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martes, 31 de diciembre de 2024

Deseos por cumplir


Termina un año y empieza otro. Se cierra un ciclo y se abre otro. Y mientras tanto, nosotros, insignificantes mortales, nos dedicamos a pedirles a los dioses montones de deseos. Llámense Alá, Shiva, Odín o Pedro Sánchez. Les rogamos, incluso suplicamos, por nosotros, pecadores. Y si vienen cargados de mucha salud, algo de trabajo, amor el justo y un pellizco de la primitiva, mejor que mejor.


No seré yo quien les quite la ilusión, pues nada tengo que hacer ante esos relatos tan bien elaborados que se han creado (y creído) a pies juntillas. No le echen la culpa a la iglesia, las madrasas o las consultas del terapeuta de turno, solamente ustedes son los responsables de tanto esoterismo, pues no hay nada como la búsqueda constante de felicidad para remover las neuronas con algún cuento chino.
Echen mano de la magia, limpien su aura, lean todos los libros de autoayuda que caigan en sus manos, mediten todo lo que puedan, prueben con las constelaciones familiares, conecten con su ángel de la guarda y vibren al son de los cuencos tibetanos. No hay nada como elevar el ánimo y canalizar nuestras fuerzas en la dirección de nuestros deseos. A veces terminan por cumplirse.


Tampoco se preocupen si todo queda en agua de borrajas. No hay necesidad de frustrarse ni flagelarse. A veces nos quedamos como estamos o incluso peor. Háganse cargo en el mismo instante que desean. Es un buen ejercicio para no volcar sus deseos incumplidos en los demás, pues los anhelos son personales e intransferibles. Tanto es así, que los deseos de unos pueden ser el castigo de otros. No se deseen por mí, se lo advierto.


Y este 31 de diciembre, mientras se llenan la boca de uvas, comen lentejas a la italiana, barren la casa o encienden una vela, también pueden leer Quince ocasiones para pedir deseos en la calle, un álbum de Nicolás Schuff y Maguma editado por Limonero con el que quiero despedir este año aciago.
Este libro, además de ser una de esas delicias gráficas a las que nos tiene acostumbrados el ilustrador madrileño, se perfila como una suerte de catálogo donde caben un sinfín de gentes, líneas argumentales y, sobre todo, deseos. Un deseo por cada doble página, diferentes personajes que se descubren a sí mismos o entre ellos, en una ciudad que no solo es el escenario para la acción, sino también el de sus deseos.


Misterioso, luminoso, divertido, ocurrente, surrealista y sensible, este álbum difícilmente clasificable, juega con nuestro subconsciente de una manera muy libertina invitándonos a descubrir lo que se pasa en esta historia llena de las asociaciones de ideas que emergen de encuentros y situaciones con los que nos encontramos a cada golpe de página.
Con muchas metáforas visuales y unas guardas peritextuales que les recomiendo revisar para no perderse ningún detalle de lo que sucede entre deseo y deseo, solo me queda pedir un deseo que me guardaré para mí (soy algo supersticioso y nunca hay que pronunciarlos en voz alta). ¡Feliz 2025!

martes, 29 de octubre de 2024

Formas de hacer amigos


De un tiempo a esta parte ando a tientas con eso de la amistad. No es que tenga traiciones a la vista, pero, de vez en cuando, hay que parar en seco y replantearse qué tipo de relaciones quieres con la gente que te rodea.
Si bien es cierto que tengo muy claro cómo afrontar mis relaciones laborales (me apeo de todo tipo de celebraciones multitudinarias, cafés matutinos y juntillas interesadas), no me sucede lo mismo con los amigos. No es que dude de sus sentimientos, pero últimamente empiezo a denotar una deriva de mis relaciones personales que distan mucho de las concepciones tradicionales.
Tampoco creo que esto sea exclusivo de un servidor, pues, seguramente, ustedes experimentan situaciones más o menos parecidas; reflejos de este mundo solitario, posmoderno y tecnológico que nos presenta escenarios con los que nunca antes habíamos bregado y derivan hacia derroteros nada deseables.


