lunes, 7 de noviembre de 2016

El juego en los libros-álbum


Debido a la proliferación de "libro-juegos" (llamémosles así aunque resulte reduccionista) dentro del mundo del álbum español (N.B.: Uno que nunca ha sido demasiado prolífico en este tipo de productos, algo que me llama bastante la atención... ¿Será que somos muy lineales o muy trágicos? Una de dos. Lo cierto es que para jugar hay que inventar, y se ve que no somos muy dados a ello), llevo cierto tiempo preguntándome sobre el papel que desempeña el juego en los libros para niños.
En el caso del libro-álbum debemos denotar que, al ser un género donde la construcción discursiva se realiza en base a diferentes tipos de contenidos entre los que tradicionalmente destacan la palabra y la imagen, podemos distinguir tres tipos de juego (básico): el juego literario y/o de palabras (pueden ser diferentes, pero no me voy a meter en camisas de once varas), el juego gráfico (en el que también podemos definir varias tipologías) o un juego gráfico-literario que combine ambos planos discursivos (ídem que los anteriores). Además hay que tener en cuenta que estos juegos se pueden realizar independientemente de la naturaleza del álbum objeto de estudio y en base a las relaciones técnicas del propio libro y de sus propiedades emergentes.
Visto desde una perspectiva utilitaria, el juego constituye un plus en todo producto dirigido al público infantil... ¿o no? Debido a la instauración del constructivismo en las últimas corrientes pedagógicas, esas que impregnan multitud de parcelas entre las que podríamos destacar la didáctica de la literatura, más concretamente la parcela dedicada a la literatura infantil, se supone que todo aquel aprendizaje que se realice a través del juego, se instala de una forma menos consciente en el intelecto aunque quede recogido de igual manera en la memoria. Vamos, que la persona aprenda sin darse cuenta, lo ideal para muchos.


Según mi experiencia, la teoría se encuentra de bruces con otra realidad cuando lo intentamos poner en práctica. El juego es evanescente cuando no existe un conocimiento previo sobre los saberes que deseemos inculcar, algo que cambia cuando éste se construye sobre un cierto cimiento, sobre el poso ulterior que el aprendizaje deposita, porque éste crece de una forma caótica, un aprendizaje sin planos ni directrices. Ahí es cuando el juego puede servir al intelecto en un camino abierto y plural. El juego es básicamente exploratorio, nos ofrece multitud de facetas sobre las que damos forma al propio discurso a través de la creatividad, la fantasía y, sobre todo, el divertimento.
Por otro lado y haciendo referencia al juego con valor didáctico, podemos decir que el abuso de éste dentro de contextos artísticos como puede ser el álbum, choca frontalmente con la concepción de la literatura infantil o los artefactos culturales como Arte (no todos los álbumes son literarios), que descansa sobre el discurso poético que contengan y no sobre su valía como vehículos pedagógicos, algo que siguen poniendo en tela de juicio numerosos sectores teóricos.


Todo esto no indica que el objeto libro, que la obra literaria o gráfica, tengan que desprenderse del juego. Nunca. El verbo jugar nos lleva de la mano hacia el humor, es otra de las formas que nos conduce a la carcajada, que lleva implícita la risa, una que tiene mucho de válido en cualquier manifestación artística, a la que por un lado humaniza y por otro añade valor. Eso sí, un libro cimentado exclusivamente sobre el juego nunca constituirá ni puede pretender ser una obra literaria por sí sola, sobre todo porque sería deshonesto con su propia intencionalidad.
De todo esto, y si sirve de conclusión, podemos entresacar que focalizar el interés sobre el juego en ciertos productos culturales puede ser una buena baza cuando queremos ensalzar la figura del libro, más si cabe cuando estos libros están dirigidos a la niñez, una que necesita de acicates para articular sus aficiones desde una sensibilidad especial que no siempre pervive a lo largo de los años.
Y sin más juegos ni preámbulos, les dejo con La gota moja a la gata maja, una creación de Olga Capdevila a la que ha dado forma de libro la editorial A buen paso. Defínanlo ustedes como les plazca, un juego hecho libro, quizá un libro lleno de juegos, o simplemente un montón de acertijos ilustrados, el caso es que me encanta el concepto de retorcer vocales hasta resolver el misterio. Eso sí, hace reír tanto a primeros lectores, como a los que pintamos canas, que también merecemos un poco de divertimento.

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