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sábado, 19 de noviembre de 2022

Philippe Corentin o cómo darle la vuelta a los cuentos


Si hay un lugar en el que confluyen los cuentos tradicionales, ese es el libro-álbum, un formato que lleva llenándose durante décadas de argumentos y personajes que llenan los llamados cuentos de hadas desde perspectivas clásicas o sugerentes vueltas de tuerca.
Son muchos los autores que han hecho su personal viaje por los cuentos de siempre, pero hoy me gustaría apuntar hacia la obra y figura de Philippe Corentin, uno de los autores de álbumes infantiles más reconocidos en Francia que falleció el pasado 7 de noviembre. Sirva este recorrido por su obra publicada en castellano como sentido homenaje y lugar de encuentro monstruoso.


Con más de una treintena de libros publicados, Philippe Le Saux, verdadero nombre de este artista nacido en el distrito parisino de Boulogne-Billancourt hace 86 años, empezó en revistas como Elle, Vogue o Marie-Claire y en publicidad, más tarde continuó con su hermano gemelo en el mundo del humor gráfico y, finalmente, al terminar los años ochenta, se decantó por crear historias infantiles donde lo paródico y lo burlesco definieran un camino personal para indagar en los miedos y deseos de los lectores a base de, como él diría, buenas dosis de “mala fe”.
Y es que no nos debe extrañar que en L’ecole des loisirs, su editorial de cabecera y que fundó junto a Arthur Hubschmid, el lema era “Un cuento no se ha de hacer para dormir a los niños, sino para despertarlos”, una máxima que inspiraría a una generación de creadores de álbumes dirigidos a la infancia y que perdura todavía en figuras como Gilles Bachelet.


De entre todos los títulos que publicó, un buen puñado llegaron a nuestro país a finales de los noventa y primeros dos mil gracias a la editorial Corimbo. Aunque sus historias son muy variopintas, mis favoritas son las que tienen como protagonistas a algunos de los personajes de los cuentos infantiles de toda la vida, sobre todo el lobo, uno de sus personajes fetiche ya que aparece en muchas de estas obras. ¡Empezamos desgranando algunas!


El ogro, el lobo, la niña y el pastel está basado en un juego de lógica popular. En él, un hombre llega con un lobo, una cabra y una col a orillas de un río que debe cruzar remando en una barca donde solo caben él y uno de sus acompañantes. Si cruza con la col, el lobo se queda solo con la cabra y se la zampa, y si cruza con el lobo, la cabra se pone las botas con la col. Cualquier combinación es nefasta. Entonces, ¿cómo consigue cruzar el hombre y su mercancía al otro lado del río?
En el libro, Philippe Corentin plantea el mismo problema pero utilizando los personajes que le dan título y le propina un final divertido y nada esperado. A modo de caricatura y con mucha luz (me recuerda a la hora dorada), las ilustraciones crean un ambiente divertido y desenfadado. Sobre el formato cabe destacar que en cada escena encontramos una página intermedia de menor longitud que modifican la historia a modo de trampantojo móvil, lo que establece un añadido interactivo que aporta una función lúdica en la historia.


¡Cataplum! está protagonizado por otro lobo que, en este caso, persigue a un conejo por su madriguera. Conforme el lobo va pasando por las diferentes estancias que constituyen la morada, el lector-espectador descubre montones de pequeños conejos que se esconden entre el mobiliario, algo que el lobo es incapaz de ver. 


Finalmente, nuestro protagonista, siguiendo un rastro de zanahorias (un recurso maravilloso que imprime dinamismo y muchos tropezones) llega hasta el baño, donde el conejo está haciendo sus necesidades (nuevamente reaparece el humor, en este caso escatológico, de Corentin). El lobo, sintiéndose atraído por una bañera muy sugerente, decide darse un chapuzón y jugar con un barco de juguete. Al final se reanuda la persecución que terminará con un giro inesperado en el que una fiesta de cumpleaños sorpresa nos arranca la sonrisa.



