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martes, 27 de febrero de 2024

A veces veo...


A veces veo que la gente se cruza de acera para no saludarme. Otras veo que los compañeros murmuran a mis espaldas. Veo cómo me tachan de esto o de lo otro cuando ni siquiera me conocen. También veo el modo en que algunos tratan a sus hijos. Veo las tretas de los políticos para hincharse a billetes. Veo lo poco que les importa la gente, lo mucho que les interesa la guerra. Veo a los que no tienen amor propio y a los que tienen demasiado. Veo las drogas, la enfermedad, la miseria y la sinrazón. A veces veo tantas cosas que en realidad prefiero no ver nada.
A veces veo una pareja sentada en un banco. Otras, las ruinas de un pasado glorioso cubiertas de musgo. Un gesto que aguarda el tiempo. Veo a mi madre riéndose. A mi padre con sus excentricidades. A Ana y Antonio, a Antonio y Ana. El bullicio del parque cuando se acerca la primavera. El revuelo que nos divierte durante las noches de verano. Verbenas y pomadas. También hay cosas buenas de las que quiero impregnar mi mirada atenta.


Ver o no ver, he ahí el dilema. Cuantas más cosas buenas ves, más quieres seguir viendo. Cuantas más cosas malas ves, menos quieres ver. ¿Y si estás viendo algo bueno y de repente aparece lo malo? ¿Y si es al revés? En eso consiste la mirada, en arriesgarse a hacerlo. El mundo es una sorpresa y nunca sabemos lo que nos puede deparar la vida.


Y con estas visiones un tanto dialécticas, llegamos a la poética de ¡Elefante a la vista!, un álbum de Juan Arjona, ilustrado por Giovanni Collaneri y recién publicado por A buen paso.
Todo empieza hablando de los elefantes, de sus cosas buenas y sus cosas malas. Por ejemplo, estos paquidermos son incapaces de esconderse (demasiado grandes como para pasar desapercibidos) y nos acompañarán durante toda la lectura.


Acompañada de las imágenes coloristas que el ilustrador italiano ha dado forma y cuyo estilo recuerda bastante al trabajo de otros genios del rotulador como Andrea Antinori o Bernardo P. Carvalho, esta historia se acompaña de un extraño visor para elefantes que bien merece la pena guardar como oro en paño para disfrutar de todos los elefantes que nos ofrece nuestro alrededor.


Una aventura poética que invita a perdernos en sus páginas, buscar paquidermos en su geografía y empujar a nuestro subconsciente en esa búsqueda imaginativa que tanto cuesta alcanzar. Inspirador y humorístico, este libro sobre lo que es y lo que no, nace de una idea bastante alocada. Seguro que encuentran en él un gran aliado para dejarse llevar en ese tirabuzón arriesgado de la creatividad.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Defectos o virtudes, ¿de qué está hecha la infancia?


Me dice el móvil, ese artilugio tan inteligente, que hoy toca celebrar el Día del niño y la infancia. Aunque yo lo hago todos los días en pellejo propio o ajeno, me voy a sumar a los faustos hablando de críos y sus cosas, una de las principales temáticas de la literatura infantil, género que nos ocupa a los monstruos.
A pesar de esa desinfantilización de la infancia que está ocurriendo hoy día en ciertas sociedades y de la que he hablado en artículos como este, los chiquillos siempre tienen un algo que me vuelve loco: hacer y decir lo que les dé la real gana. No viven llenos de prejuicios ni convenciones sociales (cada vez tienen más, pero esperemos que el ejemplo adulto no cunda tan rápido) y suelen tener una perspectiva muy personal de todo lo que sucede a su alrededor.


Su capacidad de mirar para otro lado y darle la vuelta a la tortilla es inimaginable. En cierto modo me recuerdan a los viejos pero con menos malicia (alguna tienen, pero son inexpertos y eso se tiene que notar). Sus asociaciones de ideas son maravillosas y logran estimular el cerebro de cualquiera que se interponga entre la realidad y su cosmovisión.
Clarividentes, desinhibidos y frescos. Da igual su procedencia o el estrato social al que pertenezcan, las criaturas siempre encuentran una manera muy sui generis de justificar un discurso descarado o sin pies ni cabeza.


Pero claro, no a todo el mundo le parece adecuado... “No digas eso” “No hagas eso” “No pienses eso” son algunas de las frases que más repiten padres y maestros. La mayor parte de las veces lo que digan o hagan nos parece defectuoso y alocado, pero en el fondo, es igualmente razonable al de cualquier adulto. Eso no quiere decir que sea válido (¿Quién decide eso?), sino que las convenciones quieren menospreciarlo e invisibilizarlo.
Y para homenajear a todos esos pequeños deslenguados, hoy les traigo cinco libros que celebran las perspectivas infantiles y las guardan entre sus páginas, no solo para hacer las delicias de los lectores, sino para recordarle a los adultos que los defectos pueden transformarse en virtudes.


