martes, 8 de octubre de 2024

Los peligros de la naturaleza


Ese halo de buenismo que permea la sociedad, no solo rezuma por los poros de todos los progres que andan a cuestas con esto de la cultura, sino que también ha llegado a cualquier rincón de la biosfera. Con esto del ecologismo de pacotilla, hasta los ecosistemas son templos de paz y candor. Una supuesta comunión con bacterias, protozoos, hongos, plantas y animales se ha tornado una necesidad imperiosa para las nuevas generaciones de ignorantes que, criados en pleno asfalto, no saben de lo que es capaz la madre Natura.
No he visto espacio más cruel que los desiertos, las montañas y las selvas de este planeta. La vida campa a sus anchas en ellos, pero también tiende a autoperpetuarse. Por eso hablamos de competencia entre individuos de la misma o distinta especie. Por eso hablamos de selección natural. Por eso hablamos de la lucha por la supervivencia.
Queramos o no, el mundo natural se deja a un lado la caridad, la solidaridad y otros inventos humanos, para seguir hacia delante con un flujo de información que, a lo largo de los millones de años, ha ido construyendo ese super-organismo al que algunos le propinaron en nombre de Gaia.


Sin embargo, el mensaje que se lanza desde muchos libros infantiles es el contrario. La naturaleza es un lugar seguro, en él nadie te va a hacer daño. No tienes de qué temer siempre y cuando la trates con respeto e igualdad… ¡Mentira cochina! He ahí los agentes patógenos, virus, priones, hongos y bacterias, he ahí los depredadores, los parásitos o los venenos.
La naturaleza puede ser hermosa, sí, pero también peligrosa, mucho, además. Que más de uno que se ha ido de luna de miel al trópico y se ha venido con algún nematodo en su retina, otros han visto peligrar su vida por culpa de los caimanes y los menos vuelven con algún miembro amputado por congelación.


Algo de eso debieron avistar los autores de El secreto del lobo cuando idearon su nuevo álbum en el que la conexión entre el ser humano con la naturaleza no es tan amable. Servido por Pípala este otoño, Leina y el señor del bosque viene de la mano de la ilustradora española Júlia Sardà, y los escritores Myriam Dahman y Nicolas Digard.
En esta historia con sabor a cuento tradicional, Leina, la protagonista y dueña del único barco del pueblo, se dedica a transportar a sus vecinos al bosque cercano donde cogen madera, cazan y recolectan provisiones. Lo peor de todo es que muchos van, pero algunos, como Oren, su mejor amigo, no vuelven. Decidida a encontrarlo, Leina se interna en el bosque, donde se encontrará con el Señor de los Hongos Venenosos, un misterioso personaje que oculta un oscuro secreto en su palacio subterráneo.


Encarnado en la figura de un sapo mezquino, regresa ese mensaje que las historias de siempre se han empeñado en lanzar a los niños y que parece haber caído en el olvido. ¡Cuidado con el bosque! Es oscuro, lúgubre, húmedo y sobre todo desconocido. Un escenario que, si bien no es suficiente para acabar con el ingenio de la heroína y esa ayuda mágica que apuntaba Propp, consigue avisarnos de la trampa tan natural que puede aniquilar al incauto.


Como en otros títulos, el trabajo de Sardà es impecable y bebe de multitud de referencias. En esta historia las ilustraciones evocan al universo creativo de Hayao Miyazaki, pasajes de Alicia en el país de las maravillas (¿Recuerda a la oruga azul sobre la seta gigante que le pregunta a la niña sobre su identidad? ¿Y el banquete con el sombrerero loco?), las composiciones estudiadas de Iban Bilibin o las creaciones teseladas de M. C. Escher.
Una delicia visual con advertencias necesarias.

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