miércoles, 30 de noviembre de 2022

Cosas de padres


Padres… los hay de todo tipo. Autoritarios, histéricos, permisivos, negligentes, democráticos, empalagosos… Cada padre o madre es un mundo y necesitamos clasificarlos. De entre todas estas taxonomías, mi favorita es la que se refiere a los hiperpadres, una que se refiere al cuidado que reciben los hijos hoy día.


Tenemos a los padres helicóptero, esos que sobrevuelan a su prole y vigilan distantes. Aunque a veces les permiten tomar decisiones por sí mismos –libertad ficticia-, cuidan de que aprendan, tomen conciencia de cómo funciona el mundo y no se equivoquen. Les procuran cuidados y están alertas de que no sobrepasen los límites.
Los segundos son los padres apisonadora, unos que por sistema se dedican a allanar el camino de sus hijos. Que nada les resulte tedioso, frustante o imposible. En lugar de preparar para el futuro, simplemente se dedican a eliminar los obstáculos para que los pobrecitos no sufran.
También están los padres tigre. No dejan a su prole ni a sol, ni a sombra. Si pudieran, la engullirían. Su nivel de exigencia es insufrible, no son nada permisivos y tienen el control sobre todo lo que les atañe. Una suerte de infierno donde anulación, imposición y censura son las principales armas a blandir.


Los padres guardaespaldas y los padres secretario no me gustan nada. Mientras que los primeros siempre intervienen en cualquier conflicto escolar y viven preocupados por la integridad física de sus hijos (esos que nunca les dejan ir de excursión escolar), los segundos son los que les preparan la mochila, están pendientes de las tareas que tienen que hacer (e incluso las hacen) y llevan al día la agenda de actividades. 
Los padres mayordomo son una variante de los secretarios pero mucho más denigrante. Llevan vasos de agua a la cama, ejercen de chóferes, acarrean mochilas y dejan lo que están haciendo para atender los caprichos filiales.
Por último también tenemos a los padres de corral, esos que les da igual ocho que ochenta. Dan libertad absoluta a sus hijos. Algo que está bien porque los chiquillos aprenden a buscarse las castañas por sí mismos, pero es un fastidio cuando molestan a terceros, son unos deslenguados o aprenden todas las maldades del mundo.


Pero aunque te resulte extraño, todos ellos tienen algo en común que Davide Cali y Noemi Vola nos lo desvelan en Pregúntale a tu padre y otras frases misteriosas de los adultos, un libro que acaba de publicar Liana Editorial.
En él se centran en esas frases tan recurrentes que son patrimonio de todos los padres. Da igual su origen, estatus social, educación o raza, cualquier madre las utiliza indistintamente. Es cierto que hay variaciones dependiendo del tipo de familia que tengamos (léanse parejas homoparentales o monoparentales), pero el caso es que la mayor parte de las sentencias que recopila esta pequeña guía comentada e ilustrada se utilizan con frecuencia.


Ya veremos… "Pregúntale a tu madre", "Porque no", "Cuando crezcas lo entenderás" o "No se puede tener todo" son algunas de las afirmaciones que recoge este compendio comentado e ilustrado. Además, añade un pequeño apartado sobre preguntas tontas de las que me quedo con "¿Me has oído?" (Es la pregunta más estúpida que se le puede hacer a una criatura). Al final del libro hay una doble página pautada donde los lectores pueden añadir nuevas sentencias paternas y hacer más grande esta lista.
Con recursos del cómic y mucho dinamismo en lo que a composición y tipografía se refiere, este libro además de derrochar mucho humor, nos interna en el ecosistema infantil, su sinsentido y desbordante creatividad. Una parodia de los padres y su comportamiento que auguro tendrá mucho éxito en toda la familia.

martes, 29 de noviembre de 2022

Tranquilidad y creatividad


Parece una tontería, pero disponer de un lugar adecuado en el que darle forma a las ideas es algo fundamental para todos aquellos que nos dedicamos a la creación (¡Que lo mío me cuesta darle cohesión a todas estas reseñas!). No es una cuestión de inspiración, que también, sino más bien de un lugar en el que nos sintamos a gusto, encontremos un ambiente propicio para dejar fluir nuestras habilidades y, sobre todo, que nos resulte práctico a la hora de trabajar.
Si lo tuyo es la pintura al óleo, necesitas un buen caballete y que corra el aire para no asfixiarte. Si te dedicas a danzar, mucha amplitud y un buen espejo. Si bordas o tejes nada como un buen flexo y un asiento cómodo. O si por el contrario te dedicas a tocar la trompeta, no estaría mal una habitación insonorizada y con buena acústica.


