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jueves, 10 de noviembre de 2022

Hogar, dulce hogar


A lo largo de mi vida habré realizado unas ocho mudanzas, lo que quiere decir que he habitado diferentes casas y he vivido en diferentes lugares. No sé si por suerte o por desgracia.
Por un lado eso de volver a empezar, además de vertiginoso siempre es excitante. Buscar rincones favoritos, vecinos con los que departir, una frutería con buen género o un bar donde se te reciba con los brazos abiertos tiene mucho encanto. Por otro, acabas hasta las narices de bregar con montones de trastos y cajas llenas de enseres, de ir de un lado a otro, del otro al uno, de perder cosas útiles y empaquetar el doble de inútiles.


Todo para convertir un lugar, la mayor parte de las veces, desangelado, en otro donde sentirte a gusto. Unas veces se consigue y otras es meramente imposible. La ausencia de luz, la humedad, la falta o el exceso de espacio pueden convertir en pesadilla cualquier vivienda. Además que eso se nota. Nosotros y los demás.
Hay casas en las que entras y te quieres quedar a vivir y otras que solo con llamar al timbre, estás deseando salir pitando. Puede deberse a la decoración, a meras sensaciones como el olor a pan recién horneado, a que sus habitantes sean personas acogedoras y permisivas, que te sirvan un vermú o te ofrezcan una manta. Pequeños detalles que las transforman y realzan.


Y hablando de casas, Poebhe Wahl nos obsequia con La casa azul gracias a la editorial Litera. En este álbum, Leo vive con su padre en una pequeña casa azul de madera. Se lo pasan divinamente jugando en el jardín, calentando la cocina mientras hornean un bizcocho o cantando y bailando para descargarse de malas vibraciones. Un día su padre recibe una llamada del casero diciéndole que tienen que recoger todas sus cosas porque ha vendido la casa y van a derribarla.


Con su inconfundible estilo neohippie en el que los colores brillantes y el collage son el santo y seña, Phoebe Wahl nos cuenta una historia que forma parte de todos nosotros, la del hogar, un espacio habitado por nuestro quehacer diario, nuestro tiempo con los demás, nuestros recuerdos y emociones. Esa es la razón por la que nos cuesta tanto abandonar los sitios en los que fuimos felices y también desdichados, en los que aprendimos a andar y en los que hicimos el amor por primera vez.


Lleno de matices narrativos (¿Por qué no hay madre en esta historia? ¿Acaso es necesaria para hablar de familia?) y detalles por descubrir (me perdería en esa colcha de patchwork, en la habitación de Leo y entre los discos de su padre), este libro, además de un alegato luminoso y entrañable contra la gentrificación (fíjense en las guardas), es una colección de esos momentos mínimos que hacen de cada día un regalo.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Moscas (in)necesarias



En Tobarra las moscas no se mueren ni a tiros. Ni el otoño ni el invierno ni la primavera y ni qué decir tiene el verano, puede con ellas. Es la Marina d’Or de las moscas. Su paraíso.
Ya sabemos que estos insectos son pesaditos, más cuando se te ponen a rondar con su vuelo caótico, uno que les ha dado denominación –“cojoneras”-, pero que nos hace ningún favor cuando queremos poner cierto orden en mitad de una clase. Imagínense la situación: veinticinco alumnos con ganas de gresca, una mosca dando la vara y el aparato respiratorio a la palestra. Pues que entre aspaviento y aspaviento, los estudiantes se ponen de charleta y ni fosas nasales ni alvéolos pulmonares ni pleuras.


No sé qué compañera, muy animalista ella, se puso a colgar carteles. “Nenes, que las moscas, son divinas, No las matéis. Y menos joderlas” Cada vez que leía semejantes palabras, me daban ganas de matarla a ella. ¡Ni que las moscas fueran especies amenazadas! Les comento que sólo en España hay 50.000 especies de moscas. Así que, de escasas, ¡NA-DA! La lástima es que a ella, por tonta, no le cagara la moscarda…
Que las moscas son beneficiosas no lo voy a negar. Son animales descomponedores y polinizadores. Las moscas también controlan las plagas y son muy necesarias en los laboratorios (recuerden a Mendel y sus leyes). Pero sobre todo, sirven como alimento.