En ¡Chaf! tenemos una historia donde el formato cumple un cometido muy especial ya que la verticalidad aporta mucho a un relato ambientado entre el brocal y el fondo de un pozo. Tomando como excusa esa fábula clásica en la que una zorra mira el agua de un pozo y piensa que el reflejo de la luna es un queso enorme, el autor desarrolla una narración muy jugosa. 


Ni corto ni perezoso, el lobo baja hasta el agua percatándose de que el queso es un mero espejismo y que no puede volver a subir arriba si alguien no le ayuda. Corentin aprieta el interruptor y toda una sucesión de animales que se van engañando los unos a los otros dan vida a una historia circular que promete ser infinita.


El más canalla de todos es Señorita sálvese quien pueda, un libro donde el autor francés homenajea de una manera muy especial a la Caperucita Roja de los hermanos Grimm. Protagonizado por una niñata de armas tomar, su madre le manda a hacer un recado a casa de su abuela. Una vez llega se encuentra con que un lobo está metido en la cama de su abuela. 


La niña, en vez de echarse a temblar, empieza se pone a hacerle el tercer grado al lobo y, sin pelos en la lengua, le deja las cosas muy claras: ella no es tan tonta como Caperucita y como se descuide lo muele a palos. De repente aparece la abuela y, defendiendo al pobre animal que ha recogido en mitad de la nieve, le echa un buen rapapolvo a la nena. Tan demencial, como fantástico.


En ¡Papá!, el autor francés nos quiere hablar de los miedos que acucian a los niños a la hora de irse a la cama. En esta historia, un niño está en la cama cuando, de repente, siente una presencia extraña a su lado: un pequeño ogro. Ambos se ponen a gritar y el ogro aparece en mitad de la fiesta que sus padres han organizado. Este vuelve a la cama y al cabo de un rato vuelve a suceder lo mismo pero esta vez con el niño de carne y hueso. 



En esta historia de ida y vuelta, Corentin nos habla de universos paralelos, el de los humanos y el de los ogros, cuya línea divisoria está precisamente en esa cama compartida. Aunque los lectores cabrían esperar enormes diferencias, el mundo de los adultos es muy parecido en ambos y ellos siguen siendo niños que deben bregar con sus malos rollos sin demasiada ayuda de los mayores.



Para terminar hay que hablar de dos libros que no se relacionan con los cuentos populares, pero merecen un hueco. Fulanito de tal, un libro donde lo social se desborda por todos lados (es lo que llamaríamos un “libro de valores”) y El África de Zigomar, uno de sus primeros libros, donde su protagonista, un pequeño ratón llamado Zigomar, viaja hasta el continente africano a lomos de un mirlo.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Unos cuentos que hay que conocer y conservar


Harto de que muchos libros estupendos acaben expurgados y/o destruidos por ignorantes e incautos de todos los colores, he creído conveniente abrir un hueco en esta casa de monstruos a la desconocida Biblioteca del Ratón Pérez, una colección de que fue publicada a mediados de los 80 por Ediciones Generales Anaya (sello que por aquel entonces todavía seguía pegado a las faldas de Cátedra), para que algunos de ustedes se lo piensen dos veces antes de darles puerta.


Etienne Delessert

Esta colección fue un proyecto que la editorial Grasset (Grasset et Fasquelle, relacionada con Franco Maria Ricci) encargó al ilustrador Etienne Delessert a principios de la década de los 80 para darle una mirada más vanguardista a una selección de 20 cuentos infantiles desde una perspectiva plástica diferente. El suizo echó mano de un buen puñado de reconocidos artistas de ambas orillas del Atlántico y ¡voilá! El resultado fue el siguiente:

