jueves, 31 de marzo de 2022

Cosas de "teenagers"


Es curioso cómo, durante la educación primaria, la mayoría de los padres se vuelcan en sus hijos. Les ayudan en las tareas, se preocupan por la buena (o mala) marcha de sus estudios e intentan estar al tanto de las tendencias educativas.


Sin embargo, cuando los nenes se van acercando a la adolescencia, empiezas a ver cómo las fuerzas flaquean. Ya no hay tiempo que dedicarles ni paciencia para comprenderles, solo queda resignación para no acabar electrocutándolos con la plancha del pelo o el cargador del móvil, dos herramientas muy necesarias a estas edades.


Muchos ponen distancia, se alejan. Lo que antes era pasión por la crianza, se convierte en toda una suerte de despropósitos que van minando todas esas expectativas depositadas en unos vástagos cuya mayor preocupación es contar el número de likes que ha cosechado su última foto en las redes sociales.


Se acabó el sharenting. Ni comuniones, ni regalos navideños, ni fotos de familia. No queda ni rastro de aquel supuesto orgullo paterno-filial que atestaba las estanterías y mesitas de noche. Ese acompañamiento que lucía por los cuatro costados, ha quedado reducido a un puñado de cenizas, un boletín de notas lleno de tachones y mucha decepción.


Al otro lado están ellos. Desbocados, herméticos, ignorantes y complicados. Abandonados a su suerte en mitad de un agujero inmenso que engulle al desesperanzado. Esa es la razón por la que, más que nunca, hay que estar cerca y alerta para, en caso de caída libre, abrir los brazos y cogerlos al vuelo para que continúen. Equivocándose y levantándose, un difícil vaivén más que necesario para cualquier aprendiz en ciernes.


El aprendiz de brujo es una balada que Johann Wolfgang von Goethe escribió en 1797 tras escuchar un cuento tradicional con el mismo título pero diferente contenido. Estructurada en catorce estrofas pasó a ser una historia muy arraigada en la cultura alemana que daría el salto internacional gracias a la película Fantasía (Walt Disney, 1940) donde aparecía Mickey Mouse interpretando a este aprendiz desastroso al son del poema sinfónico de mismo nombre que Paul Dukas compondría en 1897. Sí, queridos lectores, aunque no lo crean, fue antes la literatura que la música y el cine.


De sobra conocido, el argumento de esta obra habla de Florián, un pequeño vagabundo que es acogido por un hechicero y pasa a ser su aprendiz. El chico aprende rápido y el brujo comienza a enseñarle algún que otro hechizo. Un día, el maestro se tiene que ausentar y deja todo en manos del chaval. Pero como la juventud es ignorante y osada, Florián intenta ahorrarse algo de trabajo y lía la marimorena. Al final será el maestro quien tenga que solventar el desastre además de ver traicionada su confianza.


En esta ocasión son Gerda Muller y la editorial Lóguez quienes nos hacen disfrutar de esta historia en castellano. Ilustraciones figurativas con montones de detalles (me encanta ese libro sobre botánica o todos los enseres que pueden encontrarse en casa del brujo) y donde la ambientación es un plus, acompañan a un texto adaptado pero con chicha donde podemos encontrar ecos a otros cuentos clásicos, y de paso tomarlo como buen ejemplo para lo que hoy nos ocupa. Pues los adultos deben saber perdonar y enseñar, y los discípulos arrepentirse y aprender. 

miércoles, 30 de marzo de 2022

El circo educativo


Los autoproclamados “defensores de la enseñanza pública” lo han vuelto a hacer. Una vez más le han asestado otra puñalada trapera al sistema educativo español. Y yo que me alegro. A ver si de una vez por todas se hunde este mal llamado país y nos morimos de hambre y de ignorancia.
Ellos. Tan humanistas, tan culturetas. Siguen desangrando poco a poco la educación pública, la de ¿todos?, mientras matriculan a sus hijos en los mejores colegios concertados/privados del país. Porque claro, las élites no se forjan en el IES “La Sisla” (con ese nombre, todo lo acontecido allí me parece poco), sino que alternan con calaña parecida en ambientes donde se respira respeto, trabajo y disciplina.


