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martes, 4 de enero de 2022

J. K. Rowling o rebota, rebota, y en tu culo explota


Como he pasado tantos días incrustado en el sofá, me he mantenido al tanto de todas vuestras miserias gracias a las redes sociales. Entre las penas que os afligen me he topado con la polémica suscitada por la casi total ausencia de J. K. Rowling en el especial de Harry Potter emitido estos días con motivo de los 20 años del estreno de la primera película de su versión cinematográfica. Tan solo 30 segundos apareció esta mujer en pantalla, el cenit de la censura impuesta por HBO y Warner Bros a consecuencia de que hace unos meses, la autora se hiciera eco en Twitter de un artículo que hacía referencia a las mujeres con el término “personas que menstrúan”. Instantáneamente los colectivos transexuales se abalanzaron a su pescuezo y, apoyados por los palmeros de turno, liaron la de San Quintín. Tanto, que una de las que fuera abanderada de la llamada causa feminista ha recibido amenazas de muerte como para empapelar su casa.


Dejando a un lado los dimes y diretes de los actores, me uno al circo (para una vez que la cosa tiene que ver con la llamada Literatura Infantil, no puedo hacer menos) y echo más leña a la hoguera de estas vanidades. 
La verdad es que me importa muy poco lo que opine esta señora, y me preocupa menos todavía que la saquen o no en el citado especial (Seguramente haya accedido muy gustosa teniendo en cuenta el negocio que se ha montado. A nadie se le ocurre perder 1200 millones de dólares de su cuenta corriente por una torpeza). Lo que sí me preocupa es el nivel de la peña, máxime teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de quienes entran al trapo en estos asuntos tienen menos de 35 palos.


A mí, que siempre me han enseñado a buscarme las castañas por cuenta propia, que, como a mucha gente, no me han regalado nada, y que he aguantado carros y carretas, todas estas gilipolleces son como recibir una patada en el hígado. Las llamadas minorías, otro instrumento más de una ingeniería social que solo intenta dividir a la ciudadanía en facciones y continuar perpetrando esos juegos del hambre en los que se ha convertido occidente, me dan mucha pereza. Ese macro-negocio donde la moral ha quedado distorsionada por ismos, pandemias y complejos, y donde el supuesto bienestar se alcanza gracias a la pérdida de libertades, es sencillamente asqueroso.


Yo no me las he tragado dobladas para que estos niñatos que usan el teléfono móvil desde que maman y a los que nadie ha enseñado a gestionar su vida para vivir sumisos a los dictámenes del sobreprotector y omnipresente papá Estado, me tengan sometido a sus caprichos de púberes mimados, mantenidos y lobotomizados. No. Necesitamos ciudadanos maduros que sepan pensar por sí mismos, que dejen de parafrasear discursos de televisiones, psicólogos y asistentes sociales, que dejen de clamar censura y venganza, y, sobre todo, que aprendan a respetar a todo el mundo. A los antivacunas, a los transexuales, a las amas de casa, a los negros, a los de derechas y a los de izquierdas. Yo no quiero vivir en la dictadura de lo políticamente correcto ni haciendo uso de sus artimañas ni censuras (aquí un artículo extenso sobre este tema). Me apetece decir, oír y leer lo que quiera. No necesito cortapisas, ni que me arrullen con cantinelas inertes para vivir en un mundo de fruta escarchada. Necesito animación, disensión, un poquito de guerra, pero nunca que me impongan una ideología creada ad hoc y que me recuerda a ese “anillo para gobernarlos a todos, para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”... 
Y el que quiera una vida de color de rosa, que se meta en una burbuja que probablemente, y ni aun así, se librará de los sinsabores de este mundo.


¡Ah! Y querida, J. K. Rowling: aunque te hayan dado de ostias, sé que tú eres una tipa lista y rápidamente le darás la vuelta a la tortilla. No voy a negar que siento una pizca de satisfacción al saber que te has llevado un rapapolvo, ya que tú, con tu (para)literatura -una que otrora consumí como lector y espectador-, has contribuido en parte a crear este mundo buenista y absurdo. Así que, como dicen en mi pueblo, donde las dan, las toman. Creo que ha llegado el momento de hincharte con tu propia medicina.


