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jueves, 6 de febrero de 2025

Extrañamente humano


Con el parón invernal del mercado de novedades, tengo un ligero paréntesis para reseñar joyas que, por cuestiones del guion, todavía no había incluido en mi bitácora personal. Es el caso de Zorro, un álbum maravilloso de Margaret Wild y Ron Brooks (editorial Ekaré) que pide a gritos una lectura pormenorizada.
Si bien es cierto que el tándem de autores nos ha regalado títulos extraordinarios como Nana vieja, el libro ante el que nos encontramos se construye sobre una idiosincrasia muy particular en la que texto e ilustraciones danzan especialmente acompasadas y generan un discurso muy estimulante.


El libro nos cuenta la historia de Perro y Urraca, dos animales que por diversas circunstancias entablan una amistad. Perro ha perdido un ojo y Urraca no puede volar a consecuencia del incendio que chamuscó su ala. Urraca es los ojos de Perro. Perro es las alas de Urraca. Ellos viven conformes y esperanzados en mitad de su bosque calcinado, cuando entra en juego Zorro, un animal solitario que, rebosante de indiferencia y envidia, ve en ellos, casi obsesionado, lo que nunca tendrá. Es por ello que, jugando con las palabras, convence a Urraca para hacerla volar sobre su lomo. Pero como todo en la vida, Urraca deberá pagar el precio de hacer realidad su sueño…


Si bien es cierto que el texto y las ilustraciones se articulan poderosamente y generan significados emergentes muy complejos, podemos hablar de ambos de manera aislada.
Analicemos el texto… La prosa poética de Wild no solo tiene fuerza y sensibilidad, sino que a la vez es sencilla, prescinde de barroquismos y se asoma a la infancia desde una posición igualitaria y equidistante. Honesta y directa, se arroja sobre los lectores sin tapujos, más si cabe cuando nos percatamos de la universalidad de las emociones que se barajan en él. La inocencia, el amor, la envidia, el deseo, la crueldad, la esperanza… Son tantos los temas de los que podemos hablar con su lectura, que no me extraña nada que mediadores como Felipe Munita lo coloquen en una posición privilegiada como texto individual y/o colectivo.


Algunos estudiosos de la semiótica han apuntado que, independientemente de su intencionalidad, este relato contiene elementos y arquetipos (recuerden las funciones de Propp) que, con frecuencia, se pueden encontrar en los cuentos tradicionales. Dos compañeros (Perro y Urraca) unidos por una circunstancia trágica (un incendio devastador), se embarcan en un viaje que se ve interrumpido por un encuentro con un extraño (Zorro) que pone a prueba tres veces (numerología literaria) a uno de ellos (Zorro tienta a Urraca).
Si bien es cierto que recuerda a las fábulas, Wild enriquece esta historia con un final abierto que se desliga de moralejas y enseñanzas enlatadas para ofrecer al lector una vuelta de tuerca en la que reflejarse y encontrar una habitación propia en la que reflexionar.


Sobre las ilustraciones de Brooks podemos decir otras tantas cosas. Empezamos con unas tapas que, totalmente abiertas, dibujan la figura de zorro, un personaje de mirada misteriosa que nos invita a adentrarnos en este libro de tapa blanda (todo un acierto). 
Sobre la técnica utilizada, Brooks se desliga de la plumilla y las aguadas de color que suele usar, para desarrollar unas imágenes más pictóricas donde las texturas del óleo, la pintura acrílica, el rayado, el uso del cepillo, los garabatos y las transparencias llenan todo de gran expresividad. Si a eso unimos el negro, el ocre y el rojo como colores vehiculares, cada doble página es una estampa de esa Australia donde los incendios y el desierto dibujan el paisaje.


Aunque la edición en castellano está muy lograda, debo llamar la atención sobre la tipografía de la edición original, ya que Brooks escribió el texto a mano, concretamente con su mano izquierda (él es diestro) para que se acercase a esa letra infantil temblorosa y de proporciones inestables que a veces resulta difícil de leer. En alguna entrevista ha explicado que tomó esa decisión para que los lectores invirtieran más tiempo en leerlo y se detuviesen así en “la incomodidad, la confusión y el dolor” gracias a un texto lleno de sutilezas (por ejemplo, Wild utiliza el presente en vez del habitual pasado). Del mismo modo, el texto también forma parte de la composición de cada página, pues va cambiando de ubicación y sentido.


