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lunes, 28 de octubre de 2024

Entretenimientos caseros


Se avecina una semana pasada por agua. Parece que el otoño ha hecho acto de presencia y esa vidilla que tienen las calles menguará considerablemente. Tocará pasar más tiempo en casa, aunque los gambiteros como yo prefiramos estar todo el día en la calle.
Reconozco que no soy una persona muy casera y adoro el cancaneo, más todavía desde que la pandemia nos obligó a recluirnos en nuestros hogares durante largo tiempo. No obstante y de vez en cuando, no viene mal una temporada de tranquilidad bajo techo, que a veces se acumulan las tareas y hay que darle una vuelta a la cueva.


De entre las muchas cosas que se pueden hacer entre cuatro paredes, tengo mis favoritas, por ejemplo dibujar. Pongo un poco de música, cojo el cuaderno y el lápiz y dejo que pasen las horas mientras me dejo guiar por alguna estampa de mi agrado. También me gusta cocinar, sobre todo cosas elaboradas. Empanada, croquetas, guisados, algún postre con enjundia. Y, aunque parezca raro, planchar. Me relaja bastante y me permite reflexionar sobre cuestiones en las que la mayoría de las veces no suelo detenerme.
Otras veces, me dedico a la procrastinación. De esta manera, me dejo sorprender por cualquier cosa. Quizá un calcetín, una baraja de cartas, mi colección de monigotes o una planta un poco mustia. A modo de interruptor, enciende mi inventiva y comienzo a idear algún tipo de actividad. Curioseo, profundizo, ordeno… Nuevas formas de invertir mi tiempo en esa productividad que nunca sabes dónde te va a llevar.


En esto deben haberse inspirado Gustavo Puerta Leise y Elena Odriozola para su libro Lecciones de cosas. Con el subtítulo Un universo de andar por casa, esta pareja tan LIJera, además de aportar un nuevo libro a Ediciones Modernas El Embudo, se lanzan a la piscina de ese universo mínimo que nos rodea.
Haciendo un pequeño tributo a aquellos manuales escolares que a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, se publicaron gracias a las nuevas tendencias de renovación pedagógica que tomaban al niño como protagonista indiscutible del entorno y le empujaban a conocer el mundo desde la observación y experimentación, estas nuevas “lecciones de cosas” prescinden de animales, plantas o ciudades para centrarse en los objetos cotidianos que nos rodean a todos.


El botón, la pelota, el dado, la hucha o el matamoscas son el punto de partida para entretener a cualquiera desde diferentes puntos de vista que abarcan la historia, la música, el arte, la literatura, la tecnología o las ciencias naturales. Un compendio de saberes que, sin olvidar el humor infantil y un lenguaje cercano aunque nada simplón (cosa que se agradece en estos tiempos que corren), se desborda ante los críos de cierta edad.


Ilustraciones llenas de diagramas explicativos, infografías, muestrarios y colecciones donde el blanco y negro y el color naranja son los protagonistas, se van alternando en las más de 120 páginas que conforman un libro que, además de entretener al lector, le invita a escribir, dibujar, investigar, jugar e imaginar en su particular universo, aunque este sea pequeño.

martes, 30 de mayo de 2023

¡Vivan los títeres!


Hurgando en esta casa de monstruos me acabo de dar cuenta de que nunca les he dicho que me encantan los títeres, las marionetas. Desde bien pequeño, me dejaban embobado. Recuerdo cuando, de niño, iba a la feria y era capaz de ver varios días seguidos la misma función. Una y otra vez. No me cansaba.
Mi programa favorito de la parrilla televisiva era Fraguel Rock, una fantasía creada por Jim Henson donde las marionetas eran las protagonistas. También estaban las de Barrio Sésamo, la bruja Avería y los electroduendes o el Topo Gigio, pero como los Fraguel, ninguno.


Mis padres estaban metidos en todos los fregaos culturales de entonces y conocían a gente que los hacía, como Pepe Otal, gran titiritero de origen albaceteño afincado en Barcelona. Y un servidor, que le gusta manipular e idear, se afanaba en trastear con ellos sin mucho éxito.
La cosa no se quedó ahí pues allá por los primeros años del nuevo milenio, pasé una temporada en la República Checa y aprendí técnicas sencillas con las que fabricar marionetas. Piñas, troncos, restos de madera y un poco de alambre eran suficientes para darle vida a personajes que engatusaran a cualquiera.


