Cuando sufrimos algún revés, los seres humanos jugamos a las condicionales, esa especie de arrepentimiento lingüístico que nos hace volar al futuro dependiendo de la conveniencia y nuestros deseos. Un ejercicio la mar de terapéutico que nos permite transformar de manera momentánea ese presente que nos lacera.
Las palabras nos consuelan cuando nos aventuramos a imaginar acontecimientos como si de una bola de cristal se tratase. Nos convertimos en profetas que, haciendo uso de las artes adivinatorias, proyectan anhelos utilizando el pasado. Hay mucha magia en lo probable, lo imposible o lo irreal. Nos permite ser lo que siempre hemos querido ser o lo que nunca seremos.
Lo peor de las condicionales viene con el arrepentimiento, esa larva que te carcome hasta cotas insospechadas. La culpa se mete en nuestras venas y se hace insoportable. Una decisión fortuita, una carambola del destino, una obligación inamovible.
Pese a ello, tenemos que pensar que no todo depende de nuestras decisiones, que siempre hay un resquicio para el azar y que, por mucho que queramos, no podemos controlar el sino a nuestro antojo. La vida es una mera casualidad, como esa enorme tormenta que se cernió sobre Valencia los días pasados y tantos destrozos y tragedias personales ha ocasionado.
Lejos de la tristeza que suponen las pérdidas, demos la vuelta a las suposiciones verbales y pongámoslas en positivo. Dibujemos un panorama tan extraño, como estrambótico. Busquemos la belleza y guiemos nuestros esfuerzos en construir un escenario esperanzador.
Hagamos como el protagonista de Y si Nono… el libro de Inbar Heller Algazi que acaba de publicar Litera, una de esas editoriales valencianas que se ha visto tremendamente afectada por este infierno de la gota fría y a la que desde aquí mando mucho cariño y fuerza.
Nono, el protagonista de este libro, ha sufrido un percance muy extraño: se le ha quedado pillado el dedo en la línea de separación de la doble página. Esta es la situación que sirve como interruptor a toda una serie de conjeturas en el caso de que no logre escapar. Si sigue anclado en ese lugar, habrá que llevarle un juego para que se entretenga, también comida para que no muera de inanición, una tienda de campaña para que se resguarde durante la noche o un abrigo para hacerle frente al frío. ¿Qué pasará? ¿Conseguirá liberar su dedo?
El objeto libro juega un papel importante en este pequeño sketch que nos plantea una comedia de situación bastante surrealista, que al mismo tiempo nos permite participar de ella. Al principio, todo parece bastante probable, pero conforme pasamos las páginas, una especie de locura predictiva se desata y se apodera del libro, provocando que todo nos parezca demasiado hiperbólico y disparatado (al fin y al cabo, es lo que muchas veces suele pasar).
Con esos conejos como personajes secundarios que colaboran silenciosamente en la acción con detalles muy graciosos (fíjense en sus bigotes o en la postura del muñeco de nieve) y elementos técnicos como la alternancia de colores en los fondos, encontramos una excusa estupenda para dejar volar nuestra imaginación junto a la de Nono, y así resurgir del lodo.
Con unos cuantos años sobre la espalda, permítanme que desconfíe de todo lo que veo, oigo, palpo y hasta siento. No tiene nada que ver con un fallo sensorial (todavía mantengo mi organismo dentro de unos estándares medianamente aceptables), ni tampoco con un trauma de niñez. Más bien se trata de un entorno lleno de apariencias que nos asola la percepción. Un juego que trasciende lo creíble y se sirve de artefactos para difuminar las fronteras entre el ser y el parecer. Y así pasa, que esto parece el mundo al revés.
Pensamos que los ricos son más pobres que las ratas, mientras los miserables tienen más cuartos que pesan. Los feotes lucen bien atractivos en Instagram, los guapos de verdad pasan desapercibidos y los atractivos deslucimos lo que no está escrito. Los influencers no saben de nada pero dan lecciones de todo, y los que se pasan la vida estudiando viven entre sombras y flexos esperando que alguien les pregunte. El ciudadano es una marioneta al servicio de las urnas y el político es un parásito mediático.
