Hace
tiempo que decidí no regalar libros a niños descuidados. Me pone
negro contemplar como rasgan las páginas, las llenan de garabatos,
como los muerden o como los convierten en barajas de naipes. ¡Y no
digamos na', si libros pop-up...! A este paso todos los libros se
convertirán en boardbooks (y como me imagine la versión íntegra de
Guerra y paz hecha a base de
cartón, me echo a llorar).
También
véase la realidad sobre el “gen del maltrato congénito hacia los
libros”, una patología que afecta a uno de cada tres hermanos.
Cuando un niño lo manifiesta, no puede parar de darle mala vida a
todos los libros, bien sean de lectura, bien de texto, e incluso a
los propios cuadernos. Mientras sus hermanos los miman y respetan con
suma alegría, él o ella no pueden parar de joderles la marrana. No
se extrañen, es algo que puede ocurrir hasta en las mejores
familias, lo importante es echarle el freno cuanto antes. Todavía no
se ha determinado si es un gen recesivo o qué, pero estén alerta
porque siempre puede llegar a ser dominante.
Creo
que lo que más me enerva de este asunto es el modus operandi de los
padres. Que no intenten enseñar ciertas normas de urbanidad y decoro a
su prole para con estos amigos de papel, es imperdonable. Pero,
¿quién nos dice que alguien haya inculcado esos valores en los
progenitores? Y ahora es cuando yo empiezo a imaginar... ¿Acaso no
serían bonitas las “Escuelas para mimar a los libros”? ¿Que
para acceder a bibliotecas y librerías fuese imprescindible
matricularse en ellas? No hablo de un máster, no, con un simple
curso de iniciación para pequeños y grandes tendríamos bastante.
Un curso donde acariciásemos las tapas, buscáramos los aromas que
esconden, inventáramos las historias que nos evoca el título o
intentáramos diferentes cadencias a la hora de pasar las páginas.
Tampoco habría que olvidarse del orden y la limpieza, unos que
siempre deben estar presentes en cualquier estantería a pesar de
que muchos piensen en el toque romántico que les infieren polvo y
ácaros. Alejarlos de humedades, de hongos devoradores de celulosa y
de otros peligros, se hace una tarea necesaria para mantenerlos vivos
y lozanos.
Y
así, hablando de comportamientos afables, he llegado a Mi
amigo Libro, un álbum ilustrado escrito por Kirsten Hall,
ilustrado por Dasha Tolstikova y publicado este otoño por Blackie
Books, que se erige como una guía de buenos hábitos para niños que
tratan a patadas los álbumes. Además de contener cuestiones
técnicas narrativas o sobre ilustración nada desdeñables (su
camisa y tapas peritextuales o el discurso metaliterario que ofrece), les vocifero:
¡Padres, maestros y bibliotecarios! ¡Sopesen la idea de animar a
costumizar los libros! Y de paso, hacer que los niños los consideren una extensión de su existencia.
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