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martes, 9 de junio de 2020

Libros de valores, 15 preguntas y alguna respuesta



Como ya sabrán, desde hace un tiempo me he sacado de la manga Café con monstruos, una nueva sección de directos que realizo los sábados desde la cuenta que los monstruos tenemos en Instagram y a la que invito a otros amantes de los libros infantiles para charlar sobre cosas que nos interesan.
El primero de estos encuentros lo realicé el sábado pasado con Amparo Cuenca, bibliotecaria y mediadora, para hablar de Libros de valores, ¿sí o no?, un pequeño debate a tenor de estos álbumes que se pusieron muy de moda en nuestro país durante las décadas de los 80 y 90.
A modo de conclusión extraigo estas preguntas que me surgieron antes, durante y después de la conversación, no sólo para que me acompañen en la búsqueda de respuestas (no he podido concluir con muchas de ellas), sino para que vayan añadiendo las suyas propias y enriquecer así un foro que nunca queda exento de polémica.
Por último animarles a que disfruten de ESTE VÍDEO que, a pesar de las inclemencias técnicas y que probablemente repetiremos en nuevas entregas de la sección, tiene su aquel por las opiniones que tanto los protagonistas, como los invitados (atentos a los comentarios del público), vertieron en ese rato.


La primera de las preguntas es ¿Qué valores tienen los libros de valores? Aunque estamos muy acostumbrados a este sobrenombre para calificar a este tipo de libros no nos solemos preguntar ¿Qué es un valor? Si nos referimos a “valor” como cualidad, podríamos decir que cualquier libro tiene características que los humanos les atribuimos, como su tamaño, su peso, sus ilustraciones o el tipo de escritura. Sin embargo en este contexto parece que se refiere a su alcance o significación, como si estos libros fueran la quintaesencia moral y/o humanística que “tenemos” que ensalzar.


Después de esto habría que plantearse si estos libros amplían miras (lo que muchos nos venden) o son meras cortapisas de las siempre maleables mentes infantiles (apuntan otros sobre esta instrumentalización). Si estos libros pretenden construir ciudadanos  libres y formados sin seguir ninguna línea preestablecida, o si por el contrario los encorsetan y dirigen más de la cuenta. He aquí un nuevo dilema: ¿Tienen segundas intenciones los libros de valores?


Por lo general, cuando empezamos a indagar en los libros de valores, nos centramos en aquellos que se relacionan con los ismos. Feminismo, racismo, ecologismo, clasismo, globalismo…, una serie de tematicas doctrinales de diferente corte con un denominador generalmente ideológico. Es por ello que cabe hacerse otra pregunta: ¿Son los libros de valores un artefacto político? Mientras unos dicen que no, otros pensamos que sí, sobre todo teniendo en cuenta que gran parte de la literatura infantil suele ser tendenciosa. Para que lo piensen les dejo con esta entrada.


También, y como apuntaban asistentes a nuestra charla, hay que considerar si ¿Son los álbumes de valores modas pasajeras? Si tenemos en cuenta el carácter cíclico de la moda, la respuesta es afirmativa. Lo complicado vendría cuando tuviéramos que decidir si esa moda se ampara en tendencias de corte didáctico-pedagógico, como el constructivismo, las escuelas alternativas o la inteligencia emocional, o si por el contrario se relaciona con el universo ideológico. Para que se decidan les apunto el tan estudiado hecho de que muchos álbumes de valores sobre racismo siempre salen a la luz cuando en Estados Unidos hay un gobierno republicano. ¿Propaganda electoral? ¿Acción-reacción? Decidan ustedes.