Y para que vean que las tengo en consideración, aunque de vez en cuando las ponga en su sitio por cansinetas, hoy les remito a uno de los últimos libros de la editorial Litera, De una pequeña mosca azul, un álbum maravilloso de Mathias Friman.
Antes de empezar con el despiece (lo que me gusta una matanza…), les confesaré que este libro bien podría haber estado en la selección de libros informativos que está por llegar, pero como me ha gustado tanto, le he concedido un lugar privilegiado.
A pesar del tamaño (es pequeñito), este libro con formato apaisado tiene mucha miga, sobre todo en lo que se refiere a las cadenas y redes tróficas (aunque suene reduccionista, ya saben: al bicho pequeño se lo come el grande), un concepto de la biología que el autor resuelve estupendamente con el uso de un color, el azul, que en este caso simboliza la llama de la vida que va saltando (y prendiendo) de animal a animal e iluminando un ecosistema circular donde prima el color gris del grafito.  


Acompañan estas imágenes un texto rimado con estructura de retahíla que, de una forma repetitiva y divertida, estimulan el aspecto verbal y refuerzan la idea de partida mientras el lector juega con las palabras e incluso las memoriza, algo que no hubiera sido posible sin una excelente labor de traducción (ya saben que siempre pongo pegas, pero en este caso, ninguna).  
Si a todo lo anterior añadimos que hay una serie de guiños ficcionales (Fíjense en los carteles del bosque que se dirigen al lobo o en quién pone fin) y escatológicos (estas cosas gustan mucho a los niños), podemos hablar de un álbum redondo que ensalza el lenguaje, despierta los sentidos, nos acerca al entorno y sobre todo, alimenta la imaginación.



viernes, 29 de septiembre de 2017

Termina septiembre


Termina septiembre, 
lo vamos dejando...

Y en las tardes amarillas 
me acuerdo callado 
del mar de otro tiempo, 
del verano lejano. 

Mecían las olas tu risa, 
tan tranquilas nos arrullaban, 
que en ese vaivén flotante, 
terminé dormido entre peces.

Termina septiembre, 
lo vamos llorando...

*     *     *

Tantos peces en el mar
como niños que se pierden
buscando playas mejores
en barcos que no sostienen.

Tantos niños en el mar
pececillos que se pierden
niña barco flotará
trayéndolos sonrientes.

Tantos miedos en el mar
tantos niñitos y peces
con la niña volverán
en su barquito de nueces.

Mar Benegas
La niña barco.
En: Las niñas o cómo suceden las cosas.
Ilustraciones de Rocío Araya.
2017. Valencia: Litera Libros.


lunes, 6 de marzo de 2017

Aprendiendo de los alumnos


No les miento si les digo que mi grupo de 3º B, a pesar de ser más gandules que el suelo, me tienen loco de contento. Aunque montan el circo con más asiduidad de la que me gustaría (¡Todo el día enredando!), lo cierto es que me suelen prestar atención cuando les explico más en profundidad o les cuento algún ejemplo sobre lo que estamos estudiando. Vamos, que están vivos y eso se agradece.