Como punto y final a esta reseña debo llamar la atención sobre la humanidad que destilan unos personajes extrañamente poliédricos. Nadie puede decir que las acciones de Zorro estén llenas de crueldad, pues el vacío inexpresivo que llena sus ojos también denota mucho sufrimiento. Tampoco podemos decir que Urraca sea una pobre inocente, pues ha traicionado a Perro para hacer realidad sus deseos. A pesar de un talante vivaracho, es frágil y desgraciada. Quizá Perro sea el más ingenuo y afable, algo que se percibe en ese aullido de dolor y desconsuelo que alienta a Urraca en su desesperada búsqueda de lo perdido...

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Gracias amargas


España, un país tan visceral donde cualquier conflicto era susceptible de acabar en una juerga o llorando a lágrima viva, poco a poco se está convirtiendo en ese paraíso inerte que son los países nórdicos. Se nota que la impostura y los modales están calando hondo entre unas generaciones sin sangre en las venas a las que todo les importa un bledo.
Tan dóciles y educados, que han perdido la capacidad de obrar acorde a las circunstancias. Se contentan con la solidaridad y la beneficencia "¡Ay, qué buenos chicos, nos han salvado!" "Estaría bueno, ¡si están en el paro!" Todo es emotividad en unos jóvenes que, con alma misionera, pretenden cambiar el mundo a base de buenas maneras. Muchas gracias, mucho por favor y mucho perdón. No saben otra cosa. “Que dios se lo pague” rezan sus parches de la ropa. Y si no, ya lo pagará mi padre, que para eso está. También la Seguridad Social (si es que aguanta).


Todo esto viene por la DANA, claro está. La nueva excusa para expiar pecados, piensan. “Ya que los políticos, los meteorólogos y la confederación hidrográfica la han cagado, vamos a enfangarnos las manos y solucionar el entuerto, en vez de colgarlos” habrán cavilado. Craso error, pues estáis tan bien domados, que además de crédulos, os tienen de esclavos.
Y no es que yo esté criticando su arrojo y buen corazón, que ya quisieran muchos. Lo que digo es que, además de las muy nuestras nobleza baturra y caridad cristiana, podrían haberle echado cojones y darle su merecido a esos mequetrefes, miserables y cobardes que hay al mando. Y así, las gracias, en vez de amargas, hubieran sido dobles. Una por benditos y otra por libertarios.


Yo, incluso, hasta hubiera regalado unos cuantos ejemplares del libro de hoy, que lleva por título esa palabra que tanto hemos escuchado estos días. Y es que Gracias, uno de esos álbumes tan bien hechos a los que nos tiene acostumbrado Icinori, el tándem formado por Mayumi Otero y Raphael Urwiller, ha llegado a las librerías españolas de la mano de Ekaré.


En este libro de más de ciento setenta y cinco páginas, además de la palabra “gracias”, los autores realizan un ejercicio visual exquisito en el que entremezclan un sinfín de elementos. Empiezan dando las gracias al amarillo, el rojo y el azul (los tres colores sobre los que se basan todas sus obras) para dar la bienvenida a un nuevo día. El despertador, una cama, el amanecer o una toalla. Todo es susceptible de una palabra de agradecimiento de la protagonista en esta suerte de diccionario-imaginario narrativo.


Sí, amigos, porque a pesar de presentarnos elementos muy dispares, este par de artistas hilvanan una historia donde el surrealismo y la magia se cogen de la mano en unas ilustraciones que, complementando cada palabra (siempre en mayúsculas, para satisfacer las manías de los maestros), nos llevan por senderos insospechados. Del mismo modo, el texto baila al son de las imágenes, dibuja pequeños caligramas que nos invitan a pasar las páginas, recrearnos en las escenas, o incluso buscar nuevos significados.


