lunes, 27 de septiembre de 2021

Un alfabeto hermoso y una pregunta para darle al coco


Aparte de agendas escolares y todo tipo de material de oficina (creo que las papelerías son uno de esos vicios que comparten muchos docentes), los maestros empiezan a aprovisionarse de todo tipo de recursos para desarrollar en las programaciones didácticas del curso que empieza.
Fichas descargables, fotocopias, ideas antiguas con una vuelta de tuerca… Cualquier cosa es susceptible para desarrollar un contenido, un procedimiento o una actitud (o como los quiera llamar la ley de turno), algo que siempre se agradece teniendo en cuenta que detrás de cada propuesta siempre hay cierto trabajo que, por mínimo que sea, merece un respeto.


Cuando llega esta época y sobre este tema, siempre me asalta la misma pregunta: ¿Y dónde queda el libro literario como recurso educativo? 
A veces me respondo que donde tiene que estar, en las estanterías, que para eso las compró la administración de turno. 
Otras me digo “Román, que un libro es una cosa muy seria para transformarla en un recurso”. 
Las menos me acuerdo de los buenos maestros que conozco y, haciendo alarde de optimismo, siento que el libro está ahí, que habla cuando le toca por las voces de unos y otros, e incluso hay quien se lo lleva a su casa para leérselo a los que ya no van a la escuela.
Disfrutón, didáctico, silencioso… Lo importante es que el libro infantil esté y no pase a ser invisible, que muchas veces es lo que sucede en ese maremágnum pedagógico en el que se ha convertido la escuela.



Para que vayan tomando nota de títulos más que interesantes, no solo como recurso, sino como divertimento (que ya saben que es lo que más me gusta de un buen libro), les dejo Un árbol crece y nadie le pregunta por qué, un álbum de Eugénio Roda y Cecilia Afonso Esteves que publicó hace meses la editorial Yekibud.
Y es que este álbum nos acerca al universo de los abecedarios desde un prisma muy especial en el que grafismo y lirismo se dan la mano para despertar nuestro lado más juguetón y reflexivo, más obvio y poético.


Partiendo del llamado alfabeto del ser, los autores de esta delicada y potente creación nos proponen un buen puñado de definiciones que, acompañadas de otros tantos aforismos, nos sumergen en una cotidianidad repleta de belleza. 
Palabras como “memoria” “quién” o “indecisión” se van sucediendo en una suerte de juego interactivo en el que el libro propone y el lector dispone. 
Mención aparte para unas ilustraciones bien pensadas y ejecutadas donde el color azul y las aves son una constante que invitan a la calma, pero también al vuelo, sobre todo imaginativo.
Y así se aprende pero también se desaprende, porque no todo en la vida se mira desde el mismo ángulo, ni mucho menos con los mismos ojos.

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