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miércoles, 19 de enero de 2022

De alfabetos y volcanes


Me encanta que los volcanes hayan pasado a ser un tema de actualidad. Si hace unos meses eran los perfectos desconocidos hoy en día no paran de informarnos de este o aquel volcán. En las islas Hawaii, Nueva Zelanda, en Tonga o en Islandia. Arco islas muy conocidas o que se formaron debido a una surgencia de magma en un punto aislado. Lava y más lava, fumarolas, explosiones volcánicas, cenizas y lapilli. Todo el mundo parece ser experto en estas lides.
Los vulcanólogos están de moda. Y yo que me alegro, porque no hay profesión más invisible (y a la vez importante) que la de geólogo, esos estudiosos de los fenómenos y la composición de la parte sólida de nuestro planeta, la geosfera. Ustedes pensarán que eso de las rocas debe ser muy aburrido, pero lo cierto es que si nadie supiera cómo se forman o qué características tienen no podríamos construir edificios, ni carreteras, ni tender puentes, ni obtener recursos minerales, ni cultivar muchos alimentos.


Entiendo que a excepción de terremotos y volcanes, no es una ciencia llamativa, sino más bien tranquila y desconocida, tanto, que muy pocos se atreven a adentrarse en ella. Seguro que ustedes conocen muchos médicos, enfermeros, industriales, peluqueros, dependientes, economistas, conductores o abogados, pero geólogos e ingenieros geólogos, ninguno.
Supongo que estudiar una piedra no es nada sugerente. Visto así –“piedras”-, dice muy poco, pero cuando empezamos a entender que en las rocas está escrito el pasado de nuestro planeta y su origen, la razón de que las montañas sigan creciendo, la explicación de por qué el Atlántico se hace cada vez más ancho, o que es más fácil encontrar petróleo en areniscas que en granito.


Por eso me alegra tanto escuchar que la palabra volcán da título al libro de hoy. Y no es que Volcancito nevado, otro libro del tándem Jorge Luján y Mandana Sadat (editorial Kókinos), sea un tratado sobre fumarolas, lavas pahoe-hoe, coladas, gases sulfurosos y fajanas, pero me gusta la sola idea de que una erupción volcánica sea la idea generatriz para un abecedario hermoso donde lo fantástico cobra sentido gracias a lo poético.
Poesía que reside tanto en el texto, como en las ilustraciones. Palabras e imágenes nos susurran muchas cosas. Un juego de referencias visuales con el que acompañar a las letras de un abecedario que no cumple demasiadas reglas temáticas, pero se sostiene por sí solo. Algunas tienen que ver con el personaje (la E escalón o la G de gato) y otras con la forma que adopta la imagen que la acompaña (un volcán para la A, un lobo para la M y un antílope para la V).


Me maravilla la capacidad que han tenido sus autores para dar vida a estas veintisiete historias (las de la N, la Ñ y la S me tienen enamorado) que a pesar de reducirse a la mínima expresión, pueden sobrepasar los límites de la página para hablarnos de otras todavía más extraordinarias.
El poeta argentino y la ilustradora franco-iraní dan vida a este alfabeto con frases breves, formas quiméricas, juegos de percepción y adivinanzas, montones de animales, técnicas que recuerdan a la estampación y el collage, y composiciones sencillas pero llenas de color y movimiento.
Háganme caso y piérdanse entre sus páginas, acompañen a quienes lo lean y busquen su propio alfabeto.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Un alfabeto hermoso y una pregunta para darle al coco


Aparte de agendas escolares y todo tipo de material de oficina (creo que las papelerías son uno de esos vicios que comparten muchos docentes), los maestros empiezan a aprovisionarse de todo tipo de recursos para desarrollar en las programaciones didácticas del curso que empieza.
Fichas descargables, fotocopias, ideas antiguas con una vuelta de tuerca… Cualquier cosa es susceptible para desarrollar un contenido, un procedimiento o una actitud (o como los quiera llamar la ley de turno), algo que siempre se agradece teniendo en cuenta que detrás de cada propuesta siempre hay cierto trabajo que, por mínimo que sea, merece un respeto.