Todavía no entiendo cómo algunos sufren la llamada pupafobia o miedo a los títeres. Lo único que me falta es regalarme un fin de semana en el Titirimundi segoviano, la mayor fiesta de marionetas de España y a la que acuden las mejores compañías del mundo para deleitar a pequeños y grandes con este arte.


¿Y a ustedes? ¿Les gustan? Seguro que sí. Por eso Ediciones Modernas El Embudo nos alegra esta primavera tardía con Hagamos títeres de cachiporra. De cómo Cristobita con destreza, no deja títere con cabeza. Un título muy largo para un libro muy necesario en el panorama de la llamada literatura Infantil y escrito por Rodorín, nombre artístico de José Antonio López Parreño, todo un monstruo en esto de aunar los títeres y la narración oral.


Acompañado por las fotografías de Perdinande Sancho y las ilustraciones de Elena Odriozola, el otrora maestro, nos sumerge en una de sus historias y de paso nos enreda en un libro a caballo entre la ficción y la no ficción, entre el manual temático y el álbum de conocimientos.


Nos habla de la cachiporra, de la lengüeta, de títeres allende nuestras fronteras, de cómo hacer nuestros propios títeres, con objetos cotidianos, servibles o inservibles, con mucha imaginación y destreza. Nos cuenta también como fabricar un teatrillo y planificar una obra sencilla.
Todo esto y mucho más desde un planteamiento práctico y muy lúdico del que nadie puede escapar. Una joya sin parangón, le pese a quien le pese.

lunes, 9 de enero de 2023

A base de leyendas


Yo no sé cómo la gente, a estas alturas de la vida, todavía no se ha dado cuenta de que los políticos viven a costa de sus respectivas leyendas. En este país donde el bipartidismo sigue siendo la lacra de una democracia insana, se hinchan a costa del relato. Que si unos son buenos, que si otros son malos. Una partida de ping-pong que legislatura tras legislatura sigue en tablas.
La izquierda se preocupa por la sanidad pública y por la educación, va a terminar con el cambio climático, con la violencia de género y el racismo, y va a repartir las riquezas equitativamente. La derecha nos trae bonanzas y trabajo, pone a raya a los nacionalismos, tiene en cuenta el estado de derecho y controla el gasto público.


En fin… Mientras José Mota, Antonio Resines y Ana Obregón se apuntan a la propaganda asalariados por el estado, ese que sirve a intereses partidistas en vez de a los ciudadanos, los que pagamos impuestos, nos ponemos enfermos viendo el resultado.
Ahora que se acerca una inevitable crisis económica, podremos asistir una vez más, a esa división de la sociedad que alimentan los mitos de la derecha y la izquierda, un teatrillo más para continuar con el juego de tronos en el que se ha convertido esta España nuestra desde hace siglos y que dista mucho de ser ese país que muchos creímos que podía ser.


Y así, con tanto cuento, lo mejor que podemos hacer es empezar la semana con Flor de leyendas, una compilación de relatos de Alejandro Casona. Aunque seguro que todos vosotros conocéis alguna edición de este clásico, la que se ha marcado Ediciones Modernas El Embudo es una locura de las buenas.
consiste en una reedición de la primera que se publicó allá por 1932 con once leyendas ilustradas por Francisco Rivero Gil. Como Alejandro Casona añadió tres nuevas leyendas en ediciones posteriores, los de El Embudo no querían que el libro de hoy quedara desprovisto de ellas y le propusieron a Elena Odriozola completar la labor ilustrada con un puñado de nuevas imágenes que siguieran la misma línea que las antiguas, pero al mismo tiempo fueran distinguibles de estas.


Así tenemos un señor libro formado por un corpus de catorce leyendas impresas a dos tintas (parda y hierba) que se acompañan de ilustraciones en color verde. Además, se añaden una serie de elementos que la enriquecen, como el epílogo que invita a los lectores a dramatizar estos relatos poniendo como ejemplo una obrita atribuida a Casona, un juego de adivinanzas (¿Sabrían decirme a qué aves pertenecen las siluetas? Si no lo saben encontrarán las pistas en casa leyenda) y la nota del editor que explica todo el proceso que se llevó a cabo para sacar a la luz este libro.