Lo mejor de todo es ver cómo agachan las orejas todos esos que antaño se pavoneaban con su camiseta verde en las redes sociales. Acatan las órdenes de amado líder callados como putas, que para eso exhiben el carnet entre los dientes. Ese y el del sindicato. Mientras, algunos extraviados rezan aquello de “Es que la vida está cambiando y no hace falta saber tanto…”
Ni siquiera el mundo de la cultura ha despegado el pico. Claro, como ahora la filosofía es para niñes, no se han dado por aludides… Cositas del directo y de unas subvenciones que, en forma de bonos culturales (de esto hablaré otro día), saben cómo comprar el silencio.
Sin embargo que vengan otros y digan de tocar algo… Considerando que, en cuarenta años de democracia, los socialistas han aprobado 5 leyes orgánicas educativas más y más draconianas, de las cuales 3 siguen vigentes a pesar de que también ha gobernado la derecha, ¿quién es quién en esa lucha por la educación pública? Me jarto de reír con tanta paradoja.


Lo mejor que pueden hacer es ponerse con el latín, el griego, la física o la química porque, teniendo en cuenta que los profesores van a tener bastante con aguantar hostias como panes y que el título de la secundaria pasará a ser un ticket del Caprabo, muchos nenes lo van a tener jodido a la hora de hacer un “cículo”.
“¡Y qué más da…! Si dentro de nada vamos a vivir todos gracias al bono social. ¿Para qué estudiar?” Razón llevan. Yo, siguiendo el consejo de las madres de tres alumnos de 1º de bachillerato, voy a exigir lo mínimo y poner muchos dieces. Eso sí, cuando alguna de ustedes muera en un parto, no quiero la hoja de reclamaciones: es lo que nos hemos buscado.


Con todo este circo acabo de recordar que todavía no he reseñado el último libro de Milimbo, una propuesta maravillosa que ostenta ese mismo título y que está llena de fieras, acróbatas o malabaristas. No se la pueden perder por varias razones.
La primera es que es un libro donde la manipulación tiene mucho que decir, no sólo a la hora de pasar las páginas (ya saben… el libro como objeto), sino por los elementos de pop-up que incluye y ayudan a desbordar la imaginación del lector-espectador. 


Este libro no solo es una historia sino también que está lleno de juegos visuales. Piruetas, ilusiones o trucos de magia. Una serie de imágenes que se van enlazando sutilmente y que interpelan a nuestro subconsciente hacia una búsqueda de relaciones que se engranan página tras página.
Para terminar decir que es un soporte artístico donde conviven ideas y diseño. Ilustraciones de alta calidad estética que funcionan a la perfección gracias a combinaciones coloristas,  composiciones estudiadas, o líneas y formas que buscan reflejos. Todas hablan por sí solas y de amplían un espacio que parece finito. Ese mismo en el que circo y lector se vuelven uno. 
Ojalá pasara lo mismo con la escuela…

martes, 29 de marzo de 2022

"Dress code" o las reglas de la apariencia



Que el dress code esta pasado de moda es una falacia como la copa de un pino. La gente cree que puede vestir de cualquier forma en cualquier sitio, pero la verdad es que no es así. Fíjense en todos esos famosos y celebrities que han desfilado por la alfombra roja estos días, unos que todavía siguen eligiendo diferentes tipos de estilo dependiendo de la actividad que hagan (o parezca que hagan).