Cuando llega esta época y sobre este tema, siempre me asalta la misma pregunta: ¿Y dónde queda el libro literario como recurso educativo? 
A veces me respondo que donde tiene que estar, en las estanterías, que para eso las compró la administración de turno. 
Otras me digo “Román, que un libro es una cosa muy seria para transformarla en un recurso”. 
Las menos me acuerdo de los buenos maestros que conozco y, haciendo alarde de optimismo, siento que el libro está ahí, que habla cuando le toca por las voces de unos y otros, e incluso hay quien se lo lleva a su casa para leérselo a los que ya no van a la escuela.
Disfrutón, didáctico, silencioso… Lo importante es que el libro infantil esté y no pase a ser invisible, que muchas veces es lo que sucede en ese maremágnum pedagógico en el que se ha convertido la escuela.



Para que vayan tomando nota de títulos más que interesantes, no solo como recurso, sino como divertimento (que ya saben que es lo que más me gusta de un buen libro), les dejo Un árbol crece y nadie le pregunta por qué, un álbum de Eugénio Roda y Cecilia Afonso Esteves que publicó hace meses la editorial Yekibud.
Y es que este álbum nos acerca al universo de los abecedarios desde un prisma muy especial en el que grafismo y lirismo se dan la mano para despertar nuestro lado más juguetón y reflexivo, más obvio y poético.


Partiendo del llamado alfabeto del ser, los autores de esta delicada y potente creación nos proponen un buen puñado de definiciones que, acompañadas de otros tantos aforismos, nos sumergen en una cotidianidad repleta de belleza. 
Palabras como “memoria” “quién” o “indecisión” se van sucediendo en una suerte de juego interactivo en el que el libro propone y el lector dispone. 
Mención aparte para unas ilustraciones bien pensadas y ejecutadas donde el color azul y las aves son una constante que invitan a la calma, pero también al vuelo, sobre todo imaginativo.
Y así se aprende pero también se desaprende, porque no todo en la vida se mira desde el mismo ángulo, ni mucho menos con los mismos ojos.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

De puertas de colegio y vínculos hermosos



De camino a casa, suelo encontrarme con aquellos que recogen a los niños de la escuela. Unos van charlando animadamente sobre el menú del día (cada vez que se me ocurre poner la oreja me escandalizo de la dieta infantil actual), otros se ponen a gruñir (¡Venga nene! ¡Que tengo prisa!), los menos van charlando con sus hijos sobre los acontecimientos de la mañana, pero siempre queda alguno que regala una pequeña parada en el parque a sus hijos (y yo me conformo con sonreír).


Me acuerdo de cuando mi madre acudía a la puerta de la escuela. Ella, como el resto, iba andando. Nada de coches por las inmediaciones, menos todavía si tenemos en cuenta que la calle donde estaba ubicado el centro parecía un bodoque y el estacionamiento era impensable. Todas se agolpaban bajo las columnas del soportal a modo de muro de contención. Salíamos disparados, resonaba el griterío, una marabunta de mochilas y alguna que otra pelea. Así era la salida del colegio.
Desde entonces las cosas han cambiado bastante... Antes era raro ver abuelos y marmotas pululando por los colegios y ahora abundan cada vez más las niñeras y personas mayores (es lo que tiene lo laboral, amigos). Lo de los coches es un despropósito (no sé si es que los adultos nacen con las piernas amputadas o es que nadie lleva a sus hijos al colegio más cercano). Pero lo que más me gusta es ver como acuden cada vez más hombres a las puertas escolares, un signo de que la crianza se comparte cada vez más.