Sin lugar a dudas, una buena excusa para recuperar el legado de uno de los dramaturgos más importantes de la llamada Generación del 27, el director del teatro de las Misiones Pedagógicas que versionó estas leyendas clásicas para que el público infantil conociese un patrimonio cultural necesario a la hora de entender multitud de obras artísticas que han acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

lunes, 11 de octubre de 2021

El regreso del disco de vinilo


El disco de vinilo ha vuelto con fuerza. A pesar de que en los años 90 el CD desterrara al vinilo de las tiendas generalistas y las plataformas digitales on-line se hicieran con el cotarro musical en el nuevo milenio, el vinilo ha sobrevivido en tiendas especializadas. Y aunque les parezca un negocio más testimonial y romántico que otra cosa, siguen vendiendo esos grandes discos de plástico negro con dos caras llenas de surcos diminutos que necesitan de una aguja y una cápsula fonocaptora que vaya descodificando las vibraciones. De hecho desde el año 2015, la venta de discos de vinilo en Reino Unido se dobló en solo un año y ha ido aumentando tanto en países como EE.UU o Japón que está a pique de alcanzar al CD. ¿Por qué? He aquí algunas consideraciones que pueden arrojar algo de luz.


En primer lugar hemos de tener en cuenta el factor nostálgico y sentimental, uno que se acrecenta cuando la gente empieza a cumplir años. Y si además tenemos en cuenta que quiénes hoy día tienen poder adquisitivo son cuarentones en adelante, el sentimentalismo orientado al consumo hace el resto.
La segunda se basa en el coleccionismo, pues no hay que olvidarse de que muchas casas discográficas producen formatos diferentes. El CD y el disco de vinilo no tienen la misma imagen en la portada (suele ser mejor la del vinilo por el tamaño), algunos incluyen libretos enormes, varios discos… El vinilo tiene otro rollito, un aire más vintage que llama más la atención.


También tenemos un sonido diferente. Analógico y con imperfecciones, en el que una simple mota de polvo o una pequeña ralentización en el giro pueden modificar la canción que estamos escuchando. Una razón por la que muchos dj’s siguen utilizando este soporte para hacer sus mezclas y muchos melómanos con tiempo lo prefieren.
Por último me atrevería a hablar del carácter juguetón del vinilo, un disco al que hay alque darle la vuelta (¡Lo que corríamos mi hermana y yo para ver quién era el primero!), al que hay que poner a la velocidad adecuada (no es lo mismo el de 33 rpm que el de 45 rpm) y al que frecuentemente hay que limpiar -junto con la aguja del tocadiscos. Rituales muy necesarios en el universo de lo fácil.


Y así llegamos al disco que acaban de sacar Ediciones Modernas El Embudo para engordar su colección ¿Te suena? durante este septiembre. Un sencillo en tapa blanda que incluye dos canciones ilustradas, en la cara A El manisero y en la B, Un elefante se balanceaba.
Es así como remasterizan El manisero, una composición del músico cubano Moisés Simons (cuya autoría sigue suscitando cierta polémica), y Un elefante se balanceaba, la coplilla que todo el mundo conoce y que forma parte del ideario infantil, para disfrute de todos esos niños que además de contar hasta doce, quieren pasarlo en grande.


Gracias a la historia que Elena Odriozola ha ideado para conectar ambos hits, la lectura se enriquece a base de aprendizaje (si no saben cómo teje una araña su tela, este es el libro), juegos de búsqueda y manipulación del objeto-libro (¿Quién dijo que no nos pudiéramos balancear sobre las palabras?). Todo ello aderezado de toques de humor -fíjense en las guardas- y técnicas digitales que recuerdan al grafismo de otros tiempos.
¡Ah! Y no se olviden de que la música corre de cuenta del lector, ¡que no todo lo iban a poner ellos!