No se empeñen, hoy debemos cuestionarnos todo más que nunca. En un terreno donde el postureo y el artificio campa a sus anchas, y los farsantes nacen como setas en mitad de una muchedumbre ignorante e imprecisa gobernada por la impostura y la ideología, cabe hacerse muchas preguntas.
Bucear entre la información contrastada y fidedigna, obviar la morralla y la inconsistencia y aferrarse a la actitud crítica, es la única vía para acercarse a la objetividad y la clarividencia.
Las mentiras emotivas, las preverdades, las fake news, las medias verdades o la posverdad son instrumentos se encuentran más vivos que nunca un relato social que gira en torno a intereses sentimentales, comerciales o políticos, y abandona lo literario, un ámbito donde sí es lícito a la hora de urdir tramas y constructos ficcionales que nos diviertan y entretengan.
Algo que sucede en obras como el ¡Oh! de Josse Goffin, el álbum que regresa a las librerías por enésima vez gracias a la editorial Kalandraka y que hace las delicias de todo el que se acerque a disfrutar de sus juegos visuales.
Una vez más nos topamos con un objeto-libro que nos invita a desplegar las páginas y establecer sinergias. Constatar que detrás de cada objeto cotidiano se encuentra un universo onírico, donde realidad y fantasía conviven. Cada imagen es un eslabón de una cadena que articula una historia (algunos dirían que circular) donde las referencias prescritas en el ideario colectivo se rompen y construyen una y otra vez.
Sin más palabras que las del título, el autor belga nos invita a zambullirnos en esta historia que busca escritor, a disfrutar de lo que parece pero no es, una caja de sorpresas, en apariencia simple, en la que conviven peces, pinzas de la ropa o tazas junto a personajes disparatados y coloristas que disparan la inventiva del espectador.
Un libro de adivinanzas que ha cumplido las tres décadas pero sigue habitando entre nosotros como claro homenaje a las manzanas verdes de René Magritte y la famosa pipa que no es una pipa. Recomendadísimo en este época de engaños visuales.
P.S.: Y del mismo autor ya les reseñaré ¡Ah!, que esa es otra historia...
El mundo se está poniendo cada vez más peligroso y nos
pasamos el día temiendo lo que nos pueda ocurrir. Ladrones, asesinos,
violadores, terroristas, narcotraficantes, estafadores, chantajistas,
pederastas, políticos… La verdad es que no es para menos, más todavía si
tenemos en cuenta que somos todos unos pobres a quienes la justicia protege más
bien poco (la justicia es para quien la paga, sobre todo bajo cuerda, cada vez
lo tengo más claro).
Esta especie de psicosis ha traído consigo un enaltecimiento
de la seguridad ciudadana que sólo propicia el enriquecimiento de las empresas
de vigilancia (¡Que se lo digan a mis vecinos que han puesto cámaras por toda
la finca!) y la manipulación de los políticos y multinacionales sobre la
población (Estoy hasta las narices de las cookies, de las redes sociales, de
las compañías telefónicas y de la ley de protección de datos. Todo se resume en
lo mismo: si no firmas, no hay servicio).
Nadie se fía de nadie. Todo está sujeto a las leyes del
soslayo y el bisbiseo, de la mala fama y, sobre todo, de la imaginación. Que
sí, que sí, que yo soy un confiado, que siempre pienso bien de la gente, pero
siempre he pensado que la aventura está bien dentro de unos límites, de la
cautela, que nadie es tan bueno ni tan malo, que a veces hay que correr riesgos
(tampoco meterse en la boca del lobo, pero sí olvidarse de apariencias y
primeras impresiones) y que me encanta llevarme sorpresas -buenas, claro está-.