Les invito a conocerlo, disfrutarlo y regalarlo a cualquier persona, independientemente de la edad. Espero que les den las gracias. Y si no, ya saben…

miércoles, 12 de junio de 2024

Ausencias paternas


Nadie puede decirme que las familias desestructuradas no son el comodín del público. Que has violado a tropecientas chicas. Familia desestructurada. Que sufres de alcoholismo o eres un ludópata. Familia desestructurada. Que tus calificaciones son paupérrimas. Familia desestructurada. Que eres alérgico al huevo y la lactosa. ¿Familia desestructurada?
Si bien es cierto que estamos en una época socialmente convulsa en la que divorcios, padres solteros, adultos super-ocupados y abundancia de caprichos son las bases de la vida familiar, también hay que apuntar a la deriva victimista que ha tomado esa denominación, toda una coartada para dar explicación a cualquier diatriba infanto-juvenil que se precie.


Si los niños no tienen ninguna responsabilidad en su comportamiento, son seres inocentes e inconscientes y actúan desde la más absoluta impunidad, los padres no se quedan atrás. A base de ansiolíticos, terapeutas y meditación ayurvédica, nos han colado esa de que ser padre es más complicado que ejercer de CEO en una auditora internacional y que los hijos son piezas de ingeniería extraterrestre. 
Menos mal que los que nos dedicamos a las criaturas sabemos de sobra cómo funciona el cotarro y confiamos en la capacidad de los chiquillos para sobrevivir ante tanto despropósito. Al final va a llevar razón un compañero con aquello de que da igual los que tengas, porque se crían solos o, al menos, se acostumbran a todo. Prueba de ello es el libro de hoy.


El hijo del astronauta es un álbum de Elena Val recién publicado por la editorial Ekaré en el que se nos cuenta la historia de un chaval al que conoce todo el barrio. Su padre es astronauta y hace mucho tiempo que no lo ve. Por eso se dedica a fantasear con su vuelta y con todo lo que harían juntos, como jugar con un balón enorme o sumergirse en mitad del océano.


Con una puesta en escena muy colorista y nocturna (la luna, la luna, siempre la luna) este álbum tiene un punto muy enigmático, ya que no sabríamos decir muy bien donde esta ese padre. Me despista su narrativa. Por un lado busco el detalle que me revele su paradero, pero por otro, pienso que no hay ni trampa ni cartón y realmente está en la estación espacial internacional prestando sus servicios durante una larga temporada.


Al mismo tiempo encontramos montones de detalles hermosos. La superficie de nuestro satélite se dibuja en la sopa que llena el plato, los columpios adoptan la forma de  un cohete, fotografías de astronautas que cubren las paredes y el pez, ese pez que el niño abraza en la portadilla… Todo un sinfín de referencias que nos hacen alunizar junto a su protagonista y nos trasladan a universo tan onírico como metafórico.


Un libro que indaga en los deseos de un hijo cuya figura paterna está ausente. ¿Habrá muerto? ¿Trabajará lejos? ¿Existirá? ¿Nos da igual? Simplemente es el interruptor que desata un discurso que ahonda en el poder de la imaginación, en esa capacidad homeostática de los niños, de darle la vuelta a una realidad que la mayor parte de las veces es dolorosa. O bueno... quizá el niño vive tan en la luna que el astronauta es él mismo. Todo es posible. Y eso me gusta.

lunes, 6 de mayo de 2024

Llámalo "perro" cuando quieras decir...


El otro día andaba yo hablando de perros con la novia de un amigo. Muy ñoña ella me presentaba las virtudes de un chucho de pequeño tamaño que hace las delicias de su vida desde hace un año. Según ella todos en la casa estaban encantados con la presencia del animal, un bichón blanco apodado Nara al que le gustan las carantoñas más que a un servidor. Más que una mascota era su terapeuta, una especie de gurú con el que cada habitante de esa casa había establecido una relación casi sobrenatural.
Sus hijos le confesaban sus miedos y preocupaciones, su novio era capaz de articular más de tres frases seguidas y ella había recibido mucha paz desde la llegada de este ser angelical. No soltaba pelo, no ladraba y era hipo-alergénico. Una maravilla, oye. Me entraron ganas de comprarme uno ipso facto (al módico precio de 850 pavos, claro). Pon un perro en tu vida y todo cambiará, rezaba el eslogan.