Si bien es cierto que la luz, la limpieza y la comodidad son un plus en cualquier espacio de trabajo, cada tarea necesita un espacio diferente. No podemos tocar el saxofón, hacer yoga y escribir una novela en el mismo lugar. Y si lo hacemos es porque no nos queda otra. Ya nos gustaría a todos disponer de gimnasio, sala de conciertos y despacho con vistas al mar.
En mi caso y sobre todo, necesito calma y tranquilidad. No absoluto silencio, pero sí un lugar apacible Sinceramente. No sé cómo Van Dog es capaz de pintar con la que tiene liada. ¿Que quién es Van Dog? Van Dog es el protagonista de un álbum homónimo de Mikolaj Pasinski y Gosia Herba recién publicado por la editorial Juventud que nos habla de unas cuantas cosas.


Este artista canino se decide a pintar una puesta de sol en mitad del campo. Coge todos los apechusques, se va hasta un prado espléndido y empieza a pintar cuando, de repente, empiezan a llegar todo quisqui. Hormigas que se dirigen al trabajo, niños que juegan al futbol, Gozilla, y hasta los extraterrestres, irrumpen en el espacio que Van Dog está intentando inmortalizar. ¿Lo conseguirá?
Con recursos propios del cómic y un montón de detalles, este libro-álbum es un espacio propicio para todo tipo de juegos, situaciones y lecturas. Aunque la acción se desarrolla en el mismo lugar, en él suceden toda una suerte de personajes, circunstancias y avatares que desbordan la narración gracias a multitud de micro-relatos, conversaciones e historias inverosímiles donde lo caótico y el sinsentido aúpan sonrisas.


Lo mejor viene cuando llegamos al final y descubrimos el trabajo final de Van Dog. Un libro que da mucho de sí. Se lo aseguro. Un regalo inmejorable para cotillas, amantes de la pintura, gente deprimida y maniáticos del silencio.

lunes, 28 de noviembre de 2022

El arte del engaño


Siempre que la Patri y un servidor nos ponemos a charlar sobre lo mal pagado que está el mundo del arte en general, y el de la ilustración en particular, ella me dice que el quid de la cuestión está en rodearse de gente con pasta que no le tiemble la mano a la hora de soltar los billetes y no esté roñoseando esos cuatro céntimo que no sirven de nada.
Me menciona a tres o cuatro artistas de nueva hornada que se rodean de la flor y nata, de ricos caprichosos que valoran sus trabajos y les dan de comer todo el año. El mecenazgo, una fórmula que se inventó hace siglos y sigue perdurando porque a las élites no les interesa que el arte esté al alcance de la mano.


Ahora los llaman inversores, que, esperando la revalorización de sus bienes, compran grabados, esculturas y cuadros, muchos cuadros. Desgravaciones, quitarse de encima el dinero negro, sacar provecho, salvar indigentes o seguir el ejemplo de la baronesa. De entre todas las razones para comprar en galerías y pujar en subastas, mi favorita es disfrutar del arte desde el sofá.
Porque no todo el mundo sabe mirar un cuadro, valorar lo que tiene delante, emocionarse, hallar su trasfondo, estudiar el uso del color o la composición, descifrar su mensaje. De poco sirve tener un Jenny Saville, un Jeff Koons, un Ed Ruscha o un Damien Hirst colgado en el salón cuando lo tuyo es un buen pernil.