Familias mínimas, dispersas y desestructuradas, entornos sociales amplísimos, escenarios reales y virtuales, necesidades creadas y relaciones líquidas también lastran las amistades, es decir, las insertan en nuevos contextos, las redimensionan y las ponen a prueba. Los amigos ya no son lo que eran y, lejos de esa definición clásica en la que entraban amigos de toda la vida, mejores amigos o grupo de amigos, se contemplan numerosas tipologías que responden a nuevas formas de amistad.
Extensiones familiares, laborales o incluso grupos de padres se han abierto camino en nuestras vidas. Conexiones necesarias u obligadas nos empujan a maneras más contenidas, más superfluas y menos confiadas que a las que estábamos acostumbrados. El miedo al conflicto o la ofensa nos supeditan en menor o mayor grado y esa entrega incondicional que se le presupone a la verdadera amistad, adquiere nuevas formas.
Pese a ello, la amistad nunca pasa de moda y es un clásico en el universo de los libros infantiles. Prueba de ello son dos de los libros que nos trae este otoño ventoso.


El primero es Amos y Boris, un álbum de William Steig que Blackie Books ha editado en nuestro país para disfrute de los monstruos. Publicado por primera vez en 1971, este libro recoge la historia de Amos, un ratón enamorado del mar que tras construir un barco de vela, se lanza a surcar el océano. Todo está siendo una delicia, hasta que un golpe de mala suerte lo hace caer al agua y, tras ver su barco desaparecer, acaba en mitad del océano esperando su fin. De repente aparece Boris, una ballena que disfruta del fondo marino y que se ofrece a salvarlo de esa inesperada situación forjando una gran amistad. ¿Podrá Amos devolverle a Boris ese gran favor?


Como en otros libros anteriores, Steig vuelve a echar mano del viaje y sus casualidades (recuerden La isla de Abel o El gran viaje de Dominic) como proceso iniciático en el que los protagonistas cambien su percepción sobre sí mismos y los demás. Del mismo modo, nos habla de cómo nos lastran las preconcepciones que tenemos sobre los demás. Todo ello aderezado por un complejo universo emocional en el que los sentimientos van aflorando mientras se construyen las relaciones entre los personajes.


El segundo libro de esta tanda es Santa Fruta, un álbum de Delphine Perret y Sébastien Mourrain que nos trae a nuestro país la editorial Limonero. Si bien es cierto que lo mío no son los libros con gatos, he encontrado bastante sugerente este título que nos habla de un felino cuyos dueños se pasan el día viajando de una punta a otra del mundo y este se pasa la mayor parte del tiempo y pegado al radiador. Como sus dueños lo encuentran muy flacucho y poco dinámico, por lo que deciden acudir a un psicólogo de gatos que les recomienda llevarlo con ellos de viaje. Tras un montón de idas y venidas, terminan en el desierto del Colorado, en un lugar donde solo se puede ver un cartel que reza “Santa Fruta” y un cactus que crece al lado. Es entonces cuando…


Con esta historia tan sumamente surrealista, los autores franceses se adentran en el universo de la amistad, sus coincidencias y ese extrañamiento que a veces rodea a parejas de amigos un tanto inverosímiles. Con algunos recursos narrativos que en cierto modo recuerdan al cine y al cómic, la historia se llena de una amistad silenciosa que, con la ayuda de la disyunción narrativa entre texto e imágenes, nos hace mucha gracia, pero al mismo tiempo ahonda en esos momentos de complicidad y entendimiento entre dos personas que no necesitan el diálogo para comunicarse. Su presencia es más que suficiente a la hora de establecer un vínculo donde no hacen falta muchas palabras para decirse lo agradable que puede llegar a ser la mera compañía.

jueves, 24 de octubre de 2024

Una crítica muy irónica


El otro día me puse una camiseta que me regalo mi madre hace mil años y en la que aparece estampada la cara de Napoleón. Durante toda la mañana no fueron pocos los alumnos que me dijeron que les gustaba e incluso me preguntaron que dónde la había comprado. La verdad es que es bastante bonita y tiene un diseño peculiar, pero de repente caí en la cuenta de que lo que más les había llamado la atención del personaje es que tuviera un cigarro entre los labios.
Ellos, que están tan acostumbrados a saltarse las normas, habían visto en aquella imagen un referente, una semblanza de ese espíritu libre que les lacera constantemente, más todavía viniendo de un profesor. Fumar y beber alcohol, las drogas, la pornografía… Todas aquellas cosas que durante la niñez les habían sido veladas o prohibidas y que, ahora, en un ejercicio de madurez repentino, desean conocer de primera mano.