Por un lado hay que tener en cuenta que la industria de la moda (como cualquier otra) se basa precisamente en eso, en ofrecer una gran diversidad de prendas que vayan mutando acorde a las tendencias y se utilicen en determinadas ocasiones. Por otro, no olvidemos que ese código que utilizamos a la hora de vestir no deja de ser un lenguaje todavía vigente que nos ofrece información sobre quiénes somos y qué, de una manera un tanto críptica, nos sigue resultando útil para comunicarnos con los demás.
No es lo mismo acudir a una recepción en la embajada que ir a ponerse como la Tomata a la boda de tu prima. Bailotear con el Alfon en el Velouria no tiene nada que ver con hacerlo en una fiesta ibicenca. Quizá ahora se permitan ciertas concesiones en lo que a complementos se refiere (zapatillas deportivas o corbatas), pero seguimos distinguiendo entre lo formal y lo informal, una categorización de situaciones que nos hace inclinar la balanza hacia un lado u otro.


Una camisa blanca y unos vaqueros azules no pueden faltar como fondo de armario. Un blazer para entretiempo. Montones de zapatillas y dos pares de zapatos. Camisetas a go-go. Jerseys de lana para las frías mañanas de invierno, alguna sudadera que otra. Calcetines para parar un tren. Calzones ni te cuento. Abrigos, cazadoras y forros polares para los hielos manchegos. Bañadores para nadar a diario tampoco pueden faltar ni tampoco ropa deportiva (los pantalones cortos son mi debilidad).
Ropa, ropa y más ropa. Lo peor de todo llega cuando tenemos que combinarla con una pizca de gusto porque hasta el mínimo error es importante en esto de la vestimenta y pasas de la elegancia a la horterada en un santiamén. Hay que tener en cuenta las formas y los colores (saber la complementariedad es muy importante), la comodidad y la practicidad, por eso vestirse es todo un arte.


Y así, vistiéndonos y desvistiéndonos llegamos a los libros de hoy (sí, lo que oye, en plural porque este martes hay por partida doble). El primero es Los animales no deberían vestirse, un clásico de Judi y Ron Barrett rescatado por la editorial Pastel de luna y el segundo es ¿Cómo se visten los pájaros?, un álbum de Silvana D’Angelo y Martín Romero. Aunque ambos se articulan sobre el tándem animales-ropa, lo hacen desde perspectivas muy diferentes.


El primero utiliza esa combinación para reafirmarse en el título una y otra vez, no solo textualmente, sino a base de imágenes que muestran lo absurdo e inútil de que un camello utilice sombreros para cubrir sus jorobas o que una serpiente se escurra entre los pantalones.


Jocosas y con cierto aire vintage, esta sucesión de ilustraciones parece hacer hincapié en un realismo que intenta borrar todos esos intentos de personificación que campan en la Literatura Infantil, una práctica más que universal que tiene muy poco que ver con la realidad animal. Un libro de 1970 cuyo discurso discurre entre las dobleces, el juego y el criticismo.


El segundo se centra en el mundo de las aves, concretamente en el colorido de sus plumajes. Con una pizca de rima y bastante humor, hace un símil entre estos y diferentes atuendos humanos de tal manera que libro de ficción y no ficción se funden para describir un buen puñado de especies y apuntar hacia alguna de sus adaptaciones sin olvidar poética ni estética.


Tomando a la gallina como personaje estelar (es tan poco agraciada ella que se merece empezar y terminar la acción), los autores hilvanan una suerte de pequeñas historias que apuntan a los urogallos y su atuendo de señoritos rurales, la elegancia de los mirlos o el colorido de los colibrís. Potentes representaciones de cada especie destacan sobre fondos monocromos en los que el autor de Uxío (un cómic que tampoco deben perderse), utiliza líneas coloreadas como elementos esenciales de composiciones estudiadas y sugerentes que complementen perfectamente al texto.
Lo dicho: disfruten de estos libros, luzcan sus mejores galas siempre que puedan, y no olviden que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

jueves, 24 de marzo de 2022

Amigos tóxicos


Mira que yo siempre he contado los amigos con los dedos de la mano, pero conforme pasa el tiempo, me doy cuenta de que todavía tengo menos. El otro día, sin ir más lejos, leímos en la escuela de idiomas un texto bastante completo sobre los llamados amigos tóxicos. Hasta entonces yo siempre había creído que este término era demasiado televisivo, una denominación para quinceañeros, psicólogos y amantes de los libros de autoayuda, pero ahora empiezo a planteármelo.
Las amistades tóxicas siempre han existido. Antes las llamábamos “amigos por interés”, una expresión mucho más genérica que dejaba a un lado la parte nociva de este tipo de relaciones. Con la nueva denominación se realza el lado parasítico y venenoso, avisando a quienes las sufren.


