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jueves, 25 de noviembre de 2021

Salud mental: ¿otra excusa más para la censura?


La salud mental está de moda. Dicen que la depresión y el consumo de ansiolíticos han subido como la espuma por culpa de la pandemia. No sé si es que ya estaban ahí y han aflorado a la superficie ayudadas por el virus, o si el coronavirus ha sido el germen de depresiones, trastornos obsesivos y cuadros de ansiedad.
Alentados por el modus vivendi actual, muchos se han lanzado a decir que todos deberíamos ir al psicólogo una vez en la vida. Yo les digo que no. Que un servidor, por el momento, se abstiene de acudir a ninguna consulta. Que vaya quien lo necesite o lo crea necesario, y a quienes no lo consideremos oportuno porque vamos saliendo adelante en este mundo voraz, que nos dejen en paz.


Mientras mucha gente lo pasa realmente mal -una depresión debe ser un sinvivir que no le deseo a nadie-, otros se (auto)diagnostican muy a la ligera. Llaman depresión a cualquier bajón anímico, o trastorno bipolar a los cambios de humor. Coartadas sencillas para justificar problemas complejos como el suicidio, un comportamiento nefasto, la resistencia al cambio, o salirse con la suya.
También opino que hay muchos intereses detrás de estas misivas. Por parte del poder, ese que prefiere tratarnos de locos en vez de poner algo de remedio en nuestras vidas ("Pobrecitos, tomad, mucha terapia y unas pastillitas"). Por parte de los gremios beneficiados que ven engordado su negocio, llámense psiquiatras, terapeutas o psicólogos. Por parte de nuestros iguales o nosotros mismos para así mimetizarnos entre la muchedumbre, encajar en el mundo feliz, y tener cancha libre para ser infelices a base de hipocresía y poca naturalidad.


Banalizar un asunto tan serio como las enfermedades mentales y meter a todo quisqui en el mismo saco, no creo que sea la solución más acertada para normalizar una realidad de nuestro tiempo. Creo que es más oportuno convivir con aquellas personas que tengan este tipo de problemas sin tener que patologizar cualquier comportamiento que se salga de la norma y sea más o menos inofensivo para con uno mismo o la sociedad (a los psicópatas criminales prefiero meterlos en la cárcel). 


Toda la vida hemos tenido ejemplos de gente excéntrica, neurótica o deprimida, y aunque muchos de ellos eran relegados en el plano social, conocíamos su realidad y se aceptaba su condición sin necesidad de tanta etiqueta y diagnóstico, que si bien es cierto que normalizan ciertas situaciones, también ningunean respecto a esa masa de elegidos que tocados por el dios del buenismo reparten cordura a diestro y siniestro.
De un tiempo a esta parte, parece cundir esa práctica de ponerle nombre a todo, de diagnosticar y señalar cualquier tipo de conducta que no tenga que ver con el pensamiento único reinante. Imaginen que yo, por mi cara bonita, hiciera un análisis psicológico de todos los personajes que aparecen en los libros que reseño...


Empecemos con la Alicia de Carroll. La protagonista es una niña que sufre micropsia, un desorden psicológico que impide percibir la realidad y se caracteriza por episodios breves de distorsión de la imagen corporal, el tamaño, la distancia, la forma o relaciones espaciales de los objetos, así como en el transcurrir del tiempo. Seguimos con el Conejo Blanco, un personaje que está de los nervios por culpa del estrés y la ansiedad que le supone estar pendiente del reloj a todas horas, algo que también podría ser interpretado como un trastorno obsesivo paranoico. Como del Sombrerero loco hablaré más tarde, salto a la Reina de corazones, una histérica como la copa de un pino que sufre ataques de ira, es narcisista y paranoica. En definitiva: un buen puñado de los personajes que viven en Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo son susceptibles de ser ingresados en un manicomio.


Si cualquier profesional de la salud diseccionara otras obras clásicas de la Literatura Infantil, la cosa se pondría fea. El mago de Oz, Matilda, El jardín secreto, Heidi, La isla del tesoro y muchos otros libros que han acompañado a montones de lectores a lo largo de las décadas tienen personajes que podrían ser diagnosticados clínicamente, pero, ¿tendría sentido hacer esto? Quizá estaría bien como juego entre colegas, pero si eso empezara a cundir en otros ámbitos como el educativo o familiar, olería a las estrellas de seis puntas y los triángulos rosas que abundaban en los campos de concentración nazis.