Rápidamente bajé a la tierra y me acordé de mi libertad. Por muy beneficioso que fuese tener un animal a mi lado no había que olvidarse de sus necesidades. Salir a pasear, comer adecuadamente, relacionarse con otros iguales, vacunas y otros cuidados médicos…, en definitiva, actuar de manera responsable con ellos. Un perro, por muy muy casero que sea, es un ser vivo y cuanto más desarrolle una vida acorde con su naturaleza, mucho mejor. No me valen esas justificaciones vanas de que no les hace falta nada, porque entonces estaremos entrando en un terreno muy peliagudo en el que anteponemos nuestros intereses como humanos a los de otros seres vivos, una actitud bastante reprochable a quienes, en alarde de un falso animalismo, metamorfosean los instintos de sus llamados “perrhijos”.


Y como viene al caso, en este martes les traigo dos álbumes exquisitos protagonizados por sendos canes. El primero lleva por título Soy un perro, un libro de la siempre necesaria Heena Baek que llega a las librerías de la mano de la editorial Kókinos. En esta ocasión, la autora coreana que nunca pierde la ocasión para exhibir el amor por los animales, se centra en la vida de Canicas, el perro mestizo de Dung-Dung (yo creo que aquí hay muchas reminiscencias a otro libro de esta autora).


Mientras nos cuenta los pormenores de su rutina diaria, podemos encontrar muchos de los recursos narrativos que Baek suele utilizar para contarnos sus historias. En esta ocasión, aunque prescinde de su particular magia y se centra en una historia realista, los planos cinematográficos, el uso de diferentes tipografías y las metáforas visuales (¿Se han fijado en ese volcán enfadado?) siguen presentes. Del mismo modo, introduce nuevos elementos como los elementos infográficos (ese árbol genealógico canino es una maravilla) y las guardas peritextuales.


En definitiva, un álbum muy simpático con una chispa de ternura final que puede constituir el mejor regalo para esos amos que salen de quicio con sus asalvajadas mascotas.


El segundo es ¡Vamos, Kika!, un libro firmado por Marie Mirgaine y editado por Ekaré que nos narra el paseo de la perrita Kika con Julián, su amo. La historia es que, como otros muchos dueños, este hombre está tan centrado en su paseo que se olvida de su mascota y todo lo que le pasa durante el trayecto.


Dirigido a un público que disfruta de los juegos visuales y el humor absurdo, este álbum nos presenta un sinfín de animales. Arañas, moscas, murciélagos, tigres, gorilas o murciélagos se van sustituyendo conforme pasamos las páginas, al mismo tiempo que acompañan a Julián con onomatopeyas rítmicas, sin olvidar la magia y el humor (los adultos nunca se enteran de las maravillas que los rodean, ¿verdad?).


Con unas ilustraciones en clave de collage ¿digital? (¡Son tan difíciles de encontrar las diferencias en la actualidad…!) y unas formas un tanto grotescas, es un libro delicioso que a modo de caminata circular (¿Quién empieza y termina andando?) nos empuja a imaginar y aprender.

martes, 2 de abril de 2024

¿Es Literatura Infantil y Juvenil toda la Literatura Infantil y Juvenil?


Hoy, 2 de abril, es el Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, y lejos de acercarles alguna selección especial, unos cuantos consejos para animar a la lectura en la infancia y juventud, o el mensaje al que el IBBY le da mucho vuelo estos días, he preferido hacerme una pregunta para intentar contestármela.


Se habla, se comenta que la LIJ está en lo más alto, es el sector editorial que más vende, sobre todo en papel, y goza de una salud jamás antes conocida en este país, pero cabe cuestionarse si todas esas obras que llenan las estanterías podrían considerarse dentro de esa parcela.
Lo primero es lo literario, algo de lo que ya he hablado infinidad de veces en este espacio. Para no aburrirles más con actos discursivos, diálogos entre creador y lector, y otras cuestiones estéticas les remito a este artículo que habla en profundidad de todas estas cuestiones.
Lo segundo tiene que ver con los adjetivos… “Infantil y juvenil”… Tienen una serie de dobleces de las que nunca he hablado. Por un lado, cuando los utilizamos en un ámbito determinado, podría inducir a pensar que se refieren a la literatura escrita por niños y adolescentes, y por otro lado, que se dirige a estos grupos de edad. 