Manipuladores, mentirosos o pedigüeños. Los amigos tóxicos pueden ser de muchos tipos. Los hay acaparadores, de esos que no te dejan vivir a consecuencia de sus propias inseguridades. Te quieren para ellos solos, pero no por afecto, sino más bien por necesidad, la suya, evidentemente. Bien para taladrarte la cabeza con sus mierdas, bien para sentirse acompañados, bien porque carecen de más amistades o para lucirte cual dama de compañía en las fiestas del pueblo.
Los hay que te quieren sacar la pringue, y con esto no solo me refiero al dinero -que también-, sino a la energía, la alegría o el tiempo. También tenemos amigos hipersensibles, de los que les dices cualquier cosa y se la toman como una ofensa. Y si de paso se hacen las víctimas e imprimen dramatismo a todo lo que les rodea, es para pensarse eso de estar cerca.
A los controladores también hay que mantenerlos a raya. Si tienes un amigo que pregunta constantemente sobre ti, se muere por chismes que no le atañen, mete el hocico donde no le llaman, y gusta de avistamientos en teléfonos móviles ajenos, ¡ten mucho cuidado! Y no solo eso…, seguro que alguno te presiona para hacer cosas que no te gustan, juzga constantemente tus acciones, o que, en vez de alegrarse por todo lo bueno que te sucede, siente celos de ti.
Los que no me gustan nada son los que se ponen violentos a la mínima de cambio y suelen usarte como saco de boxeo para descargar sus problemas. Si además sientes que coarta tu libertad, cohíbe tu manera de actuar, y la soledad se cierne sobre ti cada vez que vas a su lado, tengo que decirte: ¡Huye con todas tus fuerzas!
Si has reconocido alguna de estas características en tus amigos, no te obsesiones, nadie es perfecto y en cualquier grupo de amigos cada uno desempeña un papel. Pero si das con alguien que reúne un buen puñado de estas "cualidades" y las exhibe sin pudor alguno, ten cuidado porque estás en serio peligro.


Menos mal que todavía quedan amigos que te dejan ser tú mismo, que te ofrecen espacio, que no se pasan el día dándote la chapa, que los ves después de dos años y es como si no pasara el tiempo, que se alegran porque algo bueno te pase, derrochan naturalidad, nunca te abroncan, ni te utilizan ni te avergüenzan, y están para lo bueno y lo malo.
Sí, amigos como los que nos encontramos en Tres son compañía, el clásico de F. K. Waetcher que acabar de traer a nuestro país Blackie Books. En esta historia de niños solitarios encarnados en la figura de un pez, un cerdo y un pájaro, se pone de relevancia la necesidad de encontrar compañeros de juegos que nos alejen de las rutinas familiares. Harald, Inge y Philip (el número tres tiene mucho de mágico) desean conocer otros iguales con los que divertirse y dejar a los adultos al margen de sus peripecias. Hasta que un día y por casualidad, los tres se conocen y hacen buenas migas.


Detrás de este argumento tan sencillo se encuentra una historia de amistad un tanto peculiar. Por un lado los personajes deben enfrentarse a las dificultades que se presentan ante una relación bastante antinatural (los peces viven en el agua, los cerdos son animales terrestres y los pájaros son capaces de volar), y por otro a los prejuicios que el mundo adulto encarnado en las figuras paternas, disemina sobre la conveniencia o no de las amigos de sus hijos.


