Entre
que he tenido un fin de semana muy vegetal y las calles se cubren de
las hojas que deja caer este otoño de libro, las plantas, unas cuya
simbología es fecuentemente usada en los álbumes ilustrados, han
regresado a mi vida de golpe y porrazo. Así que hoy les daré la
vara con la etnobotánica, esa (pseudo -para algunos-)ciencia que
estudia las relaciones que ha establecido, establece y establecerá
el ser humano con el reino vegetal, la disciplina que presta atención
a esa historia conjunta entre hombres y organismos fotosintéticos.
Por
lo general, preferimos los animales a las plantas. Se mueven y eso
les da mayor entidad para acompañarnos, pero si lo piensan un poco
caerán en la cuenta de que cualquier hogar (y no digo casa) no lo es
sin plantas. Además, presten atención: ¿acaso no se han percatado
de que viven rodeados de plantas sin verlas? Fíjense: nos
despertamos sobre un colchón de látex, polímero elaborado por las plantas originariamente, que descansa en un somier fabricado con
láminas de madera (pino, abedul u otras plantas exóticas). Nos
deshacemos de las sábanas, cuya materia prima esencial es el
algodón, y nos dirigimos al baño. Nos servimos de geles de ducha
con aromas florales y esponjas derivadas de fibras vegetales para el
aseo, secamos nuestra piel con toallas de algodón rizado, y nos
perfumamos a base de colonias con notas de bergamota, rosa, pachuli,
limón, musgo o jazmín. Vamos a la cocina con intención de
prepararnos un buen desayuno: taza de café o té (el azúcar,
blanquilla o de caña, es opcional), dos de los productos por cuyo
dominio han pugnado históricamente los hombres, símbolos de poder y
moneda de cambio; tostadas a base de pan, tradicionalmente elaborado
con harina de trigo, centeno y semillas, que podemos untar con aceite
de oliva, tomate, mermeladas (mi preferida la de naranja amarga o
arándano) o aguacate. Y mientras disfrutamos de este opíparo
reconstituyente, miramos el reloj y... ¡Sorpresa! ¡Llegamos
tarde!Abrimos de correprisas la puerta de nogal de la entrada y
salimos pitando para el trabajo sobre las cuatro ruedas de caucho
(Hevea brasilensis).
Este
es el ejemplo más cotidiano que se me ocurre para explicarles que la
vida humana depende directamente de más mil especies de plantas e
indirectamente de otras dos mil quinientas, lo que quiere decir que
echamos mano de más derivados vegetales que animales para nuestra
supervivencia, algo que ponen en evidencia los tintes de los tejidos
que nos visten, muchos productos sanitarios, la mayor parte de los
medicamentos (el ácido salicílico, la penicilina, la taxoina o la
digitalina, entre otros) o polímeros utilizados en la industria,
como gelatinas, gomas, resinas y otros exudados (acuérdense del
chicle y los helados industriales..., sí ,sí, oyen bien).
No
obstante, también podemos dejar a un lado el lado material de las
cosas y decantarnos por algo más poético y espiritual. Las plantas
dentro de la cultura religiosa (el Árbol del Bien y del Mal
cristiano, el Yggdrasil nórdico o el loto ayurvédico son buenos
ejemplos), su simbología (olivos, palmas, incienso...), su belleza
extrema (No dejen de visitar la Selva de Irati este otoño y sabrán
a lo que me refiero) o como protagonistas de las historias más
hermosas, de entre las que les traigo Mi gran árbol un
álbum ilustrado de Jacques Goldstyn y editado en castellano por
Tramuntana que además de plantas y hojas caídas (aunque no sean por los rigores de la lluvia o el frío), nos habla de mucho más...
No hay comentarios:
Publicar un comentario