El primer título que traigo a esta pequeña miscelánea es Singular, un álbum de Susana Rosique que ha publicado por la editorial Narval y ya va por su segunda edición.


Como bien sabéis, en los hormigueros reinan el orden y el trabajo. Todas las hormigas siguen las instrucciones y curran sin cesar. Bueno, todas no, hay una hormiga que de vez en cuando se sale por la tangente y disfruta de las cosas hermosas que encuentra por el camino, algo que no gusta al resto. Un día hay un gran problema en el hormiguero y será precisamente ella, con su capacidad de observación y su ingenio, quien hallará la solución.


Con mucho collage digital, el uso de pictogramas y una narrativa muy secuencial que hace honor a la vida ordenada de estos himenópteros, tenemos un libro con un discurso libertino y esperanzador donde las voces infantiles resuenan una y otra vez. Hay una escena que siempre me arranca una sonrisa triunfanl, ¿adivinan cúal es?


En No a todas las niñas les gusta el rosa, David Pintor nos da su peculiar perspectiva sobre los estereotipos de género utilizando para ello su voz y la de su hija Nara -su mayor inspiración en esta etapa creativa-, para aupar el único libro de esta tanda en el que el adulto minimiza esos "defectos" infantiles que tan poco gustan.


Echando mano de clichés como el color rosa, los peinados bonitos, el uso de maquillaje o los juguetes dirigidos a las niñas, hace una crítica humorística utilizando una clara disyuntiva entre texto e imágenes, un recurso que redobla el doble sentido y nos hace pensar de lo lindo.


Sin discursitos buenistas y un estilo muy característico, el autor gallego apela a la elegancia para abrir un melón que lleno de detalles hermosos donde el cariño entre un padre y su hija es el verdadero leitmotiv de una narración basada en preguntas y respuestas que son el pan de cada día para muchas familias.


El tercer libro de esta tanda es de Juan Arjona y Christian Inaraja. Todos mis defectos, un álbum editado por Libre Albedrío se sumerge también en el modus vivendi de un chaval que, según todos los adultos que lo rodean, está lleno de defectos.


Es muy desordenado, tarda horas en darse un baño, le echa la culpa a su hermana de cualquier trastada, hace muecas en mitad de clase o no se cansa de escuchar en mismo cuento una y otra vez. Sin embargo, él, con la inocencia que suele caracterizar a la infancia y una nota de humor, sabe sacarle jugo a cualquier situación.


Sencillo y directo, el texto de Juan Arjona, juega en primera persona con las diversidad tipográfica y el extrañamiento, un recurso que nos hace esbozar una amplia sonrisa y al mismo tiempo ayuda a posicionarnos en el papel del protagonista. Sobre las ilustraciones decir que son coloristas, complementan al texto, ahondan en los detales y, sobre todo, ayudan a ese juego de alternancia dialógica que nos propone esta simpática propuesta editorial.


El penúltimo título de esta serie es Feliza, un pequeño álbum de Mo Gutierrez Serna y la editorial Thule.


Feliza es una enana muy maja que tiene un montón de virtudes. Bueno… al menos, eso piensa ella, porque a tenor de lo que dice o hace, podríamos decir lo contrario. Objetiva o subjetivamente está claro que es una niña y que, por ahora, se conforma con serlo, que al fin y al cabo, es lo mejor que puede hacer.


Disyunciones textuales (no es lo mismo lo que piensa que lo que verbaliza), vaivenes tipográficos (¡Me encanta el dinamismo!) e ilustraciones minimalistas (¡Lo que se puede decir con unas manchas de color...!) donde el tamaño relativo importa, nos embeben de esa inocencia tan característica de la infancia que todos necesitamos para sobrevivir a cualquier etapa de la vida.


Para terminar hay que echar mano de Shinsuke Yoshitake y Mis razones, un libro-álbum que acaba de publicar Pastel de luna, una de sus editoriales de cabecera en España, y que, como no podía ser de otra forma, está lleno de fantasía y buen humor infantiles.


Como en el libro de Arjona e Inaraja, el japonés echa mano de los defectos que tiene el niño protagonista, a ojos de los adultos (sobre todo de su madre). En este caso, el crío, echa mano de un sinfín de razones tan inverosímiles, como absurdas, para justificar comportamientos como hurgarse la nariz, morderse las uñas o saltar en la cama.