*N.B.: Todas las ilustraciones son obra de Jim Kay y pertenecen a las ediciones ilustradas de los libros de Harry Potter que edita en nuestro país Salamandra.

martes, 22 de junio de 2021

El retorno de una polémica


Recién aterrizo de un fin de semana mortífero donde las risas y los amigos han sido los mejores ingredientes para el despiporr, y me encuentro con la polémica desatada en Twitter por Miguel López, El Hematocrítico a tenor de ESTE ARTÍCULO en la edición digital de la revista masculina GQ y donde empentaba contra Mi primer autor, una colección de libros de “literatura infantil” escritos por reconocidos autores de la llamada literatura adulta, dirigida por Arturo Pérez Reverte y editada por el diario El País.
Para no andarme con rodeos, parafraseos ni libres interpretaciones, les comino a que lean el escrito y visiten su perfil en la citada red social. Nada como leer de primera mano las opiniones vertidas por los diferentes actores para crearse una opinión propia. Como un servidor no puede dar rienda suelta a sus pensamientos en tan pocos caracteres, las iré devanando en el post de hoy.


Antes de empezar diré que la citada colección es un refrito de otras colecciones editadas en dos momentos diferentes (2010 y 2014), y a la que en este 2021 se han añadido algunos títulos nuevos. Ya entonces suscitó mucha polémica, algo que pueden constatar en estos artículos que la Revista Babar y Ana Garralón incluyeron en sus respectivos espacios.


Desde mi punto de vista, el problema no solo está en quien escriba los libros, sino en cómo y por qué salen a la luz estos productos, qué intereses comerciales llevan a su publicación. Aquí un poquito de historia… ¿Se acuerdan de Alfaguara, el gran sello editorial? Sí, el que hoy día pertenece a Penguin Random House fue del grupo PRISA hasta 2014. Tanto El País, diario que publicó y publica estos libros, como la citada editorial, pertenecían al mismo holding de comunicación. Esto quiere decir que gran parte de los autores que escribieron estos libritos, publicaban ya con Alfaguara. A saber los intereses editoriales que han traído a todos estos escritores hasta una colección dirigida al público infantil… A buen entendedor...


Otra cuestión a tener en cuenta es la orientación comercial de los productos. Mucha grandilocuencia y adjetivos por todo lo alto, son el santo y seña de unas campañas de marketing cuyo único leitmotiv es el de vender a troche y moche. No es la primera vez que esto ocurre con estas colecciones (aquí tienen otro ejemplo de estrategias mal llevadas). Simplemente las grandes casas editoriales las utilizan para hacer el agosto a costa del consumo dosificado, el cliente fidelizado y la superpaternidad imperantes. Por tanto no debemos responsabilizar a los autores de estas prácticas tan poco ortodoxas.


Sobre las diferencias que han surgido entre autores de uno y otro lado, se pueden decir bastantes cosas… La primera es que la literatura infantil y la literatura para adultos, aunque pertenecen al mismo ecosistema cultural, son nichos diferentes que necesitan perspectivas igualmente distintas. No todo el mundo sabe escribir ni conectar con el lector infantil, y lo mismo sucede con el adulto. Espero que muchos de estos autores se hayan dado cuenta tras constatar las ventas paupérrimas de las anteriores ediciones de esta colección.
La segunda es que entiendo que muchos escritores de LIJ se sientan molestos porque otros colegas hagan incursiones en su parcela literaria. En cierto modo resulta algo desleal, invasivo, e incluso, se podría hablar de intrusismo. Yo quiero pensar que se trata de una triquiñuela más del sector editorial para copar todos los recovecos, quizá un experimento o simplemente un capricho (No veo por qué un poeta no puede escribir prosa...).
Por último y si yo fuera de esos que han estado escribiendo para niños largo y tendido, lo que más me tocaría las narices es que, después de tantos años dedicado a un tipo de literatura que tiene muchas teclas, lleguen las grandes firmas a dar lecciones de escritura, moralina y censura. Suena un poco pretencioso, torpe y nada elegante. En este mundo hay que tener cierta humildad, máxime cuando ya te has hinchado a vender en la época de vacas gordas.