Con un final maravilloso que se eleva a cotas poéticas insospechadas y muy sugerentes a la hora de darle al coco, este libro de la LIJ alemana posee unas bazas muy interesantes para los pequeños lectores entre las que destacan el uso de pictogramas para asignar el turno de palabra en los diálogos textuales, y un pequeño juego de recortables que se inserta en la historia para propiciar el aspecto lúdico entre los lectores y desbordar una historia que puede dar muchísimo de sí.
Sería una pena que esta amistad se convirtiera en algo tóxico, ¿no creen?

miércoles, 23 de marzo de 2022

Luchando por el sustento


Mucho empeño está poniendo el gobierno en hacernos creer que lo que ellos llaman “ultraderecha” es lo que está detrás del paro de transportistas, la huelga de nuestra flota pesquera o las manifestaciones del sector agrícola, pero lo cierto es que ya no hay quien se lo crea. ¿Por qué les interesa que cunda esa idea? Básicamente para que la sociedad siga dividida, liarla de nuevo y ser capaces de coger otra bocanada de aire en esa carrera por la supervivencia institucional que llevan perpetrando desde que llegaron al poder.


Azuzados por tanto ninguneo, los camioneros no se achantan (¡Olé!) y siguen en sus trece, cosa que no me extraña pues todo aquel que conozca un poco el funcionamiento de este sector sabrá que la inmensa mayoría de los conductores de este país lo son por cuenta propia (autónomos, sí, esos…) aunque sean contratados por empresas mayoristas que les pagan cuatro pesetas pero que ellos se hagan cargo de los costes (gasolina, mantenimiento, carretera y manta). Resumiendo, otros esclavos más de todas esas patronales que resultan no tener ni un solo camión en propiedad y a las que el gobierno ¡sí reconoce! Manda cojones…
Con pescadores, ganaderos y agricultores, otro tanto de lo mismo. Y si no, pongan nombre ustedes a todos esos intermediarios que encarecen los productos en torno a un 500% desde que salen del campo y llegan a nuestro frutero. Luego dirán que los capitalistas y liberales son otros y ellos son los del puño en alto, la lucha obrera y las políticas sociales. ¿Qué mejor política social que cada uno pueda ganarse el sustento sin necesidad de pasar miseria?


Lo que esta gente quiere es especular con nuestro dinero. Porque hay que pagar muchas nóminas (las suyas y las de millones de pesebristas), mantener los ismos de turno (sacrificando educación y sanidad...), y subvencionar a sindicatos y otros “agentes sociales”. Ya veríamos que pasaba si tuvieran que prescindir de todos esos impuestos directos que nos gravan para sostener su tinglao… Prefieren que el pez siga mordiéndose la cola, que tomar decisiones lógicas y efectivas.


Me encantaría ver a este gobierno, a los que se fueron y a los que llegarán, pasando verdadero hambre. Veríamos si la solidaridad les llena el estómago, si cenan a base de lenguaje inclusivo y pueden alimentarse a costa del ecologismo. El buche se les iba a quedar más seco que la mojama, porque sin alpiste no hay retórica, eufemismos, ni demagogia que valga.
Un mensaje que también se encargan de traernos Przemystaw Wechterowicz y Marta Ludwiszewska en su álbum ¿El huevo o la gallina?, una metáfora maravillosa sobre cómo funcionan las sociedades occidentales actuales que acaba de publicar la editorial Thule.


En este libro, Pollito se pone a pensar mientras mira las nubes y ¡voila!, le viene una pregunta a la cabeza: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Entusiasmado corre a hacérsela a toda la granja. Al abuelo, a la abuela, a sus tías, a Félix y a Rex, a las señoras cabra y vaca, incluso al espantapájaros. Cada uno de ellos le ofrece una respuesta desde diferentes puntos de vista pero, ¿cuál será la más acertada?


