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viernes, 2 de diciembre de 2022

Vivir en las palabras


Con tan poco fútbol y tanta cerveza, hoy he decidido quedarme en casa. Que gasten otros hasta el último ahorro. La crisis se cierne sobre nosotros y yo la espero como agua de mayo (a saber dónde estemos entonces...) para gastarme lo poco que tengo sin aglomeraciones.
Aguardemos sin prisa en nuestras cuevas el paso del tiempo. Alimentándonos de palabras. Viviendo entre ellas. Leyendo libros como el que hoy sostengo entre las manos. Uno que me tiene embelesado, como no podía ser de otra manera, tratándose de Raúl Vacas y sus versos, uno de esos poetas que navega en la rima infantil como pocos.


Acompañado de mi apreciado David Pintor, vuelve a hacer un ejercicio sin parangón de poesía temática y estilística en su 27 casas. Poemas para entrar a vivir, un recorrido donde, además de acercarnos a sus caprichos verbales (¿Saben lo que es un poema matrioska? Aquí lo aprenderán), se pasea por unos cuantos tipos de composiciones poéticas clásicas como aleluyas, sonetos, haikus y romances.
Con mucho humor, bastante actualidad (veganismo o coronavirus son algunas de las temáticas elegidas) y un gran componente de denuncia social (sí, completísimo este álbum), el autor de Bichos raros o Esto y eso, se atreve con un nuevo abecedario en forma de inmobiliaria globalizada y nos cuenta una buena tanda de historias sobre hogares. Nidos, orfanatos, barcos, rascacielos y estaciones espaciales. Porque cualquier lugar es susceptible de cobijar nuestros corazones.

El lector dentro del libro.
Los osos en las oseras.
La avispa en el avispero.
Las arañas en sus telas.

El águila sobre el nido.
Los lobos en la lobera.
El caracol en su concha.
Los chopos en la chopera.

La hormiga en el hormiguero.
Los grillos en la grillera.
El fantasma en su castillo
y la bruja en su escobera.

La gallina en el nidal.
El cerdo en la cochiquera.
El sapo en el lodazal
y el Panda aparcado fuera.

El ruiseñor en la zarza
y la amapola en la era.
Por el mar corren las liebres;
por el monte, los poetas.

Las vacas en los establos.
El murciélago en la cueva.
Y el libro en las librerías
y en todas las bibliotecas.

Raúl Vacas.
Guarida. Poema para guarecerse.
En: 27 casas. Poemas para quedarse a vivir.
Ilustraciones de David Pintor.
2022. Salamanca: La Guarida.


martes, 17 de mayo de 2022

De abusos hosteleros y ataques de hipo


La vida se está poniendo imposible. Y más que se va a poner. Si hace un par de años los guiris pensaban que España era el paraíso y ellos quienes, a base de libras y sueldos boyantes, se erigían en conquistadores, a día de hoy la cosa está cambiando. Y se lo digo porque últimamente me he topado con unos cuantos que empiezan a pensar que ni en destinos turísticos la mar de populares, encuentran los precios de antaño.
Que en pleno Cáceres, una ciudad mal comunicada, con una población en declive y una economía empobrecida que subsiste gracias a cuatro visitantes, te cobren tres euros por una caña, no tiene nombre. Que en un bar de mala muerte de Alicante fuera de todo el cerco turístico, te saquen más de siete lereles por media ración de bravas, es una puta vergüenza. Que en un bar de Granada, el tamaño del tubo de cerveza se haya reducido pero te sigan cobrando lo mismo que cuando el vaso era mayor, se llama avaricia y piratería. La feria de Sevilla, los patios de Córdoba, las fallas de Valencia, San Isidro… No hay fiesta popular en la que no se hayan esquilmado los bolsillos del ciudadano.