Una pena que algunos (de un lado y otro) se hayan lanzado a morder sin piedad... Liar la de San Quintín no lleva a ningún sitio, sobre todo porque lo que podría ser un debate bastante productivo, se llena de mierda tuitera (que es lo que mola a la hora de vender cualquier milonga) y no de preguntas, respuestas e ideas. Sería más enriquecedor dejar de medírsela y plantear qué se puede mejorar dentro de los libros para niños.


¡Ah, se me olvidaba! Sobre estos libros decirles que leí algunos en el pasado y no me parecieron nada reseñables, menos todavía si tenemos en cuenta que pertenecen al álbum ilustrado, uno de mis formatos/géneros fetiche y en el que muy pocos de los autores que se citan en el artículo –tanto los de un bando, como los del otro-, han hecho buenas incursiones. Cositas de la vida, será que la Literatura Infantil y Juvenil mira más allá de la novela…


NOTA: Todas las imágenes que acompañan a esta entrada son obras de la artista plástica Liu Ye, concretamente de su serie Book Paintings, un conjunto de pinturas al óleo que representan diferentes libros con estilo hiperrealista.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Endogamia y repetitividad de la LIJ española


Las redes sociales dan para mucho, no sólo para poner a caldo a este o a la otra, sino para debatir sobre los temas más variopintos. Y teniendo en cuenta que mis redes sociales quedan enmarcadas en el mundo de la Literatura Infantil y Juvenil, la mayoría de las veces toca hablar sobre el panorama que se divisa en este mundillo del papel impreso.
Uno de los temas más recurrentes es la (aparente) endogamia y repetitividad de la LIJ en nuestro país (N.B.: Quizá también podemos hacerla extensiva a otros contextos, pero como el que más conozco es este mercado, me centraré en él)… Muchos tienen la impresión de que no sólo argumentos y temáticas son repetitivas en nuestros libros para niños, sino que también se escuchan los mismos nombres, que ciertos escritores e ilustradores copan el mercado, muchas veces con obras sin trascendencia, y no dejan hueco para otros autores que también tienen cosas interesantes que decir. También hay profesionales del sector, generalmente los que pertenecen al mundo editorial, que aducen que esto no es así, que no es un capricho, que las razones debemos buscarlas en la industria ya que escapan a su control.
Como yo hablo con unos y otros (soy un tanto marítimo, ya saben), creo que hace bien a todo el sector traer hoy a la palestra algunas consideraciones sobre este tema para poder abrir así un debate sobre esta imagen que proyecta la industria de LIJ española.


Como primer punto hay que hablar del tamaño de la industria de LIJ española. Sí, es pequeña comparada con las industrias de otros países occidentales, como la anglosajona o la francesa, sobre todo en lo que se refiere al número de ventas, uno que limita la producción y por tanto el número de títulos, tanto de producción propia, como ajena, algo que se relaciona directamente con las oportunidades que puede ofrecer a los autores de este tipo de literatura.
No obstante y aunque soy consciente de esto, también hay que tener en cuenta que en los últimos veinte años, el número de sellos y casas editoriales, sobre todo independientes, ha crecido mucho. Esto ha ampliado la oferta, algo que también ha llevado consigo cierta diversidad en lo que argumentos, temáticas y estilos de la LIJ se refiere. Son muchas de estas editoriales las que han ido necesitando nuevos autores que dieran a la Literatura Infantil patria un empujón, un nuevo rumbo hacia las corrientes europeístas, sobre todo en lo que a libro-álbum, narrativa ilustrada y narrativa infantil se refiere. Han abierto las puertas de sus editoriales a creadores desconocidos que han dado  los giros necesarios para que la LIJ española de finales del siglo XX abandonara esa costra casposa que la recubría.
A pesar de que este escenario ha presentado una cara bastante halagüeña, no todo el monte es orégano y esa tendencia dinámica hacia las oportunidades ha ido ralentizándose durante los últimos años por diferentes motivos...


En primer lugar tenemos que hablar de la supervivencia. La de los autores, la de las editoriales… Todos necesitan salir adelante, más todavía considerando que la precariedad es un hecho dentro del sector. Cada uno se busca la vida como buenamente puede. El autor vende su producto al mejor postor. Las editoriales sopesan el trabajo, valoran las posibles ventas, y ¡voilá! Aquellos quienes han tenido algún “best-seller” o han sido tocados por la varita mágica de la crítica, tienen las puertas abiertas de par en par en este competitivo entorno donde la rentabilidad también manda, para de paso, establecer también cierta jerarquía dentro de los diferentes gremios de autores.