¿Descartamos la primera acepción totalmente? En el caso de lo infantil y aunque hay niños que escriben estupendamente, sí. Sobre todo porque su experiencia, aunque próxima a la de otros niños, no les capacita para esa estética de la que hablamos antes. 
En el caso de lo juvenil no debemos descartarlo porque no son pocos los casos de jóvenes que se sumergen en el universo creativo y, además de conectar con sus iguales, alcanzan unas cotas de virtuosismo apabullantes. Así afirmo: sí existe una literatura juvenil escrita por jóvenes, y por cierto, con mucho éxito, algo que tendría una estrecha relación con algunos de los fenómenos (para)literarios de las redes sociales, como la escritura colaborativa o el fan-fiction.


Cuando nos referimos a la segunda acepción, el problema es más peliagudo. ¿Realmente todo lo que se dirige al público infantil está dirigido a ese público? La llamada LIJ se ha diversificado tanto últimamente, que empiezo a observar cómo va perdiendo el rumbo a otros derroteros que nada tienen que ver con lo “infantil y juvenil”.
Literatura terapéutica, young adult, literatura romántica, sexualidad, cuotas para minorías… Todo parece apuntar a problemas de adultos enmascarados en libros para gente que no debería tenerlos. Esto puede tener una doble interpretación. O bien los niños y los jóvenes están sufriendo una acelerada desinfantilización, o bien los adultos son los okupas de una parcela que no les pertenece.


Si atendemos a las ventas observamos como el volumen de negocio en los libros para críos y púberes ha ido en aumento, cuando, en realidad, el nivel de competencia lectora es cada vez más bajo. ¿Entonces? Hay algo que no me cuadra… ¿Puede que sean los adultos los que consumen cada vez más literatura infantil y juvenil? Volvamos a las redes sociales…
Desde que Facebook, X (antes Twitter), Instagram o TikTok aparecieron en nuestros dispositivos digitales, la visibilidad de los libros infantiles y juveniles ha crecido notablemente. El conocimiento que muchos profesionales de la infancia y juventud tenían al respecto de este tipo de literatura, ha cambiado considerablemente. Las redes sociales han hecho mucho por la LIJ, al menos, la han sacado de los sótanos, de esos circuitos cerrados en los que solo los especialistas sabían moverse.
Quizá esa sea la verdadera razón por la que son los adultos quienes valoran más este tipo de producciones y, por ende, lo que ha provocado una proliferación de productos que nada tienen de infantil y/o juvenil por parte de la industria.
Sí, monstruos queridos, no toda la Literatura Infantil y Juvenil es Literatura Infantil y Juvenil.

*    *    *    *    *

N.B.: Todas las imágenes que acompañan a esta entrada están extraídas del álbum El poder de las historias, un libro de Didier Lévy y Lorenzo Sangiò publicado por Ekaré. En él se cuentan los avatares de Mauricio, un felino (alguno tenía que caer...) que atrapa ratones leyéndoles en voz alta y que un día se atreve a escribir sus propias historias...


jueves, 28 de diciembre de 2023

Realidades paralelas


En esta época de solidaridad desmedida y frenesí caritativo, me pongo a danzar sobre mis pensamientos. Sobre los amigos, sobre las parejas, sobre la familia, sobre la gente. Una época en la que además de comidas y bailoteos, discurro sobre el curso de los acontecimientos.
Lo que más me enerva de lo navideño es la impostura. Ese mamoneo que, temporalmente, cruza la barrera de las redes sociales, y se hace extensivo a la vida real. Venga besos y venga abrazos. Pa’ na. Te dejan más frío que el corazón de tu ex y aún encima, si los mandas a la mierda, te tachan de odioso. Maldito sea tanto ofendidito.


Hay mucha doble moral en un concepto de Navidad que, escudándose en todo tipo de tradiciones, panfletos, anuncios publicitarios y dogmas religiosos, nos invita a ser buenos y misericordiosos, a querernos y cuidarnos, sin miramientos, sin mesura ni dilación. Una mentira de la que nos alimentamos, mientras el resto del año aniquilaríamos a nuestros vecinos, colegas y hermanos.


Para relajarme un poco, me acerco hasta La cerca, un libro escrito e ilustrado por Alfredo Soderguit, el autor de Los carpinchos, construido sobre una idea de Mariale Ariceta y publicado por Ekaré.
En este libro de contrastes, el uruguayo se pierde en la relación de dos niñas que viven separadas por un seto. Francisca y Antonia pertenecen a dos mundos diferentes. La familia de la primera es la dueña de un casoplón en el que pasan el verano, mientras la de Antonia se encarga de mantenerla. Si bien es cierto que esa dicotomía entre patrones y servidumbre podría separarla más que unirlas, ambas entablan una hermosa amistad que dura todo el verano.


