No entiendo porqué mucha gente es incapaz de ir sola al cine. Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención. Ellos me responden que siempre han acudido a ver una película con su pareja o el grupo de amigos de turno como manda la tradición, y yo pido razones.
Lo primero que se les ocurre es ponerse profundos y rondar esa idea de construir momentos colectivos en los que todo el mundo pueda dar su opinión para enriquecerse mutuamente. Luego se bajan de la burra y empiezan a largar de lo lindo. Que en aquellos años tocaba aprovechar la oscuridad de la sala para meterle mano al ligue de turno, para abrazar a alguien en caso de una escena peliaguda o que les da miedo la oscuridad.
Si bien es cierto que todas me parecen igual de válidas (cada uno que haga lo que quiera), creo que hay una asociación de ideas muy malograda con esto de la compañía de la que muchas empresas dedicadas al ocio como las aerolíneas o las cadenas hoteleras se aprovechan para sacarnos los cuartos.
Cuando te acostumbras a realizar cualquier actividad, por cotidiana que sea, con una o varias personas, también estás perdiendo la capacidad de experimentar y valorar ese momento desde un prisma individual. Esto no quiere decir que sea mejor o peor, sino simplemente diferente. La satisfacción de establecer un diálogo contigo mismo te ayuda a interiorizar la experiencia y concienciarte de tu posición en el mundo.
Y ya que me he puesto el “modo mindfulness” on, hoy me toca detenerme en Yo puedo sola, el nuevo álbum de Kathrin Schärer que acaba de editar Lóguez y que está haciendo las delicias de todos los que, de vez en cuando, nos ponemos un tanto profundos e introspectivos (sin abusar, claro está).
Como ya hizo en su Estar ahí, la autora alemana se dispone a explorar un montón de actividades cotidianas en las que participan las crías de un sinfín de animales. En esta ocasión presta mucha atención a la autonomía de los pequeños lectores-espectadores, esos que se identifican con las escenas que se van representando en cada doble página.
Lirones, ardillas, tejones, conejos, cerdos o zorros se levantan, desayunan, van al colegio, aprenden y juegan. Desde que se levantan hasta que se acuestan hacen todo tipo de tareas por sí solos. Del mismo modo, las imágenes nos hablan de esos momentos desde una perspectiva emocional en la que la alegría, la frustración, la tristeza o la sorpresa se entremezclan a lo largo del día.
Una excusa perfecta para indagar en nosotros mismos gracias a una treintena de imágenes que, acompañadas de un sinfín de verbos infinitivos, abogan por la curiosidad y la autosuficiencia durante los primeros años de vida. Aunque también me atrevo a recetarlo a muchos niñatos inútiles y adultos sin inteligencia emocional alguna, es una buena manera de echar a rodar a los prelectores en este mundo lleno de cosas disfrutonas que podemos hacer solos.
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