viernes, 10 de abril de 2020

La ciencia ¿no es cultura?



A tenor de esta situación en la que los autodenominados "agentes culturales" han echado la persiana en las redes durante hoy y mañana para llamar la atención sobre su delicada situación, a un servidor (que se guarda su opinión al respecto… No más polémicas, pliz, que luego saco el guerrero ninja y se me ponen a hacer pucheros) le ha dado por reflexionar sobre si la ciencia pertenece a la llamada “cultura”.
Tras esa pregunta muchos se han lanzado a decirme que “¡Claro! La ciencia es esencial para el pensamiento” y yo, que soy bastante de Perogrullo les he dicho que si médicos, enfermeros, químicos, biólogos, farmacéuticos y técnicos de laboratorio se unieran a esta huelga, los miles de enfermos que hay estos días en los hospitales la llevarían clara (Aunque tampoco crean que hoy por hoy lo llevan mucho mejor teniendo en cuenta la falta de TODO con la que están actuando los gobernantes).
Hubo un tiempo en el que las personas cultas se preocupaban por empaparse de montones de áreas y no son pocos los casos de pensadores que estaban al tanto de los hallazgos y avances en diferentes áreas científicas y tecnológicas. Desde la Grecia antigua hasta la Ilustración se pueden encontrar ejemplos de científicos-humanistas y viceversa.
Todo cambia con el sentimiento romántico y algunos ismos posteriores, los del siglo XX, en los que los binomios ilustrados naturaleza-humanidad, felicidad-utilidad, libertad-igualdad o razón-ciencia que tanto ensalzaron el progresismo, el modernismo y la democracia política se fueron al traste siendo desplazados por otros. Así es como el idealismo y el irracionalismo se abren camino durante el pasado siglo, y sigue aumentando el sentimiento tecnófobo gracias a los acontecimientos de las dos guerras mundiales y los desastres ecológicos. La cosa sigue su curso y llegamos hasta el día de hoy, en el que el subjetivismo posmoderno imperante ridiculiza a la ciencia como una mera sierva de los sistemas. Resumiendo –que me pongo muy intenso-, la ciencia y la tecnología son instrumentos, mientras que las humanidades nos nutren el alma (Sí, sí, mucho alimento pero ¡ay si algunos les dijeran esto a todos esos que fabrican respiradores y PCRs…!)


Por otro lado tenemos el mito de la erudición humanística. El mundo de la “cultura” sabe de todo. De vacunas, de peplómeros, de inmunidad, del bosón de Higgs, de dinámica de fluidos, de álgebra y de tierras raras. Sabe de tánto que eleva ese eclecticismo al conocimiento absoluto (Por eso nuestro ministro de sanidad estudió filosofía y lleva ejerciendo como político desde los 21 años). Sin embargo, los de ciencias sólo podemos saber de ciencias, porque claro, esa es la “ley ontogenética cultural”… Otro paradigma asentado sobre el humanismo que hace aumentar todavía más ese anticientificismo que cunde en la sociedad y disminuye la visibilidad del trabajo discreto que gente del ecosistema científico realiza en sus ámbitos. 


Para terminar hablemos de entretenimiento y espectáculo. Por lo general, la “cultura” siempre se restringe a lo humanístico pero sobre todo desde el prisma del ocio, es decir, cualquier producto cultural que no se adscriba a esos términos, actores y receptores mediante, parece no ser cultura. Como ejemplo, fíjense en la filosofía o la legislación, ambas disciplinas tradicionalmente humanísticas (díganselo a griegos y romanos) pero relegadas a un segundo plano (¿apropiación indebida del trono?). Algo parecido le ocurre a la ciencia, que como necesita otro tipo de consumo, no entraría en esos parámetros definitorios.