Así llegamos a El primer diccionario de Nara, un álbum de David Pintor, editado por la joven editorial alicantina Degomagon, al mismo tiempo que cumple la función de diccionario-imagiario, es un tributo a la relación entre un padre y su hija, pues no sólo ayuda a los niños en sus primeros pasos con el lenguaje, sino que nos cuenta la historia del autor y Nara, de cómo han ido caminando juntos a lo largo del tiempo, de cómo comparten su día a día y de cómo se comunican y entienden, algo que, en sí mismo, es cautivador.


Seguramente muchos de ustedes se hagan la misma pregunta que yo “¿Por qué no ha sido editado enteramente en cartón?” Y yo respondo, primero porque sus tropecientas páginas hubieran sido inmanejables en un libro de esas características y segundo porque el Sr. Pintor también quería que este libro fuera extrapolable a los adultos, unos que, con hijos o sin ellos, fueran partícipes de ese vínculo hermoso entre progenitores y vástagos, de la humanidad que desprende la familia.


jueves, 7 de febrero de 2019

Joyas de LIJ que quitan el sentío



En breve conoceremos el desenlace del Brexit, uno de esos procesos indeseables que laceran la vieja Europa. Muchos nos veremos abocados a no visitar el país vecino con tanta asiduidad como nos gustaría. Es una pena, pues los monstruos solemos encontrar verdaderas joyas en las librerías de segunda mano que abren sus puertas por todo el país. Libros que nunca han visto la luz en nuestra lengua, ni creo que la vean, pues por sus características son poco asimilables por nuestra realidad editorial, una en la que priman aquellos productos en lengua castellana (algo bastante lógico, por otra parte). Es por ello que me creo en deber de obviar de vez en cuando el mercado de novedades nacional y posar mis ojos sobre libros maravillosos y desconocidos como el de hoy.


La primera vez que me topé con Anno’s Alphabet fue en una tienda de caridad (traducción literal de “charity shop”) de Covent Garden, una zona londinense con mucho poderío. El volumen estaba en perfecto estado (excepto una "camisa" ligeramente ajada y unas marcas a lápiz del antiguo propietario, estaba muy bien cuidado) y el precio era irrisorio, así que lo compré sin dudarlo pues necesitaba leer con detenimiento este libro del año 1975.
En primer lugar toca hablar de Mitsumasa Anno, uno de los más afamados creadores de álbumes ilustrados cuyos libros no suelen dejar indiferentes. Aunque muchos de ustedes no lo conozcan (sobre todo porque la mayor parte de sus obras traducidas al castellano no se encuentran disponibles a consecuencia de la descatalogación), este nonagenario nacido en Tsuwano (prefectura de Shimano, Japón) en 1926 (sí, todavía está vivito y coleando), recibió el premio Andersen en 1984 por el conjunto de su obra, una que busca el deleite visual, el desarrollo de la imaginación, la búsqueda del discurso y la alfabetización artística desde diferentes prismas.


Muy conocido en nuestro país por obras estupendas como El viaje de Anno, El misterioso jarrón multiplicador, Trucos con sombreros o Las semillas mágicas, el libro en el que hoy me detengo es uno de los más especiales y, por qué no, también inquietante de este nipón. Anno’s Alphabet (sería más adecuado decir Anno’s Alphabet An Adventure in Imagination, que además de ser el título completo, resume a la perfección la intencionalidad de un libro muy pensado) tiene estructura de libro-abecedario, concretamente de lengua inglesa (N.B.: En muchas ocasiones se le ha preguntado al autor sobre esta decisión a lo que él ha respondido que es un libro que nació con la intencionalidad de abrirse a un mundo más plural) formado por una sucesión de dobles páginas que presentan cada letra del alfabeto en la página izquierda y una ilustración referida a dicha letra en la de la derecha. Hasta ahí, todo sigue el arquetipo habitual. Lo sorprendente viene cuando nos internamos en los detalles que subyacen.