Con sus diagramas explicativos, imágenes secuenciales, repeticiones de concepto o perspectivas cinematográficas, Yoshitake da un giro de 180 grados a la perspectiva y nos habla de disparar rayos de felicidad a los demás, comunicarse con los topos que habitan el subsuelo o domar sillas. Ahora toca saber las tuyas.
Merece la pena darse un paseo por sus páginas y disfrutar con la inventiva de este niño que, transforma sus defectos en virtudes, algo con lo que siempre comulgo desde esta condición de niño-monstruo que la naturaleza me ha dado.

miércoles, 5 de febrero de 2020

De libros infantiles y surrealismo manchego




Sí, ya sé que hoy tocaba hacer sangre con el duelo entre JLo y Shakira en el último espectáculo del “halftime” de la Super Bowl (N.B.: Al margen de  sus preferencias, pues ambas tuvieron puntos a favor y en contra, cabe preguntarse ante semejante espectáculo sandunguero: “¿Para qué tanto feminismo si ni siquiera estas superestrellas tienen derecho a envejecer dignamente?”). También podría haberles dedicado una disertación sobre los riesgos de volar a Canadá (¡Con el yuyu que me producen los aviones!). Pero el caso es que el post de hoy he decidido dedicarlo al recién fallecido José Luis Cuerda, mi querido paisano.
Los albaceteños le tenemos mucho cariño a Cuerda, no sólo porque retomó esa tradición del humor manchego que quedó postergada con Pepe Isbert, sino porque lo hizo desde un prisma intelectual que lo ensalzó más que ridiculizarlo (cosa que sí han hecho otros que suenan a Oscar pero de cuyo nombre no quiero acordarme). Eso sólo sucede cuando alguien le tiene cariño a una tierra que, aunque Cuerda disfrutó poco, le corría por las venas.


Decían los que poco han venido por La Mancha (ya saben que por aquí pasa todo el mundo pero pocos se paran), que José Luis Cuerda había inventado esto y lo otro, incluso lo de más allá. Yo, no sé muy bien si inventó o dejó de inventar porque a mí, todo lo que veía en sus películas me parecía muy cercano, parte de mi universo personal, pero el caso es que gustaba lo que hacía, que gustar ya es bastante.


Y es que ese costumbrismo tan moderno que sentimos por estos lares, es el que él exhibía en sus diálogos que, aunque llenos de parodia, también tenían mucho encanto. Unas re-contextualizaciones que ayudaban al espectador a salirse de madre, como si todo (o nada, según se mire), fuera con él. Y así nos reíamos de todo, incluso de lo que hay que reírse, con mucho humanismo, pues ahí reside lo poético del surrealismo…, pero, ¡un momento! ¡Esperen! ¿Estoy hablando de cine o de libros infantiles? ¡Me cago en la óspera! Ahora que lo pienso, ¿acaso no están llenos los libros infantiles de ese deje? No, si ahora va a resultar que lo onírico de las historias infantiles reverbera en la cultura posmoderna de los adultos, o lo que es mejor todavía: ¡que las obras para niños se amancheguen por momentos…!


Señoras, señores, y aunque esté desvariando, aquí les dejo con dos ejemplos del surrealismo en el álbum infantil. Concretamente con dos  buenos representantes, Caracol, de Pablo Albo y Pablo Auladell, y Cerdito, ¿adónde vas?, de Juan Arjona y Ximo Abadía, ambas de la misma editorial, A buen paso (¿A qué se deberá? ¿No será su editora una apasionada de esa tendencia tan absurda como nutritiva?).
El primero es una nueva edición (mismos autores aunque diferente concepto) de la historia de un caracol que intenta llegar hasta lo alto de un algarrobo. Aunque el tío es consciente de su lentitud, le echa un par y se enrola en una aventura trepidante a lomos de una tortuga o batiendo un par de alas fabricadas a golpe lechuga.  Todo parece un poco extraño, pero lo cierto es que la historia tiene mucho bonito de fondo. No sé muy bien el qué, pero lo tiene.


El segundo acaba de llegar a mis manos y tomando como protagonista a un cerdo un poco aprovechado, nos conduce por los recovecos de una historia donde abundan los colores vivos o las composiciones geométricas y sugerentes (!hay una puesta de sol preciosa!), y en la que hay mucho de cierto (o eso parece aunque no lo parezca). No les desvelaré el secreto, pero sí les animo a que crean todo con algo cautela, pues siempre hay gente que intenta sacar partido de los imprevistos y de los estofados de bellota.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Empezando el curso sin mirar atrás


Mediados de septiembre. El verano ya toca su fin (¿suspiro o resoplo?). Descanso y feria (sobre todo la feria) han terminado, y la rutina se instala poco a poco en la vida de un cuerpo que está más preparado para irse a un buen balneario que para ponerse a guerrear en el aula. Espero que ustedes hayan cargado las pilas, porque un servidor está hecho escombros...