Con mucho humor y unas ilustraciones coloristas, los autores polacos se internan de manera inesperada es estas sociedades del ruido en las que vivimos donde todo el mundo opina y nadie sabe lo que dice, o al menos, no se quiebra la cabeza para hablar con coherencia. Menos mal que el giro inesperado del final, nos deja con la boca abierta y nos hace pensar gracias a un reflejo animal que nos recuerda cual es el fin de nuestra existencia a pesar de nuestras ínfulas de erudición.
Lo dicho, que yo apoyo a unos huelguistas que sin tanta palabrería, tienen muy claro dónde está su sustento.

sábado, 19 de marzo de 2022

Padres (im)perfectos


Que mi padre está como unas maracas ya lo he contado en otras ocasiones. No es un hombre al uso pues tiene una idiosincrasia muy particular en la que dejadez, ideas disparatadas,  humor negro, frustración, hipocondría, imaginación, terquedad, bagaje intelectual desorbitado y trabajo a destajo son piezas clave.
No voy a decir que mi padre es el mejor del mundo porque tendría que batirme en duelo con muchos de ustedes, pero sí que afirmo que sin mi padre yo no sería el que soy. Quizá me hubiera criado en una familia típica donde nada se pondría en duda, no habría pluralidad y todo seguiría un rumbo muy manido. Demasiado aburrido todo, la verdad.



Hay personas que viven su faceta como hijos a base de rencor. Que si mi padre me hizo esto, que si me hizo lo otro, que si me dijo lo de más allá, que nunca se lo perdonaré… Todos los padres hacen cosas mal (como cualquier hijo de vecino), pero no por ello son malos padres. Estamos en un mundo en el que, parecer ser, la vida de cualquier persona debe adscribirse a un plano idílico de sentimientos y circunstancias que nos homogenicen por igual. ¿Acaso todos los padres deben ser cariñosos, condescendientes, comprensibles y dialogantes? Permítanme decirles que yo no lo creo y soy muy feliz con el padre imperfecto que me ha tocado.
Algún día tendré que rendirle tributo. Idear cierto personaje que protagonice alguna novelita simpática, de esas muy alocadas en las que cualquiera pueda verse reflejado porque, aunque ustedes no lo crean, todos los padres comparten excentricidades. Sin ir más lejos hoy les traigo la historia de un padre que, cuando fue niño, liberó un dragón…


Escrita por Ruth Stiles Gannett en 1948, la primera parte de la trilogía que se reúne bajo el título Three Tales of My Father's Dragon (la segunda y tercera todavía no han sido traducidas a nuestra lengua), cuenta la historia de un chaval, Elmer Elemento, cuyo máximo deseo es volar. Un día se encuentra a un gato que le habla de la Isla Salvaje, donde tienen retenido a un dragón, que podría hacer su sueño realidad. Así que decide partir en un barco hacia allí con un buen cargamento de chicle, piruletas, gomas, cepillos de dientes y un peine para sortear los peligros que encontrará y liberar así al dragón.



De esta historia hay dos ediciones diferentes en castellano. Una es en formato novela ilustrada, como la original, y está publicada por la editorial Turner (2014), otra es la que acaba de publicar la editorial Lata de Sal en formato de álbum ilustrado. Aunque en ambas pueden encontrar las ilustraciones originales y monocromas de Ruth Chrisman Gannett, madrasta de la autora, en la de formato libro-álbum se complementan con ilustraciones de Helena Pérez García que reinterpretan a todo color las originales.