Todo comienza con una sucesión de imágenes que narran una historia. Primero un árbol, después un hacha que lo tala, el banco del carpintero, la talla de la madera, y un libro con la inscripción “ABC” en su tapa. Esa es la portadilla. Empezamos bien, pues año modifica la estructura habitual del libro y le confiere a esta parte un aspecto narrativo, peritextual, con carácter de prólogo.




Se abre camino la sucesión de letras. Todas ellas labradas en madera, con formas imposibles, perspectivas retorcidas, mecanismos que las aproximan al mundo de los álbumes de conocimientos, y cicatrices que anuncian nuevas historias en la mente del pequeño lector. Un mundo un tanto surrealista que recuerda al trabajo de genios como Escher y que dan buena cuenta de la magia que puede rodear a un abecedario tan sinuoso como este. 


En las ilustraciones de las páginas derechas encontramos las imágenes de referencia a estas letras. Bomberos, relojes, arlequines, cebras, paraguas e incluso guiños metaliterarios (vean el mapa de La isla del tesoro) se abren camino en las páginas de un libro con una selección de objetos, situaciones, animales y personales poco habituales para un libro (se supone) dedicado a los prelectores, algo que por otro lado me encanta pues da buena cuenta de la preocupación por un enriquecimiento del léxico y no de un libro con intenciones didácticas. En ellas, Anno les confiere vida con muy variadas técnicas que van desde la clásica figurativa, hasta el surrealismo manifiesto, sin olvidar el guiño al material de partida: la madera.





Mención aparte merecen las orlas que rodean a los motivos ilustrados. Unas filigranas a tinta de estilo clásico donde abundan vegetales y figuras cuyo nombre también empieza por la letra que se trata en cada doble página, una sorpresa añadida que enriquece este mundo onírico creado por Mitsumasa Anno.


Para más inri y por si el lector (novel o experimentado) se pierde entre tanta referencia y búsqueda incansable (les confieso que yo sigo encontrando detalles en El viaje de Anno después de un montón de años), el libro contiene un apéndice final donde se incluyen todas (¡Gran idea!), así como una pequeña biografía del autor.
Y con esto y un bizcocho… ¡Ups! ¡Un momento! Falta la sorpresa final… Deben retirar la camisa, ese papel que protege al libro y donde aparecen el título y los interrogantes de inicio y fin, y descubrir con sus propios ojos el libro que han estado leyendo.


Una pena que el libro, candidato para la Medalla Kate Greenaway en 1974, fuera descalificado por una falta de forma. Los jueces del premio británico se dieron cuenta de que el autor era japonés y que el libro se había publicado originalmente en Japón (a pesar de estar en inglés) y no en Gran Bretaña. A pesar de ello, los jueces quedaron tan impresionados con el trabajo, que recibió una mención especial del certamen.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Un par de abecés



Como esta semana he decidido dedicarla a los álbumes para los más pequeños (pre-lectores y/o primeros lectores), se hace necesario prestarle atención a las letras, porque sin letras no hay palabras.
Muchos de ustedes, más todavía si se dedican a la docencia en las etapas de infantil y primaria, sabrán que hay montones de métodos para iniciarse en la lecto-escritura. Que si el fonético, que si el silábico, que si las palabras generadoras o los métodos globales, pero lo cierto es que todos beben de todos, y probablemente muchos de ustedes utilicen simultáneamente metodologías distintas entre las que destaca el método alfabético,  basado en conocer las letras del abecedario.


Fichas para colorear letras, para darles forma con papel de seda, materiales reciclados o plastilina. Un año tras otro. Pictogramas, tarjetas de asociación, juegos de pared, retahílas y canciones, aplicaciones para tablet o móviles… Una tarea muy necesaria para acercarse a la palabra, para conocer el lenguaje leído y escrito en diferentes edades (no hace falta que les hable de la normativa ni de las tendencias educativas imperantes y sus diferencias).
Yo les confieso que me encantan los abecedarios. He hecho mis propios alfabetos, para jugar con mis alumnos, como curiosidades descabelladas, para aprender, e incluso para que sean publicados (algo que supongo nunca sucederá… ¡Ea, es lo que hay!). También los he incluido en este lugar de monstruos -AQUÍ pueden encontrar unos cuantos-, a los que hay que sumar dos de los abecedarios que más me han gustado durante los últimos meses.