Si bien es cierto que alguno que otro le saca partido al típico golpe de suerte, lo general es que nuevos ricos, horteras de bolera y estiracuellos sean carne de cañón para pintores mediocres, escultores de medio pelo o retratistas de tres al cuarto. Pies con esto del arte moderno, hay mucho jeta disfrazado de artista que, echándole morro al asunto, se forra a base de ignorantes.
Y no es que yo vea mal que muchos especuladores de arte reciban una buena bofetada de realidad, pero si tienes intención de especular con obras de arte y no quieres que te metan un pufo, una de dos: o te asesoras adecuadamente, o educas el paladar a base de mirar y Summa Artis.


En El retrato del conejo, con texto de Emmanuel Trédez e ilustraciones de Delphine Jacquot, la editorial Lóguez se suma a esa fiebre por los conejos que se ha desatado este otoño en la Literatura Infantil y de paso nos encandilan sobre una historia de pillaje en el arte.
El señor conejo recibe una carta venida de lejos en el que una comadreja le confiesa su amor y admiración. Él, para conquistarla, decide enviarle un retrato suyo pero como no conoce a nadie, le pide consejo a Cerdo. Este le recomienda acudir a la galería del Burro, donde Zorro, un artista de reconocido prestigio puede echarle un cable por un dineral. Una vez terminado el retrato, el conejo lo encuentra demasiado minimalista para lo que le ha costado.


Dejándoos a vosotros el final de la historia, me dedico a los aspectos técnicos. Lleno de humor, este libro es de un formato considerable, con una ilustración de portada vívida y colorista que atrapa al instante. Narrada a base de rimas sencillas y llena de detalles (vestuario y mobiliario incluidos), esta historia rebosa mucho arte. 
Cuadros por todas partes que, protagonizados por animales, nos hablan de Giacometti, Picasso, Magritte, Friedrich, Lucio Fontana o Man Ray. Guiños a la historia del arte que aúpan una parodia del arte moderno que envía una advertencia a todos esos arribistas incautos de los que hemos hablado.

domingo, 27 de noviembre de 2022

¿Eres culto?


Culto, culto y culto. No sé muy bien porqué, pero el caso es que escucho demasiado este adjetivo. O porque la gente lo utiliza con mucha ligereza, o porque estamos llegando al culmen de nuestra propia inteligencia. Quizá sea una forma de justificarse a uno mismo o de justificar a otros (Me encanta cuando me dicen “Román, parece mentira que digas esas barbaridades siendo una persona culta…” Mientras ellos me despojan de toda credibilidad, yo me río de mi incultura), pero el caso es que ahora, todo el mundo parece haber salido de los círculos ilustrados europeos. 
Sin embargo, siempre cabe hacernos una pregunta: ¿Qué es ser culto?
Si bien podríamos iniciar esta disertación con cuestiones como la distinción entre la alta cultura y la cultura popular (leer este post para profundizar en el tema) o la deriva que sufre la cultura hacia las humanidades para dejar apartadas a la ciencia y la tecnología (cuestión que también se trató en este otro post), prefiero ser algo práctico y olvidarme del significante para centrarme en el significado.
Según diferentes diccionarios, el termino “culto/a” se usa para referirse a personas cultivadas, instruidas, y que poseen muchos conocimientos. Sin embargo, hay algo más allá de esta voz que se utiliza con diferentes connotaciones. Cuando decimos que alguien es culto, ¿a quién nos referimos?


Unos se refieren a los que leen mucho, una presunción que me hace mucha gracia teniendo en cuenta que no hace distinción entre lectores de revistas del corazón, periódicos, novela histórica, ensayo filosófico o artículos científicos. Cualquier persona que se lea un par de novelas al año entra en la categoría de culto, aunque simplemente lo haga por hacer frente al insomnio, evadirse de un trabajo desolador, u olvidar un matrimonio truncado.


Otros se refieren a personas doctas en una determinada disciplina, a eruditos, a gente que se ha pasado media vida estudiando los entresijos de la historia, la ingeniería naval o la química inorgánica. Presumimos que con tanto codo han alcanzado la gracia intelectual en esa materia, pero del resto ¿qué? ¿Podríamos decir que un médico, un filósofo o un matemático son personas cultas “per se”?


