Dejando atrás el tirón de orejas del lunes, me asomo por la
terraza y veo unos cuantos niños con sus respectivos padres danzando entre los
árboles del parque (Sí, he tenido mucha suerte. No veo el mar pero al menos
puedo respirar y sentir el sol sobre la piel). Primero fue el trino de los
pájaros y ahora las voces infantiles. La cosa progresa adecuadamente. Esperemos
que no se trunque de golpe y porrazo.
Dejo la mirada perdida y empiezo a cavilar. Si estos dos
meses se nos han hecho eternos a los adultos, cómo habrá sido para ellos. No
puedo ni imaginármelo. Seguramente cuando pase el tiempo y si la situación no
se repite (que todavía tengo mis sospechas al respecto), no quedará ni el más
mínimo atisbo de ello, pero hoy por hoy, son muchos los que siguen
preguntándose “¿Qué pasa aquí?”
Es lo que se desprende de los mismos gestos y palabras que
se escuchan cuando un niño vuelve a tomar los parques y las calles. El brillo
vuelve a sus ojos. Es como si el viento fresco, las caricias del sol, avivasen
un espíritu que ha ido mermando todas estas semanas. Sensaciones que me traen a
la memoria multitud de situaciones y personajes de la Literatura Infantil como
el renacer de Campanilla o cuando los niños de La materia oscura son separados de sus daimonion. Hay algo mágico
en esos momentos.
Lo hermoso de reencontrarse con lo cotidiano, cuando la vida
vuelve a nosotros inesperadamente, es un instante único. Porque a pesar de
que cada uno vive con unas circunstancias diferentes, todo se resume a la misma
cosa, el tiempo que disfrutamos de lo que deseamos, en definitiva, de lo
libertario.
Perder, encontrar, renacer… Ese es nuestro devenir constante
desde la niñez, el que nos lleva por los derroteros más insospechados de esa
aventura extraña que es nuestro día a día. Y así, con actividades ordinarias
que se convierten en extraordinarias continuamos la semana gracias al buen
hacer de Imapla (Inma Pla para los conocidos) y la editorial Océano Travesía,
que esta vez nos sorprenden con Lola y Peret (sí, sí, como dos genios del
flamenco), un par de personajes entrañables que disfrutan de lo real y lo
imaginario a partes iguales.
En Lola: tooodo un día
en el zoo, nuestra protagonista visita el parque zoológico durante el día.
Elefantes, jirafas y gorilas hacen las delicias de la niña hasta que se pone a
llover y su madre tiene que llevarla a casa para continuar arropada por esos
mismos animales entre las sabanas para construir sueños imposibles.
En Lola y Peret:
tooodo el día en el circo, Lola se ha hecho mayor y tiene un hermano
pequeño. Su madre los lleva al circo para que disfruten de los acróbatas, del
hombre-bala o del forzudo. La función termina y tienen que volver a casa donde,
creyéndose artistas, se ponen a juguetear con la cena…
Ambas historias se nos presentan como libros acordeón que
por un lado se pueden contemplar como escenas aisladas, pero por otro permiten
experimentar la continuidad del tiempo. Además, la siempre detallista autora,
interviene la última escena del día con un elemento troquelado (la puerta: elección
simbólica y maravillosa), para abrir un universo en el que la imaginación se
abre camino en dos narraciones donde los detalles escondidos y el contraste
entre los colores y las formas básicas dicen muchísimo.
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