Caperucita roja, ilustrado por Sarah Moon
Las habichuelas mágicas, ilustrado por Andre François
El pájaro emplumado, ilustrado por Marshall Arisman
Hansel y Gretel, ilustrado por Monique Félix
El soldado de plomo, ilustrado por Georges Lemoine
El abeto, ilustrado por Marcel Imsand y Rita Marshall
La mujer hoja, ilustrado por Seymour Chwast
El pescador y su mujer, ilustrado por John Howe
El príncipe Ring, ilustrado por Heinz Edelman
Cenicienta, ilustrado por Roberto Innocenti


La reina de las abejas, ilustrado por Philippe Dumas
Los tres lenguajes, ilustrado por Ivan Chermayeff
La niña de los gansos, ilustrado por Paul Perret
La bella y la bestia, ilustrado por Etienne Delessert
La bella durmiente, ilustrado por John Collier
Rapónchigo, ilustrado por Michael Hague
Las tres plumas, ilustrado por Eleonore Schmid
Blancanieves y Rosarroja, ilustrado por Roland Topor
La reina de las nieves, ilustrado por Stasys Eidrigevicius
El cerdo encantado, ilustrado por Jacques Tardi


Premiada en la feria de Bologna y traducida a montones de idiomas como el inglés, el alemán, el japonés o el castellano (¡menos mal!), el conjunto de esta obra pretendía ensalzar el cuento como género fundamental para la infancia. A excepción de La bella y la bestia (Gabrielle de Villeneuve), La reina de las nieves, El soldado de plomo y El abeto (todos de H. C. Andersen), el resto son cuentos populares de diferentes procedencias (Alemania, Inglaterra, Irlanda, Noruega o Rumanía), entre los que destacan un manojo de los recopilados por los hermanos Grimm o Charles Perrault.


John Howe

Al publicarse en forma de álbumes se lograban dos objetivos. El primero consistía en desligar estas narraciones de los formatos ilustrados tradicionales, y el segundo, educar la mirada a través de imágenes poco convencionales, como las de, haciendo referencia a Martin Salisbury, “los nuevos europeístas”.


Seymour Chwast

Y así, la riqueza artística es palpable gracias a diferentes técnicas y estilos como el cómic, la fotografía, el art noveau, el prerrafaelismo, el neoclasicismo, el impresionismo o el diseño gráfico contemporáneo. Terrenos vedados como el nudismo o el racismo se abren camino gracias a novedosas perspectivas. Atmósferas inquietantes y terroríficas, formas grotescas y extravagantes, o esos juegos llenos de metáforas que hoy en día nos resultan tan familiares, llenan las páginas de unos libros que debemos conocer y preservar.


Philippe Dumas


Stasys Eidrigevicius


Monique Felix

Respecto a la maquetación hay que decir que, tanto los textos dispuestos en cajetines enmarcados, como las ilustraciones a una o doble página, se articulan para imprimir dinamismo a la lectura. Además, otro elemento que me encanta de estos libros es la primera ilustración de cada volumen que, dispuesta en forma de viñeta vertical, se acompaña del típico “Érase una vez”.


André François

Si bien es cierto que el más conocido es la Caperucita roja de la fotógrafa Sarah Moon, cabe decir que ninguno de ellos tiene desperdicio ya que, a pesar de guardar un formato y una apariencia similar, cada uno de ellos tiene matices particulares que ahondan y desbordan la historia elegida, participando de ese discurso polifónico por el que tanto abogamos los monstruos.


Sarah Moon

Aunque en otros contextos editoriales siguen reeditándose o se han recuperado en nuevos formatos, en el nuestro solo podíamos encontrar la Cenicienta que ilustró Roberto Innocenti tomando como referencia los dorados años 20. Lo recuperó la editorial SM hace una década aunque a día de hoy también está descatalogado (lamentablemente).