Miren. Les cuento... Adrián se lo pasa en grande (todo el día con la sonrisa en la boca). La Sara, tan madura ella, sigue deslenguada. Joaquín y José Manuel (el grande) entretenidos con cualquier cosa mientras José Manuel (el chico), en la distancia, también se une a la fiesta (menos en su cuaderno, está en otro sitio). Andrés más feliz que una perdiz, con sus canciones, sus disquisiciones y sus cosas variopintas. Ladrón de Guevara (un apellido con empaque, mire usté) intenta ponerse serio pero no puede. Maricarmen y la Minerva siguen de mesa camilla ¡Qué par de cacatuas!... ¡Viva! ¡Darlin y sus garabatos se han despertado! ¿Algún día Javi y Marisol me contarán que ocurre en ese planeta que habitan? “¡Nacho! ¡El gorro fuera!” Virginia y sus manías higiénicas me dejan con la boca abierta, y Cecilia y Lidia siguen el hilo muy calladitas, ni pío dicen con tal de no pecar (¡Menos mal que alguien estudia en esta parva!). Alberto y los Jesuses, bastante tranquilos, sueltan alguna perla de vez en cuando. Claudia resignada y Juanfran sentando cátedra. Hasta Donate, ha dejado sus temores a un lado, ¡y se va a arrancar por bulerías con esto de la lectura en voz alta!... Esperemos que algún día les dé por estudiar...


Con tanto jaleo me acabo de acordar de Pájaros en la cabeza un álbum de Rocío Araya. Este libro con dos vidas, una, la que nació desde la autoedición y el crowdfunding, y la segunda, la que le dio hace poco la editorial Litera a modo de resurrección, no tiene desperdicio. Con la serie de cambios acometidos por la propia autora, una artista con un estilo muy libre que descansa en el collage, el trazo fresco y el contraste entre el blanco degradado y las manchas de color, más todavía.


Pájaros en la cabeza es uno de esos libros que todo maestro debería leer (tomen nota para los futuros regalos y peloteos varios), no sólo para hacer un poco de autocrítica, sino porque en él, desde la modestia, se recoge la quintaesencia de cualquier libro para niños de calidad. Por un lado nos habla de lo subversivo, de ese espacio en el que el niño se siente libre y se enfrenta al orden establecido por el mundo adulto, poniendo en duda sus preceptos. Por otro, se relaciona con un lugar próximo al pequeño lector, la escuela. El colegio es uno de esos sitios donde puede pasar de todo, donde los niños invierten su tiempo, aprendiendo, jugando, interaccionando con otros iguales. Es el mejor rincón para desarrollar la acción. En último lugar cabe apuntar que, en esta historia, la protagonista lleva a gala eso de imaginar, de buscar lo poético en lo cotidiano, de hurgar en la fantasía para encontrar las respuestas a lo que le rodea, de soñar, soñar mucho.


En fin, que yo no sé si estos pupilos míos aprenderán algo de biología, pero al menos y como ocurre al final de este libro-álbum, nos entendemos y aprendemos los unos de los otros, que al fin y al cabo es de lo que trata la vida.


viernes, 28 de noviembre de 2014

¡Sonríe!


De unos años a esta parte la risoterapia se ha convertido en una de las asignaturas indispensables en todas las asociaciones de jubilados, centros juveniles y casas de la cultura de barrios y pedanías, colegios y escuelas de toda índole, para hacer frente, no solo a la apatía y tristeza instalada en una sociedad pobre y desahuciada, sino para mejorar la salud física y mental de abuelos, nietos, suegras, amigos y vecinos.
¡Oh, la risa! ¡Bendita contracción del diafragma! ¡Saludable curvatura de los labios! ¡Y sonoro gorjeo de las cuerdas vocales! ¿Qué sería de nosotros sin la risa y sin la gente risueña?

"Pies pecigüelos
que se ría el abuelo,
piernas piernucas
que se ría la hermanuca,
manos manete,
que se ría tu papete,
brazos brazá,
que se ría tu mamá,
frente frentuela,
que se ría la abuela,
panzuela y panzón,
¡ahora me río yo!"

Darabuc (Gonzalo García Rodríguez)
"Caricia de la panzuela".
En: "44 poemas para leer con niños".
Selección de Mar Benegas.
2014. Albuixech (Valencia): Editorial Lit-era.