En tercer lugar llamamos cultos a todo tipo de curiosos. Gente que gusta de informarse sobre esto y lo otro, que acude a recitales poéticos, conciertos, salas de museo o escuelas de idiomas, para nutrir su tiempo libre, ser práctico o socializar. Viaja, toca el clarinete en la banda del pueblo, juega con una cámara de fotos, gusta de las reliquias del pasado o se apunta a hacer una ruta de senderismo. Todo muy popular y de andar por casa. Habrá que sopesar su bagaje en alta cultura... ¿no?


También tenemos a los enteraos. Se parecen a los anteriores pero con intereses vagos o inexistentes. Parece que saben mucho pero en realidad no tienen ni puta idea. Se han aprendido cuatro títulos de memoria, practican el postureo lector, parafrasean a sus referentes, gustan de oírse y aleccionan a todo el que pillan. Todo ello en aras de adquirir estatus o echar un polvo con incautos de toda condición. Despectivamente se les conoce como culturetas. Los cuñaos son parecidos pero más feos.


Para terminar tenemos a los que yo llamo virtuosos. Personas que por su fluidez verbal, su forma de aprender o sus habilidades memorísticas son capaces de parecer cultos sin serlo. Recordar fechas, hacer cálculos matemáticos, tocar siete instrumentos o destacar por la retórica, no son signos de una amplia cultura. Quizá sirvan para ganar concursos televisivos o abrirse camino en política, pero no para ser considerados eminencias.


“Entonces, según tú, ¿nadie es culto?” Aunque es difícil dar con ellos, alguno hay. Como todo en esta vida, tiene que ver con la mirada y el nivel de exigencia.
Para mí, ser culto no se relaciona únicamente con la cantidad y/o calidad de la información que hayas atesorado en base a tu experiencia personal o académica. Es importante pero no determinante. Ser una persona culta se relaciona también con tu forma de ver el mundo o de sopesar las partes sin olvidar el todo; con ser capaz de relativizar tu mirada y cuestionar la realidad, o de discernir entre hechos y espejismos.
También tiene que ver con los demás, con dejarles ser, considerar sus aportaciones, admirarlas o discutirlas. Las personas cultas se alejan de dogmatismos y sectarismos, se equivocan, se mantienen informados y siguen construyendo un discurso conexo.
Pero, sin duda alguna, la cualidad más importante de las personas cultas es saber que LA CULTURA NO LO ES TODO.


(*) NOTA: Todas las imágenes que acompañan esta entrada son obras de la artista canadiense Holly Farrell realizadas con técnica mixta (óleo y acrílico) sobre lienzo o tabla, entre 2014 y 2019.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Mirando hacia delante


Fantasear con el futuro es una cosa de todos. Del niño y del viejo, del adolescente en ciernes y de la madre de familia. Cada uno lo hace a su manera y en base a unas experiencias. Quizá los mayores somos más cautos y deseamos cosas factibles, mientras que a las criaturas y los teenagers se les llena la boca de technicolor, grandezas y fantasmadas.


Ir a la luna, encontrar el amor, ser pastelero, tocar el oboe en la filarmónica de Viena, despedir el año en plena Puerta del Sol, dar la vuelta al mundo, compartir contigo un trozo de tarta de zanahoria, hacer las paces con su madre, que tu hijo vuelva del exilio, que mis padres me dejen llegar después de las doce, o ser invisible. Sí, soñar despierto es gratis, sobre todo cualquier cosa que nos pueda hacer un poco más felices.


Personalmente, me gusta más echar la mirada hacia delante que hacia atrás. Imaginar lo que va a ser en vez de lo que podría haber sido, siempre le da un puntito a la vida. Sobre todo porque eso de las expectativas tiene mucho de positivo y suma en vez de restar. Que bastantes frustraciones tenemos ya. Y no es que yo quiera negar el pasado -de todo se aprende, queridos- solo que prefiero no lacerarme con el qué-hubiera-pasado-si…


En Cuando sea mayor, el libro de Davide Cali y Giulia Pastorino que acaba de publicar Pípala en nuestro país, trata precisamente de esto. Una pareja de niños se preguntan qué pasará cuando crezcan. Se dedican a darle alas a la imaginación y elucubrar sobre las posibilidades que les depara el futuro. Cowboy, cazador de tigres, veterinario, conducir un tanque, ser profesora, aprender 33 idiomas o quedarse despiertos hasta medianoche.