Pregúntense, ¿acaso nos interesa todo esto a quienes leemos? Que un libro recoja entre sus páginas personajes neuróticos, deprimidos o paranoicos, no quiere decir que sus lectores deban impregnarse de estos comportamientos. Sin ellos excluiríamos de nuestra realidad una multiplicidad de facetas que también pertenecen al universo de lo humano, y nos abocaríamos a ese mundo feliz y uniforme donde los excéntricos e indeseables son perseguidos en aras de una forma de ser única que impone necesidades homogeneizantes.


Y porque no hablamos de la fantasía, ese terreno relegado a niños, tontos y locos (¿Ven? No voy tan mal encaminado…). Como si obviar el contrato fantástico fuera suficiente para alcanzar la cordura en todas sus formas, como si la cordura mostrase una única e indivisible faceta. Me aterra que veten a la fantasía, pero cada vez es una realidad más cercana en este mundo de ofendidos y censores donde el verdadero peligro son quienes buscan anular todo lo que les sea incómodo por el mero hecho de ser diferente.


Lo estoy viendo: el próximo paso será prohibir aquellos libros donde aparezcan personajes que exhiben comportamientos poco esperados o que están deliberadamente locos. Veremos cuánto tarda un AMPA o una asociación de psicólogos en censurar libros donde personajes tienen visiones paranoides o se ríen sin ton ni son.


No obstante, lo que más me molesta desde el ámbito de la salud mental, es que siempre se han tomado como excusa los personajes de la literatura infantil para bautizar a muchos de los síndromes descritos en psiquiatría y psicología, y de paso, continuar desprestigiando un tipo de obras que tienen muchas batallas perdidas contra esa supuesta cordura del ámbito adulto.


Tenemos el síndrome de Peter Pan para referirnos a los adultos que no quieren crecer (bendito trastorno), el síndrome de Munchhausen para aquellos que mienten compulsivamente (si no conocen al citado barón, echen mano de la LIJ alemana) o el de Huckleberry Finn para definir a todos aquellos que eluden las responsabilidades cuando son niños y durante la edad adulta cambian constantemente de trabajo.
De entre todos los que conozco, mi favorito es el síndrome del sombrerero loco, uno que finalmente ha resultado ser un daño neuronal producido por la intoxicación con metales pesados. Era muy típica entre los sombrereros de los siglos XVII y XIX ya que estos artesanos inhalaban los gases de mercurio producidos al tratar el fieltro, materia prima con la que se elaboran los sombreros. Esta enfermedad neuronal afecta a la visión, el habla y la coordinación, y cuyos signos externos son irritabilidad, hiperactividad, temblores, labilidad emocional, timidez y pérdida de memoria, síntomas que Lewis Carroll observaría en muchos de ellos y le inspirarían para su conocido personaje.
No voy a decir que asimilar lo que sucede en uno mismo y a nuestro alrededor sea una tarea fácil. Es más, creo que los productos culturales deben ayudar a ello. Pero no creo oportuno que la salud mental se inmiscuya en lo el acto literario, más que nada porque yo elijo el grado de insensatez con el que quiero seguir leyendo y viviendo.


Hoy me ha dado por acordarme de Antonio Escohotado, ese filósofo que buscaba en la libertad un antídoto frente al miedo o las coacciones que empujan al ser humano hacia toda clase de servidumbres. Quizá esto de la salud mental sea otra de ellas. Porque tratarnos de locos también es arrebatarnos una parte de nuestro propio ser para subyugarnos al antojo de los poderosos y sus necesidades.