Páginas a rebosar de aventuras, con montones de animales muy bien caracterizados y mucho ingenio infantil, son las mejores bazas de un libro que sigue reimprimiéndose más de 70 años después de su publicación y del que se han hecho adaptaciones cinematográficas (hay una versión anime de 1997 y este año se estrenará otra animada en Netflix) para alegría de su autora, una que todavía siguen vivita y coleando (este año cumplirá la friolera de 99 años) en una granja cercana a Nueva York.




viernes, 18 de marzo de 2022

Caminando por la vida


Me encanta andar. Desde que tengo uso de razón ando de aquí para allá. De hecho, andaba tanto cuando era pequeño, que me parecía raro que la gente fuera en coche, sobre todo mis tíos, conductores recalcitrantes que llegué a pensar que no tenían piernas.
Así pasa, que tengo la manía de fiarme más de mis piernas que de cualquier otro medio de transporte. Coche, taxi, autobús e incluso metro, me resultan más lentos que el brío de mis piernas. Quizá esa sea la razón por la que muchas veces llego tarde. Sobredimensiono mi velocidad de crucero y no controlo la capacidad de alcance. ..
Lo peor de todo es que no puedo vender el coche, una herramienta que solo utilizo para trabajar pero que últimamente se pasa más tiempo en el garaje que en la carretera.


Grandes avenidas, pequeños jardines, pueblos o ciudades, mis piernas han recorrido todas. Te topas con sorpresas, con gente. Hay callejones sin salida que merecen un vistazo, calles estrechas, también empinadas, parques exuberantes y puentes por lo que no pasa nadie.
Cuando uno anda mira a su alrededor, ve cosas que de otro modo pasarían desapercibidas, se siente parte del paisaje, de ese mundo circundante en el que a veces merece la pena recrearse. Detalles de todo tipo se suceden y te evaden.


Caminar… Quizá eso sea lo que me ha permitido dejar atrás tantos obstáculos. Cuando uno anda siempre mira hacia delante. Porque tiene que seguir su rumbo, y sobre todo, para no chocarse. Andar es un ejercicio de lo más sano, el de perseguir una meta, un destino.
Es un tiempo para reflexionar mientras notas cómo los rayos del sol te broncean la cara o el frío que te deja la nariz colorada. Te abstraes, ordenas las ideas, les das muchas vueltas a las cosas. Robert Louis Stevenson, Honore de Balzac o Charles Darwin. Más de un genio se ha dedicado a pasear andar para relajar la mente, activar sus neuronas y cultivar el intelecto.


Y paso a paso, llegamos a los 9 kilómetros, esa distancia que da nombre al álbum de Claudio Aguilera y Gabriela Lyon que acaba de sacar Ekaré a la luz en nuestro país. Con varios reconocimientos internacionales, este libro ilustrado nos cuenta la historia de un niño que debe recorrer todos los días los nueve kilómetros que separan su casa de la escuela. Atravesando arrayanes, ríos, campos de cultivos y senderos, se suceden los paisajes que, tomando diferentes planos nos invita a acompañarlo en su periplo.
Pensativo, cansado, vivaracho, y sobre todo, juguetón. Así es el protagonista de esta historia donde la sinceridad e inocencia del texto se conjugan perfectamente con el colorido de unas ilustraciones donde la óptica cinematográfica y las viñetas ayudan a la secuenciación y el dramatismo de una historia realista.
Mención aparte merecen unas guardas peritextuales (juntas articulan un mapa donde a modo de GPS se dibuja el recorrido que realiza el niño), los cambios de luz que van de  la noche al día y un apéndice donde aprendemos un poco sobre las especies de aves que acompañan al protagonista.


Sin embargo, tengo un pero con parte del apéndice final... Lejos de ese aire de denuncia social que parece haberse instalado en las editoriales del ramo, prefiero tomar este libro como una aventura diaria. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, este libro es casi un privilegio, pues la mayor parte de los críos en edad escolar del mundo viven en ciudades donde el asfalto, la polución, el tráfico rodado y un sinfín de peligros escriben una historia muy diferente y más peligrosa a la que se recoge aquí.
No entiendo el fin de exhibir tanta belleza para, acto seguido, abogar por esa normatividad buenista que nos afecta y empobrece (¿Será acaso un intento por erradicar todo lo bonito de esta historia? ¿No podrían habernos dejado una pizca de libertad para meditar sobre lo que acontece en esta historia?). Extraña paradoja que prefiero obviar y disfrutar plenamente de un pequeño viaje rebosante de vida, naturaleza, constancia y esperanza.