El texto de Cali, como siempre, parece sencillo pero tiene mucha tela que cortar. Si bien es cierto que no rompe estereotipos como muchos lectores esperarían, da muchas posibilidades. Al tiempo que asigna deseos muy manidos entre los niños (jugador de fútbol o superhéroe) y las niñas (princesa o profesora), aboga por romper una lanza por otras profesiones como buceador o exploradora. Todo cabe en una narración que habla de soldados y niñas que pilotan aviones.


Sobre las ilustraciones de Giulia Pastorino, me alegra saber que se empiezan a publicar en nuestro país libros de esta ilustradora a la que auguro éxito. Sus trabajos destilan una frescura inusitada, coloristas, de trazo desenfadado y con mucha idiosincrasia infantil. Composiciones muy estudiadas y detalles, montones de detalles (fíjense en cuál es la munición del tanque o en la cara de los niños que están en la escuela), llenan las páginas de un libro que alegra el día y nos invita a transitar los vericuetos del tiempo que vendrá.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Criando bichos


Siguiendo en la línea de niños canallas que me marqué ayer para celebrar el llamado Día del niño y la infancia, continuo con los faustos hablando un poco de cómo se educa hoy en día a los churumbeles.
Y es que los padres son demasiado permisivos para unas cosas, sobre todo en lo que se refiere a las normas sociales, mientras que para otras no claudican ni a tiros. Me explico.
Parece ser que los niños están exentos de comer adecuadamente (estoy del “baby led weaning” hasta las narices), sentarse en una silla, saludar cuando hay que hacerlo, responder cuando se les pregunta o despedirse. Cuando este tipo de comportamiento se hace extensivo a otros temas como ordenar los juguetes, aprender a vestirse o respetar a las personas mayores, la cosa es verdaderamente peliaguda.


“Son niños, ¡no importa!” “Todavía no necesitan saber estas cosas” “No hay que obligarlos o se rebordecen” “Ya lo aprenderán por sí mismos”… Lo que sucede es que hay que repetir las cosas mil veces, tener ciertas prioridades y, sobre todo, dar ejemplo. Cosa que cuesta mucho trabajo, máxime cuando el teléfono móvil es más importante que tus hijos.
Y no me vengan con que soy un carca o un tirano. Apelando al sentido liberal que tan de moda está en las crianzas alternativas, les diré que una amiga mía que lleva años trabajando en una escuela Waldorf siempre dice que aprender y respetar las normas, hace a los niños más libres. ¡Toma ya…!


Por otro lado y para mi sorpresa, observo que muchos padres tienen mucho rigor cuando el asunto se relaciona con el tiempo libre de sus hijos, las actividades extraescolares o la hora de la comida. Solo van al parque una tarde a la semana (¡Qué tristeza!), si la siesta no es de tres a cinco y media, malo, y si no acuden a las doscientas actividades que tienen programadas mientras ellos van a la compra, se toman un café con Mengano o aprovechan para irse al gimnasio, peor.


Resumiendo: las prioridades de la crianza en nuestra sociedad actual han cambiado y la educación se basa en cumplimentar una serie de actividades, pero no en conocer las reglas que rigen la propia sociedad. Sencillamente demencial.
Y como no tengo ganas de decirle nada a todas esas que tantas recetas dan en las redes sociales, mejor les recomiendo El príncipe Beltrán El Bicho, un librito de Arnold Lobel que acaba de reeditar la editorial EntreDos.