NOTA: Las imágenes que acompañan a esta entrada pertenecen a fantásticas ediciones de:

Lewis Carroll. 2021. Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

L. Frank Baum. 2021. El maravilloso mago de Oz. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

James M. Barrie. 2021. Peter Pan. Ilustrado por Svetlin Vassilev. Barcelona: Editorial Libros del Zorro Rojo.

viernes, 14 de junio de 2019

Peter Pan en los jardines de Kensington, el principio de una leyenda



Como cualquier amante de la Literatura Infantil guardo una estrecha relación con personajes como Alicia, Momo, Dorothy o Pinocho, pero si tuviera que elegir alguno, ese sería Peter Pan. Sí, supongo que ya lo habían imaginado, más todavía teniendo en cuenta que soy de esos monstruos que siente una enorme debilidad por el universo de la LIJ anglosajona. Es por ello que estoy más que contento de que Edelvives haya publicado una inmejorable edición de esta historia de James Matthew Barrie con ilustraciones a cargo de Antonio Lorente y el mismo prólogo de la edición de Peter Pan y Wendy de la ya descatalogada colección Laurín de Anaya a cargo de Juan Tébar.
Contento por esta edición de lujo que ha entrado a formar parte de mi biblioteca personal, tengo que añadir que me ha parecido acertadísimo incluir en él, Peter Pan en los jardines de Kensington.
Aunque todos conocemos Peter Pan y Wendy -la idea que todos tenemos de la historia se basa en esta obra-, son pocos los que conocen Peter Pan en los jardines de Kensington, una precuela que ha sido poco editada en castellano pero que es muy necesaria para entender la idiosincrasia del segundo libro protagonizado por Peter Pan.


Esta historia nació en una obra anterior de Barrie que llevaba por título El pajarito blanco (1902), una novela dirigida al público adulto y de carácter un tanto satírico donde el escritor incluyó una serie de capítulos que pretendían aligerar un poco esa vis crítica de la obra en cuestión, concretamente los capítulos trece a dieciocho en los que se habla del origen de Peter Pan.
Dándose cuenta de que esta historia podría tener como destinatarios a los niños, J. M. Barrie la publicó en 1906 bajo el título que hoy conocemos, Peter Pan en los jardines de Kensington, después de crear su obra de teatro Peter Pan o el niño que no quería crecer y que bebía también de esa historia primigenia incluida en la novela.
Son dos las inspiraciones de esta historia. Por un lado la omnipresente familia Llewelyn Davies, pues es a partir de 1897-1898 (dos años antes de escribir estas páginas) cuando Barrie entró en contacto con George y Jack mientras disfrutaban al cargo de su niñera Mary Hodgson de los citados jardines. Por otro hay que hablar del poema Kensington Gardens de James Tickell, la primera obra que, aunque un tanto espesa, hace alusión a los seres mágicos que habitan estos jardines y a la que también rinde homenaje la estatua de Peter Pan que se erige en dicho lugar (y con la que Barrie no quedó muy satisfecho… averigüen la razón).
Muchos hablan de esta pequeña novela como una obra menor de Barrie, pues es cierto que a veces resulta algo compleja y no capta la atención del lector como su secuela Peter Pan y Wendy, pero a mi forma de entender la idiosincrasia del personaje y todo su complejo entorno, es muy necesaria.


En primer lugar entendemos por qué Peter siente una animadversión extrema hacia el ecosistema adulto, hacia sus necesidades y enseñanzas. Peter Pan se siente traicionado por su madre, un estado emocional que todos hemos sentido alguna vez ante las decisiones de nuestros progenitores, que si bien es cierto que aquí son extremas, también pueden ser comprensibles desde el prisma adulto, desde la posición de una mujer que suple la pérdida de un hijo.
El segundo punto en el que hay que detenerse es en la figura de Maimie Mannering, la antecesora de Wendy. Maimie es una niña que, perdida en los citados jardines, acaba haciéndose amiga de Peter para comprometerse con él. Una vez esta se da cuenta de que su madre la echa mucho de menos, regresa con ella y deja al protagonista sólo, no sin antes regalarle una cabra (véase aquí una alusión al dios Pan de la que luego Barrie prescindiría). Gracias a este pasaje entendemos lo complejo de la posterior situación con Wendy, pues Peter es abandonado una y otra vez por aquellas personas que quiere y admira (curiosamente todas mujeres… ¿Podríamos asimilar esta situación a algún complejo psicológico del autor?).


