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miércoles, 30 de octubre de 2013

Cuentos versionados


Desde los años setenta y ochenta, periodo en el que las ideas de progresismo empezaron a afianzarse en una sociedad ávida de cambios que paliaran el trasnochado mundo que la primera mitad del siglo XX había traído, la literatura infantil vivió una pequeña revolución que ha sobrevivido hasta nuestros días.
Es en el mundo de los cuentos de hadas donde se hacen más palpables estos cambios… Los cuentos clásicos empiezan a sufrir una revisión por parte de diversos autores que los adaptaron a la realidad cambiante, otorgándoles puntos de vista más próximos a los problemas sociales de esos días (que podemos considerar todavía vigentes) como eran el divorcio, la emancipación de la mujer, los derechos humanos, el racismo, la xenofobia o la homofobia. Todos ellos candentes y bajo la omnipresente mano de los libros de valores (un pesado lastre del que todavía no se ha librado la LIJ del siglo XXI), tomaron forma en las narraciones pre y postrománticas de Andersen, los hermanos Grimm o Perrault, algo que en aquellos años se tomo como una novedad y que hoy, y bajo mi punto de vista, me parece un gran despropósito. Desde la publicación de los Cuentos políticamente correctos y otras obras propias de regímenes socialistas, algo ha cambiado en la visión dogmática que durante tantos lustros ha imperado en el mundo de los libros para niños y que soporta y ha soportado el yugo de la educación buenista de la que tanto se alardea en colegios y centros de enseñanza secundaria.
Tenemos Caperucitas feministas que se comen al lobo con patatas, lo capan y lo queman en una hoguera donde podría arder hasta el mismísimo diablo; también las tenemos heroínas que no se dejan amedrentar ni por su abuela, ni por la madre que las parió; deslenguadas y viciosas; vestidas de cuero, arnés y látigo; incluso maquiavélicas, políticas y poderosas… (¡Hasta dónde hemos llegado!).
Los cuentos clásicos, esos que Bruno Bettelheim desmenuzó en su psicoanálisis de cuentos de hadas (una obra técnica de obligada e insufrible lectura… que todo hay que decirlo…), tienen unos valores intrínsecos y la suficiente libertad para que cada lector, cada oyente, capte la esencia necesaria y aprenda según sus necesidades. Es por ello que se figura una genial estupidez añadir un discurso de catequesis a un relato tradicional con moraleja (me recuerdan a esos padres que hablan con voz de tontos a sus hijos mientras estos, en su mente infantil que no estúpida, piensan que los primeros son completamente gilipollas).


Lo siento pero me gustan las Caperucitas Rojas de toda la vida, aunque se presenten en nuevos formatos como los que la editorial Milimbo en su Little, Little Red Ridding Hood, ha troquelado para los jóvenes lectores. Esas que inocentes y confiadas van a visitar a su abuelita, cruzan el bosque, y se topan con un lobo hambriento y malvado que, tras zamparse a la nieta y la abuela, es ajusticiado por un valiente cazador. 

martes, 11 de noviembre de 2008

Otra de cuentos...


Llevaba bastante tiempo deseando el toparme con una buena edición de los cuentos de los hermanos Grimm, ya que, la verdad, no abundan los relatos de Jacob y Wilhelm debidamente editados. En una de mis recientes incursiones por la biblioteca pública, aconteció el milagro (dar con un libro elegante es como una aparición mariana), lo mejor de todo es que sucedió en la sala de préstamo de adultos (no sé porqué, pero, cuando los aficionados a la LIJ encontramos una obra dirigida –supuestamente- a niños en la zona dedicada a los adultos, una risita de triunfo nos recorre toda la piel).
El enebro y otros cuentos de Grimm, que así se titulaba, constaba de dos volúmenes de tapa dura, y aunque no incluía toda la obra de los autores, sí contaba con una buena selección. Llamaba la atención que, tanto la selección, como las ilustraciones, corrieran a cargo de Maurice Sendak que, últimamente, aparece hasta en la sopa…, (este hecho me recordó otro libro de cuentos de Lumen, idéntica editorial, Cuentos judíos de la aldea de Chelm, de I. B. Singer, de la misma editorial, Lumen).
Para terminar, confesarles que, si de Oscar Wilde elijo El príncipe feliz y de H. C. Andersen, Historia de una madre, de los hermanos Grimm, selecciono Los dos caminantes, así que, les dejo con uno de sus pasajes…

