El otro día me puse una camiseta que me regalo mi madre hace mil años y en la que aparece estampada la cara de Napoleón. Durante toda la mañana no fueron pocos los alumnos que me dijeron que les gustaba e incluso me preguntaron que dónde la había comprado. La verdad es que es bastante bonita y tiene un diseño peculiar, pero de repente caí en la cuenta de que lo que más les había llamado la atención del personaje es que tuviera un cigarro entre los labios.
Ellos, que están tan acostumbrados a saltarse las normas, habían visto en aquella imagen un referente, una semblanza de ese espíritu libre que les lacera constantemente, más todavía viniendo de un profesor. Fumar y beber alcohol, las drogas, la pornografía… Todas aquellas cosas que durante la niñez les habían sido veladas o prohibidas y que, ahora, en un ejercicio de madurez repentino, desean conocer de primera mano.
Es lo que tienen los tabúes y la censura, que logran acaparar la atención de las masas. Lo prohibido, desde su concepción maniquea, es un imán para todos los curiosos. Esas cosas que nos llaman la atención por el mero hecho de estar veladas, son las que mueven a la humanidad. El sexo, la muerte, la violencia o el consumo de algunas sustancias llaman la atención, y los niños y adolescentes no podían ser menos.
Con este panorama, saltamos a Una gran historia de vaqueros, el álbum que Limonero ha traído a nuestro país durante los últimos meses para el disfrute de los que gustamos de trasgredir lo políticamente correcto. Y es que el libro de Delphine Perret, la autora de historias como la del oso Björn, es una maravilla sin parangón. Su marco conceptual tiene mucha enjundia, ya que, además de basarse en la disyunción narrativa como recurso argumental, supone una crítica muy interesante a la censura en la LIJ.
El formato no es grande, más bien pequeño. La tapa se limita al título, bien grande, para que nos quede claro que esta es una historia de cowboys. Solo destaca un detalle: ese pequeño mono que pasea sobre las letras. ¿Qué pinta en una historia como esta? Nos resulta sugerente y misterioso y nos invita a abrirlo con cierta incredulidad y extrañeza.
Desde la primera página, la autora nos explica que, por motivos de decoro, ha decidido evitar las representaciones de los típicos vaqueros llenos de mugre y polvo, con cara de pocos amigos, violentos, crápulas y pendencieros, en definitiva, unos personajes muy poco recomendables en un libro para niños. Por eso decide hablarles de las peripecias de un simio de gesto simpático y con mucha mímica.
De esta manera, el lector comienza una dicotomía narrativa, la de las palabras y la de las imágenes. Ambas se alternan en cada doble página y establecen un vaivén discursivo que utiliza referentes del clásico western, el cine mudo y las historietas gráficas de toda la vida que todos guardamos en el ideario colectivo.
Así, entre páginas pares y páginas impares, la autora francesa crea un juego lleno de ironía en el que mecanismos censores, corrección política y subversión infantil se entrelazan en una creación particular llena de humor paródico e inteligente que trasgrede las normas de esos libritos inofensivos y bienhallados tan de boga hoy día. Un libro necesario en toda biblioteca que hay que diseccionar convenientemente hasta llegar a ese clímax apoteósico en el que ambas historias se abrazan gracias a una cáscara de plátano.
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