Putin y su guerra, el aceite de girasol (se ve que las cerveceras necesitan cantidades ingentes para fabricarla), los combustibles y la luz son justificaciones más que socorridas. Pero, ¿cómo es posible que esto esté sucediendo en algunos establecimientos mientras que en otros se sigue manteniendo el precio de los productos a un precio como el de antaño y no han pasado a vender el salmorejo en dedales? ¿Acaso ellos no pagan sus facturas? En mi pueblo esto pone en evidencia que solo hay una palabra para definir a los primeros: la-dro-nes.
El sector hostelero ya subió los precios durante la pandemia aduciendo que con las restricciones y demás daños colaterales tenían que subsistir de alguna forma, que la poca afluencia de público les había restado ganancias. Pedían algo de comprensión y solidaridad a un consumidor que en parte lo entendió y los apoyó, para que ahora que el bicho ya no es el peligro número uno, sigan riéndose de nosotros y exprimiendo nuestras carteras gracias a nuevas excusas en connivencia con un gobierno cuya única meta es dejar España hecha un solar.


La inflación está subiendo a pasos agigantados, los sueldos son denigrantes, estamos perdiendo competitividad en sectores que antes eran nuestra punta de lanza y las clases medias, que son las que ¿tenían? el poder adquisitivo, se están empezando a dar cuenta de que todo es un engaño. De que no hay necesidad de que te roben a mano armada en lugares a reventar de gente, donde el servicio es una castaña, la cerveza está caliente y las tapas se reducen a cuatro trozos de pan. Trae más cuenta comprarte una caja de cervezas en Amazon y disfrutarlas con los tres amigos de siempre, que ir a uno de estos lugares y sufrir un ataque de hipo cuando te traigan la cuenta.


Y hablando de hipo, hoy me toca hablar de ¡Tengo hipo!, un álbum de David Pintor publicado por La Guarida, una pequeña editorial salmantina con unos libros bien simpáticos. En esta ocasión, el autor gallego toma como protagonista a un gato bastante glotón que tras zamparse una buena ración de comida sufre un ataque de hipo muy persistente. Desesperado, pide ayuda a su amigo el pájaro que, echando mano de otros amigos animales, le irá indicando formas para deshacerse de ese hipo tan molesto.
Con su habitual humor blanco, Pintor ahonda en una situación de sobra conocida entre los más pequeños de la casa y de paso les invita a experimentar buena parte de las maneras para acabar con esta contracción involuntaria del diafragma que a veces puede durar incluso ¡días!
No se pierdan el librito porque tiene un puntito de rima-retahíla muy pegadizo, se le puede sacar mucho partido en casa y no abusa de ciertos efectos que seguramente le harían perder frescura.

viernes, 18 de febrero de 2022

Naturaleza y libros infantiles


En muchos libros infantiles solemos encontrar un acercamiento a la naturaleza. Escenarios, protagonistas y metáforas que nos hablan de la estrecha relación que mantenemos con nuestro medio ambiente, un tema que desgrano brevemente en este post con tres ejemplos en los que detenerse.


A mi juicio son cuatro los factores que influyen en esta acusada presencia del mundo natural en la Literatura Infantil. Por un lado tendríamos el influjo de los llamados cuentos tradicionales, unas historias cuyos escenarios tienen mucho que ver con prados, ríos, montañas y bosques, lugares a los que solían acudir los habitantes de esa Europa rural que ahora nos parece muy lejana. La naturaleza es ese lugar donde todo es posible por lo desconocido y salvaje.
Por otro lado tendríamos esa cosmovisión intimista entre el ser humano y la naturaleza que autores románticos, como Bécquer, Mary Shelley, Oscar Wilde, Edgar Alla Poe o Lewis Carroll nos trasladan en sus obras. Perdidos en los recovecos de la naturaleza, buscan sus propias grandezas y miserias, asimilando que ellos mismos formaban parte de ese todo que, de un modo u otro, generaba las realidades mundanas que la época industrial hacía más patentes con sus fábricas y su hollín.
Si bien es cierto que esta fusión entre literatura y naturaleza está condicionada por factores históricos, a veces bebe de las modas y tendencias actuales. Ecologismo, indigenismo y otras tendencias han ayudado a que las representaciones un tanto oníricas del mundo natural impregnen muchas obras actuales de la Literatura Infantil. El resultado de una idiosincrasia que se ha ido instalando en estos tiempos de super-idealización en los que robledales, taigas y sabanas son paraísos terrenales. Refugios maravillosos donde no habita nada indeseable, ni cruel, ni malo.
Del mismo modo, también puede deberse a la estrecha relación entre el autor y un medio ambiente agreste donde la inspiración es esa comunión sobrenatural que nos salva de unas afecciones que se ven disipadas cuando nos hallamos en mitad del bosque, paseando a orillas de una playa desierta o en mitad de la dehesa.