Roberto Innocenti

Lo dicho. Busquen, lean, disfruten y, sobre todo, ¡CONSERVEN! Es una orden.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Cuentos populares y libros-álbum: un puñado de sinergias


Como todos los años, esta semana se celebra en Instagram la Folktale Week, una iniciativa de un puñado de ilustradoras en la que, tomando como excusa siete elementos típicos de los cuentos de hadas (uno por cada día de la semana), artistas de los cinco continentes pueden desarrollar diferentes propuestas y dan a conocer sus imágenes y cuentos populares de cualquier parte del mundo.
En esta ocasión, esos siete interruptores son: engaño, árbol, estrella, rebelde, disfraz, poción y victoria. Para disfrutar de todas las imágenes que se creen en torno a ellos, solo tenéis que darle al enlace que hay arriba o buscar el hashtag #folktaleweek o #folktaleweek2022 en la citada red social.


Tomando como excusa esta fiesta en torno a los cuentos de toda la vida, durante esta semana daré salida a un buen puñado de artículos que toman como punto de partida los citados cuentos. Hoy, sin ir más lejos, me gustaría dar respuesta a la pregunta ¿Qué tienen en común los libros-álbum y los cuentos tradicionales que suelen establecer sinergias tan fuertes y frecuentes?


Si van a cualquier biblioteca o librería se toparán de bruces con montones de álbumes que, o bien recogen cuentos de toda la vida, o bien apuestan por narraciones con estructura de cuento más actual. Esto se debe a una serie de razones...
La primera es que el cuento ha sido la narración infantil por antonomasia. Es decir, todos los niños (o al menos hasta bien llegado el siglo XXI, que todo está cambiando y ni los abuelos saben cuentos), han crecido escuchando toda suerte de historias con una trama, un nudo y un desenlace, una estructura muy básica pero más que efectiva.


La segunda es la brevedad. Si tenemos en cuenta que un libro-álbum convencional tiene un número de páginas que oscila entre las 26 y las 32, el cuento se puede adscribir fácilmente a esta extensión tan reducida.
El tercer lugar lo ocupa el componente fantástico. Brujas, magos, ogros, animales fantásticos y objetos mágicos son frecuentes en estas narraciones. Esto hace que el lenguaje simbólico adquiera una dimensión especial a la hora de acercarse al lector infantil.


En cuarto lugar hay que hablar sobre la libre interpretación de los eventos que suceden en los cuentos de hadas. Aunque en el pasado las enseñanzas que contenían los cuentos tradicionales se relacionaban directamente con lo humano y sus problemas básicos (de ahí los arquetipos), en la actualidad estos contenidos son la verdadera punta de lanza en el formato álbum y se dirigen hacia derroteros más utilitaristas (he aquí los estereotipos) donde los ismos, el dogma y los contenidos pedagógicos se abren camino en unos cuentos modernos donde la belleza se esfuma y se gana corrección política.
El último punto es que los cuentos se pueden ilustrar “fácilmente” (entrecomillo para que no haya malinterpretaciones). Bien por la carga figurativa, bien por la libertad que da la universalidad de estas historias, las ilustraciones para un cuento no están sujetas a un lapso espacio-temporal concreto, sino que pueden fluir en diferentes sociedades, culturas o épocas, sin que esto vaya en detrimento del plano discursivo.


Cinco razones, cinco puntos comunes que ayudan a entender la estrecha relación que surge entre unos y otros, bien por extensión, por recombinación, por ósmosis, por asimilación del formato o porque sí. La cuestión es que los cuentos siguen más vivos que nunca en un universo infantil que necesita escuchar la voz del pasado con los matices del presente.

*    *    *

Los títulos que acompañan a esta entrada son, por orden de aparición:

David Acera e Ina Hristova. ¿Por qué los pájaros no tienen rey? Takatuka. En esta historia los autores nos trasladan a un cuento de autor con tintes antiguos en el que el sol quiere designar un rey entre las aves que ponga orden entre tanta algarabía. El afortunado será aquel que más se acerque a él. Con un sabor agridulce, esta historia con mucho ingenio, interpretaciones varias y una luz muy especial, merece más de una lectura.