La narrativa es tranquila y elegante gracias a unos recursos donde el contraste entre imágenes y la presencia y ausencia de marcos funcionan realmente bien a la hora de contar una historia de exclusión-inclusión. Del mismo modo, los colores, en tonos medios, propician esa calma y sosiego que ilumina al verano, una época llena de risas y juegos infantiles.


Si bien es cierto que Sordeguit nos habla amablemente de los lazos que se establecen entre la una y la otra de un modo un tanto idílico (ya nos gustaría a nosotros que todos los niños salvasen así las distancias), también deja un hueco para una realidad en la que los adultos, desde sus posiciones sociales y prejuicios, siempre quedan distanciados en las imágenes. Del mismo modo caben muchas reflexiones en una pregunta: ¿Por qué Francisca no vuelve en años sucesivos?


Un libro honesto en la que la disparidad social es el contexto para una historia en la que los sentimientos humanos son los verdaderos protagonistas.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Inteligencia humana vs inteligencia artificial


A mí, que soy un entusiasta de las obras de Asimov, todo esto de la inteligencia artificial (IA) me tiene fascinado. Programas que te traducen en varios idiomas, que son capaces de suplantar tu identidad, que actúan como asistentes personales o que conducen tu vehículo son una realidad.
El término, acuñado por John Mcarty en 1956, se refiere al campo de la informática enfocado en crear sistemas artificiales que puedan realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como el aprendizaje, el razonamiento y la percepción. Esto no quiere decir que las máquinas solo aprendan a hacer una tarea por sí mismas, sino que también pueden tomar decisiones propias basadas en su experiencia.


Si bien es cierto que mientras escribo este post estoy utilizando una forma de IA (el software de mi ordenador) que no suscita el menor problema y lleva a cabo tareas más o menos mecánicas basadas en reglas lógicas (se clasificaría dentro de la IA débil), lo verdaderamente peliagudo llega con otros tipos de programas que son capaces de realizar tareas que necesitan de la inteligencia humana para llevarse a cabo, como escribir un libro, invertir en bolsa o incluso gobernar un país, la llamada IA fuerte.
Como sabrán, todo esto ha generado mucho debate, no solo al nivel del ignorante de a pie, sino en el ámbito más profesional, incluso institucional, pues nadie tiene muy claros los límites de un futuro no muy lejano en el que robots, androides y engendros electrónicos tengan la llave de la industria, la medicina, la seguridad ciudadana o la defensa gubernamental.


No sé hasta qué punto la IA sería capaz de hacer un libro como El manual de dibujo definitivo de Enric Lax. Publicado este noviembre por Ekaré, este álbum es una maravilla, no solo por el concepto tan revolucionario que supone, sino por ser capaz de aglutinar tanta inteligencia en un libro tan aparentemente estúpido.


El título no engaña, pues se presenta ante nosotros como un manual en el que encontramos una serie de instrucciones seriadas con las que dibujar animales, plantas, objetos cotidianos, partes del cuerpo, e incluso la célula eucariota (¡Me ha encantado este guiño!). Pero la cosa se complica cuando empezamos a leer y nos percatamos de que la esperada sencillez no es tanta, y que para dibujar un elefante lo primero es saber dibujar una tetera (¿Una tetera? ¿Quién diantres sabe dibujar eso?). Continuamos y vemos que, además, las propuestas de dibujo no son aleatorias, sino que se encuentran concatenadas entre sí y van creando una pequeña narración que toma forma en una escena final donde coexisten todos los elementos previamente dibujados. y en la que también coopera la imaginación del espectador.


Analogías y disparates son el vehículo, no solo para jugar a la identificación de unos elementos con otros, sino para dotar de hilo conductor a una historia sujeta a esa contraposición de leyes que son el sentido y el sinsentido.
Cómo dibujar un búho, cómo dibujar una grapadora, como dibujar un sacacorchos o cómo dibujar una caca (mi favorito), son algunos de los capítulos que articulan un libro difícil de clasificar en el que interviene, tanto la imaginación, como la anticipación del lector (¿Qué escena saldrá de este pupurrí?).