Es lo que tienen los tabúes y la censura, que logran acaparar la atención de las masas. Lo prohibido, desde su concepción maniquea, es un imán para todos los curiosos. Esas cosas que nos llaman la atención por el mero hecho de estar veladas, son las que mueven a la humanidad. El sexo, la muerte, la violencia o el consumo de algunas sustancias llaman la atención, y los niños y adolescentes no podían ser menos.


Con este panorama, saltamos a Una gran historia de vaqueros, el álbum que Limonero ha traído a nuestro país durante los últimos meses para el disfrute de los que gustamos de trasgredir lo políticamente correcto. Y es que el libro de Delphine Perret, la autora de historias como la del oso Björn, es una maravilla sin parangón. Su marco conceptual tiene mucha enjundia, ya que, además de basarse en la disyunción narrativa como recurso argumental, supone una crítica muy interesante a la censura en la LIJ.


El formato no es grande, más bien pequeño. La tapa se limita al título, bien grande, para que nos quede claro que esta es una historia de cowboys. Solo destaca un detalle: ese pequeño mono que pasea sobre las letras. ¿Qué pinta en una historia como esta? Nos resulta sugerente y misterioso y nos invita a abrirlo con cierta incredulidad y extrañeza.
Desde la primera página, la autora nos explica que, por motivos de decoro, ha decidido evitar las representaciones de los típicos vaqueros llenos de mugre y polvo, con cara de pocos amigos, violentos, crápulas y pendencieros, en definitiva, unos personajes muy poco recomendables en un libro para niños. Por eso decide hablarles de las peripecias de un simio de gesto simpático y con mucha mímica.


De esta manera, el lector comienza una dicotomía narrativa, la de las palabras y la de las imágenes. Ambas se alternan en cada doble página y establecen un vaivén discursivo que utiliza referentes del clásico western, el cine mudo y las historietas gráficas de toda la vida que todos guardamos en el ideario colectivo.
Así, entre páginas pares y páginas impares, la autora francesa crea un juego lleno de ironía en el que mecanismos censores, corrección política y subversión infantil se entrelazan en una creación particular llena de humor paródico e inteligente que trasgrede las normas de esos libritos inofensivos y bienhallados tan de boga hoy día. Un libro necesario en toda biblioteca que hay que diseccionar convenientemente hasta llegar a ese clímax apoteósico en el que ambas historias se abrazan gracias a una cáscara de plátano.

jueves, 4 de abril de 2024

Dinámica de poblaciones


A diario nos venden la moto de que el cambio climático tiene mucho que ver con la población humana. Ya somos más de ocho mil millones de elementos pululando por este planeta. Superados solo por los pollos y las gallinas, somos una verdadera plaga para un planeta cuyos recursos tiemblan cada vez que nos da por alguna tontuna.
Este modelo huésped-parásito por el que abogó Lovelock con su teoría de Gaia, se ha hecho realidad en menos de setenta y cinco años. Un hecho que han aprovechado los magnates de la Agenda 20-30 para plantear los famosos ODS que, inevitablemente, necesitan pasar por una reducción de la población para alcanzar esa sostenibilidad tan, tan deseada. Hasta que no controlemos el crecimiento de nuestra población, el llamado desarrollo sostenible es imposible.


Pues bien, lo están consiguiendo. Se estima que dentro de cincuenta años habrá una deceleración de nuestro crecimiento poblacional, e incluso se piensa que habrá una reducción de nuestro número de cabezas. Aunque ustedes piensen que la nuestra es una especie exponencial, ya les digo yo que cualquier población biológica se encuentra sometida a factores que modelan los modelos de crecimiento. Escasez de recursos, competencia, plagas, natalidad, infertilidad…
Si no me creen piensen en el modelo de vida capitalista occidental. Cada vez más envejecido, menos activo socialmente. Divorcios, solteros, parejas sin hijos, hombres y mujeres estériles y/o envejecidos, individualistas, hedonistas, pansexuales… No se echen las manos a la cabeza, pero da la impresión de que todo se dirige a lo mismo. Y lo peor de todo es que otras culturas empiezan a abogar por lo mismo. Chinos, indios, latinoamericanos o árabes sienten envidia y toman nota.