En tercer lugar hay que llamar la atención sobre el mundo de las hadas y los duendes, de esos seres que habitan los jardines y a los que Barrie, además de idearles un ecosistema propio, pone en tela de juicio. Su comportamiento es algo reprochable pues está a caballo entre lo infantil –juguetones y despreocupados- y lo adulto –vengativos e irritables-, algo que nos permite mirar a estos seres desde un punto menos positivo que el que nos han hecho creer los estudios cinematográficos y los cuentos.
Como guinda del pastel quería llamar la atención sobre una nota curiosa que ensalza la capacidad creativa de Barrie, esa que logra hacernos creer lo increíble, pues en muchas guías y portales turísticos dan como cierta una historia que se menciona al final de la obra. Según Barrie, las dos tumbas que se pueden encontrar en estos jardines fueron erigidas por Peter Pan para honrar los cuerpos de dos niños fallecidos en ellos y tal y como rezan las iniciales grabadas en ellas, “W. St. M.” y “P. P.”, que corresponden a Walter Stephen Matthews y Phoebe Phelps respectivamente. Romperé la magia cuando les diga que en realidad son dos mojones de término que marcan los límites de “Westminster St Margaret” y el “Parish of Paddington” hoy conocido como “Metropolitan Borough of Paddington”.


Para finalizar mi recorrido por esta obra y atendiendo a las ilustraciones, he de decir que han dado completamente en el clavo al elegir al artista almeriense, pues se recrea en unos personajes que no son niños ni adolescentes (me gusta porque parece dirigirse a otro público que no sea el puramente infantil), con ese halo de misterio, incluso algo perturbadores, con mucha fuerza y melancolía. En parte me recuerdan la intensidad que tienen las imágenes de Arthur Rackham para la primera edición de la obra y que afianzaron todavía más la idea de ese mundo complejo y mágico que es la niñez, donde no todo es de color de rosa, sino que se puede sufrir y reír a partes iguales.

martes, 10 de marzo de 2009

Seguir siendo un niño



Acaba esta brevísima semana literaria… Sé que a muchos les puede parecer casi una traición, pero muchas veces es de agradecer un pequeño descanso, incluso para el mayor de los apasionados… Aunque no podríamos denominar este paréntesis como estrictas “vacaciones” –tres días ejerciendo de quasi-padre no es demasiado relajado que digamos…-, me apetece perderme por las carreteras dirigiendo (que no conduciendo) un autobús atestado de adolescentes, y transformarme así en un niño mientras contemplo las estampas del viaje. Creo que casi todos experimentamos esas mismas sensaciones cuando nos dirigimos a destinos desconocidos, ya que una extraña necesidad de aventuras nos invade… Eso mismo debió pasarles a John, Michael y Wendy cuando frente a ellos se apareció Peter Pan acompañado de la malhumorada Campanilla…
Sí, amigos y amigas, hoy me toca hablarles de una obra cumbre de la Literatura Infantil y Juvenil, Peter Pan y Wendy.
Archiconocida, la obra cuyos derechos de autor, James Matthew Barrie legó al Great Ormond Street Hospital tras su muerte (acto hermoso a la par que extraño, como todo lo que rodea a Barrie… les recomiendo su biografía…), es una oda a la niñez, no sólo por la figura siempre infantil y jovial de Peter Pan, sino por todos los mensajes de rebeldía y atrevimiento -entre otros- que se extraen de su lectura.
Repleta de frases palpitantes (¿Quién no recuerda la explicación que Peter da a Wendy sobre de dónde vienen las hadas?... Verás, Wendy, cuando el primer bebé rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos, y éstos comenzaron a dar saltos, para dar lugar a las hadas…) y aventuras inimaginables, la que en un principio fue una pequeña obra de teatro, hoy es un alegato a la libertad traducido a todas las lenguas del globo
Podría decir tantas cosas de este libro que prefiero no decir ninguna… A veces, uno, simplemente, se ha de rendir ante el genio de los grandes, ante las auténticas leyendas que forjan algunos hombres, no sólo por sus escritos, sino también por sus actos, por ser sencillamente extraordinarios, especiales.
Espero que no se pierdan durante estos días y regresen a este lugar el próximo lunes, aunque sé que muchos y muchas preferirían volar a otro lugar siguiendo las siguientes indicaciones: la segunda a la derecha y luego todo recto hasta la mañana.