Tres buenos ejemplos de este acercamiento natural en los libros infantiles son Un bosque en mí, de Deborah Underwood y Cindy Derby (Libros del Zorro Rojo), Mi árbol secreto de David Pintor (La Guarida) y Soy un árbol de Sylvaine Jaoui y Anne Crahay (Kókinos).
En el primero se nos presenta un viaje emocional en toda regla donde los símiles naturales tienen mucho que decir en una historia que habla de ti, de mí o de cualquiera. Poético a rabiar, se articula sobre unas ilustraciones donde aguadas llenas de luces, penumbras y sombras son las diferentes estaciones de este particular vía crucis en el que su protagonista se sincera en un silencio compartido con la naturaleza que le rodea y con el lector-espectador.


Composiciones bien elegidas, planos cinematográficos, tintas medias y toda una suerte de sinceridades se agolpan entre las ramas de los árboles, los claros del bosque y otros remolinos de vida. Una elección que no solo gusta a consumidores introspectivos, sino a todos lo que por alguna razón, se definan amantes de espesuras vegetales y cromatismos naturales.



En el segundo título, el ilustrador gallego y reciente ganador del Goya a la mejor película de animación, se interna en una historia sobre paralelismos vitales y ciclos naturales. Inspirado, como suele ocurrirle últimamente, por su hija Nara, indaga en los mil y un momentos en los que un roble, árbol majestuoso que llena las carballeiras de su tierra, está presente en la vida de cualquier niño de un modo, como apunta el propio título, misterioso, casi clandestino. 


Un libro que recuerda a El árbol generoso de Shel Silverstein pero centrado en la infancia, una etapa donde las emociones son mucho más potentes, algo que se observa en un final, tan triste, como esperanzador. David Pintor detiene el espacio en ese tronco, en esas hojas, en ese prado, y deja pasar el tiempo, uno que da buena cuenta de los juegos compartidos, de los momentos de descanso, de las alegrías y tristezas, de que hombres y árboles somos como hermanos.




Para terminar la tríada, nos acercamos a un álbum que, como el anterior, establece un símil entre el proceso de gestación de un ser humano y el de germinación de una semilla. En este caso y aunque se hace uso del estilo figurativo, los autores se decantan por el uso de la metáfora, tanto visual, como verbal, para ir desarrollando una idea que queda reflejada en el título.


Con líneas sutiles y una composición especular, la acción se desarrolla sobre la idea del crecimiento en un espacio cerrado en el que, poco a poco, una nueva vida se abre paso hacia la luz del día. Aunque la escala temporal no es equivalente, el propósito subyacente se consigue ante un espectador que ve en cada doble página la evolución de dos procesos naturales en los que el fin no es comprender cada detalle, sino tomar consciencia de la magia que envuelve nuestra existencia.



viernes, 29 de noviembre de 2019

Las vacas de mi infancia



No sé si alguna vez les he contado que mi abuelo era vaquero. No como los de las películas del oeste americano, que lo suyo eran las vacas lecheras. Recuerdo vagamente las cuadras donde las ordeñaba, cómo entraba la luz tenue del otoño por las ventanas. Por aquel entonces ya le quedaban muy pocas. Yo pasaba entre sus traseros con algo de cautela, pues nunca he sido muy amigo de las coces ni de las ventosidades.
Aunque las cosas han cambiado, hay que guardar la memoria a buen recaudo…

Talán, talán, telén, telén.
Último aviso “vacas al tren”.

Llega el otoño y se cae la hoja,
la lluvia a rayas todo lo moja.
El campo vuelve a ponerse verde.
Tal vez su hija no lo recuerde.

La vaca flaca aunque es octubre,
ya no despacha ni media ubre.

No le apetece ni la verdura
y apenas se hace la pedicura.

Todas las noches toma somníferos,
es la más triste de los mamíferos.

Para animarla, su cuidador
le ha regalado un ordeñador.