Alan Mills y Abner Graboff. La cabra tragona. Libros del zorro rojo. Aquí tenemos una historia muy simpática donde una cabra se come todo lo que pilla. Con mucha rima consonante, además de arrancarnos alguna que otra carcajada, la cosa termina a lo grande, que es como se pone la protagonista por culpa de un hambre voraz. De gran calidad gráfica, este álbum del 1964 tiene mucha vidilla.

Beatriz Martín Vidal. Enigmas. Thule. En este libro que ya va por su segunda edición, la autora vallisoletana hace un recorrido por una serie de enigmas que le rondan tras la lectura de cuentos populares. ¿Qué soñó la Bella Durmiente? ¿Sintió alivio Rapunzel al cortarse la trenza? ¿Por qué Hansel y Gretel regresaron a su hogar? Con un estilo potente e intrigante, te lanza preguntas de las que quizá, surjan otras. 

Anónimo. El pañuelo del sultán. Cuento popular marroquí. Ilustraciones de Pia Worthman. Yekibud. El sultán quiere casarse con Zakia, la hermosa hija del visir. Esta le pone una condición, tendrá que aprender un oficio. El sultán decide formarse en el oficio de tejedor y le regala a Zakia un pañuelo con una rosa roja y un bosque de fondo. Este será el comienzo de una aventura que habla de sabiduría, respeto e ingenio. Una relación entre dos seres humanos que tiene como tapiz unas composiciones luminosas donde el collage es la técnica principal.  

Ana Cristina Herreros y Jesús Gabán. Paporco. Libros de las malas compañías. Ambientado en Córcega, este cuento popular narra la historia de un niño que es enviado a alimentar a un ogro para que, cuando tenga hambre, no se zampe a las criaturas. Una historia de valentía y talento que todos debemos conocer. Sin las ilustraciones del gran Jesús Gabán que imprimen suspense, elegancia y cercanía, este relato que he conocido en esta versión, quedaría un poco huérfano.

Alice Bossut y Marco Chamorro. La laguna del gigante. Yekibud. Un gigante agradable y soñador busca una laguna donde poder bañarse. En su camino descubriremos parajes y montañas, bosques y volcanes, donde la imaginación puede perderse. Un álbum vertical y en acordeón que nos ayuda a perdernos en la región de Imbabura, norte del Ecuador, tomando como excusa esta leyenda kichua donde azul, amarillo y bermellón se articulan a la perfección.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Recuperando joyas



Sin mucho preámbulo hoy me meto en harina ipso facto para hablarles de Zlateh, la cabra y otras historias, un clásico de Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de literatura, ilustrado por Maurice Sendak y reeditado por Kalandraka bajo su nombre original (la antigua edición de Lumen llevaba como título Cuentos judíos de la aldea de Chelm). Este libro es un conjunto de siete historias originales de este autor de origen polaco nacionalizado estadounidense que fueron originalmente escritas en yiddish, la lengua hablada por los judíos ashkenazí de origen europeo.
Publicado por primera vez en 1966, estos cuentos podrían encuadrarse en los cuentos modernos, esa subfamilia de cuentos que, aunque conservan la estructura original de los clásicos, contienen elementos narrativos y estéticos propios de la literatura escrita, y que tienen como principal exponente a H. C. Andersen.


Llama mucho la atención el tono crítico de estas historias por muchas razones…
En primer lugar, Bashevis Singer no eligió al libre albedrío el nombre de esta aldea en la que se desarrollan las historias. Chelm existe y, aunque es más grande que la shteitl de la que nos habla el autor, está considerada en el humor judío como la capital de la locura. De ahí que muchas de estas historias sean absurdas e inverosímiles, en definitiva, humanas.
Se agradece el tono local, esos rifirrafes entre vecinos que, aunque un tanto lejanos, se parecen mucho a los del rellano de mi escalera. Muchos de los libros para niños de nuestros días carecen de color local, de encanto étnico. Los autores tratan tan intensamente de ser internacionales -para producir una mercancía del gusto de todos- que no atraen a nadie. Se justificó Singer años después.