En primer lugar tenemos que hablar de Abecedario hecho con letras, un capricho de Carlos Rubio editado por Litera-Libros. En este alfabeto muy ortodoxo (o nada, si se mira desde la perspectiva de la LIJ clásica, ya que carece de ilustraciones), encontramos mayúsculas y minúsculas de diferentes morfologías (algo de lo que se encargan las disciplinas tipográficas) que tiene mucho intríngulis. En este viaje sin edad (¿acaso los abecedarios no tienen cierto aire atemporal?) por las 27 letras que constituyen el alfabeto, encontramos letras marginadas, otras acostadas, e incluso algunas practicando el coito (cada uno que haga lo que crea conveniente: censurar o explicar). El caso es que me ha gustado el concepto y lo veo un excelente regalo para aquellos que se pirren por el diseño sobre papel.



Por otro lado tenemos a Imapla y su Abecedario escondido (editorial Juventud y cuya portada aparece al principio del post), un libro que además de diseño tiene mucho juego. Para mí es un álbum infantil delicioso con muchísimo potencial, no sólo por su mismo contenido, sino porque ese contenido se puede extrapolar a otros contextos y ser fuente generatriz de muchas actividades que tomen como excusa las letras. Y es que el aspecto lúdico del mismo, ese juego de búsqueda que se establece entre letras y objetos representados/ citados en el texto, es un buen ejemplo de gamificación en el objeto libro. Un objeto que hay girar, voltear, mirar desde diferentes ángulos las ilustraciones que nos presenta Inma Pla para localizar este abecedario colorista y de líneas sencillas.



Ir a la luna en la A, ver como llueve desde la B, o adornar con una flor la E. Son pequeños textos que presentan escenas a doble página y con gran fuerza visual donde el contraste de colores y la composición tienen mucho que decir. Sin duda, mi favorito de este año. 


¿Y ustedes? ¿Qué opinan de ellos?

lunes, 30 de enero de 2017

Abecedarios necesarios


Cuando digo que el sábado estuvimos celebrando el cumpleaños del Pit, lo hago en sentido literal: mañana, tarde y noche. Un maratón a comer y beber (juerga que no disfrutas, juerga que no recuperas) en condiciones climáticas adversas (el viento nos cortaba el tegumento, pero nosotros, al lío) y con robo de móvil incorporado (¡Ojo avizor con carteristas y mangantes!).
Como se podrán imaginar, aquello dio para mucho (Lo he de confesar: nos va el jevimetal), y entre sorbo y sorbo, ¿de qué hablarán un funcionario de prisiones, una maestra de infantil y otra que vende tetas postizas? No se lo van a creer... ¡De abecedarios! Lo que oyen, a pesar de nuestras vidas bizarras, nos entretenemos con asuntos más sesudos.


Me sorprendió mucho enterarme de que en la etapa educativa de lo que en mi época llamábamos "pre-escolar", los alumnos no deben saber (por ley, ojo) lo que es eso de leer. Vamos, que algunos, con 5 años, no saben qué reza aquello de "Mi mamá me mima" (nunca mejor dicho). Corrientes pedagógicas y metodologías subversivas aparte, se ve que, al final y como siempre, depende del maestro, ese que puede poner toda la carne en el asador o refugiarse en la norma legislada.
Dice mi madre que yo aprendí a leer muy pronto, así que llegué a la escuela con los deberes hechos. Todo porque, según ella, la maestra de la guardería se emperraba en avanzar (¡Qué palabra tan bonita!), en darnos alas para poder volar. Por eso, cuando entro a un aula de colegio, me encanta ver las paredes llenas de las vocales en tamaño gigante, de sílabas fabricadas con los materiales más dispares y oraciones cortitas de todos los colores.
No obstante, entendiendo que la responsabilidad educativa es compartida entre docentes y padres, y habiéndome dejado en el cajón del olvido algunos abecedarios más que reseñables, los he sacado en este día por si algún padre se anima en esto de las letras, y afianza y aligera el proceso cognitivo de sus hijos... Así que, ¡ahí va este abanico!