En el contexto anterior, no sé quién dijo que, en muchas ocasiones, los álbumes de valores exhibían problemáticas sociales de gran calado, que mostraban al lector realidades incómodas. Gracias a esto me surgió la pregunta ¿Es lo mismo un libro de valores que un libro de denuncia social?  Bajo mi punto de vista hay muchos libros de denuncia social que generan preguntas e invitan a que el lector construya sus propias respuestas. Libros como De noche en la calle de Angela Lago, La historia de Erika de Innocenti o La isla de Armin Greder exponen hechos y ofrecen un espacio abierto en el que se interpela al lector y propicia un debate en pro de un discurso personal. El problema es que muchos lectores siempre dirijan su discurso hacia los mismos e interesados derroteros y emerja una nueva pregunta: ¿Consideramos como libros de valores algunos que no lo son? Ese es el problema de la apropiación humanística indebida, la de la víscera.


Esto me llevó a otro interrogante: ¿Un libro de valores siempre produce un discurso dirigido? Es triste admitirlo, pero suele ser así. Libros que nos hablan de discriminación positiva hacia las mujeres, donde los negros siempre son las víctimas o en los que ser homosexual siempre es maravilloso, a mí, personalmente, me aportan poco. Lo plural no siempre va en una dirección, sino que establece redes humanas complejas en las que hay que columpiarse, que debemos conocer y, sobre todo, vivir. Algo que nos lleva a otra nueva mirada, la de ¿Los libros de valores ofrecen una visión simplista y/o reduccionista de los problemas humanos? 


Mientras se la responden, haré hincapié en un aspecto que surgió en aquella charla (y en otros muchos espacios) que apuntó a la idoneidad y éxito que estos álbumes tenían en otros contextos que no fueran el meramente infantil, como herramienta generatriz de diálogos en foros de adultos y jóvenes. En primer lugar hay que ser conscientes de que esta es una de las características que se adecuan a la vis de la literatura cross-over. En segundo lugar hay que considerar que esto puede deberse a que el anciano y el adolescente, más experimentados y con un bagaje vital mucho mayor, sean capaces de enriquecer las situaciones, generalmente unidireccionales, que se le ofrecen. Así tenemos dos nuevas preguntas con bastante chicha: ¿A quiénes están dirigidos los libros de valores? ¿Pretenden los libros de valores una desinfantilización de la infancia?


Por otro lado, también cabría plantearse ¿Por qué los álbumes de valores deben ser inofensivos? No tiene ni pies ni cabeza que la literatura no genere un conflicto, bien personal, bien social. De hecho es lo que caracteriza a las manifestaciones artísticas,  ser el germen de un pensamiento humanístico que abogue por el crecimiento intelectual en base a una experiencia estética donde la violencia, la muerte, la guerra o el duelo estén presentes como un vehículo de conocimiento más. Una idea que ejemplifiqué con De cómo Fabián acabó con la guerra de Vaugelade.


Asimismo podríamos plantearnos ¿Son paraliterarios estos álbumes de valores? Una cuasi-penúltima pregunta que surge a tenor de la clara orientación comercial que la industria editorial confiere a unos productos en los que buenismo, ilustraciones edulcoradas y otros recursos de lo inerte, se dirigen a engordar las ventas gracias a los docentes comprometidos, los aspirantes a progres y otros salvadores de la humanidad.


Quizá plantearse todas estas preguntas les haya llevado a convertirse en detractores de los álbumes de valores, pero lo cierto es que, volviendo a la primera pregunta, los álbumes de valores también valen por otras características que no tienen nada que ver con el discurso moralista, sino que tienen más que ver con la estética, la propuesta gráfica, el discurso humorístico, el estilo o el formato, valores que hacen de libros como El libro de los cerdos de Browne, Flicts de Ziraldo o Pequeño azul y pequeño amarillo de Leo Lionni, libros extraordinarios que me invitan a hacerme dos últimas preguntas ¿Se valoran adecuadamente a los libros de valores? ¿Hay álbumes de valores buenos y álbumes de valores malos?



miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿Libros de emociones o emociones en los libros?