[…]

Raúl Vacas.
La vaca flaca.
Ilustraciones de Gómez.
2019. Salamanca: La guarida Ediciones.



jueves, 11 de octubre de 2018

Reír en compañía



En este “juernes” (algunos no entendemos el concepto hasta que se nos avecina un puente como este) sólo tengo ganas de reír. De disfrutar como un chiquillo, por cualquier tontería, cualquier chiste absurdo. De bailar a lo loco, sin importarme los sones ni las razones. De despertarme con la luz del sol, también con el viento juguetón. De que no se acaben las sonrisas. De tu dulce compañía...

Las truchas
viajeras
no quieren
peceras

Los fieros
leones
no quieren
jaulones.

Las nubes
farraguas
no quieren
paraguas.

Los frescos
membrillos
no quieren
cuchillos.

Las flores
coquetas
no quieren
macetas.

-¿Y tú,
qué quieres,
amigo?
-¡Que rías
conmigo!

David Hernández Sevillano.
Deseos.
En: De boca en boca y río porque me toca.
Ilustraciones de Carmen Queralt.
2018. Salamanca: La Guarida Ediciones.




miércoles, 29 de junio de 2016

De paseo por uno mismo


A pesar de la democratización del deporte (ya saben ustedes que hace unos años, la hípica o el esquí no estaban al alcance del populacho) y los hábitos de vida sana y saludable a los que nos abocan los medios de comunicación, la actividad física que más me convence es el paseo. No porque los traumatólogos estén llenos de atunes treintañeros que destrozan sus articulaciones a base de carrera de fondo y bicicleta (tengo en alta estima tendones y ligamentos..., necesito que duren el mayor tiempo posible,,,), sino porque el paseo, nos ayuda a disfrutar de lo que nos rodea a una cadencia ideal, a una velocidad que es la nuestra; sin ese ritmo vertiginoso que últimamente nos llena el cerebro de necesidades innecesarias y que nos permite pensar dejando a un lado la gravedad a la que nos acostumbran agoreros y trágicos.


Aunque me gustan los paseos en grata compañía, también son necesarios los caminos solitarios, esos en los que te evades de lo personal y te empapas de lo cotidiano. Por un lado miras el mundo pasar y por otro lo contemplas desde otra perspectiva más lúdica. Sonríes ante lo repetitivo del tiempo, por los resultados electorales, por la seriedad con la que algunos pasan, por la ligereza con la que otros pisan la tierra. También sonrío ante la estupidez humana, por nuestros miedos y complejos, de las sorpresas luminosas que te dan los amigos, del aprecio correspondido por los alumnos, de los regalos que nos hacen los desconocidos y de los besos que mendigamos.


No olviden que también es necesario hacer un alto en el camino, sentarse en un banco bajo la sombra de los tilos, y escuchar a los pájaros, las risas de los chavales, las conversaciones ajenas, o, absorto, ver gente, mucha gente pasar. Me entretiene ver a los demás, observarlos y jugar a las adivinanzas. Quizá muchos lo vean como una sandez, pero si les soy sincero, los parques y las calles me han abierto más la mente que cualquier otra cosa, no sólo por las sobredosis de realidad que te propinan (siempre superan a la ficción), sino porque avivan tu imaginación y te proporcionan argumentos y personajes con los que acompañarte.


Algo similar ha debido pasarle a Nono Granero cuando le dio forma a su ¿Un paseo?, un simpático libro editado por La Guarida Ediciones en el que René y Botón se pierden entre los muchos muchos recovecos que forma, no sólo la ciudad, sino el mundo.


domingo, 13 de diciembre de 2015

Viento otoñal


Aunque las previsiones meteorológicas anuncian un diciembre bastante cálido y seco (se ve que la sequía es una constante por estos lares mediterráneos), el otoño es ventoso y tapiza el suelo con las hojas (si les da tiempo en llegar al suelo, porque cada vez las barren con mayor eficacia). A este paso, nos embutiremos en el triquini, extenderemos la toalla y tomaremos el sol sobre los ocres dorados de la estación del boniato y las castañas.

Y al fin llega el viento
madrugador,
aullador,
aventador de las hojas,
volador.
Viene del Norte
con muchas ganas de jugar
a soplar y silbar.

¡Cuidado, árboles,
sujetaos las hojas,
que se las lleva!

Estrella Ortiz.
Las cuatro canciones.
Ilustraciones de Carmen Queralt.
2015. Salamanca: La Guarida Ediciones.