Estaba yo en estas cuando llega a la redacción de este blog
un libro con el que me había topado en Londres este verano, El muro en mitad del libro de Jon Agee y
editado por La casita roja en nuestro país. Me alegro sobremanera porque es un
libro con mucha chicha, de los que nos gustan a los monstruos. Nos cuenta la
historia de un pequeño caballero, de esos que va ataviado con armadura y que se
monta su propia película frente a un muro: al otro lado sólo hay peligros y
prefiere su zona de confort.
De esta manera empieza una narración que se basa en un
recurso sencillo, una pared de ladrillos que el autor construye en la frontera de
la doble página y que divide la escena en dos espacios/tiempos que a veces se
complementan y otras echan mano de la disyunción. De esta manera, el lector, al
identificarse con el protagonista, también se convierte en actor de una
historia que invita a aparcar los prejuicios y adentrarse en el bosque, pero al
mismo tiempo también es capaz de observar lo que el protagonista no ve, creando
así un discurso complejo que invita a la reflexión.
Si a todo lo anterior unimos una caracterización exquisita
de los personajes (en cierto modo me recuerda al trabajo de Jon Klassen o Peter
Brown), las pinceladas de humor y detalles peritextuales como unas guardas que
funcionan como prólogo y epílogo, este álbum está más que recomendado.
Este verano, aparte de viajar, comer, dormir y disfrutar, he
leído bastante. Mi objetivo era ponerme al día con algunos clásicos de la
literatura universal (que la llaman) pero al final fui a la biblioteca y me
perdí entre otro tipo de lecturas. El caso era entretenerse en los tiempos
muertos, pues entre juergas y otros menesteres, no tenía yo la cabeza para
mucho decoro intelectual.
Hay libros que necesitan calma chicha, otros, bicarbonato.
Hay libros que no necesitan nada (sólo cerrarlos). Algunos necesitan mucha
resignación (Ya saben ustedes de mi crisis con El tambor de hojalata), otros de un buen trago (¿Han leído alguna
vez borrachos? Me encantaría conocer algo de esas lecturas ebrias, ¡anímense en
los comentarios!). También tenemos libros que son un tedio o un paseo (¿Sobre
la llanura, a la orilla de la playa, o cuesta arriba? Especifiquemos).
Lecturas de silencio, de bullicio o de bolsillo, todas
necesitan de los mismos gestos. A saber… Coja usted el libro con las dos manos,
apóyelo sobre su lomo y deslice la tapa delantera hacia la izquierda (si es
manga hacia la derecha) y, tras descodificar los signos que ante usted se desvelan,
pase la página en el mismo sentido que la tapa. Así hasta el final. ¿Lo pilla? Espero
que sí. Y no se preocupe si tiene dudas, hoy le traigo un libro que se lo
dejará muy claro.
¿Cómo se lee un libro?
con texto de Daniel Fehr, ilustraciones de Maurizio A. C. Quarello y editado en
castellano por Océano Travesía, nos presenta una de esas historias
metaliterarias con cierta enjundia, no sólo porque es un libro interactivo
(algunos gustan de llamarlo libro-juego, que también puede ser), sino porque
ahonda en la necesidad de reconocer el objeto libro, de experimentar con él y
familiarizarse con su forma y posición utilizando para ello un sinfín de
perspectivas de las imágenes que configuran la narración.
La historia parte de una llamada de atención que un par de
niños hacen al lector-espectador. Necesitan de su ayuda para seguir con vida,
interpelan su colaboración. Conforme pasamos las páginas aparecen más
personajes que nos resultan conocidos (una bruja, una ballena…) que aportan más
dinamismo a una narración que no deja de ser un desastre monumental con el que
desternillarse.
Como es un libro que deben tener en sus manos (seguro que
les roba una sonrisa), no les voy a desvelar el final. Creo que con esta
pequeña reseña es suficiente para animarles a participar de la fiesta. ¡Ah! Y
si se dedican a esto de la animación a la lectura, no duden en incluirlo a su
biblioteca, quizá les sea útil con pequeño y mayores (que hay algunos que
todavía no saben cómo se lee un libro).