lunes, 24 de mayo de 2021

De DANAs y ranas


El tiempo está tan loco que uno ya no sabe lo que va a encontrarse cuando sale de casa. Así me pasa… Me voy a tostarme a la orilla del mar después de tantos meses en este secarral, me pilla una DANA, y me veo rodeado de ranas en vez de alemanas. Ríanse, que no es para menos.
Y dirán ustedes que cómo es eso de las ranas. Pues les explico… Como sabrán, en la costa mediterránea, mi referencia playera y otros menesteres veraniegos, abundan arroyos, barrancos y ramblas, cauces de agua dulce estacionales que desembocan en el mar. Cuando llueve bastante, la fuerza del agua arrastra consigo todo lo que encuentra en su camino y la arena termina llena de batracios. Una pena, pues estos anfibios solo pueden vivir en agua dulce, ya que no están hechas para la elevada salinidad del mar. Es por ello que si las encuentran les harían un gran favor recogiéndolas para llevarlas a cualquier charca cercana.
Siempre me han llamado la atención, pues no son unos animales fáciles de observar, sobre todo porque se camuflan divinamente entre los juncos y las piedras, además de pegar unos saltos descomunales (de hasta ¡30 veces su propia longitud!), algo que se debe a unas patas traseras muy bien dotadas.
Aunque la mayoría de las especies de ranas se adscriben a zonas tropicales y subtropicales, se distribuyen por hábitats muy diferentes, e incluso pueden encontrarse en zonas con nieve y hielo (recuerden que son animales poiquilotermos, es decir, que no son capaces de regular su temperatura corporal y por tanto es muy parecida a la del medio). El estar por todas partes quizá se deba a que se alimentan de insectos (¿Conocen algún sitio sin moscas ni mosquitos?) que atrapan con su lengua, una que pueden lanzar muy rápido para cazarlas (¡hasta cinco veces más veloz que un parpadeos!).
Si bien es cierto que las ranas que estamos acostumbrados a ver suelen ser de colores verdosos y pardos, hay ranas con colores muy llamativos. Amarillas, azules o rojas, muchas de ellas tienen esos colores para avisar de que son peligrosas, pues producen toxinas en su piel que pueden producir la muerte, algo por lo que las tribus indígenas de zonas como el Amazonas las utilizan para envenenar sus flechas.
Grandes –las hay que pueden pasar casi 3 kilogramos- o pequeñas –de unos pocos milímetros-, brillantes o cornudas, todas las ranas pertenecen a los anfibios, nombre de un grupo de animales que significa “ambas vidas” y hace referencia a los estados de renacuajo y rana adulta que se pueden observar en su ciclo de vida gracias al proceso mágico de la metamorfosis.
Para terminar decirles que si oyen croar a las ranas durante las noches de verano, deben saber que son los machos llamando la atención de las hembras, mucho más tímidas, nada que ver con la protagonista del libro de hoy, uno que seguro que todos conocen gracias a la canción popular en la que se inspira. Cu cú cantaba la rana es otra de esas coplilla populares que Elena Odriozola y Ediciones Modernas El Embudo rescatan para dicha de muchos monstruos, jóvenes y no tan jóvenes, que necesitan decirle al mundo que siguen siendo niños.
En esta ocasión, la premio nacional de ilustración acompaña la archiconocida melodía con una historia paralela en la que una niña juega con los personajes de madera creando las diferentes escenas que se van narrando en la letra de la canción. Además, este teatrillo de papel, incorpora un juego de adivinanzas y observación para el lector, ya que va presentando las siluetas de dichos personajes, pero no desvela cómo son, lo que favorece la observación y la anticipación del espectador.
Si a todo esto añadimos unas guardas con una propuesta lingüística muy plural, el librillo es redondo, ya que además de incorporar nuevas voces al clásico, desborda la imaginación y ayuda a la conservación del patrimonio inmaterial de la infancia.
Y si quieren verlo por dentro visiten el perfil de los monstruos en Instagram.

lunes, 2 de noviembre de 2020

De lo auténtico y lo humano


Tras un fin de semana plagado de sinsabores y mucha reflexión, llegó el momento de destripar Veneno, la serie de moda. Sí, señores, a pesar de mis reticencias iniciales, me la he zampado con torreznos y, después de asentar los sabores percibidos, me hallo preparado para la crítica. 
En primer lugar, y a pesar de toda la cera que le han dado, decir que para mí es un biopic más, un telefilme de temática a la española que visibiliza gran parte de la vida de Cristina Ortiz, La Veneno, personaje público y famosa colaboradora televisiva de los años 90. Por supuesto que la fórmula es resultona y, a base de morbo y drama (recursos narrativos muy manidos en estas producciones), logra atrapar al espectador y pasamos el rato. Se podrían destacar montaje, fotografía, casting y alguna interpretación, pero de ahí a equipararla con alegatos maravillosos del transgénero como Hedwig and the Angry Inch, Paris Is Burning, I Hate New York, Transamerica, Una chica maravillosa, Boys Don't Cry o Girl, hay un trecho. 