En segundo lugar es curioso que un hombre educado en un Jéder e hijo de un rabino jasídico (judaísmo ortodoxo) a cargo de una de las sinagogas del gueto de Varsovia, ironice tanto con los religiosos de estas historias, los siete ancianos de Chelm, una especie de sabios ignorantes que ofrecen al resto de los habitantes de esta aldea más quebraderos de cabeza que soluciones. Una sorna que resuena a la decepción que sufrió un joven Singer mientras contemplaba con impotencia la Shoá, un genocidio que ni la religión ni el sentido común pudo parar.


Me encanta lo que destilan estos relatos, más todavía cuando observas con detenimiento las imágenes del genio Sendak, unas de las que en principio Singer quería prescindir, pues pensaba que la palabra era suficiente para estimular la imaginación del lector.
Aunque Sendak utilizaría este mismo estilo para los dos volúmenes de El enebro y otros cuentos de Grimm (1973), se observa claramente un acercamiento emocional en las que acompañan estas historias. Sus dibujos son tiernos y emotivos. También están llenos de fuerza. Hay paisajes hermosos, escenas dramáticas, se llenan de multitud de referencias a la cultura judía, una a la que pertenecía y en la que había sido educado y por la que, quizá por vez primera, dejaría a un lado su mirada crítica y sus maneras grotescas para internarse en un profundo viaje a sus raíces.


Tanto fue así que, un poco perdido ante la tarea de ilustrar estos relatos acudió a sus padres en busca de ayuda. Ellos le facilitaron el álbum en el que guardaban celosamente las fotos de sus antepasados, casi todos fallecidos durante la Segunda Guerra Mundial. El autor no conoció a la mayoría, pero decidió inspirarse en las fotos de sus tías y tíos que encontró en estos álbumes de familia (yizkor para los judíos, el duelo privado) y crear los personajes de esta obra, una especie de tributo a un pasado que nunca conoció.
Allí estaban las fotografías que tenía mi padre de sus hermanos menores, todos elegantes y todos de aspecto interesante. Las mujeres con su cabello largo y adornado con flores. Yo iba de un extremo a otro del álbum eligiendo algunas imágenes de los parientes de mi madre y algunas de los de mi padre, dibujándolos con mucha agudeza. Y ellos lloraron. Y yo lloré. Eso pasó así. Y aún es así. Contaría Sendak años después.



También explicó que basó el personaje de Atzel, el protagonista de El paraíso del necio, en un retrato de su abuelo que todavía conservaba y que no estaba exento de anécdota, pues en pleno delirio debido a las fiebres de la escarlatina Traté de alcanzar la foto y empecé a hablarle en yiddish. Mi madre estaba petrificada… Quitó la foto de la pared para alejarla de mí y la rompió en cien pedazos… Cuando ella murió, encontramos los restos: los había metido en papel de seda, ella no pudo deshacerse de ellos. Lo restauré  y ahora cuelga de nuevo en mi habitación, en un marco ovalado diferente.
Quizá sea este sea el Sendak más sereno de todos, un Sendak que también hay que conocer y disfrutar.


Este libro es una maravilla. Léanlo y opinen sobre estas historias. Mis favoritas son El primer Shlemiel y Zlateh, la cabra. La primera es una narración en tono irónico (empecemos diciendo que, como bien nos dice Singer al principio de esta historia, shlemiel, significa “tonto” o “incompetente”), con mucho humor, que habla de la (buena o mala) suerte de los pobres y gandules, de la vida de pareja, de sus miserias y bondades. 
La segunda es una hermosa oda a la amistad con cierto tono crítico hacia las tradiciones religiosas que bien merece una sosegada lectura. (N.B.: Tanto  es así que fue llevada la gran pantalla por Weston Woods en 1974).
En definitiva, háganse con él, pues habla de muchas cosas que merecen ser leídas por pequeños y mayores.