El primero es el Abecedario a mano de Isol (2015, Fondo de Cultura Económica). Aunque tiene el formato clásico de álbum-abecedario (letras en mayúsculas y minúsculas en distinta tipografía y acompañadas de una imagen), su contenido es el propio divertimento de la autora que intenta establecer un diálogo con el lector. Se aleja de los clásicos sustantivos para adentrarse en adjetivos, verbos y expresiones con las que el niño puede indentificarse, preguntarse y responderse a sí mismo. Si esto fuera poco, Isol incluye elementos metaliterarios, disyunciones o complementación. Cada letra es una historia que podemos alargar con la imaginación. Divertido, poético y juguetón.




Hoy me siento de Madalena Moniz (2016, Pepa Montano). Es uno de esos libros bonitos que ha pasado muy desapercibido por haberse publicado a finales del año 2016, un periodo con mucha actividad que oculta tras la marabunta y deja en ese limbo lector a preciosas joyas visuales como esta. Madalena Moniz se decanta por la doble página para desarrollar su abecedario de adjetivos. Aunque algunos pueden tacharlo de emocionario (¡Qué moda más horrorosa!) es toda una suerte de imágenes evocadoras que permiten al lector descubrir por sí mismo sus rumores internos, deja a la libre interpretación toda una suerte de escenas de ida y vuelta entre el lector y la obra.



Abecedario. Abrir, bailar, comer y otras palabras importantes de Ruth Kaufman, Raquel Franco y Diego Bianki (2014, Pequeño Editor). Hace un par de años que se editó esta obra galardonada con el Bologna Ragazzi Award. Utiliza la página sencilla para presentar un abecedario construido a base de verbos que, acompañados por imágenes que ilustran cada uno de ellos, incorpora elementos descriptivos que van construyendo al mismo tiempo un álbum informativo bien pensado. De gran colorido y formas un tanto planas, es un libro inmejorable para niños dinámicos.




ABC-BOOK de Xabier Deneux (2016, Combel). Presentado en formato boardbook es un álbum muy bien pensado, no sólo porque incorpora multitud de troqueles que imprimen cierto dinamismo y una lectura “divertida”, sino porque presta atención al diseño gráfico (formas, relieves y colores planos) y propone mucha interacción visual y táctil. Aunque se limita a un tipo de palabra, los sustantivos, no lo hace así con el número y puede llegar a proponer varios por cada letra. Como todos los anteriores, tiene varios niveles lectores, y claro, eso añade valor al objeto libro.




Alfabeto de Sonia Delaunay (2011, Gustavo Gili). Por último quería enmendarme con este abecedario... Para mí es uno de los más hermosos que se han publicado en los últimos años, no sólo porque esta elaborado sobre las canciones y retahílas de nuestra infancia (plus añadido cuando pagamos por algo), sino por esa extraña pero hermosa conjunción entre ilustración de vanguardia (no olvidemos que la autora fue una de las mayores exponentes del simultaneísmo, un estilo basado en el contraste de colores) y la tradición oral. Letras bailarinas en un álbum genial.




Y si no tienen bastante con esta amplia oferta de alfabetos ilustrados, confíen en la imaginación de los enseñantes, esos que siguen bastante este espacio y se inspiran con los libros más variados. Porque guarderías, escuelas infantiles y colegios están llenos de verdaderos artistas que, con creatividad y pasión, abonan un terreno llamado futuro.