En segundo término contamos con un clásico español, el amiguismo. En el pequeño ecosistema de la LIJ española casi todos nos conocemos. Editores, ilustradores, escritores, críticos, mediadores de lectura, lectores y otros monstruos se dedican a departir en esta mesa camilla de los libros para niños. Todos hemos oído hablar de todos, bien o mal, alto o flojito, y, evidentemente, surgen afinidades y diferencias que se trasladan al plano personal. No nos debe extrañar entonces que algunos autores sean blasón y bandera de ciertas casas editoriales, que no falten en las colecciones de ciertos sellos, que pasen a ser escritores e ilustradores fetiche.


Otra circunstancia curiosa es la imitación de los catálogos editoriales. Si Fulano, que tiene una editorial muy vistosa y bien considerada, ha publicado cierto libro con este ilustrador, Mengano, que es bastante aspirantón y quiere despuntar en la industria, copia al primero y también publica algo del mismo ilustrador, una práctica que se traslada a otros muchos Zutanos que piensan de igual manera. Por tanto no nos debe extrañar que si un autor ha tenido un éxito manifiesto una temporada, en la siguiente nos bombardeen con otras tantas.
Otro factor a tener en cuenta en esto de la LIJ endogámica es la escasez de buenos textos e imágenes… No se pueden imaginar la cantidad de editores que me escriben lamentándose de la poca calidad que tienen las propuestas de publicación que llegan a diario a sus buzones. Es tanta la morralla, que la mayor parte de las veces se ven obligados a recurrir a sus escritores e ilustradores de cabecera para cumplir con sus estándares y expectativas, con las de sus lectores, y sobre todo, con el mercado de novedades.
Al hilo del mercado de novedades, hay que hacer una parada obligada en esta práctica cada vez más habitual (a mí, personalmente, me abruma) que también condiciona las oportunidades de unos y otros autores. Si tenemos en cuenta que todas las editoriales del ramo tienen que sacar tres o cuatro libros nuevos cada temporada, es lógico que los autores consagrados o con más éxito, salten de una a otra con diferentes obras, y que el que publicaba un título con esta, la temporada siguiente publique otros con las editoriales vecinas.


No obstante y para verle el lado positivo en lo que a autores noveles se refiere, debemos darle gracias al mercado de novedades ya que muchas casas, hastiadas de ver impresos sobre las tapas los mismos nombres propios, prefieren buscar en ferias o encuentros nuevos artistas que escriban o ilustren obras que se alejen de lo ya visto y encontrar nuevos nichos ecológicos que explotar.
Lo mismo opino de los concursos que muchas editoriales organizan por sí mismas o junto a otras instituciones, ya que son muy favorables para todos aquellos autores que pretenden abrirse un hueco en el universo LIJero, primero, porque  se espera imparcialidad de los jurados que seleccionan las obras ganadoras y finalistas, y segundo, porque se supone que todos los participantes parten de una situación de igualdad de oportunidades.



Antes de dar el punto y final a este escueto panorama, me gustaría dar dos toques de atención. Uno se refiere a la gran cantidad de aspirantes a escritores e ilustradores que proliferan últimamente. Bien por los deseos personales, bien por la gran cantidad de escuelas creativas, de arte y estudios artísticos que han proliferado estos últimos años, nos encontramos ante una ingente cantidad de personas que quieren entrar a formar parte de la industria, algo que también lleva aparejados competencia voraz y frustraciones mayores. El segundo toque tiene que ver con la relación del arte y la industria, ya que en mi humilde opinión, las producciones artísticas deberían quedar exentas de todos estos vericuetos sobre pérdidas y ganancias o estrategias de marketing, es decir, de todas las teclas que rigen hoy día cualquier ámbito con cierta productividad.
Con esto y un bizcocho (de zanahoria, que está bien rico) sólo me queda invitarles a dejar sus comentarios y, sobre todo, a no tirar la toalla, pues quedan muchas buenas historias que encontrar (algunas las tienen acompañando esta entrada aunque sean primeras oportunidades) y muchos sueños que hacer realidad.