Y obviando la política (ya me extendí mucho en ese aspecto en este artículo que les recomiendo leer pues muchos puntos se pueden extrapolar a casi toda esa esfera cultural que se ha levantado en armas), les he traído Porque sí, un álbum de Mac Barnett e Isabelle Arsenault, editado por Océano Travesía, un libro para que reflexiones sobre todo esto.
Es la hora de dormir y una niña, ya encamada, se dedica a lanzarle preguntas a su padre. Cuestiones como por qué el océano es azul, qué es la lluvia, o por qué las hojas cambian de color, se agolpan en la mente de una niña curiosa, mientras que su progenitor le da las más inverosímiles respuestas creando así un hermoso espacio poético en torno a la hora del sueño.
Cabe destacar tres cosas. La primera es un título que se refiere a la típica frase de los padres cuando los hijos les hacen preguntas cuyas respuestas desconocen, y que establece un juego disyuntivo con el corpus central del libro, pues este padre sí ofrece soluciones muy imaginativas a su hija. La segunda se refiere a la estructura que responde más a la del álbum informativo que a la del de ficción, y sobre la que destaca el juego de colores entre preguntas y respuestas. Por último llamar la atención de la escena en la que se ve completa la habitación de la niña (los grandes círculos de colores con preguntas desaparecen para dar paso a otro enigma) y que nos da numerosas pistas sobre sus aficiones.
Ahora bien, aunque es cierto que el libro desprende un momento tierno y evocador en el que trasciende lo estético, también hace un flaco favor al despertar científico ya que antepone lo literario al conocimiento empírico, algo de lo que he estado hablando en los párrafos anteriores. El álbum es precioso, no lo voy a negar, pero como he echado de menos un apartado final en el que se dé respuesta a todas las preguntas que se recogen en él (hubiera estado genial aunar esas dos parcelas), esta tarde, teniendo en cuenta que de ciencia sí podemos hablar (no somos cultura, ironías y paradojas aparte), responderé algunas en la cuenta que los monstruos tenemos en Instagram para todos aquellos que quieran conocer las basadas en la evidencia.
¡Y feliz viernes santo!

3 comentarios:

Susana Encinas dijo...

Bueno, no da respuesta pero puede despertar la curiosidad y promover la búsqueda de sus respuestas.
Hoy en día, hay muchos libros informativos cuyos contenidos giran en torno a la ciencia.
Para mí la ciencia es cultura.
Muy interesante tu publicación, como siempre Román.

Román Belmonte dijo...

Puede dar respuesta en la medida que el mediador anime a la búsqueda de información o que el lector no se conforme con las poéticas y eche mano de otros medios para responderlas (lo que es incluso más difícil).
Es cierto que cada vez son más los álbumes informativos que podemos encontrar en el mercado pero 1) ello, en principio, no responde a un compromiso por parte de la cultura humanística con la ciencia, sino más bien a una diversificación del formato, y 2) no responde al amplio abanico de temas del que se podrían tratar, ya que la mayor parte se limitan a temas recurrentes (animales, plantas en el mejor de los casos, cuerpo humano, inventos, el universo y el sistema solar, y algunas teorías físico-químicas) y curiosidades. Hay muy pocos libros informativos que traten temas más dispares sobre la ciencia.
(sigo en el siguiente comentario)

Román Belmonte dijo...

A ello hay que unir que muchos de estos álbumes adolecen de poco sentimiento divulgativo y, aunque están asesorados y/o escritos por profesionales muy doctos en esas áreas, parecen manuales universitarios en los que no se paran a pensar qué conceptos conoce el lector o no. Se me ocurre pensar en el concepto de gameto o el de zigoto que recogen ciertos libros dirigidos a chavales de 9 a 12 años con los que estoy acostumbrado a tratar. Saben lo que es pero no lo identifican (como la mayor parte de la gente, ojo, a la que hay que hablarle de óvulos y espermatozoides). Por otro lado tenemos los escritos por autores del humanismo en los que se denota un claro desconocimiento de ciertas áreas y una falta de bagaje a la hora de presentar los contenidos. (Y podría seguir con el debate)¡Gracias por el comentario,Susana! ¡Un beso!