Y mientras unos quieren que la población descienda, otros abogan por los nacimientos. Concretamente al ganador del premio Bologna Ragazzi del 2023. No es para menos, pues Todo lo que pasó antes de que llegaras, un libro de la argentina Yael Frankel con el que la editorial Limonero desembarca en España (por segunda vez y esperemos que definitiva) para hacer las delicias de los monstruos.
La historia en cuestión trata de un crío que espera la llegada de su hermano. Mientras, le va poniendo en antecedentes contándole todo lo que ha sucedido antes de que el nuevo miembro de familia aterrice en este mundo, de paso, le hace sugerencias y descubrimientos sobre el entorno en el que va a aterrizar. Nuevos modelos familiares, aracnofobia, un perro llamado Ernesto, una pecera rota, la higiene personal o un robot que funciona a pilas. Todo eso y mucho más cabe en esta suerte de diario-manual.


Desde la mirada inocente e infantil, y con un puntito de humor muy sugerente, la autora de El ascensor, Excursión o El diminuto señor Cuidados, se pierde en su propia infancia, la de una hermana pequeña a la que los demás han tenido que traspasar su conocimiento y experiencias, un legado familiar conjunto del que todos debemos participar para comprender de dónde venimos y adónde vamos.
El concepto del tiempo, números a mansalva, momentos cotidianos, elementos infográficos, dos tipografías para una misma voz narrativa, guardas peritextuales que funcionan a modo de prólogo y epílogo, e incluso una dedicatoria muy pertinente, hacen de este libro un manual de vida infantil imprescindible para cualquier lector.


El estilo por el que Frankel apuesta en esta historia, además de recordar a ese trazo infantil tan caótico como simbólico, invita a descubrir detalles que, a simple vista, pueden pasar desapercibidos, pero que gracias al texto se revelan y nos dibujan una sonrisa donde la palabra "entrañable" lo dice todo.

lunes, 22 de marzo de 2021

De putas, inquisidores y escondites


En los ochenta los parques estaban a reventar de críos y, mientras nosotros hacíamos el mono, las madres (por aquel entonces muchas no trabajaban fuera de casa) solían hablar de los temas que les preocupaban. El consumo de heroína o la prostitución eran cuestiones con las que los chavales del barrio estábamos muy familiarizados. Encontrábamos jeringuillas por cualquier lado y algunos vivían en un callejón atestado de prostíbulos.
Estas mujeres que habían visto cambiar España con la Transición hablaban sin tapujos sobre legalización de drogas y putas. Por un lado estas prácticas pasarían a tener un mayor control gubernamental y económico, y por otro, el declive del mercado negro dificultaría el entramado mafioso que tanto daño había hecho a familias de toda condición.


En el caso de la prostitución se dejaban misas y prejuicios a un lado para decantarse por una vis más práctica. Avanzar tenía mucho más sentido que dedicarse a señalar a otras mujeres que, por diversas circunstancias, se habían visto abocadas a ejercer la profesión más vieja del mundo. Estaba comprobado que diferentes países que habían regularizado esa tarea estaban controlando un negocio donde chulos y meretrices ejercían de dueños y señoras de la explotación sexual, y de paso dar un giro a las redes de trata de blancas. Un futuro diferente en el que, al menos, esas mujeres adquirieran unos derechos laborales y sociales gracias a un trabajo que llevaba existiendo miles de años.


Y ayer me entero de que la vicepresidenta del gobierno, en aras de su corona de santa, anuncia que su partido, autodenominado “progresista”, va a presentar una ley para “abolir” la prostitución. ¿Mandeeee? Lo primero es que la prostitución en España se define como ilegal/alegal (dependiendo de quienes la ejerzan o consuman) y por tanto el termino "abolir", aunque se refiere a una tendencia legislativa sobre esta problemática, es incorrecta. Lo segundo es preguntarse qué pretenden. Alucino con la banda de demagogos que está al mando. Son capaces de darle la vuelta a la tortilla para seguir sin regularizar una situación que podría beneficiar a muchos sectores. ¿Qué pretenden? ¿Continuar cooperando con los cárteles de la prostitución? Se ve que les interesa... Y seguro que tampoco se olvidan de exprimirnos a impuestos para, supuestamente, ofrecer alternativas a la prostitución y quedar como ¿salvadores de la integridad humana?
El problema de la prostitución es complejo y hay que tener en cuenta muchas consideraciones. Veamos unas cuantas... Hoy día ha dejado de ser un problema exclusivamente femenino y tampoco se circunscribe a los estratos sociales más desfavorecidos; interacciona con otros ámbitos como el de la inmigración, el acceso al mercado laboral, el turismo, la economía sumergida, la religiosidad o la liberación sexual; y plantea problemas éticos y morales del tipo: Si alguien quiere ejercer la prostitución, ¿no puede hacerlo porque es una forma de "esclavitud"? ¿Y quien quiera consumirla, un "esclavista"?
Ideólogos de pacotilla, hay que vivir en el mundo real, ver lo que yo veo en las redes sociales, en las universidades o en los despachos de las grandes multinacionales. Dejen de mirar a otro lado y háganse cargo de los problemas en vez de lanzar peroratas a sus palmeros.