viernes, 26 de octubre de 2018

Hablando de LIJ con... Antonio Rodríguez Almodóvar



Román Belmonte (R.B.): Es un honor para mí que haya accedido a esta pequeña entrevista. ¡No sabe la de veces que he pasado las páginas de libros como El castillo de irás y no volverás o El hacha de oro! Mil gracias. ¡Empezamos! ¿Qué le llevó a interesarse por el folclore de transmisión oral en España?
Antonio Rodríguez Almodóvar (A.R.A.): Una suma de circunstancias, pero principalmente la lectura de Juan de Mairena, en los capítulos que se refieren al folclore como cultura viva.
R.B.: Como folclorista le pregunto, ¿por qué es importante recuperar la memoria colectiva?
A.R.A: Bueno yo solo soy “aprendiz de folclorista”, como decía el propio Machado de sí mismo, y ya me parece mucho atrevimiento por mi parte. Yo he llegado a la cultura popular desde la filología y la etnografía, aunque es verdad que me he pateado el territorio buscando cuentos.
La cultura oral hace las veces de la historia de las clases populares, aunque de distinta manera. La cultura hegemónica (Gramnci) se apoya en los documentos escritos; la otra en la memoria comunal.


R.B.: ¿Cree que las identidades territoriales y los nacionalismos ayudan a recuperar el folclore de manera íntegra o tienen un sesgo manifiesto?
A.R.A: Normalmente se hace un uso sesgado de las tradiciones, como para probar la “autenticidad” o la “profundidad” de la cultura propia, y de ahí dar el salto mortal al nacionalismo. Una peligrosa manipulación.
R.B.: En etnografía suele suceder que el transmisor del conocimiento puede añadir elementos de su propia cosecha o, como ocurre en la actualidad, elementos que tienen que ver con el cine, los medios de comunicación o internet… ¿Cómo sabe un folclorista qué elementos de un cuento son los primigenios?
A.R.A: El investigador debe tener en cuenta esas incorporaciones y valorarlas, como transformaciones, como simples ocurrencias. Normalmente son esto último. Pero cuando significan transformaciones, sobre todo si son de sentido, hay que comprobar si se han extendido en el propio medio.


R.B.: ¿Existen diferencias entre un cuento tradicional y uno moderno? En caso afirmativo ¿Se refieren estas más al contenido o a la forma?
A.R.A: Son dos géneros completamente distintos, aunque los segundos se apoyan a veces en los primeros. Las diferencias atañen tanto a la forma como al contenido.
R.B.: Su trabajo más conocido son los Cuentos al amor de la lumbre. Con ellos llenó un enorme hueco en la literatura tradicional española. De todos estos, ¿cuál es su favorito?
A.R.A: Esta es la pregunta más difícil, porque son muchos. Pero, en fin, digamos que el primero, Blancaflor, me sigue pareciendo un prodigio.


R.B.: Si no me equivoco, usted adaptó una serie de estos cuentos para los Cuentos de la Media Lunita, una colección con cierta vis infantil y muy ilustrada que pretendía acercar estas creaciones a los niños. Todavía vigente y con cierta aceptación, me gustaría preguntarle ¿qué puntos considera usted esenciales a la hora de adaptar un cuento tradicional?
A.R.A: Es esencial no variar el argumento, la espina dorsal del relato. Sobre eso, los aditamentos son intentos de captar la atención, solo eso.
R.B.: La eterna pregunta, ¿el cuento debe enseñar o debe entretener?
A.R.A: Las dos cosas van indisolublemente unidas. Por eso los cuentos orales tienen tanto éxito.


