo que, en cierto modo, se asemeja al planteamiento de muchos
cuentos tradicionales (les remito una vez más a Propp). De entre ese
gran listado que podríamos ir enumerando, aquí traigo dos
seleccionados de entre la multitud de novedades que flotan por las
librería...
Hija única, una
novela gráfica sin palabras de Guojing y publicada en nuestro país
por Pastel de Luna, una editorial que ha apostado abiertamente por
las obras de cuño oriental, nos cuenta la historia de una niña que,
a raíz de un descuido se encuentra con un nuevo escenario en el que
realidad y fantasía se mezclan (N.B.: Creo que la técnica a suave
lápiz de grafito es muy acertada en una obra de estas
características porque ayuda dar esa impresión de borroso espejismo
que el lector traduce a modo de sueño) a favor de la liberación, de
dejar los corsés paternos para hallar la catarsis en un mundo propio
y personal en el que la sobreprotección está presente a diario.
Por otro lado, el álbum
ilustrado Lenny y Lucy de los geniales Philip C. Stead y Erin
E. Stead, que publica en castellano Océano-Travesía, también tiene
como protagonista a un niño que se muda de
hogar junto a su padre. La narración, sustentada sobre unas ilustraciones amplias,
quietas (Es hermoso contemplar a los protagonistas sentados en fila,
unas veces en número impar, otras emparejados en dulce simetría;
invitando al lector a que se una a ese momento, a mirar en el bosque
mientras le dan la espalda) y, a veces, solemnes, es muy poderosa,
más todavía si sopesamos que la economía del texto establece
sinergias con el silencio del entorno... Es así como el discurso
bascula entre la soledad propia y la ajena, entre la búsqueda del
amigo imaginario y el real, entre el miedo y la valentía.
En fin, que mientras los
hijos del hoy se aclimatan a los nuevos aires de la vida moderna, los
niños que fuimos seguiremos discutiendo con nuestros hermanos, que a
pesar de lo paradójico y anacrónico, no deja de ser una suerte: un
regalo del tiempo pasado.
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