miércoles, 24 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (III): Antologías de cuentos tradicionales, una selección



Anton Pieck

Señoras, señores, por si no lo saben hoy es el Día de la Biblioteca. Un sitio al que acudir no sólo durante esta jornada, sino de vez en cuando. Darse un garbeo por los expositores de novedades, por las selecciones temáticas, la cómicteca, las publicaciones periódicas y sobre todo recorrer los estantes de fondo bibliográfico, porque les recuerdo que la razón por la que nacieron las bibliotecas fue para preservar y custodiar nuestro conocimiento. Antes de que existieran el saber pasaba de boca a oído y a veces se perdía por el camino. Le pasaba a la medicina, a las matemáticas, a la ingeniería o a los cuentos.
Si hay libros que me llevan hasta las bibliotecas son las antologías de cuentos, las colecciones de estos relatos populares. Hay tantas y tan ricas que es una suerte que haya bibliotecas. Primero de todo porque yo no tengo espacio para todas ellas, segundo porque muchas de ellas (las más hermosas) se encuentran descatalogadas permanente.
Por mucho que algunos se empeñen en desprestigiar estas narraciones en pro de otras más técnicas y profundas, el aquí firmante siempre gusta de recordar una anécdota personal que ensalza su valor... Andaba yo en quinto de carrera cursando la asignatura “Geobotánica” cuando la catedrática encargada de impartirla preguntó si alguien conocía las características de la taiga. A mí me vinieron a la cabeza los Cuentos del río Amur, una de mis colecciones de cuentos populares fetiche durante la infancia y ni corto ni perezoso me lancé a describir los bosques de aquellos relatos plagados de abedules de bajo porte, abedules de hierro, brezos y musgos. No me equivoqué y ella me preguntó que si había estado allí. “Varias veces” contesté.
De vez en cuando me topo con que alguna biblioteca ha dado de baja algunas de estos libros y algo en mí se apaga. Entiendo que la falta de espacio, la duplicidad de volúmenes o el pobre uso que reciben muchos libros son motivos suficientes para prescindir de ellos, pero también creo que debiera considerarse la calidad artística de los volúmenes que se pierden.
Es por ello que hoy he querido desempolvar este tipo de libros a los que debemos tanto, no sólo para que lo tomen como excusa a la hora de visitar una biblioteca, sino para que tanto usuarios, como bibliotecarios los valoren convenientemente; una pequeña selección para la que he utilizado unos cuantos criterios como:
1. Escoger recopilaciones de cuentos tradicionales y no de autor.
2. Centrarme en las que reúnen relatos de un mismo país, una amplia zona o una etnia o religión particular.
3. Tener en cuenta la diversidad que nos provee el mundo.
4. Combinar ediciones actuales con otras ya descatalogadas.
5. Y que me gusten.
Sé que echarán de menos algunas (hay casas editoriales especializadas en este tipo de publicaciones como Miraguano, Siruela y José J. de Olañeta, por lo que les animo a que echen un vistazo a sus catálogos).
¡Disfruten de los cuentos y de las bibliotecas! Porque cuando una biblioteca desaparece, una parte de nosotros mismos también se pierde.





Jakob y Wilhem Grimm. Cuentos de niños y el hogar. Anaya (3 Vols. Diferentes ediciones). Me encanta la selección de Lore Segal ilustrada por Maurice Sendak El enebro y otros cuentos Lumen (2 vol.) y la de Herrín Hidalgo en El señor Korbes y otros cuentos de Grimm, para Mediavaca.


Benedikte Naubert. Cuentos populares alemanes. Siruela.


VV.AA. Cuentos suecos. Anaya.


Asbjornsen y Moe. Cuentos completos noruegos. Libros de las malas compañías.


José Manuel de Prada. Cuentos populares irlandeses. Siruela.
  

Katharine M. Briggs. Cuentos populares británicos. Siruela.