Pese a que muchos exhiben
una reticencia manifiesta (y justificada a veces) sobre ciertas redes
sociales en las que prima la cultura audiovisual, léanse YouTube o
Instagram, un servidor quiere romper una lanza por estas plataformas
que tanto nos han ayudado a la hora de recomendar ciertos libros,
sobre todo aquellos que debido a su misma concepción, necesitamos
verlos en acción para comprender totalmente su contenido.
Esto es algo de lo que me
di cuenta la primera vez que me topé con los Cuentos infinitos
de Ediciones Tralarí, unos objetos que, debido a su naturaleza,
necesitan ser vistos para calar entre los mediadores de lectura y promuevan su
utilización en los diferentes ámbitos donde desarrollen sus actividades. Algo
similar sucedería con los libros móviles o pop-up y la llamada
literatura infantil digital, ya que si no observamos su
funcionamiento, las diferentes capas de interacción (no sólo
cognitiva, sino también manipulativa), nos pueden parecer producciones
ilegibles o carentes de sentido (sin fuste, como diríamos por estos
lares).
Lo afirmo con rotundidad,
más todavía desde que una amiga me comentó que había comprado
para la biblioteca en la que trabaja El libro que hace clap de
Madalena Matoso (editorial Fulgencio Pimentel) por considerarlo una
virguería gráfica. Yo, que hilo fino, le dije con chiste “¿Pero
sabes cómo funciona?” Ella un tanto perpleja me confesó que no
sabía a qué me refería. Me saqué el móvil de la manga, abrí el
Instagram de los monstruos y le mostré el vídeo con el que di vida
a este título unos meses atrás. Ella, boquiabierta, exclamó una
primera y larga vocal y añadió “¡Ya decía yooo...!”
Sucede lo mismo con
aquellos libros como el de hoy, que si no lo abres, si no lo
manipulas y te detienes en los detalles, seguramente pasará
desapercibido entre la ingente cantidad de álbumes que se apilan en
las secciones de novedades de las librerías. Como ya sucedió con
¡De aquí no pasa nadie! otro titulo ilustrado de Bernardo
Carvalho que editara Takatuka hace un año y que muchos consideramos
como redondo, La pelota amarilla (esta vez con Daniel Fehr a
los textos y con la misma editorial de cabecera) juega de nuevo con el límite
entre las páginas derecha e izquierda de cada doble página, un espacio
normalmente carente de sentido (incluso muchos lo abominan por
dividir preciosas ilustraciones), para darle un vis
diferente a un partido de tenis en el que la pelota es el hilo
conductor de un álbum donde el espacio real del objeto libro resulta ser el protagonista indiscutible por desbordar sus
fronteras en nuestra imaginación.
Si a ello añadimos que
la acción incluye toda una serie de propuestas de búsqueda,
deportivas y/o sinsentido (hay escenas que me resultan canallas y muy
graciosas), este libro publicado por primera vez por Planeta
Tangerina (les recomiendo 100% su colección "Round Corners" o "Esquinas redondeadas"), da mucho de sí entre pequeños lectores y no tan
pequeños. Así que, ya saben, los libros hay que voltearlos,
abrirlos, marearlos, y también, leerlos.
De unos años a esta
parte el objeto libro, es decir, ese libro que habla por los cuatro
costados y no sólo a través de las páginas, está tomando mucho
protagonismo, más todavía si estamos charlando de álbumes. El
álbum, esa creación donde palabra e imagen se unen en pro de las
ideas, echa mano de toda su anatomía para narrar, para desbordar el
mensaje no sólo a un nivel cognitivo, sino también físico y
manipulativo.