Después de que Arianna Squilloni desencadenara en feisbuq un amplio debate sobre los libros de emociones, y leer todas las aportaciones que unos y otros han hecho al respecto, he creído necesario subirme al carro y aportar mi pequeño grano de arena a la polvareda levantada (me apunto a un bombardeo, que es lo mío).
Aunque para meterse en harina pueden echar un vistazo AQUÍ, les pongo sobreaviso de que no se dijeron muchas lindezas sobre estos libros “emocionales”, unos títulos bastante denostados dentro del universo de los entendidos en LIJ, pero que tienen bastante chicha en el mundo exterior y consumista (hay que fomentar la polémica)...
En primer lugar me gustaría buscar cierta similitud entre los cuentos clásicos (echen mano de Perrault, Grimm o Andersen) y estos libros... Sabemos que los cuentos, primero en su concepción oral y posteriormente en su formato impreso, son meras parábolas con ciertas connotaciones didácticas (perdónenme si uso “didáctica” y “pedagogía” indistintamente), algo parecido a lo que sucede con estos libros (básicamente, entiéndanme...). Las verdaderas diferencias vienen cuando denotamos que los cuentos de hadas, aunque siempre incluyen la fantasía como atractivo, hacen referencia al mundo real en todos sus aspectos, no sólo en el inofensivo, sino en el más cruel y veraz (se alejan del proteccionismo y vomitan la vida de una manera más tangible..., para ilustrarles sobre esto se me ocurre citar Historia de una madre de Andersen, aunque pueden echar mano de cualquier otro), mientras que los libros sobre emociones, edulcoran y ablandan la realidad. La pluralidad también es una característica intrínseca a los cuentos, es decir, no parcelan las emociones, no las clasifican, ni tampoco las meten en cajitas, algo que sí sucede con los segundos: encasillan y fomentan el hermetismo. Para terminar con los cuentos, cabe decir que las narraciones clásicas son eminentemente expositivas y dejan a merced del lector la capacidad de sentir, valorar y elegir sus propias emociones, nunca las encorsetan y moldean, algo que ocurre con este tipo de productos/parábolas “emocionales” modernas.


Todo lo anterior me lleva a una serie de preguntas... ¿El mensaje literario es extrínseco, intrínseco o de carácter ambiguo? ¿La literatura infantil debe ser cruel o suavizada? ¿La literatura infantil tiene que ser clara o enrevesada? ¿Medimos una obra literaria infantil por su capacidad críptica o por sus niveles de interpretación literaria? ¿La literatura infantil necesita al adulto como vehículo para ser comprendida?... Mientras buscan las respuestas (si quieren, nadie les obliga), me gustaría hacer referencia a todo lo que rodea a estos libros, a su entorno, para comprender un poco la respuesta social a este producto de las últimas décadas.


Son muchos factores los que han propiciado la proliferación de estos libros dentro del mercado... En primer lugar hay que apuntar a las editoriales del ramo, unas que, en realidad, tienen gran parte de responsabilidad por haber creado un ¿libro? confuso y pensado para sociedades en las que, como la nuestra, la llamada inteligencia emocional está tan de moda, es una constante (les recuerdo que todos los productos nacen de una necesidad personal o social). Si a ello unimos que la venta de estos títulos (comparada con la de otros) es bastante suculenta, el negocio tendrá vigencia durante un buen tiempo (primera razón para no cabrearse...).


En segundo lugar tenemos a los autores... Dada la gran cantidad de escritores e ilustradores que necesitan pagar su facturas y echarse algo sólido a la boca, son muchos los que se prestan a desarrollar historias en las que priman los sentimientos, las emociones y, porqué no, la autoayuda (la literatura infantil poco difiere de la adulta, una en la que se venden toneladas de novela romántica y libros de Jorge Bucay). Así que, mientras los editores pidan, y los autores cobren tan poco y no tengan una libertad monetaria para desarrollar proyectos interesantes, ahí tenemos la segunda razón para no torcer el morro.
En tercer lugar tenemos a los padres... En una sociedad como la de hoy día en la que los ritmos de vida y la emancipación de la mujer (cosa que me parece necesaria y maravillosa, pero que tiene sus consecuencias), obligan a criar a la prole a distancia, está bien disponer de herramientas que sirvan para inculcar en los hijos una serie de valores que deberían aprender en sus casas, entre sus amigos y familiares. Así que muchos progenitores piensan: “¡Qué mejor herramienta que un libro! ¡Un libro nunca falla!” Craso error si tenemos en cuenta que no siempre todo lo que tenga que ver con la letra impresa es pura sabiduría. También tengo en mente que, muchas veces, los padres compran este tipo de libros para ayudarse a sí mismos, en vez de sacrificarse por entender el mundo y, de paso, empujar a que sus hijos también lo hagan (son más cínicos que yo...).