El libro nos cuenta la historia de un príncipe que es peor que el baladre. Le tira de las orejas a los otros bebés, se carga la rosaleda del palacio, rompe todos los juguetes… Es lo que se dice un mal bicho. Lo odia hasta el apuntador. Un día se sube a lo alto de una torre y le tira piedras a una bruja que pasaba volando con su escoba. Enfadada, la bruja, lo transforma en dragón y lo convierte en un desgraciado. Todos se ríen de él, nadie lo quiere y termina yéndose de casa. ¿Conseguirá volver a su forma original?


Mientras lo averiguan les diré que este libro fue una de las primeras historias de Arnold Lobel y que fue inspirada por el mal comportamiento de Adrianne, su hija que, allá por 1963, contaba unos cinco años de edad y era muy traviesa. Con una paleta de color que recuerda a otros libros como Historias de ratones o Sapo y Sepo, y algunas ilustraciones ambientadas en la oscuridad que me han encantado, El príncipe Beltrán tiene ese aire mágico y entrañable de los cuentos de siempre que tienen que leer pequeños, pero sobre todo, grandes. Para darse cuenta de una maldita vez, que los niños no nacen sabiendo y que, además de inculcarles el veganismo, el juego libre o el uso de juguetes no sexistas, tienen que aprender a decir hola y adiós, masticar con la boca cerrada y respetar a los demás.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Defectos o virtudes, ¿de qué está hecha la infancia?


Me dice el móvil, ese artilugio tan inteligente, que hoy toca celebrar el Día del niño y la infancia. Aunque yo lo hago todos los días en pellejo propio o ajeno, me voy a sumar a los faustos hablando de críos y sus cosas, una de las principales temáticas de la literatura infantil, género que nos ocupa a los monstruos.
A pesar de esa desinfantilización de la infancia que está ocurriendo hoy día en ciertas sociedades y de la que he hablado en artículos como este, los chiquillos siempre tienen un algo que me vuelve loco: hacer y decir lo que les dé la real gana. No viven llenos de prejuicios ni convenciones sociales (cada vez tienen más, pero esperemos que el ejemplo adulto no cunda tan rápido) y suelen tener una perspectiva muy personal de todo lo que sucede a su alrededor.


Su capacidad de mirar para otro lado y darle la vuelta a la tortilla es inimaginable. En cierto modo me recuerdan a los viejos pero con menos malicia (alguna tienen, pero son inexpertos y eso se tiene que notar). Sus asociaciones de ideas son maravillosas y logran estimular el cerebro de cualquiera que se interponga entre la realidad y su cosmovisión.
Clarividentes, desinhibidos y frescos. Da igual su procedencia o el estrato social al que pertenezcan, las criaturas siempre encuentran una manera muy sui generis de justificar un discurso descarado o sin pies ni cabeza.


Pero claro, no a todo el mundo le parece adecuado... “No digas eso” “No hagas eso” “No pienses eso” son algunas de las frases que más repiten padres y maestros. La mayor parte de las veces lo que digan o hagan nos parece defectuoso y alocado, pero en el fondo, es igualmente razonable al de cualquier adulto. Eso no quiere decir que sea válido (¿Quién decide eso?), sino que las convenciones quieren menospreciarlo e invisibilizarlo.
Y para homenajear a todos esos pequeños deslenguados, hoy les traigo cinco libros que celebran las perspectivas infantiles y las guardan entre sus páginas, no solo para hacer las delicias de los lectores, sino para recordarle a los adultos que los defectos pueden transformarse en virtudes.


El primer título que traigo a esta pequeña miscelánea es Singular, un álbum de Susana Rosique que ha publicado por la editorial Narval y ya va por su segunda edición.


Como bien sabéis, en los hormigueros reinan el orden y el trabajo. Todas las hormigas siguen las instrucciones y curran sin cesar. Bueno, todas no, hay una hormiga que de vez en cuando se sale por la tangente y disfruta de las cosas hermosas que encuentra por el camino, algo que no gusta al resto. Un día hay un gran problema en el hormiguero y será precisamente ella, con su capacidad de observación y su ingenio, quien hallará la solución.


Con mucho collage digital, el uso de pictogramas y una narrativa muy secuencial que hace honor a la vida ordenada de estos himenópteros, tenemos un libro con un discurso libertino y esperanzador donde las voces infantiles resuenan una y otra vez. Hay una escena que siempre me arranca una sonrisa triunfanl, ¿adivinan cúal es?