De la horca colgaban dos pobres pecadores sobre cuyas cabezas había sentados sendos cuervos. Y entonces uno de ellos empezó a hablar:
- Hermano, ¿estás despierto?
- Sí, estoy despierto – respondió el segundo cuervo.Pues voy a decirte una cosa – prosiguió el primer cuervo-. El rocío que ha caído esta noche sobre nosotros desde la horca devuelve la vista a todo aquel que se lave con él. Si se les dijera a los ciegos cómo pueden recobrar la vista, no iban a creerlo.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Mitología escandinava y otros cuentos







En estos últimos escritos, creo que he hecho notar mis inclinaciones por el folklore escandinavo. No es que un servidor tenga ascendencia vikinga, ni mucho menos afinidad por lo ario del asunto, pero creo que esta mitología empapa casi toda la cultura europea (dejemos a un lado las zonas bañadas por el Mediterráneo, que beben de otras fuentes, de otras culturas…), hasta tal punto que mucha de la Literatura Infantil y Juvenil actual (y éxito de ventas) está basada, casi exclusivamente, en este tipo de mitos, leyendas y personajes fantásticos… Desde que el señor J.R.R. Tolkien creo El hobbit y El señor de los anillos (obras de las que aún no me he atrevido a hablar en este espacio, más que nada por devoción y respeto), han proliferado, desde los rincones editoriales más oscuros, una serie de "imitaciones" (algunas legibles, otras no tanto) que han abarrotado este mercado de las letras. Y les doy ese apelativo de "imitaciones" ya que, muchas de ellas, denotan, en su afán por innovar, cierta desinformación en cuanto a trabajo previo se refiere… El señor Tolkien, especialista en este tipo de literatura y mitología (no olvidemos su faceta como profesor e investigador), conocía al detalle los pormenores de esta cultura, tan cercana a él; hoy en día, la mayoría de los autores escriben “a lo pavo” -como se dice en mi tierra-: sin preocuparse por los detalles, sin informarse lo más mínimo, haciendo jirones muchos conceptos ancestrales de los que bebe la cultura popular, en definitiva, sin sustancia.
Por ello, en honor a todos esos nuevos autores (a los que, aun así, respeto por ser capaces de conseguir que muchos lean), la sugerencia de lectura de hoy va dedicada a uno de mis libros favoritos, Cuentos suecos (Anaya, 1986), una selección de cuentos de varios autores como E. Beskow, reunidos bajo las ilustraciones de John Bauer, que además de tener un poder narrativo excepcional (ya saben que defiendo la ilustración como una vía de expresión eficaz y compleja), son una exquisitez para la vista que jamás me cansaré de contemplar. Y con sus imágenes les dejo hasta la próxima. Disfrútenlas.

viernes, 8 de agosto de 2008

El calor y los cuentos


Hace un par de años, cuando comenzó esta fiebre por recuperar los planes lectores en todo el territorio nacional, fui invitado a unas jornadas para promover actuaciones factibles dentro del Plan de Lectura -a nivel docente- en las poblaciones de Tomelloso, Argamasilla de Alba y Socuéllamos. He de decir, sinceramente, que guardo un grato recuerdo de aquellas horas entre el profesorado, así como de su receptividad –no siempre conseguida- frente a las propuestas que un servidor hacía para lograr uno de los puntos básicos de estos planes lectores: acercar la literatura a cada una de las áreas del currículo.
Estas jornadas estaban dirigidas a las tres partes contratantes del Plan Lector: el alumnado, los docentes y las familias. Todos recibieron formación, se aproximaron al mundo de la palabra y tomaron con ilusión este nuevo reto.
Además de un servidor, allí acudieron otros profesionales del mundo de la literatura, el cuento o, sencillamente, de la palabra. Entre rapsodas, escritores y otros artistas, destacaba un cuentacuentos cubano, Koldo (muy conocido por estos lares), formado en el mundo radifónico de su país y, desde su llegada a España, encantador de sones y vocales. Con él, descubrí el poder de una de las recopilaciones de cuentos clásicas que siempre había aparcado (¡cuán es el poder de las buenas o malas ediciones!), Cuentos al amor de la lumbre, un conjunto de relatos populares españoles recopilados por Antonio Rodríguez Almodovar (Premio Nacional de Literatura).
Son infinidad de cuentos los que se recogen en esta obra compuesta por dos volúmenes (por lo menos en su edición más clásica –Anaya-), y que resultan muy cercanos, tanto al público infantil, como al adulto.
Una vez leí que el cuento, así como el relato breve, son géneros literarios muy adecuados para acercar las letras a los niños y jóvenes, quizá por su brevedad, su simplicidad, su mensaje concreto o su lenguaje, y puede que sea cierto…

jueves, 7 de agosto de 2008

Cuentos a las orillas del Amur


Ya sabes, amigo lector, de mis quejas sobre lo evanescente que resultan las ediciones de ciertas obras de LIJ, más que nada porque dificultan mi tarea, como lector en primer lugar, y como comentarista y prescriptor de lectura, en segundo término (uno no puede realizar buenas recomendaciones si no están al alcance del público.


