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miércoles, 30 de septiembre de 2020

De jaulas y confinados


Hace unos años hablaba con mi amigo el Pablo sobre el concepto que en el mundo de la empresa se tiene de la “jaula de oro”, una expresión que se refiera a las condiciones en las que viven los trabajadores de las multinacionales en países con una elevada tasa de violencia para evitar secuestros exprés y otras cuitas donde el tráfico de cualquier cosa lleva la voz cantante. Básicamente consiste en tener encerradas a estas personas en complejos residenciales de alta seguridad en los que disponen de todas las comodidades imaginables (zonas verdes, pistas deportivas, gimnasios e incluso centros comerciales en los que comprar comida, ropa y hasta hacerse las uñas). 


La denominación me vino a la cabeza mientras estábamos confinados. Evidentemente las condiciones eran mucho peores. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos viven en zulos de mala muerte, pisos sin apenas luz solar, sin una maldita terracilla a la que asomarse de vez en cuando, o compartiendo vivienda con tropecientos. Aquellas jaulas no eran tan doradas como la del ruiseñor del cuento y, una vez nos soltaron, la cosa cambió. Pudimos respirar, correr, caminar, ver a los que nos quieren (y a los que no, cosa que también se agradeció) y sobre todo darnos cuenta de que estamos hechos para la libertad. 


Lo peliagudo viene cuando, durante los pasados días, caigo en la cuenta de que muchos siguen encerrados en sus casas ¡6 meses después! Sí, señores, el miedo (o la obsesión, que no todo es estupor y temblores) los tiene anclados a la pata del sillón motu proprio o por el capricho de algún abencerraje llamado “hijo”. Y por si eso fuera poco, amenazan con seguir devorando telebasura unos cuantos meses más. Aunque yo respeto las decisiones de cada uno, me cuestiono la efectividad y las consecuencias de todo esto, sobre todo en el plano psicológico y afectivo, pues la mayor parte de nosotros nos hemos dado cuenta de que somos animales sociales y nuestro mundo no se puede resumir a cuatro paredes. Lo digo una vez más: soy más partidario de abrir la puerta y vivir con precaución a perder la vida en una prisión. 


Y si todavía les queda alguna duda, en este luminoso miércoles (¡Cómo se nota San Miguel y su veranillo!) les traigo un librito muy honesto de Germán Machado, Cecilia Varela y Andana Editorial que habla precisamente de todo esto. La jaula nos cuenta la historia de un chiquillo que quiere una mascota pero su padre le avisa una y otra vez de que los animales no sobreviven a los barrotes. Al final el abuelo llega con un regalo, un hámster. 
Aunque no les voy a contar el final, les aviso que es bastante inspirador y que deja cierto sabor agridulce en el paladar, algo que se agradece en un álbum que bien vale para lectores de cualquier edad. Mención aparte merece la ilustración de portada (mucha belleza en la composición y de gran simbolismo), las guardas peritextuales a modo de prólogo-epílogo y juegos visuales con mucha perspectiva y contraluz. Un libro que llena pero también abre un espacio a la reflexión.



martes, 2 de junio de 2009

Contando cuentos



Recordando esa poesía de León Felipe podría decirse que me sé todos los cuentos, sobre todo esos con los que nos bombardean en todas las campañas electorales, todos los que conoce de memoria este o aquel político y los que también se esconden debajo de la manga los gobernantes. También sé cuentos más desagradables: uno miente y al otro lo encarcelan, otro se calla para que maten al uno y ese que dice que el de más allá no para de inventar para aprovecharse de todos.
Aun así prefiero los cuentos con final feliz. Un parto después de nueve meses de gestación. Una boda tras once años de noviazgo. Una apetecible jubilación tras ocho lustros de trabajo diario… Lo peor (o mejor) de todo es que de vez en cuando tengo que prescindir de algunos cuentos; más que nada para que dejen paso a otros nuevos que vendrán.
Y así, contando cuentos, he llegado hasta las dos “novedades” (entrecomillo porque es un decir… procuro mantenerme al día aunque hay veces que es imposible…) que toca reseñar hoy: El contador de cuentos de Saki y Alba Marina Rivera (flamante Premio Bologna-Ragazzi 2009 y cuidadosamente editado por la editorial Ekaré) y Te regalo un cuento de Jorge Gonzalvo y Cecilia Varela (editorial Lóguez).
El contador de cuentos se podría clasificar entre esas narraciones que a un mismo tiempo compaginan lo clásico con lo subversivo… En un vagón de tren coinciden unos niños que están al cargo de una odiosa ama, con un personaje más agradable y misterioso que decide contarles un cuento algo especial…, una historia amable y sencilla en comunión con unas ilustraciones impecables.
El segundo título también nos habla de las bonanzas de los cuentos. Aunque consiste en una serie de sentencias y enunciados acompañados por imágenes metafórico-descriptivas, me gustaría decir que es una definición de la palabra “cuento” en toda regla.
Y por hoy, he terminado con mi cuento.