En No a todas las niñas les gusta el rosa, David Pintor nos da su peculiar perspectiva sobre los estereotipos de género utilizando para ello su voz y la de su hija Nara -su mayor inspiración en esta etapa creativa-, para aupar el único libro de esta tanda en el que el adulto minimiza esos "defectos" infantiles que tan poco gustan.


Echando mano de clichés como el color rosa, los peinados bonitos, el uso de maquillaje o los juguetes dirigidos a las niñas, hace una crítica humorística utilizando una clara disyuntiva entre texto e imágenes, un recurso que redobla el doble sentido y nos hace pensar de lo lindo.


Sin discursitos buenistas y un estilo muy característico, el autor gallego apela a la elegancia para abrir un melón que lleno de detalles hermosos donde el cariño entre un padre y su hija es el verdadero leitmotiv de una narración basada en preguntas y respuestas que son el pan de cada día para muchas familias.


El tercer libro de esta tanda es de Juan Arjona y Christian Inaraja. Todos mis defectos, un álbum editado por Libre Albedrío se sumerge también en el modus vivendi de un chaval que, según todos los adultos que lo rodean, está lleno de defectos.


Es muy desordenado, tarda horas en darse un baño, le echa la culpa a su hermana de cualquier trastada, hace muecas en mitad de clase o no se cansa de escuchar en mismo cuento una y otra vez. Sin embargo, él, con la inocencia que suele caracterizar a la infancia y una nota de humor, sabe sacarle jugo a cualquier situación.


Sencillo y directo, el texto de Juan Arjona, juega en primera persona con las diversidad tipográfica y el extrañamiento, un recurso que nos hace esbozar una amplia sonrisa y al mismo tiempo ayuda a posicionarnos en el papel del protagonista. Sobre las ilustraciones decir que son coloristas, complementan al texto, ahondan en los detales y, sobre todo, ayudan a ese juego de alternancia dialógica que nos propone esta simpática propuesta editorial.


El penúltimo título de esta serie es Feliza, un pequeño álbum de Mo Gutierrez Serna y la editorial Thule.


Feliza es una enana muy maja que tiene un montón de virtudes. Bueno… al menos, eso piensa ella, porque a tenor de lo que dice o hace, podríamos decir lo contrario. Objetiva o subjetivamente está claro que es una niña y que, por ahora, se conforma con serlo, que al fin y al cabo, es lo mejor que puede hacer.


Disyunciones textuales (no es lo mismo lo que piensa que lo que verbaliza), vaivenes tipográficos (¡Me encanta el dinamismo!) e ilustraciones minimalistas (¡Lo que se puede decir con unas manchas de color...!) donde el tamaño relativo importa, nos embeben de esa inocencia tan característica de la infancia que todos necesitamos para sobrevivir a cualquier etapa de la vida.


Para terminar hay que echar mano de Shinsuke Yoshitake y Mis razones, un libro-álbum que acaba de publicar Pastel de luna, una de sus editoriales de cabecera en España, y que, como no podía ser de otra forma, está lleno de fantasía y buen humor infantiles.


Como en el libro de Arjona e Inaraja, el japonés echa mano de los defectos que tiene el niño protagonista, a ojos de los adultos (sobre todo de su madre). En este caso, el crío, echa mano de un sinfín de razones tan inverosímiles, como absurdas, para justificar comportamientos como hurgarse la nariz, morderse las uñas o saltar en la cama.


Con sus diagramas explicativos, imágenes secuenciales, repeticiones de concepto o perspectivas cinematográficas, Yoshitake da un giro de 180 grados a la perspectiva y nos habla de disparar rayos de felicidad a los demás, comunicarse con los topos que habitan el subsuelo o domar sillas. Ahora toca saber las tuyas.
Merece la pena darse un paseo por sus páginas y disfrutar con la inventiva de este niño que, transforma sus defectos en virtudes, algo con lo que siempre comulgo desde esta condición de niño-monstruo que la naturaleza me ha dado.