El autor demuestra su ingenio a los lectores, los interpela a base de mucho humor y e insufla vidilla a su narrativa, a un universo propio. Bocas que sonríen, patinetes que echan a correr. Lo paródico y lo inverosímil nos balancean y divierten.
Paso a paso y utilizando un formato muy característico del álbum no ficcional, Enric Lax nos sumerge en una historia aparentemente caótica pero muy bien pensada. Nada queda al libre albedrío y todas las escenas están encajadas en una obra que se puede leer por capítulos, por escenas o de manera global. Algo que, permítanme decirles, no creo capaz a ninguna inteligencia artificial.

martes, 23 de mayo de 2023

Lugares de cuento


Todavía no logro entender muy bien el GPS. De hecho, siempre que lo utilizo, prefiero usarlo a modo de mapa y prescindir de todas esas prestaciones que nos ofrece, incluido el abanico azul que te va indicando la dirección. Me saca loco. Yo me aclaro mucho mejor con los planos impresos. Busco las referencias oportunas, los muevo, los oriento a mi antojo y termino hallando la salida a cualquier laberinto.
Benditos mapas, geografías a escala, espacios mínimos que nos guían en lugares desconocidos e inhóspitos, nos ahorran tiempo y nos dejan circular a nuestro libre albedrío. En unos sitios son muy necesarios y en otros, totalmente prescindibles. Nombres de calles, museos, monumentos, parques y veredas. Todo cabe en un mapa.
Amsterdam, Copenhague, Atenas, Ciudad del Cabo o Marrakech… No solo son útiles a la hora de transitar por espacios reales, sino que también nos ayudan a comprender espacios ficticios. Tanto es así, que podríamos decir que muchos nos ayudan a comprender relaciones que nos presentan la literatura, la historia o las matemáticas.


Tanto es así que hoy me detengo en Cartografía del cuento popular, el nuevo libro de Nono Granero que acaba de llegar a las librerías gracias a la editorial Ekaré. Con el subtítulo de Una colección de mapas para recorrer cuentos de la tradición oral, este libro encuadernado en rústica, parte de una exposición que se inauguró en Úbeda en el 2022 y sigue itinerando por parte de la geografía española, visitando lugares como Tres Cantos o Guadalajara. .
Concretamente, es un compendio de doce mapas (hasta la fecha el autor ha realizado dieciocho) que representan una serie de geografías basadas en cuentos de la tradición oral. Blancaflor, La flor del Lililá, Las tres naranjas del amor, Piel de piojo, aro de hinojo, Los tres cabritos, Los tres pelos del diablo o El gallo Kirico, son historias que han ido de boca a oído durante muchas generaciones y que, quizá, hoy día, parecen diluirse entre otros productos culturales con más tirón.


Al seguir patrones y arquetipos, muchos de estos relatos cuentan con diferentes nombres y versiones, algo que el autor ha resuelto tomando como referencia las siglas ATU que aparecen en la página anterior a cada mapa. Esta nomenclatura procede del catálogo internacional de cuentos populares elaborado por Anttii Aarne, Stith Thompson y Hans-Jörg Uther para reunir bajo un mismo denominador las diferentes versiones de un mismo cuento alrededor del mundo.


Otro punto a favor de este título es la creatividad de Nono Granero, que presenta cada mapa en un estilo diferente y añade unas notas al respecto al final del libro. Tenemos mapas medievales llenos de tipografías góticas, letras iluminadas y filigranas (La madre raptada, el gigante que no muere y los animales agradecidos), otros que recuerdan a la época de las grandes rutas comerciales (Las Tres naranjas del amor), perfiles topográficos que representan cordilleras y montañas (El príncipe durmiente) o planos de metro contemporáneos (Juan El Oso).


Detalles curiosos, infografías variadas, guiños al álbum (¿Han visto el castillo de Los tres bandidos de Ungerer?) y a obras maestras de la pintura -véanse las de El Bosco-, o préstamos de la mitología hacen de este libro un juego de referencias interdisciplinar que huye de lo repetitivo y se adentra en nuevos bosques. 
Una opción inmejorable para encontrarse con relatos, que bien escuchamos durante nuestra niñez, o que no hemos escuchado jamás. Para conocer un patrimonio común que, como siempre digo, es el germen de montones de productos culturales que no solo están presentes en la esfera de lo literario, sino en el cine o las artes plásticas.