Mención aparte (dentro de esta contextualización y con mucha relación con los padres) merecen los maestros, esas personas sobre las que, cada vez más, las familias (por no decir la ciudadanía) delegan su papel educativo, otro error bastante frecuente ya que, a pesar de ser una profesión vocacional, no deja de ser un trabajo, una labor remunerada, en la que ejercen como intermediarios entre el Estado, los padres y los alumnos. Por otro lado hay que apuntar a los vicios que los profesionales de la enseñanza tenemos, entre los que destaca el utilitarismo, y más concretamente, el de la Literatura (algo a lo que han contribuido numerosos sectores de la animación y didáctica lectora como pueden ser el gremio de los bibliotecarios, los estudios universitarios o las secciones del libro de las distintas comunidades autónomas), lo que en muchas ocasiones nos lleva a usar la LIJ en un beneficio propio (como ejemplo pondría las ocasiones en las que he usado en clase El árbol de la vida de Peter Sís para contextualizar las teorías evolutivas) y no en un beneficio ajeno: el del lector (el gran fallo de los planes lectores educativos y al que siempre he apuntado desde aquí). Nadie es perfecto, aunque he de admitir que podríamos hacerlo mejor...
En este punto, me gustaría anotar una curiosidad: Si lo pensamos bien, en muchos casos, el docente traduce el libro de emociones/valores a sus discípulos como un mero libro informativo o de conocimientos (con un contenido más pedagógico se podría decir), lo que me induce a pensar que se podrían catalogar dentro de este grupo (N.B.: Ana Garralón, podría dar su visión sobre esto y aportar más luz al asunto ya que ella es la que controla este género).


Dejando a un lado a las personas físicas, hay que hablar de manera más global y señalar la decadencia general del sistema educativo (que no va a solucionar ni Dios), del paternalismo de Estado (que ha conllevado el integrar la “competencia emocional” en las leyes educativas de los últimos veinte años o crear asignaturas como “Educación para la ciudadanía” o “Valores éticos”), del constructivismo que llena todas las parcelas de la Escuela (estoy hasta las pelotas de que todo el mundo se dedique al descubrimiento dirigido, cuando hay cosas, como la tabla periódica, que sólo se aprenden a base de codos), o del entronizamiento del libro de texto (¡Quemen esos dichosos libros y hablen, lean y escriban!).


Para terminar y como guiño y defensa a todos esos autores e ilustradores que se dedican a los libros de valores/emociones, les pregunto: ¿Por qué no estamos hartos de los libros humorísticos o de los libros "sinsentido", y sí criticamos profundamente estos libros? Somos demasiado reduccionistas y, a pesar de que la libertad debe envolver la elección literaria, nos empeñamos en imponer criterios que muchas veces no son del agrado de otros (aunque lo hagamos con la buena fe de crear lectores competentes). Seguramente si dijera que la Carmen de Bizet es una mierda porque su protagonista es un putón verbenero, muchos morderían mi yugular sin piedad porque difiero de su pensamiento, pero esto no consiste en impartir dogma, sino en diversificar, enseñar a los mediadores a ofrecer un amplio abanico de posibilidades y abrir la mente sobre libros que tienen un valor más amplio que otros.
En fin, que muchas veces pienso que maldecimos porque sí, que maldecimos porque somos humanos.