martes, 17 de mayo de 2022

De abusos hosteleros y ataques de hipo


La vida se está poniendo imposible. Y más que se va a poner. Si hace un par de años los guiris pensaban que España era el paraíso y ellos quienes, a base de libras y sueldos boyantes, se erigían en conquistadores, a día de hoy la cosa está cambiando. Y se lo digo porque últimamente me he topado con unos cuantos que empiezan a pensar que ni en destinos turísticos la mar de populares, encuentran los precios de antaño.
Que en pleno Cáceres, una ciudad mal comunicada, con una población en declive y una economía empobrecida que subsiste gracias a cuatro visitantes, te cobren tres euros por una caña, no tiene nombre. Que en un bar de mala muerte de Alicante fuera de todo el cerco turístico, te saquen más de siete lereles por media ración de bravas, es una puta vergüenza. Que en un bar de Granada, el tamaño del tubo de cerveza se haya reducido pero te sigan cobrando lo mismo que cuando el vaso era mayor, se llama avaricia y piratería. La feria de Sevilla, los patios de Córdoba, las fallas de Valencia, San Isidro… No hay fiesta popular en la que no se hayan esquilmado los bolsillos del ciudadano.


Putin y su guerra, el aceite de girasol (se ve que las cerveceras necesitan cantidades ingentes para fabricarla), los combustibles y la luz son justificaciones más que socorridas. Pero, ¿cómo es posible que esto esté sucediendo en algunos establecimientos mientras que en otros se sigue manteniendo el precio de los productos a un precio como el de antaño y no han pasado a vender el salmorejo en dedales? ¿Acaso ellos no pagan sus facturas? En mi pueblo esto pone en evidencia que solo hay una palabra para definir a los primeros: la-dro-nes.
El sector hostelero ya subió los precios durante la pandemia aduciendo que con las restricciones y demás daños colaterales tenían que subsistir de alguna forma, que la poca afluencia de público les había restado ganancias. Pedían algo de comprensión y solidaridad a un consumidor que en parte lo entendió y los apoyó, para que ahora que el bicho ya no es el peligro número uno, sigan riéndose de nosotros y exprimiendo nuestras carteras gracias a nuevas excusas en connivencia con un gobierno cuya única meta es dejar España hecha un solar.


La inflación está subiendo a pasos agigantados, los sueldos son denigrantes, estamos perdiendo competitividad en sectores que antes eran nuestra punta de lanza y las clases medias, que son las que ¿tenían? el poder adquisitivo, se están empezando a dar cuenta de que todo es un engaño. De que no hay necesidad de que te roben a mano armada en lugares a reventar de gente, donde el servicio es una castaña, la cerveza está caliente y las tapas se reducen a cuatro trozos de pan. Trae más cuenta comprarte una caja de cervezas en Amazon y disfrutarlas con los tres amigos de siempre, que ir a uno de estos lugares y sufrir un ataque de hipo cuando te traigan la cuenta.


Y hablando de hipo, hoy me toca hablar de ¡Tengo hipo!, un álbum de David Pintor publicado por La Guarida, una pequeña editorial salmantina con unos libros bien simpáticos. En esta ocasión, el autor gallego toma como protagonista a un gato bastante glotón que tras zamparse una buena ración de comida sufre un ataque de hipo muy persistente. Desesperado, pide ayuda a su amigo el pájaro que, echando mano de otros amigos animales, le irá indicando formas para deshacerse de ese hipo tan molesto.
Con su habitual humor blanco, Pintor ahonda en una situación de sobra conocida entre los más pequeños de la casa y de paso les invita a experimentar buena parte de las maneras para acabar con esta contracción involuntaria del diafragma que a veces puede durar incluso ¡días!
No se pierdan el librito porque tiene un puntito de rima-retahíla muy pegadizo, se le puede sacar mucho partido en casa y no abusa de ciertos efectos que seguramente le harían perder frescura.

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