Durante este mes que ocupa nuestro tiempo y una vez creado el antecedente con los Cuentos Populares Rusos y Cuentos de la Alhambra, he decidido honrar otra recopilación de cuentos que abarrota muchas baldas y tantas escuelas. Prepárense para viajar a lo largo y ancho del orbe, adentrándose en la fantasía de las palabras y las historias mínimas que hemos ido hilando de abuelos a nietos y de padres a hijos. 



Ojeando la estantería que alberga mis pequeños tesoros durante esta calurosa tarde de agosto, he dado con uno de mis títulos favoritos Cuentos del río Amur, del autor siberiano Dmitri Naguishkin
 (Anaya, 1987), uno de esos libros que todavía sigue siendo un imprescindible en la Rusia ex-soviética y que no desmerece a otras como las anteriormente señaladas. Si a ello añadimos las ilustraciones de Guennadi Pavlishin, autor que gano la Bienal Internacional de Bratislava gracias a unas imágenes con mucho "art nouveau" e influencias de otros artistas rusos como Iván Bilibin o Nikolai Roerich , esta colección constituye un canto a la naturaleza y a las formas de vida ancestrales.



Aparte del cariño que profeso a este volumen por su valor sentimental y sus excelentes ilustraciones, con las que les pido se deleiten mientras leen esta reseña, he de decir que los relatos que reúne son de una amplia variedad, desde los que enseñan los pormenores de la vida –El anillo de oro-, hasta los que explican fenómenos naturales –De cómo intercambiaron sus patas los animales- e incluso los viajes iniciaticos –El valiente Azmún-. 




Además de la calidad de los cuentos destaca el glosario de términos propios de la región siberiana donde se desarrollan la mayor parte de los relatos, enriqueciendo de este modo al lector y haciendo innecesaria la traducción –probablemente incorrecta- de términos ajenos en estas latitudes. Y en estos días de aire mediterráneo abrasador, aléjese a otros parajes más frescos, recorra la taiga, cace martas cebellinas, talle barcos en la corteza caída de los abedules y déjelos navegar sobre las aguas del Amur.


miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuentos desde Granada



A Mercedes

Ahora ya nadie lee cuentos. Ni niños, ni adultos, ni maestros, ni catedráticos, ni pijos, ni punkis… Eso sí, contarlos, los contamos todos. ¿Será porque es más fácil inventarlos que leerlos? Creo que no, los cuentos son más que mentiras bien hiladas: los cuentos nos evaden a otros mundos, nos transportan a otros momentos, aprendemos de ellos y nos llenan el espíritu.
Los cuentos nacieron en sus bocas, vaciaron su contenido en sus orejas, se enriquecieron con el pasar de los años, con la imaginación de todas las palabras del mundo y con el saber de los pueblos, de las generaciones olvidadas.
Algunos se perdieron, pero otros llegaron a este tiempo, y son esos, los cuentos que hoy viven, los que han dado ser a toda la Literatura actual, a los miles de títulos que encierra el mundo editorial (si le interesa saber mucho más de estas cuestiones más profundamente, le recomiendo a Vladimir Propp, y éste, a su vez, le remitirá a los Cuentos Populares Rusos –A. N. Afanasiev-). Por todo esto defiendo el cuento como arma de conocimiento, como punto de partida para conocer nuestra “cultura popular”, para introducirnos lentamente en la “alta cultura”, como si de autores románticos se tratase. También abogo por el cuento como utensilio pedagógico de primera magnitud que, alejado del paternalismo, enseñe el saber acumulado en las letras, en las palabras durante cientos de años.