R.B.: En cierta ocasión publiqué en la cuenta que los monstruos tienen en Instagram, unas imágenes que Jesús Gabán realizó para su versión del cuento Los tres toritos. Un par de seguidores se echaron las manos a la cabeza y empezaron a lanzar improperios cuando vieron la escena de toreo que se recoge en una de las páginas (y eso que el estoque se hacía con un alfiler…). Sonreí ante la indignación desorbitada y me pregunté si hay un punto en el que puedan convivir tradición y actualidad. ¿Existe ese lugar de confluencia?
A.R.A: No me extraña en absoluto. La espantosa moda de “lo políticamente correcto” puede acabar con todo. Incluso con la literatura.
R.B.: Continuando con lo anterior y echando mano de caperucitas animalistas o bellas durmientes feministas  ¿Qué opina de las versiones de los cuentos tradicionales enmarcadas en contextos, ismos y problemáticas actuales que se publican sin cesar?
A.R.A.: Creo que ya he contestado a eso. Puede ampliarlo en un artículo mío titulado Cuentos populares, perfectamente incorrectos.
R.B.: La muerte, el clasismo o el machismo se han convertido en aspectos censurables en la sociedad occidental… ¿Qué les diría a todos esos adultos que viven preocupados por estas realidades recogidas en los cuentos tradicionales? ¿Cómo le podríamos dar la vuelta a la tortilla y animar así a la transmisión íntegra de estas creaciones a los niños sobreprotegidos del presente?
A.R.A: Hay que recordarles que los cuentos de tradición oral poseen un mensaje simbólico, que va dirigido a la formación de la mente y la integración del cuerpo humano. Querer racionalizar eso es emprender el vuelo de la paloma en un lugar abstracto, sin aire


R.B.: La cuentoterapia está muy de moda y se encuentra presente en los ámbitos de la psicología y la educación. ¿Qué piensa al respecto de esta práctica?
A.R.A: He conocido experiencias muy interesantes. Todas van dirigidas a aplicar los elementos simbólicos.
R.B.: Como los números impares están muy presentes en los cuentos populares, le voy a pedir tres últimas respuestas: su comida favorita, un juego que le divierta y alguna recomendación de lectura.
A.R.A: El gazpacho, el parchís y Las mil y una noches.



Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941), aunque de joven fue marino mercante, estudió la carrera de Filosofía y Letras. Inició en Madrid la especialidad de Filosofía Pura, pero acabó licenciándose en Sevilla en Filología Moderna (1969) y doctorándose por la misma universidad en 1973. Fue profesor interino y contratado de la Universidad de Sevilla y del Colegio Universitario de Cádiz (1969-1974) y en 1975 ganó por oposición la cátedra de Instituto. Es autor de narrativa, teatro y poesía, sobre todo de obras dirigidas al público infantil y juvenil (se alzó con el Premio Nacional en esta categoría en el año 2005), sin embargo es más conocido por su prolongada e intensa dedicación al estudio y recuperación de los cuentos populares españoles, campo en el que sobresalen sus Cuentos al amor de la lumbre (Premio Nacional de Literatura 1985) y los Cuentos de la Media Lunita, una colección que se sigue reeditando desde hace más de treinta años. Desde 2015 es Académico Correspondiente de la RAE.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ilustradores contemporáneos: Emily Gravett


Aprovechando la publicación de buena parte de la obra de Emily Gravett por la editorial Picarona, he decidido hacerle un hueco a una de las autoras de álbum ilustrado contemporáneo más aclamadas tanto por público como crítica. Así que, retomando a los ilustradores de estos días abrimos fuego con algunos datos sobre esta artista.


Emily Gravett nace en Brighton (Inglaterra) en 1972. Su padre, que era impresor, y su madre, una profesora de arte, se separaron cuando era pequeña. Aunque vivía con su madre en aquella época, le gustaba acompañar a su padre a pintar en los museos. Tras terminar la secundaria con excelentes calificaciones en el (llamémosle así para entendernos) “bachillerato” artístico (GCSE), empezó un periplo alrededor de Inglaterra durante ocho años, una época nómada (vivió en “una gran variedad de vehículos” según ella misma) y muy enriquecedora en la que conoció a su actual pareja, Mik. 


En 1997 se afincó en Gales y tuvo a su hija Oleander. Es entonces cuando se dio cuenta de que quería estudiar algo relacionado con el dibujo, su verdadera destreza, y se inscribió en un curso de arte. Gracias a las buenas calificaciones obtenidas, en 2001, decidió matricularse en un grado de ilustración en la universidad de Brighton, su ciudad natal. En el segundo año de carrera Emily se animó a participar en el prestigioso premio MacMillan de Ilustración Infantil y logró un accésit por su excelente trabajo. Al año siguiente, 2004, se graduó y se volvió a presentar al citado premio con su proyecto fin de grado que llevaba por título Wolves (Lobos, en castellano en Castillo-MacMillan España) y que realizó en seis semanas. Ganó por unanimidad y que fue publicado al año siguiente con una enorme acogida, tanto por el público, como por la crítica, que le otorgó la primera de sus dos medalla Greenaway en 2006. 