En segundo lugar me llama mucho la atención su mensaje empobrecido y homo-normativo, uno que se dirige a un público potencial donde la autocompasión, el victimismo y la idolatría siempre funcionan. Por si esto fuera poco, los Javis, expertos en el reduccionismo discursivo y el sentimentalismo pedagógico, se ceban en lanzarnos pedos de colores (ni Mr. Wonderful...) sobre lo bella (pero triste) que es la vida; vendernos una moto que interesa en tiempos de libertad políticamente correcta (¿Será eso libertad?) y hacerle el trabajo mediático a los de turno. 


Por último, lo más peliagudo. A excepción del reconocimiento público, es una serie que no hace justicia a la persona de Cristina La Veneno. Reduce a cenizas una idiosincrasia controvertida, paradójica y draconiana que, lejos de erigirse sobre su propia complejidad (ella era un monstruo extraordinario), solo sabe eliminar todo un trasfondo de capas narrativas en pro de cierto deje lacrimógeno y barriobajero que le hacen flaco favor a su recuerdo. 
A veces me pregunto si lo auténtico, como dice el vulgo, tiene que ver con ser diferente o, sin embargo, ser más humano que el resto. Quizá no consiste en decir o hacer lo que te dé la gana (que también), sino en sentirse libre, lejos de ismos y otras prebendas, en construir un universo propio que pueda hacerse extensivo a cualquiera sea este enano, cayetana o estrella del rock. Porque la humanidad, lejos de toda mitología, siempre queda. 


Y si no encuentran ejemplos, les presto los de ¡Así soy yo! (Ediciones Modernas El Embudo), un compendio de reflexiones infantiles de la mano de Pía y su madre, Juliana Salcedo, que, a pesar de nacer de lo absurdo, son tan genuinas, como explosivas (dan para una buena sesión de filosofía básica). Porque el ir y el devenir no beben de lo evidente, sino más bien de leer entre líneas, algo que también marcó la leyenda de la gran Cristina...

jueves, 18 de junio de 2020

De mocos y mascarillas



Gel desinfectante, alcohol y lejía por un tubo, pantallas de protección, guantes de nitrilo… Si a los take-away, el comercio electrónico y los grandes grupos farmacéuticos, sumamos la industria química y de la higiene, ya están todos los que  están haciendo el agosto con esta crisis virulenta (Y lo que te rondaré, morena).
No se nos deben olvidar las omnipresentes mascarillas, un artículo que va encaminado a acabar con nuestro cutis, nuestras fosas nasales, nuestra capacidad pulmonar y nuestra visibilidad (Cuando alguien muera atropellado ya se inventarán algo para que no se empañen las gafas…).


Dirán que exagero, pero a pesar de su efectividad (todavía sería mayor si se hubiera obligado su uso antes y durante la pandemia) lo de la mascarilla es un guarreo, sobre todo cuando se reutilizan más de lo debido (consecuencias de un gasto más que debemos acometer de nuestro bolsillo en una época de inflación y sinvergoncerío brutal).
Fíjense hasta donde llega la insalubridad de las mascarillas que el otro día la Inma sufrió una infección nasal casi apocalíptica que la llevó hasta urgencias con media cara hecha un cuadro picassiano. Antibióticos por un tubo y cuidadito con el uso de la mascarilla fueron las recomendaciones del otorrino.  


No es de extrañar pues la mascarilla es un nido de mierda que hay que sanear con regularidad (por eso el gobierno alemán le ha dado el visto bueno a las de tela, que con un poco de lejía y lavadora, van). Piel muerta, gérmenes, polen y mucha miseria van impregnando los tejidos del bozal y ya la tenemos liá.
Y es que no olvidemos que nuestro cuerpo, muy sabio, se dedica a fabricar secreciones de naturaleza acuosa para amalgamar todo tipo de bichos y sustancias nocivas y expulsarlas al exterior. Saliva, sudor y sobre todo mocos se dedican a eliminar las guarrerías que nos invaden y de paso luchar contra la sequedad del medio aéreo al que nos hemos adaptado a lo largo de los millones de años.