No obstante, hay que poner la mejor de las sonrisas y mirar hacia delante, hacia los meses que nos vienen y lo que nos queda por hacer, ver y sentir (o no...). Pero antes de internarse en el otoño (si es que llega... ¡Qué escéptico ando hoy!) les recomiendo que no se dejen muchas cosas en el tintero, no sea que se lastren a otro tiempo ya olvidado... Eso sí, aunque sea partidario de pasar página (nunca mejor dicho, tratándose este de un blog ¿literario?), siempre podemos volver y releer alguna que otra frase, retomar palabras en otros significados e inspirarse en proyectos apartados o ideas recahuchutadas.


Es por ello que, revisando mi cuaderno de apuntes, en este lunes septembrino retomo un libro al que he ido cogiéndole el gusto cuanto más lo he leído... Una vaca de Juan Arjona y Luciano Lozano (editorial A buen paso), aunque en un principio puede parecernos una historia con poca chicha, es un álbum ilustrado en el que, conforme nos detenemos, descubrimos detalles que nos hablan del tiempo y sus juegos, de como las historias individuales forman parte de un todo, de lo sincrónico de los minutos y lo variopinto de la especie humana (algo que viene al pelo en este principio de curso cargado de coincidencias y casualidades personales). Si a ello unimos las ilustraciones de toque tan, a mi juicio, anglosajón y de cierto aire vintage, el resultado es bastante adecuado para hablar de la dinámica de lo cotidiano tomando como excusa el paseo descontextualizado de una vaca por las calles de la ciudad.


Y así espero dar carpetazo a lo que nos trajo el curso pasado en cuanto a nuevos álbumes ilustrados se refiere, para, como bien hace la protagonista de este libro, intentar no mirar demasiado hacia atrás.

martes, 20 de mayo de 2014

Pequeños, libres y matones


Escucho triste y estupefacto ciertas aseveraciones que argumentan el declive de la cultura, esa piedra angular de las sociedades modernas  que se desmorona por su propio peso a consecuencia de las decisiones políticas, la degradación familiar y la falta de un tejido articulado que la ensalce como nutriente y colorante alimentario de los cerebros humanos.
La perpetuación de la cultura hoy día es una labor que recae principalmente en los medios de comunicación y la institución educativa, unas vías a las que ha quedado relegada tras la desidia y pasividad de los padres y madres, esos que necesitan más tiempo para cumplir con los préstamos hipotecarios, dejarse la guita en el BodyBell® o comprarse un coche fardón.
Pese a esta asignación unilateral (nadie me dijo que tras opositar iba a estar vendido a los caprichos de la sociedad del bienestar), los profesores (infantil, primaria, secundaria y universitarios), los técnicos culturales (que engloban a diversas profesiones), e incluso los trabajadores de “La 2” (esa cadena televisiva que tanto ha hecho y hace por la cultura), nos encontramos atados de pies y manos trabajando por unos fines que pocas veces se ven satisfechos en pro del ciudadano.
La cultura mayúscula, aunque se encuentra flotando en bibliotecas, librerías, teatros, salas de exposiciones, auditorios, e incluso en la calle, está convirtiéndose en un patrimonio exclusivo, una propiedad de unos pocos que, como verdaderos caudillos, esconden a su antojo los fundamentos del pensamiento para dominar la democracia, esa por la que abogan desde todos los púlpitos, instigando a la ignorancia para apropiarse del voto ajeno.


Es hora  de que los insignificantes, los pequeños y otros seres diminutos, esa minoría que apostamos por una nueva cultura libre –que no libertaria-, seamos capaces de luchar contra los gigantes que no desean más que votantes androides y consumidores discapacitados. Es hora de que los ríos chiquitos se abran camino entre la maleza estúpida que cubre el mundo de política y otros efímeras necesidades, que fluyan en torrentes y cascadas, que se derramen sobre nosotros. Es hora de que leamos, de que cultivemos el intelecto (¡Ojo! No las cuatro lecturas obligatorias de los regímenes imperantes) y decidamos nuestro propio futuro desde un prisma individual, aunque colectivo.


Echen un ojo al Soy pequeñito de Juan Arjona y Emilio Urberuaga (editorial A buen paso) y subrayen ese mensaje exento de complejos y otras tonterías: cada uno en sí mismo, puede cambiar su propio mundo, y de paso, el de todos.