Es así como muchas de
las partes o elementos del libro ayudan a descodificar (¿será esté
el verbo adecuado?) la historia, su discurso. Faja, camisa, tapas,
guardas, portadas, portadillas, lomo, cortes, páginas de cortesía o
de créditos, se encuentran al servicio del mensaje desde hace
décadas, cuando a partir de los años 40 los artistas se internaron en el mundo del álbum a consecuencia de los llamados libros de artista o libros-arte. Muchos pintores, diseñadores gráficos e ilustradores son los primeros que juegan con zonas
tradicionalmente exentas de interés narrativo para ofrecernos nuevas
sensaciones allende la lectura, para que esa conversación entre dos
actores, libro y lector, trascienda más allá de las páginas y se
derrame por todo el contexto espacial que recibe el nombre de
“libro”.
John Alcorn y Murray McCain. ¡Libros! Editorial Gustavo Gili.
Aunque generalmente son
elementos que pasan desapercibidos por la mayor parte de los
lectores, conforme nuestra mirada empieza a educarse en estos
detalles, prestamos más atención a estas geografías que, además
de servir a ciertos propósitos prácticos, complementan, inician,
concluyen, e incluso, sintetizan el discurso.
Es decir, todas estos
elementos se podrían adscribir a tres grandes grupos (no exclusivos,
claro está): los epitextuales, aquellos que no se relacionan de
manera directa con la historia recogida, los peritextuales, unos que
sí tienen cierta relación con lo que nos cuenta ese libro, rodean
la narración y la complementan de algún modo, y los intertextuales,
que sí tienen relación directa y forman parte necesaria del
discurso, para captar el mensaje en su totalidad.
Es por ello que he creído
oportuno abrir un espacio en este sitio repleto de monstruos para
darle más visibilidad a todos los elementos que rodean a la tripa
(aunque suene mal, se llama así) o cuerpo del libro propiamente
dicho, ese que se vertebra de páginas.
John Alcorn y Murray McCain. ¡Libros! Editorial Gustavo Gili.
Camisas o
sobrecubiertas
Si nos aventuramos a
internarnos en los libros y desde la zona más externa hacia
la más interna, hemos de empezar por la camisa o sobrecubierta. Se
define a esta parte del libro, muchas de las veces opcional o
complementaria, como la hoja fabricada en papel o cartulina que
protege la cubierta y contracubierta de un libro, suele estar
ilustrada y es de quita y pon (Yo lo asemejo al guardapolvo del
maestro, a la bata del médico). Se adhiere a la cubierta o tapa
gracias a dos solapas o lengüetas que se pliegan hacia la zona de
las guardas.
En un principio y como
todas las demás partes del libro de las que hablaremos hoy, las
camisas tenían una función de protección que posteriormente daría
lugar a una función más explicativa y por último, la que hoy
tratamos aquí, más narrativa. La camisa no es un elemento muy
frecuente en los álbumes, pero sí encontramos algunos ejemplos. De
entre estos, el aquí mirón se ha fijado en tres títulos que están
muy inter-relacionados ya que toman como excusa el objeto libro para
crear sus narraciones (¿Casualidad?).
En primer lugar tenemos
la camisa de un libro de Jörg Müller, El libro en el libro en el
libro (editorial Serres).
Está ilustrada a modo de papel de regalo sujeta por un lazo y que,
justamente en la esquina superior derecha, simula estar rasgada
dejando ver la ilustración de la tapa: la mitad de la cara de una
niña. De este modo, la guarda no sólo tiene su función narrativa
(el libro como regalo), sino que además de una funcionalidad
protectora. Sirve de antesala a la lectura, de mirilla para que el
lector curiosee y quede atrapado (¿Quién es esa niña? ¿Qué hace
ahí?). En definitiva, abre una historia de universo metaficcional
(metaimágenes para ser más exactos) ya que, cuando abrimos el libro
y pasamos las páginas, la primera imagen es la de esa niña que,
precisamente, está rasgando el mismo envoltorio y encontrando el
mismo libro. Ese reflejo favorece la identificación del lector con
el protagonista y, de un modo indirecto, lo embebe en el mensaje.
