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sábado, 22 de enero de 2022

Volando y hablando


Una de las primeras cosas que aprendí en mis primeros días como universitario fue la de calcular la fuerza de sustentación que permite volar a las aves, un mecanismo físico producido por la acción de flujo a través de la superficie de sus alas. Aunque este proceso es el mismo en todas ellas, cada especie tiene su manera particular de hacerlo. Movimientos ascendentes y descendentes, planeando a modo de parapente, revoloteando incansablemente. Una forma de hacer suyo el cielo, como si de un lenguaje antiguo se tratase. Para comunicarse entre sí, para hablar con nosotros. Ese vuelo infinito que nos emboba con sus cadencias y versos.


Sobre el lienzo celeste
parecemos letras.
Garabateamos suspendidas en la nada.
El aire nos mece
improvisando nuevas formas
y, con cada giro,
el cielo cambia con nosotras.

Somos un alfabeto efímero,
el lenguaje secreto
de quienes aprendieron
a levantar la cabeza.
Basta con mirar a las nubes
y leer
las palabras de nuestra historia.

Fran Pintadera.
Palabras en el aire.
En: El vuelo infinito.
Ilustraciones de Alejandra Acosta.
2021. Pontevedra: Kalandraka.



jueves, 22 de marzo de 2018

De niñas y ángeles



Les miento si les digo que el libro de hoy pasa desapercibido. Sin saber que ha ganado un premio Bologna Ragazzi, o entre la multitud de títulos que se pasean por las estanterías, seguro que se fijarían en La mujer de la guarda (Editorial Milenio). Se lo digo yo...


Es un libro diferente, sugerente, inquietante, casi hipnótico y, sobre todo, muy bien pensado. Antes de abrirlo y sólo contemplando la tapa se abren ante nosotros muchas incógnitas, ¿Quién es esa mujer acompañada por un caballo que camina sobre una desolada superficie rocosa? ¿Por qué no cabalga sobre él? ¿Por qué lleva ese tocado? ¿Acaso no tiene cierto aire oriental? ¿A que parece una sacerdotisa? ¿O quizá un ángel?... Luego nos detenemos en el azul cobalto que colorea el pelaje del caballo, que brilla en la tipografía del título, que llena parte del texto interior. Hay algo sosegado en él, sosegado pero también intenso, vívido y peligroso, una llamada de atención hacia el lector que empieza a crearse expectativas con un libro que empieza a fluir desde el primer vistazo.


Abrimos el libro y nos topamos con una estructura diferente de álbum (porque este, lectores, es un álbum). Alejandra Acosta prefiere alejarse de la estructura clásica de este género en el que texto e ilustraciones se alternan o coinciden en la unidad espacial de la página, para condensar todas las ilustraciones en dos grupos de dieciséis páginas que se disponen antes y después del corpus textual, de tal manera que adquieren carácter de guardas (sí, lectores ocho guardas al principio y otras ocho al final), unas guardas con un carácter peritextual más que notable  y que establecen un juego narrativo (prólogo y epílogo), desarrollan una visión propia y personal (ahí están todos... ¿no los ven?), y complementan al texto con una atmósfera envolvente. Una vuelta de tuerca más en el universo natural (botánico y ornitológico sobre todo), onírico y surrealista al que Alejandra Acosta nos acostumbra en otras obras extraordinarias como Del enebro de los hermanos Grimm (publicado por la editorial Jekill & Jill y uno de mis favoritos de esta ilustradora).


Llegamos al texto, una explosión de sabores dulces y amargos, unas sensaciones que destilan la pérdida de la niñez y el encuentro con la muerte (representada por dos mujeres, una real y otra que porta un ojo en la mano), las dos columnas sobre las que descansa esta enriquecedora y sutil narración de Sara Bertrand. Jacinta, la niña que se resiste a crecer, la misma que emulando a la Wendy del capítulo 11 del Peter Pan de Barrie, crea un universo ficticio para arropar a sus hermanos, para disipar el miedo de una nueva realidad familiar en la que el padre se mantiene al margen trabajando noche y día, la estrategia de supervivencia de nuestros días para un dolor atemporal. Sólo un consejo: no se queden ahí, busquen entre la magia de este texto la parte más cálida de un libro dirigido a lectores experimentados como ustedes, porque este libro tiene más capas que una cebolla...


Y en el instante que terminamos el texto, aparecen las últimas imágenes del libro con esa figura femenina que se esconde tras los árboles, en la oscuridad de los rincones, mientras Jacinta, tímida y curiosa, nos contempla como si quisiera centrar nuestra mirada en ella, la verdadera mujer de la guarda.