Con esta nueva Inquisición al mando (tan progre, como retrógrada... ¡qué paradoja!) he decidido buscar un buen escondite y salvaguardar mi integridad mental y física, no sea que me abduzcan con celeridad y ya no pueda deleitarles con nuevos descabellos. 
Lo mejor que he podido hacer es coger Escondites. Manual de lugares secretos, un álbum de Mateusz Wysocki y Agata Królak, un catálogo inmejorable de lugares secretos que publicó Limonero hace un par de años.
Si tienen que ocultar algo (o por el contrario, descubrirlo), deben leerlo, pues les proveerá de muchas claves para que nadie lo vea. O si lo ve, para volverlo a esconder. Lugares tan habituales como el altillo, debajo de la alfombra o sobre el estante más alto (mi padre es especialista en usar el del frigorífico para almacenarlo todo para que se eche a perder) y tan poco sospechosos como la boca, un bolsillo agujereado o detrás del espejo.
Y de paso que nos inspiramos, descubrimos los pequeños rincones de lo cotidiano con mucha poesía y una pizca de humor, algo que últimamente escasea. Escóndanse y sean libres, que cada día que pasa, lo somos un poco menos.

martes, 26 de enero de 2021

De sociedades líquidas y ascensores transformadores


Pa’ La Llorona. 

Hace un tiempo que Zygmunt Bauman me viene rondando la cabeza. Un cúmulo de cosas me llevan a pensar que quizá tenía razón y que sus teorías podrían ser válidas aunque en principio no las tomara muy en cuenta en esto de la modernidad, más que nada porque 1) huyo de todo aquel que sea foco de opinión (cuando este señor murió hace años a todos los progres les dio por tirarse pedos de colores a costa de sus reflexiones) y 2) desde mi perspectiva social veía muy lejanos sus axiomas.
Para los que no estén familiarizados con la filosofía de este polaco nacionalizado británico les diré que, entre otros, acuñó el término “modernidad líquida”, un contexto donde las relaciones sociales pierden solidez, pues la identidad individual pasa por una constante adaptación de nuestros valores, siempre auspiciada por factores como las redes sociales, el consumismo o el colectivismo. 


En términos sencillos, Bauman ve en los bienquedas, los borregos y los caprichosos, un nuevo biotipo que huye de los principios –morales o no- y se apunta a todo aquello que lo beneficie. Los ejemplos búsquenlos en preguntas como ¿Por qué ha cambiado tanto el concepto de amistad? ¿Por qué triunfan las compras on-line? ¿Por qué todo el mundo se apunta al postureo de los #metoo y #blacklivesmatter? 
He de confesar que en 2017, cuando murió, no me gustó nada el cariz que adoptaron los alegatos que ensalzaban su obra (de tanto relacionarlo con el buenismo social se me hizo bola), pero ahora que habito otro contexto más real, el de la pandemia, coincido bastante con su visión, sobre todo porque constato día a día el aislamiento afectivo al que nos hemos abocado durante las últimas décadas. 


Nos pirramos por parecer más comprometidos, por entender y empatizar con todo y todos. Despreciamos instituciones básicas como la familia o el matrimonio, pero confiamos en otras mastodónticas como el estado o los organismos internacionales. Apoyamos causas que ni nos van ni nos vienen, pero nos pasamos el día jodiendo al vecino. Consideramos necesarios bienes que no lo son y compramos compulsivamente para alcanzar una felicidad irreal. Nos parapetamos tras el Whatsapp o la pandemia para no afrontar los conflictos cercanos. Somos incapaces de abrazar a nuestros hermanos o llorar junto a los seres queridos, y mientras tanto, buscar refugio en terapeutas y desconocidos. Alimentamos nuestras carencias a base de “me gusta” y palabras vacías. Nos enfrentamos a nuestros complejos desde la complacencia, las consignas y la corrección política. Renunciamos a ser humanos. 
Déjense de milongas pues no hay más ciego que el que no quiere ver. No sé qué les parecerá a ustedes pero yo creo que estamos hechos unos gilipollas y que estaría bien ir pensando en darle unas vueltas al asunto, quitarse la venda de los ojos, dejarse de tanta autocomplacencia y vivir. 