martes, 15 de marzo de 2022

Relatos poderosos


Desde todas las cadenas y auspiciadas por el amarillismo, la demagogia, los dictados políticos y la lágrima fácil, se están diciendo toda una serie de mentiras que, ahondando en discursos bastante manidos, contribuyen a seguir manteniendo un tinglao lleno de intereses creados, en vez de informar sobre la verdad.
Auspiciados por la manipulación de datos e imágenes bien seleccionadas (Ya saben, amigos del libro-álbum: una imagen vale más que mil palabras), minuto a minuto los telediarios lanzan mensajes apocalípticos sobre una audiencia pandémica que se ha acostumbrado al miedo como droga necesaria en esa supervivencia donde el desánimo cunde en este mundo de zombis.
El relato oficial se desploma sobre nuestras cabezas. Un filtro que, como la calima que cubrió ayer el sureste español, colorea a su antojo la luz y nos deja una imagen distorsionada de esa realidad que algunos quieren oír apostados en el sofá amén de un sustento propiciado por ese bienestar ficticio con el que papá Estado chantajea al contribuyente en cada episodio de esta distopía en la que se ha convertido el mundo.


Las palabras nunca antes habían sido tan poderosas. Lo inverosímil adopta formas monstruosas y se cierne sobre una masa de analfabetos funcionales que ignora sus propias capacidades para construir un discurso crítico y bien cimentado. Lo que otrora solo eran meras ideas, se han transformado en terrorismo informativo.
Pandemias que no son pandemias, vacunas que no son vacunas, desabastecimiento que no es desabastecimiento, y guerras que no son guerras. Sustantivos y verbos jamás habían estado tan desprovistos de significado. O quizá sí. Las palabras siempre han sido palabras, quizá lo que haya cambiado es nuestro nivel de credulidad y tolerancia. ¿Llevaría razón Dostoyevski? Lo único que sé es que prefiero el lado amable de las palabras a esta orientación tan deleznable en la que solo habla el poder, ese juego asqueroso donde el único objetivo es mantenerse y no caer.


Eso me recuerda que tenía pendiente de reseña un libro sobre el poder de las palabras, las que escriben sobre la arena de La playa mágica Ana y Ben, la pareja de niños que protagonizan esta historia de Crockett Johnson que ha publicado recientemente la editorial Corimbo.
Ambos llegan a la orilla de la playa. Ana está cansada. Se hubiera quedado en casa leyendo un cuento, a lo que Ben responde que prefiere estar al aire libre y hacer cosas por uno mismo en vez de leer. Ana le contesta que a los protagonistas de los cuentos, al menos, les pasan cosas interesantes. Ben le dice que en un cuento no pasa nada interesante, que los cuentos son solo palabras, las palabras son solo letras y las letras son solo diferentes tipos de marcas. En ese momento, a Ben se le abre el apetito y escribe la palabra “mermelada” sobre la arena. De repente, una pequeña ola borra esa palabra de la orilla y en su lugar aparece una fuente con mermelada. ¡Es una playa mágica!


Así comienza una merienda muy especial en la que palabras e imaginación se funden para disfrute de cualquier lector. Un rey, su caballo, el bosque, ciudades y castillos aparecen en ilustraciones sencillas donde el trazo a grafito es el único medio de expresión y acompañan una historia inesperada que pone patas arriba una realidad que se figuraba aburrida para ensalzar las palabras como medio ideal que construye los deseos.


Un álbum en el que cualquier elemento es susceptible de ser interpretado (incluso esa caracola a la que los protagonistas hacen referencia una y otra vez) en pro de un relato tan hermoso, como absurdo.
Es por eso que me gusta la magia de las palabras y las olas del mar. Porque el vaivén de ambas siempre cambia el mundo. Para bien o para mal.