Ya saben, no menosprecien a los mocos, que además de desempeñar una labor la mar de importante, tienen funciones más lúdicas, algo que me lleva hasta un pequeño álbum de Elena Odriozola que se basa en Yo tengo un moco, una coplilla infantil de toda la vida en torno a la que muchos se han iniciado en esto del universo de la rima.
Sin obviar una retahíla que a modo de disco rayado invita al acercamiento sinfónico y verbal de las palabras, hay que llamar la atención sobre otros aspectos de este libro publicado por Ediciones Modernas El Embudo, un álbum que se compone de una secuencia de imágenes en las que una serie de personajes se dedican a entretenerse con un moco.
Así y desde su posición privilegiada, el lector-espectador se dedica al voyerismo más divertido, uno que divierte y avergüenza a partes iguales, pues se identifica con cada una de las ilustraciones al tiempo que activa el resorte de lo escatológico. Ver como otros juguetean con ese material verdoso y plástico que se halla en las profundidades de los orificios nasales, además de asqueroso, tiene su lección de vida.
Si a todo esto añadimos que poniendo nuestro pulgar en la esquina inferior derecha y dejamos pasar las páginas rápidamente, el libro se transforma en una suerte de cine de dedo que añade valor a la idea primigenia, el resultado es cuasi-perfecto.
Feliz jueves y recuerden que ¡para sonarse los mocos hay que quitarse la mascarilla!

miércoles, 3 de junio de 2020

De punta en blanco


Por si tienen memoria de pez, les recuerdo que hemos pasado los tres últimos meses en chándal. Incluso los hay que no tienen ningún pudor en confesar que de chándal nada y que el pijama ha sido su mayor aliado. Sólo el Alfon se ha encasquetado sus mejores galas para asomarse a la terraza y esperar a que le cagara algún pájaro. No sé si lo habrá conseguido pero a él solo le importa lucir tan divino como siempre.



Mirando el lado positivo, además de evitar el desgaste de nuestros mejores outfits, hemos ahorrado mucha agua, bastante detergente, una gran cantidad de electricidad (que la lavadora no centrifuga sola) y algo de plancha (que yo soy de esos).
Por quienes más lo siento es por todos aquellos que se han dedicado a las compras on-line, sobre todo si se han decantado por las prendas de entretiempo, ya que además de la consecuente desactualización, deberán esperar todo un año para sacarles el provecho (si es que se atreven a exhibirlas entonces). 
Tampoco se nos pueden olvidar las lorzas, unas que a golpe de aperitivos han ido ensanchando nuestra anatomía, encogiendo los pantalones, y acabando con la autoestima (¡Como si no tuviéramos bastante!). Lo único que puedo recomendarles es que acudan a su establecimiento de confianza y renueven el fondo de armario. 


Y con tanto hato y trapo hoy me paseo vestido con un librito bien simpático de Elena Odriozola y Ediciones Modernas El Embudo. Ya sé vestirme sola es uno de esos álbumes que tiene un poco de todo y que logran encandilar a cualquiera. Empezando por el tacto del papel y terminando por la encuadernación (cierto encanto artesanal), este libro dirigido en principio a pre-lectores y primeros lectores (me lo tomaré como un cumplido porque lo que es a mí, me ha encantado) nos presenta una historia cotidiana en la que una niña aprende a vestirse.
Echando mano del mismo marco espacial (una habitación con un armario abierto, la niña protagonista y un rincón con ventana donde descansa un perro), se plantea un pequeño juego de adivinanzas en el que descubrir dónde va puesta cada prenda de vestir gracias a sus páginas desplegables es otro acicate para la lectura individual o compartida (eso de abrir el doblez tiene algo mágico, más todavía si le imprimimos misterio).


Con un lenguaje económico pero muy acertado, la autora nos presenta un momento cotidiano de autoaprendizaje que se va enriqueciendo con pequeños detalles (¿Se han fijado en cómo se mueven las nubes a través de la ventana? ¿En quién las habita?) que despiertan el interés por la yuxtaposición de palabras e imágenes. En definitiva, un libro redondo y bien trabajado del que cualquiera puede echar mano si decide ponerse de punta en blanco. ¡Que ya va tocando!