martes, 24 de mayo de 2022

Yo, ¿persona?


Da igual dónde vayas, todo está a rebosar de gente. Calles, parques, ferias, salas de conciertos, museos, bares y restaurantes. No cabe un alfiler. Y yo, mientras tanto, en mi casa. Como si nada. Dejando el tiempo pasar.
He hecho como que estudio. También he preparado un examen. Incluso tengo levando la masa de un pan en el frigorífico. A veces la vida se va de la forma más sencilla posible. Te quedas quieto y dejas de pensar. “¿Para qué?” Te dices. Será un síntoma de vejez eso de creer que cualquier cosa es una buena excusa para estar aquí.


Le pego un mordisco a la pera. Me vienen a la cabeza recuerdos del pasado inmediato y otros de hace mucho tiempo. Sonrío. Si alguien estuviera aquí, pensaría que estoy completamente zumbado. Menos mal que vivo solo. Me lo repito. “Solo”. Suena bien a pesar de todo. Es difícil acostumbrarse a una palabra tan pequeña y a la vez tan grande. No importa cuántos hijos tengas, el número de seguidores en tus redes sociales, las parejas que has conocido a lo largo de tu vida o que trabajes en la taquilla de un cine.
Nos dicen que hablemos y que nos callemos, que lloremos y que riamos, que hay que ser fuertes aunque seamos débiles, No me gusta la gente que me dice cómo debo ser. Me gusta hacer lo que me da la gana.


Empiezo a corregir unos exámenes de primero de bachillerato. Algunos son excelentes. Disfruto viendo lo monstruosos que son, esas ansias de figurar, de comerse el mundo cuando la única certeza que tengo es que al final cualquier multinacional terminará engulléndose la poca humanidad que les quedará tras una vida dedicada al orgullo. Luego hay otros que opositan a parásitos desde bien pequeños. Esos sí que me dan miedo. Futuros sindicalistas, políticos, empresarios del tres al cuarto o presidentes del portal. Golfos sin remedio, mafiosos instintivos que triunfarán sin quererlo pero que, como tantos otros, vivirán arrepentidos por no poder lucir el pelaje que ellos querrían.
Empieza a silbar la olla exprés y camino hacia la cocina para bajar la lumbre. Me llaman de la compañía del gas para engañarme una vez más. Esta tarde abogo por la conmiseración y escucho esa voz de más allá del Atlántico contándome la promoción de rigor cuando lo que más feliz le haría es mandarme a la mierda y rebozarse en la arena de una playa cercana junto a sus cuatro hijos. Declino la oferta y paso las páginas del periódico.


VOX. Me encanta el nombre que le pusieron al partido. No sé quién sería el genio, pero dio en el clavo. A las profesoras de latín siempre les jode cuando se lo recuerdas. ¿Las afiliarían por el mero hecho de conocer el significado? Qué tonta es la gente. Como si me importara que voten. Pero el caso es dárselas y practicar el buenismo aunque entre sus deseos más ardientes esté el de aniquilar a esas chonis que las sacan de quicio.
La lástima. Siempre nos mueve la lástima. Como si eso solucionara algo. Miro de reojo la última factura de la luz y me enveneno al recordar que a partir de ahora soy yo el que tengo que costear el bono social de otros que, a pesar de lucir un iphone de última generación, viven en la pobreza energética, una nueva categoría que no está reñida con la de narcotraficante. Paradojas de un estado del bienestar en el que otros se enriquecen a costa de actividades ilegales pero yo no puedo monetizar este blog en el que llevo años trabajando por amor al arte.


Abro el primer libro del montón. Nosotras, las personas. Vaya título..., no sé si ponerme a hacer yoga o tirarlo por el balcón. Malas, feas, envidiosas, egoístas, obscenas, mezquinas o retorcidas. Así somos las personas. Lo abro con un hilo de esperanza. Cualquier cosa estaría bien. Cambiar de parecer o reafirmarme todavía más. El resultado se lo diré otro día, que ahora me toca bolear el pan.

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