España, ese país tan visceral donde cualquier conflicto era susceptible de acabar en una juerga o llorando a lágrima viva, poco a poco se está convirtiendo en ese paraíso inerte que son los países nórdicos. Se nota que la impostura y los modales están calando hondo en unas generaciones sin sangre en las venas a las que les importa un bledo.
Tan dóciles y educados que han perdido la capacidad de obrar acorde a las circunstancias. Se contentan con la solidaridad y la beneficencia. Todo es emotividad en unos jóvenes que, con alma misionera, pretenden cambiar el mundo a base de buenas maneras. Muchas gracias, mucho por favor y mucho perdón. No saben otra cosa. “Que dios se lo pague” rezan los parches de la ropa. Y si no, ya lo pagará mi padre, que para eso está. O si no la Seguridad Social.
Todo esto viene por la DANA, claro está. La nueva excusa para expiar pecados, piensan. “Ya que los políticos, los meteorólogos y la confederación hidrográfica la han cagado, vamos a enfangarnos las manos y solucionar el entuerto, en vez de colgarlos” habrán cavilado. Craso error, pues estáis tan bien domados, que además de crédulos, os tienen de esclavos.
Y no es que yo esté criticando su arrojo y buen corazón, que ya quisieran muchos. Lo que digo es que, además de nobleza baturra y caridad cristiana, que son muy nuestras, podrían haberle echado cojones y darle su merecido a esos mequetrefes, miserables y cobardes que hay al mando. Y así, las gracias, en vez de amargas, hubieran sido dobles. Una por benditos y otra por libertarios.
Yo, incluso, hasta hubiera regalado unos cuantos ejemplares del libro de hoy, que lleva por título esa palabra que tanto hemos escuchado estos días. Y es que Gracias, uno de esos álbumes tan bien hechos a los que nos tiene acostumbrado Icinori, el tándem formado por Mayumi Otero y Raphael Urwiller, ha llegado a las librerías españolas de la mano de Ekaré.
En este libro de más de ciento setenta y cinco páginas, además de la palabra “gracias”, los autores realizan un ejercicio visual exquisito en el que entremezclan un sinfín de elementos. Empiezan dando las gracias al amarillo, el rojo y el azul (los tres colores sobre los que se basan todas sus obras) para dar la bienvenida a un nuevo día. El despertador, una cama, el amanecer o una toalla. Todo es susceptible de una palabra de agradecimiento de la protagonista en esta suerte de diccionario-imaginario narrativo.
Sí, amigos, porque a pesar de presentarnos elementos muy dispares, este par de artistas hilvanan una historia donde el surrealismo y la magia se cogen de la mano en unas ilustraciones que, complementando cada palabra (siempre en mayúsculas, para satisfacer las manías de los maestros), nos llevan por senderos insospechados. Del mismo modo, el texto baila al son de las imágenes, dibuja pequeños caligramas que nos invitan a pasar las páginas, recrearnos en las escenas, o incluso buscar nuevos significados.
Les invito a conocerlo, disfrutarlo y regalarlo a cualquier persona, independientemente de la edad. Espero que les den las gracias. Y si no, ya saben…
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