Nos hemos acostumbrado a que la vida sea como un ascensor abarrotado de gente, a ocupar 30 cm3, no despegar el pico y esperar impacientes a llegar a nuestro destino sin más contacto que el del aire que respiramos. Algo en lo que la siempre sorprendente Yael Frankel se ha centrado para desarrollar El ascensor (editorial Limonero), una doble historia sobre las relaciones que se establecen entre los habitantes de un edificio que coinciden en un ascensor medio escacharrado que ejerce de máquina transformadora. Seis personajes en busca de humanidad que gracias a dos bebes, una tarta y una fábula hermosa, tejen un vínculo especial que perdura en el tiempo y que tienen como protagonista a un niño tímido que acompañado de su perro, ejerce de primer narrador. 
El formato, alargado y vertical, es el más adecuado para una narración que sube y baja. Las ilustraciones en blanco y negro con unas mínimas pinceladas en rojo, además de encontrar en un damero el recurso ideal para construir los distintos pisos, sugieren un universo desdibujado que se llena de las técnicas variadas que utiliza la autora argentina. 


Todo se combina para erigir un relato donde realidad y fantasía se cogen de la mano, se funden en una suerte de cuento sobre personas solitarias que se encuentran en un viaje mínimo, y que, lejos de ser el fiel espejo de todo lo que he contado sobre esas relaciones líquidas, supone un canto esperanzador sobre el encuentro tangible y todo lo que nos pueden ofrecer los demás. 
No se olviden de buscar las metáforas, las coincidencias, los pequeños detalles (¿Lleva el protagonista el globo durante todo el trayecto? ¿A qué les recuerda el tocado del señor mayor?), pero sobre todo, no dejen escapar esa sorpresa cumpleañera que se esconde en la guarda trasera. 
¡Feliz semana!

martes, 22 de enero de 2019

¿Perdiendo el tiempo o aprovechándolo?



Los adultos nos ponemos muy pesados cuando vemos que los niños, los jóvenes, pierden el tiempo con los aparatos electrónicos. Que si nene deja el móvil y ponte a estudiar, deja la tele y arregla el cuarto, deja la tablet y ayúdame a poner la mesa… Una cantinela que se repite todos los días en cualquier hogar. Pero, ¿acaso no preguntamos si hacen algo útil con esos dispositivos? Seguramente la mayor parte de las veces no hacen ni el huevo, pero otras quizá estemos errando. Esto sucede en parte porque los mayores tenemos nuestras propias ideas sobre lo que es aprovechar el tiempo, y todo lo que se salga de esos parámetros consiste en perderlo. Si a ello añadimos que prejuzgamos a críos y adolescentes a todas horas, cualquier cosa que se escape de hincar codos y las actividades extraescolares clásicas, no tienen cabida en lo productivo (futuro, dichoso futuro del dinero y el estatus).


Tengo alumnos de todo tipo. A unos les gusta cantar, otros se dedican a la magia, el de más allá hace parkour (para los poco doctos consiste en saltar por cualquier sitio), alguno que prueba videojuegos, chicos que les encanta disfrazarse, dos de ellas se dedican al teatro, los menos a la papiroflexia, a la cocina, uno que hace taquigrafía, otro que recogía piedras, y una que practicaba el finger dancing (les incluyo al final del post dos ejemplos de esta maravilla). Seguramente todos y cada uno de ellos empezaron a practicar todas estas cosas a espaldas de sus progenitores, bien por vergüenza, bien por evitar que les dieran la chapa (dudo que muchos de ellos las cultiven abiertamente hoy día) pero a mí, que me encanta que cada uno pueda enriquecer su mundo interior de la manera que le plazca (yo lo he hecho y me ha dado igual ocho que ochenta), me parecen aficiones maravillosas.



Necesitamos cambiar nuestro concepto sobre lo que es útil y lo que no, de lo que nos llena y lo que nos vacía, de lo que nos aporta y de lo que nos vuelve inertes. Para ello hoy les traigo dos libros que me han encantado y que (creo) necesitan leer. El primero de ellos es Mi abuelo, un álbum de Catarina Sobral editado por la editorial Limonero. En él se entrevén las vidas de un abuelo y su vecino que se supone comparten muchas cosas en común. Les gustan los idiomas, la comida italiana, charlar con la gente, hacer la compra y las plantas. Pero no es oro todo lo que reluce, algo que nos muestra la autora estableciendo un paralelismo entre estos dos personajes en cada doble página y concluyendo con que el vecino del abuelo, a pesar de “aprovechar” muy bien el tiempo, no tiene una vida tan agradable como cabría esperar, sobre todo porque no se deja llevar por sus deseos de libertad y tiempo libre.