Continuó trabajando en Orange Pear Apple Bear, un libro que esbozó en ¡11 horas!, Meerkat mail y The imaginary, hasta que en 2008 ganó su segunda medalla (algo que sólo han conseguido unos pocos afortunados) por su exquisito trabajo en El gran libro delos miedos del ratoncito. Le siguieron obras como Mi mono y yo, El huevo misterioso, Perros, su serie de El oso y la liebre o El gato de Matilda que, junto a otros títulos como El camaleón azul, Un sombrero muy anticuado, 10 perros y 10 gatos superan la veintena (pueden encontrarlos todos en la editorial Picarona). A día de hoy vive en Brighton con su hija y su pareja, ideando historias fantásticas desde su ático-estudio con vistas a South Downs




Las historias que cuenta están llenas de humor que, aunque a veces puede parecer tontorrón, está lleno de ironías y paradojas, y puede llegar a ser bastante punzante y crítico. Como ejemplo tenemos ¡Qué ordenado! o ¡Demasiadas cosas! (Picarona nuevamente), que se desarrollan en un bosque con el mismo elenco de personajes. El primero es una conspiración en toda regla contra el exceso de pulcritud, y el segundo se centra en la importancia de ese materialismo actual que nos impide ver lo verdaderamente importante. En otros casos como ¡El lobo no nos morderá! (en la misma editorial que los anteriores), su puntito canalla se ve acentuado por la variedad tipográfica, tanto en tamaño, como en estilo.




Sobre el estilo de sus ilustraciones hay que decir que se adscribe al tradicional dentro del mundo del álbum anglosajón, uno que bebe de técnicas artísticas clásicas como son la acuarela, el gouache y el lápiz de color, una caracterización a-”cartoon”-ada de los personajes, escenas planas sobre fondo blanco -generalmente-, cierto dinamismo en las figuras que las configuran, la superposición de otras ilustraciones, y la inclusión de elementos como fotografías, mapas, noticias, elementos "pop-up" como las solapas de Hechizos (Picarona) cartas o tarjetas a modo de collage que trabajan el objeto libro desde un punto de vista más interactivo. 




Como nota curiosa en la creación de sus ilustraciones, hay que señalar el proceso que desarrolló para darle realismo a las de El gran libro de los miedos del ratoncito (Picarona). Según cuenta ella misma, impregnó papel con yogur y lo metió en la jaula de Botón y Mr Mu, dos ratas que tenía como mascotas y a las que dedica este libro, que mordieron y sobre el que depositaron sus excrementos. Emily recuperó estos papeles y los escaneó para utilizarlos como fondo en las ilustraciones de un excelente álbum informativo (N.B.: Hizo algo parecido con algunas imágenes de Lobos, azuzando a un perro para que la mordiera. Como no tuvo éxito, le pegó una dentellada ella misma).




Las características que definen a los libros de Emily Gravett, aunque muy variadas, confluyen en una serie de puntos como son la metaficción (Este palabro incluye a todas aquellas obras literarias que salen de sí mismas y se contemplan; una ficción dentro de otra ficción para lanzar un guiño cómplice al lector), el dinamismo, tanto de la ilustración, como en la actividad lectora (El lector forma parte de la acción, descubre elementos minuciosos, debe pasar páginas hacia atrás y hacia delante, levanta solapas o despliega mapas, lo que da lugar a un objeto interactivo que juega sorprendiendo al niño) y los elementos peritextuales (en casi todos sus libros llama la atención el uso de troqueles, la inclusión de las guardas como elemento narrativo de síntesis, de ampliación o complementario, o un pensado diseño de las tapas que, en algunos casos como ¡Otra vez! (Picarona), un álbum muy apreciado por los amantes de los libros, son las protagonistas de la narración que, aunque a veces peque de efectista, son eficaces en la construcción del mensaje).




Todo esto y mucho más es lo que, a mi juicio, la incluye dentro de la élite de los creadores de grandes álbumes contemporáneos, a pesar de que muchos de sus detractores la cataloguen dentro de las corrientes casposas del álbum inglés por recurrir a estilos poco vanguardistas y posicionarse en la esfera del discurso poco rebuscado. Así que “Long live Emily Gravett!”