Giambattista Basile. Pentamerón. Siruela.


Charles Perrault. Cuentos de antaño. Anaya. (Reeditado)



Antonio Rodríguez Almodóvar. Cuentos al amor de la lumbre. (2 vols. Edición antigua / 2 Vols. Nueva edición: Cuentos maravillosos y Cuentos de animales y costumbres). Anaya.
  

Ana Cristina Herreros. Cuentos populares de la Madre Muerte. Siruela.


Pascual Pascual Recuero. Antología de cuentos sefardíes. Ameller.


Javier Asensio García. Cuentos populares de los gitanos españoles. Siruela.


José Viale Moutinho. Cuentos populares portugueses. Siruela.


Diane Tong. Cuentos populares gitanos. Siruela.


Vuk Stefanovic Karadzic. Cuentos populares serbios. Miraguano.


Ramón Sánchez Lizarralde. Cuentos populares albaneses. Miraguano / Libros de los Malos Tiempos.


María E. Roces (ed.). La bella de la tierra y otros cuentos albaneses de la viva voz del pueblo.
Ilustraciones de Jesús Gabán. Libros de las malas compañías.


Petre Ispirescu. Cuentos maravillosos rumanos
Ilustraciones de Roxana Irimia. Libros de las malas compañías.


Nikolai Afanasiev. Cuentos populares rusos. Anaya. (3 vol. Edición antigua. / 4 vols. Nueva edición). Existe dos selecciones editadas por las editoriales Reino de Cordelia y Libros del Zorro Rojo más que interesantes.


Dmitri Naguishkin. Cuentos del río Amur. Anaya


Ana Cristina Herreros. Cuentos populares del Mediterráneo. Siruela



Fernando Pinto y Antonio Jiménez. Bajo la jaima. Cuentos populares del Sáhara. Miraguano



C. G. Campbell. La novia del mar y otros cuentos de las tribus árabes. Libros de las malas compañías. 


Ana Cristina Herreros. Cuentos del erizo y otros cuentos de las mujeres del Sahara. Libros de las malas compañías.


René Basset. Cuentos populares de África. José J. de Olañeta.


VV.AA. Cuentos populares de Africa. Siruela.
  

Anónimo. Las mil y una noches. No sabía decantarme por una edición, así que la dejo al cargo de los expertos. A mí la selección de Juventud me gusta... Eso sí, no he podido resistirme a acompañarla con las ilustraciones de Olga Dugina para la versión que hizo de algunas historias junto a Arnica Esterl y editado por SM.


Jesús Marchamalo y Damián Flore. Cuentos populares de La India. Siruela.
  

Richard Wilhelm. Cuentos chinos. Paidós.


VV.AA. Cuentos de la China milenaria. Anaya. (2 Vols.)
  

Amparo Takahashi. Cuentos y leyendas de Japón. Anaya.


Richard Gordon Smith. Cuentos tradicionales de Japón. Satori Ediciones.


Morris Edward Opler. Mitos y cuentos de los apaches chiricahuas. Miraguano.


Edward S. Curtis. Las flechas mágicas, y otros relatos de los indios cheyenes, comanches, wíchitas. José J. de Olañeta.


Edward S. Curtis. Cómo se salvó el mundo y otros cuentos indios. José J. de Olañeta.
NOTA: Respecto a los cuentos de las tribus nativas de Norteamérica decir que tanto la editorial Miraguano, como José J. de Olañeta, tienen las colecciones más extensas de este tipo de relatos, sobre todo la segunda que editó la mayor parte de los recopilados por Edward S. Curtis. Sucede lo mismo con los cuentos de los diferentes países de Latinoamérica.


Fabio Morabito. Cuentos populares mexicanos. Siruela.


Gloria Cecilia Díaz. Cuentos y leyendas de América Latina. Anaya


Anneliese Löffler. Cuentos de los aborígenes australianos. Océano Ambar.