El segundo libro al que deseo referirme hoy es Ana y la gaviota de Carolina Esses y Raquel Cané (Adriana Hidalgo Editora, colección Pípala). Les tengo que decir que es una creación que abre muchos interrogantes, más todavía al desarrollarse en una atmósfera sutil y algo romántica de una playa que ayuda a suavizar las reacciones. En ella, una enfermera que se dirige a su lugar de trabajo, siente la necesidad de socorrer a un ave marina que ha tenido un accidente. Ante ella se presentan muchas dudas: ¿Su presencia es más necesaria allí que en el hospital? ¿Y si por su decisión alguien muere? Para saber el final tendrán que leerlo, pero les aviso de que es un buen libro para abrir un diálogo sobre la dicotomía responsabilidad-deseo con cualquier tipo de lector.




He aquí dos maravillosos ejemplos a tener en cuenta en este mes de enero tan cargado de nuevos propósitos, que nos dejan entrever que el tiempo no se suele perder y que hay momentos en los que, rebosantes de placer, quietud y ocio supuestamente insulso, ganamos mucho más que en aquellos donde la frenética actividad no nos llena, ni la vida ni el alma.




jueves, 26 de abril de 2018

Leyendo en los jardines



No sé quién dijo una vez que los humanos y la naturaleza se encuentran irremisiblemente unidos por una costura invisible y que la mejor prueba de ello es que, desde tiempos inmemoriales, las civilizaciones humanas se habían empeñado en crear en mitad de sus ciudades, los más hermosos jardines, lugares a imagen y semejanza de  bosques y otros parajes. Desde el mismo jardín del edén bíblico hasta los minimalistas jardines zen, son muchos los parques y espacios ajardinados que se reparten por toda la geografía mundial. Lugares de obligada visita, algunos de culto, en los que se entremezclan muchos intereses, que van desde el juego infantil a la contemplación estética.
Verano, otoño, invierno y primavera pasan por ellos caracterizándolos con diferentes formas de vida, así como desprenden diferentes estados anímicos para con el visitante. Unos prefieren el picnic con la caída del sol veraniego, mientras que otros gustan del colorido otoñal, yo sin embargo conecto más con la primavera, el jolgorio de los arriates, los brotes reventones que llenan los árboles, el cerezo en flor o el olor tras los chaparrones. Esta es la razón por la que me he esperado hasta hoy para reunir tres historias exquisitas que sobre jardines nos ha dado la LIJ de los últimos meses.


El primero de ellos es Teo Muchos dedos, un álbum escrito por Catalina González Vilar, ilustrado por Pere Ginard y publicado por A buen paso. Con una prosa muy rica, no sólo en el aspecto verbal (he aquí la razón por la que se ha optado por definirlo como, lo que yo llamo, álbum narrativo, ese que intenta darle mayor significación al texto), narra la historia de un habilidoso jardinero utilizando la estructura del cuento tradicional. 


Sin lugar a dudas cautivador y muy delicioso, se pueden entrever en él las influencias del folklore y muchas de las funciones de Propp en pro de un alegato por la belleza que guardan los jardines y una defensa de la libertad y su reconocimiento social y comunitario (para mí lo más sabroso de este libro). No les voy a destripar el argumento (¿acaso no les sirve mi palabra de que les va a encantar?) y de sus evocadoras ilustraciones elaboradas con la técnica del collage digital sólo haré referencia al detalle de unas guardas que regalan una sorpresa final y enmarcan temporalmente (entre principios de la primavera y finales del verano) esta bella historia.


En segundo lugar tenemos que hacer referencia a esa explosión de colorido que es El jardín, un álbum ilustrado de Atak y editado por Niño Editor. 


Quizá sea el libro más poético de los tres, sobre todo por la enorme carga estética que guardan las escenas que lo componen y en las que se hace claros guiños a un mundo exuberante donde campan la vida, el amor y las edades del hombre. Asimismo en esta comunión entre humanidad y naturaleza (y donde botánicos y zoólogos se perderían encantados), unas veces dominada, otras salvaje, recuerda en parte a un río desbordado de emociones. Por si esto no fuera poco, en sus ilustraciones aparecen guiños a libros como La isla misteriosa, uno de los cómics de Tintin, o a cuadros como El desayuno sobre la hierba de Manet.