Y hablando de cuentos, y escribiendo estas palabras desde las proximidades a la calle Elvira de la ciudad de Granada, una recomendación de lectura veraniega, Cuentos de la Alhambra de Washintong Irving…, y déjese seducir por el viento que sopla desde el Veleta, acérquese al Albaycín, recorra el empedrado de su trazado laberíntico, asómese al Darro y encuentre a esa chica, la rubia, la que tiene los ojos tan bonitos como las ventanas de la Alhambra.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El cisne que contaba cuentos


Si tuviese que elegir alguna de entre las obras de Hans Christian Andersen, sin lugar a dudas señalaría dos de ellas, “Algo” e “Historia de una madre”. Ambas tienen un alto contenido moral (como casi todos los cuentos de Andersen…), una, de un modo práctico y la segunda, más pasional, pero las dos me calaron profundamente cuando las leí por vez primera (no mentiría si dijese que fue hace mucho tiempo ya que un servidor contaría aproximadamente los ocho años de edad).

Mi padre, gran aficionado a las ofertas de “Galerías Preciados” (todo un clásico, ya inexistente, de los grandes almacenes que han existido en este país), encontró un volumen de los cuentos de Andersen y lo adquirió sin reparos. Probablemente, es una de las acciones que me haya hecho sentirme enormemente agradecido a mi progenitor (la otra es la de darme sus genes de forma altruista –también es cierto que, biológicamente, el instinto de perpetuación de la especie contribuyó a ello-).
Todavía releo ese tomo de canto dorado (le da cierto toque de glamour al asunto literario…aunque creo que el cambio en las modas está repercutiendo negativamente en él), paso de página a página y disfruto de la genialidad del autor danés, de su capacidad para acercar ciertos conceptos extremadamente complejos a los pequeños lectores: el afán de superación, el valor de la voluntad, la humildad, lo deleznable de la vida, lo efímero de la belleza, la sencillez, la contribución de lo absurdo a nuestra existencia, …
¿Y por qué “Algo” e “Historia de una madre”?... Es cierto, podría haber elegido “La Pulgarcilla” o el conocidísimo cuento de “El patito feo”, pero creo que mi sentido romántico de la vida, me hizo decantarme por dos historias algo más trágicas.
Yo aspiro a ser algo, decía el hermano mayor de otros cuatro: quiero ser útil en el mundo. Aunque de humilde oficio, si de él reportan mis semejantes algún provecho, llegaré a ser algo. Voy a ponerme a ladrillero, y como los hombres no pueden pasar sin ladrillos, he aquí que ocupándome en fabricarlos, podré decir que sirvo de algo […]. Un gran comienzo para una historia que se introduce en la condición humana, en algo tan vigente como la ambición de ser respetable y reconocido, el placer que conlleva un logro, poder contribuir a la construcción del mismo mundo, de sentirse satisfecho tras la propia obra y disfrutar del afán de superación.
Del mismo modo que aborda estas facetas del ser humano, también se puede contar entre las obras que tratan una cuestión bastante importante en la juventud de hoy día: la desidia y la falta de voluntad para contribuir a esa empresa que es la del avance de nuestra realidad actual.
La motivación, esa gran carencia que no sólo afecta a nuestra juventud, sino a todas las que han poblado nuestro planeta a lo largo de la Historia, es uno de los pilares de este sencillo cuento que ahonda en la idiosincrasia humana.

Hasta que no leí “Historia de una madre” no fui consciente del lado humano de la muerte y su necesidad. La muerte en la Literatura Infantil es un tema funesto, desagradable, que roza el tabú, casi prohibido (Breve inciso: esto es lo que ocurre actualmente, pero en épocas pasadas, la niñez no era un periodo tan longevo, así como la sobreprotección de la infancia no era extrema, como ocurre hoy día, por lo que estos temas podrían tratarse con más naturalidad), pero Andersen lo convierte en una necesidad. Explica de una manera abierta y simple la función que la muerte tiene sobre la humanidad entera, sobre nuestras vidas, enfrentándose y encontrándose con sentimientos opuestos como son el valor, el coraje, el dolor, el duelo y la resignación de la pérdida.
Mención especial es la que merece la descripción del invernadero que cultiva la muerte: […] Ésta la tomó luego de la mano y juntas entraron en el vasto invernáculo donde crecía formando soberbias espesuras una vegetación maravillosa. Jacintos delicados colocados bajo campanas de cristal estaban junto a peonías hinchadas y vulgares. Veíanse plantas acuáticas, las unas exuberantes de savia y las otras casi marchitas y con las raíces rodeadas de asquerosas culebras. Algo más lejos se erguían esbeltas palmeras, copudas encinas y frescos plátanos, y en un rincón extraviado ostentábanse grandes cuadros de perejil, tomillo y otras yerbas de cocina […].
En definitiva, toda una delicia… como “la sopa al asador”, pero esa es otra historia…