martes, 15 de marzo de 2022

Relatos poderosos


Desde todas las cadenas y auspiciadas por el amarillismo, la demagogia, los dictados políticos y la lágrima fácil, se están diciendo toda una serie de mentiras que, ahondando en discursos bastante manidos, contribuyen a seguir manteniendo un tinglao lleno de intereses creados, en vez de informar sobre la verdad.
Auspiciados por la manipulación de datos e imágenes bien seleccionadas (Ya saben, amigos del libro-álbum: una imagen vale más que mil palabras), minuto a minuto los telediarios lanzan mensajes apocalípticos sobre una audiencia pandémica que se ha acostumbrado al miedo como droga necesaria en esa supervivencia donde el desánimo cunde en este mundo de zombis.
El relato oficial se desploma sobre nuestras cabezas. Un filtro que, como la calima que cubrió ayer el sureste español, colorea a su antojo la luz y nos deja una imagen distorsionada de esa realidad que algunos quieren oír apostados en el sofá amén de un sustento propiciado por ese bienestar ficticio con el que papá Estado chantajea al contribuyente en cada episodio de esta distopía en la que se ha convertido el mundo.


Las palabras nunca antes habían sido tan poderosas. Lo inverosímil adopta formas monstruosas y se cierne sobre una masa de analfabetos funcionales que ignora sus propias capacidades para construir un discurso crítico y bien cimentado. Lo que otrora solo eran meras ideas, se han transformado en terrorismo informativo.
Pandemias que no son pandemias, vacunas que no son vacunas, desabastecimiento que no es desabastecimiento, y guerras que no son guerras. Sustantivos y verbos jamás habían estado tan desprovistos de significado. O quizá sí. Las palabras siempre han sido palabras, quizá lo que haya cambiado es nuestro nivel de credulidad y tolerancia. ¿Llevaría razón Dostoyevski? Lo único que sé es que prefiero el lado amable de las palabras a esta orientación tan deleznable en la que solo habla el poder, ese juego asqueroso donde el único objetivo es mantenerse y no caer.


Eso me recuerda que tenía pendiente de reseña un libro sobre el poder de las palabras, las que escriben sobre la arena de La playa mágica Ana y Ben, la pareja de niños que protagonizan esta historia de Crockett Johnson que ha publicado recientemente la editorial Corimbo.
Ambos llegan a la orilla de la playa. Ana está cansada. Se hubiera quedado en casa leyendo un cuento, a lo que Ben responde que prefiere estar al aire libre y hacer cosas por uno mismo en vez de leer. Ana le contesta que a los protagonistas de los cuentos, al menos, les pasan cosas interesantes. Ben le dice que en un cuento no pasa nada interesante, que los cuentos son solo palabras, las palabras son solo letras y las letras son solo diferentes tipos de marcas. En ese momento, a Ben se le abre el apetito y escribe la palabra “mermelada” sobre la arena. De repente, una pequeña ola borra esa palabra de la orilla y en su lugar aparece una fuente con mermelada. ¡Es una playa mágica!


Así comienza una merienda muy especial en la que palabras e imaginación se funden para disfrute de cualquier lector. Un rey, su caballo, el bosque, ciudades y castillos aparecen en ilustraciones sencillas donde el trazo a grafito es el único medio de expresión y acompañan una historia inesperada que pone patas arriba una realidad que se figuraba aburrida para ensalzar las palabras como medio ideal que construye los deseos.


Un álbum en el que cualquier elemento es susceptible de ser interpretado (incluso esa caracola a la que los protagonistas hacen referencia una y otra vez) en pro de un relato tan hermoso, como absurdo.
Es por eso que me gusta la magia de las palabras y las olas del mar. Porque el vaivén de ambas siempre cambia el mundo. Para bien o para mal.



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