Por último, traigo un poquito de poesía de la mano de Andrea Pizarro Clemo y su Júbilo, un álbum de poesía que fue pergeñado durante la realización del Máster en Album Ilustrado de IconI y fue publicado por la editorial argentina Limonero. 


En él se nos narra en forma de romance el nacimiento de una primavera nueva, no sólo en el jardín, sino en el corazón de su jardinero jubilado, una coincidencia un tanto metafórica que contextualiza el poder de las relaciones intergeneracionales desde un punto de vista humano. Ya saben que cuando ante mí se despliega un libro de versos, prefiero dejarlos cantar a su suerte y que ustedes mismos busquen en las rimas sus propias palabras.


-¿Por qué tu invierno no deja
la primavera acercarse?
Aquí traigo mi impaciencia,
¿puedo con ella sembrarte?


martes, 23 de enero de 2018

Palabras que no dicen nada y lo dicen todo


Lo de esta mañana (laboralmente hablando, porque la climatología es cojonuda) no tiene nombre, no sólo porque no existen calificativos para denominar semejante situación, sino porque es mejor no ponerle ninguno, no sea que algunos se ofendan y se echen a llorar, como pasa la mayor parte de las veces cuando aclaras ciertas cuestiones inmateriales de la humanidad...
El caso es que no me extraña que algunos se inventen palabras para bautizar los diferentes engendros de este mundo moderno que nos asolan y divierten a partes iguales. Las hay autóctonas, como “metijaco” (dícese de aquel que se mete donde no lo llaman), “bacinear” (verbo transitivo que se refiere a la acción de entrometerse y enredar en los asuntos de los demás), “reviejo” (resabiado, repelente), “golismero” (adjetivo, sinónimo de cotilla), “galgo” (persona a la que le pierde un dulce o las “galguerías) o “gambitero” (aquel que se pierde por una buena jarana). N.B.: las dos últimas me definen a la perfección.


También las tenemos de ámbito nacional y con mucho aje (“flow” para los modernos). Adoro “postureo” (España no es nada sin esto), “chusta” (antiguamente lo llamábamos “pava”, pero se ve que los tiempos han cambiado...), “fofisano” (como yo), “amigovios” (todos tenemos una colega que los cultiva por doquier), “cani” (como algunos de mis alumnos), “salseo” (del bueno: mucha casquería ajena, despelleje a todo trapo y risas, que lucen mucho) y “holi” (que aunque es muy televisivo, se ha instalado en las calles).
Hay otras que, aunque poco populares, también dan que hablar, sobre todo si nadie sabe qué significan (¿“Aporofobia”? ¿”Posverdad”?). Luego están las polémicas, muy útiles en la sociedad mediática que vivimos y alimentamos. “Sororidad” (me pregunto lo mismo que Isabel Benito, ¿era necesaria teniendo una de cuño patrio como “comadreo”?), “buenismo” (odio el concepto y me encanta la palabra) o “especismo” (¿no teníamos bastante con “animalismo?).


Pero sin lugar a dudas, las que más me gustan son las que no significan absolutamente nada y que proceden del puro entretenimiento, del juego cotidiano que niños, adultos y mayores establecemos con nuestro aparato fonador, simplemente por divertirnos. Aunque la más conocida sea el “supercalifragilisticoespialidoso” de P. L. Travers, también tenemos la “mapirrisa” de Cristina Ramos, el “cactusípedo” de Sonia Esplugas, los “batautos” de Consuelo Armijo, los “Oompa Lumpa” de Roald Dahl, el “quidditch” de J. K. Rowling, las "incopelusas" de Cortázar, o la que hoy nos ocupa, el Achimpa de Catarina Sobral (editorial Limonero). 
Nadie sabe de dónde viene, adónde va, si es de nuevo cuño o antigua, si es popular o se considera un capricho de la gente culta. El caso es que está ahí y pertenece a todos aquellos que la quieran utilizar. Una veces suena a insulto, otras a sorpresa. ¿Y tú? ¿Sabes qué es “achimpar”? Quizá leyendo este más que delicioso libro ilustrado donde una sola palabra es la excusa perfecta para ensalzar el lenguaje, te puedas aclarar...