Si bien es cierto que las fábulas han vivido tiempos mejores, nadie puede negar su importancia es esto del universo de la LIJ, no solo por ser un género tradicionalmente orientado hacia los críos por muchas razones, sino por la gran influencia que ha tenido sobre otras producciones literarias.
Muchos estudios apuntan a que la fábula nació en Oriente, concretamente en la India, para educar a los hijos de los nobles e infundir en ellos valores y virtudes con los que poder ejercer como gobernantes. Aunque todavía se conservan algunas de estas colecciones, véase el Pachatantra (s. III a.C.), son posteriores a la primera fábula documentada, El halcón y el ruiseñor, un relato recogido por Hesíodo en el siglo VIII a. C. También se disputan su autoría en Mesopotamia, un lugar donde recopilaban pequeñas historias sobre zorros astutos, perros desgraciados y elefantes presuntuosos en tablillas de arcilla con escritura cuneiforme.
A pesar de no tener claro su origen, la fábula se va abriendo camino en diferentes culturas y prolifera por diferentes zonas del Asia Menor y la región mediterránea, alcanzando su máxima expresión gracias a Esopo, una figura (si es que fue solo un hombre…) casi mitológica que popularizó estas creaciones protagonizadas por animales y objetos que guardaban una enseñanza moral o práctica.
Como suele pasar, a Grecia le sucede Roma, más concretamente, Fedro y Horacio, dos poetas que se encargaron de reescribir las de Esopo en verso o hacer sus propias aportaciones a la tradición fabulística que ya había calado en el ambiente cultural de un imperio.
Y así, con las fábulas que los cruzados que trajeron de Oriente durante la Edad Media y el Renacimiento, los fabulistas modernos que, como La Fontaine o Samaniego, reverdecieron un género que había caído en el olvido y otros autores contemporáneos como Horacio Quiroga o Arnold Lobel, la fábula fue evolucionando y enriqueciéndose hasta nuestros días para continuar con el propósito principal con el que fueron creadas: moralizar a los cerebros más plásticos, una tendencia que nunca pasa de moda.
Del mismo modo, cuando pienso en las sinergias entre fábulas y cuentos, me viene a la mente cierta conferencia de Perry Nodelman que puso patas arriba un congreso del IBBY. En ella, ponía en tela de juicio el uso indiscriminado de los animales humanizados en la LIJ. Este peso pesado se preguntaba por qué no dejábamos en paz a otros seres vivos y los despojábamos de cualidades únicamente inherentes al ser humano. Pues sí, Mr Nodelman, he aquí otro lastre fabulístico que sigue vistiendo los libros infantiles.
Y para que vean que las fábulas siguen más vivas que nunca, aquí me hallo hablando de Topotipo y Topotapo, la revisión que Roberto Piumini e Irene Volpiano han hecho de fábula clásica El ratón de campo y el ratón de ciudad. Publicado por Libros del Zorro Rojo, la archiconocida narración de Esopo, se viste de blanco y negro y una estética muy cinematográfica para aleccionarnos sobre esa dicotomía entre el pueblo y la ciudad, entre los lujos y la modestia que tanto gustan en cualquier parte del mundo.
Relean esta historia en un nuevo formato lleno de teatralidad y detalles minuciosos que nos proponen los autores italianos sin renunciar a la esencia de la original, pero con unos guiños muy actuales.
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