Otro libro del que hay
que hablar es uno con el que Blackie Books nos ha sorprendido en
2016, Mi amigo libro de Kirsten Hall y Dasha Tolstikova,un
álbum que también trata sobre libros pero que, a diferencia con el
título anterior, propone una retroalimentación con el lector desde
dos perspectivas, una intelectual (el lector identifica al libro
protagonista con el libro que tiene en sus manos, aunque en este caso
sea al final de la narración) y otra física, ya que conlleva la
manipulación del objeto libro para alcanzar todo el poder discursivo
de la historia puesto que la camisa, esa hoja que en principio tiene
poca importancia, cobra vida cuando la retiramos de las tapas y
descubrimos la sorpresa que guarda.
Por último y en lo que
se refiere a camisas tenemos la obra de Barney Salztberg y Fred
Benaglia, Abraza este libro, otro título también publicado
el año pasado por Phaidon. En él, la camisa supone adentrarse en un
juego de palabras, el del propio título (“abraza este libro”) ya
que, al dejarlo desnudo descubrimos que ese libro que pulula de
página en página y de mano en mano, no es ni más ni menos que el
que tenemos en nuestro regazo y cuya tapa va orlada con un gran
corazón rojo que lo identifica formalmente.
Aunque todas tienen
carácter de elemento peritextual (rodean a la narración) hay que
decir que la ideada por Kirsten Hall y Dasha Tolstikova tiene un
elevado componente intertextual, ya que pasa a formar parte
importante del relato que recoge este título, y la que se refiere a
Abraza este libro es más epitextual ya que sirve como
elemento distractor a la hora de desentrañar todo el mensaje del
libro.
John Alcorn y Murray McCain. Solapas delantera y trasera de la camisa de ¡Libros! Editorial Gustavo Gili.
Cubiertas o tapas
Damos paso así a la tapa
o cubierta, un elemento que de forma más común, suele añadir
elementos narrativos para con la historia que sostienen. Las tapas o
cubiertas, bien sean de cartón o cartulina cumplen una misión de
protección y soporte de la tripa del libro, así como, generalmente,
recogen los datos básicos de la portada (título, autores y
editorial), pero en el álbum constituyen un espacio en el que
también se nos pueden anticipar datos referentes al contenido del
libro, a su narración.
Aunque en un inicio las
cubiertas o tapas eran de color liso y no estaban ilustradas,
conforme avanza el desarrollo del mundo editorial empiezan a contener
ilustraciones que, en muchos de los casos eran meras reproducciones
de las imágenes del interior. Las tapas peritextuales empiezan a
aparecer a mediados del siglo XX cuando los autores de los álbumes
ilustrados comienzan a idear ilustraciones específicas que
complementan o sintetizan las historias recogidas en la tripa del
libro, algo de esperar teniendo en cuenta que suele presentar al
objeto libro que tenemos ante los ojos.
De entre todo este tipo
de tapas me gustaría destacar dos tipologías. En primera instancia
aquellas en las que cubierta y contracubierta forman una única
imagen que es diferente al del resto de las ilustraciones del libro.
Mientras que unas como la del clásico Donde viven los monstruos
de Maurice Sendak (editorial Kalandraka) añaden otra magnífica y
evocadora estampa a la narración y sitúan al lector, otras desvelan
un dato muy importante sobre la narración, como es el caso de la
cubierta de Lobo de Olivier Douzou (Fondo de Cultura
Económica), que si no desplegamos nunca llegaremos a saber, y
algunas sirven como lugar en el que empezar, finalizar y/o continuar
la narración, para experimentar y, sobre todo, jugar, como por
ejemplo las de El otro lado de Istvan Banyai (Fondo de
Cultura Económica).
Seguramente y al igual
que las guardas (apartado siguiente), podríamos clasificar todas
ellas en varias tipologías dependiendo del tipo de intención o de
función discursiva, así que: ¡Al lío! ¡Ya tienen trabajo!
¡Hurguen en sus estanterías!.
En segundo lugar he
prestado atención a aquellas tapas manipuladas físicamente, como
por ejemplo las cubiertas troqueladas, unas que, como en el caso de
las camisas, pueden ser una perfecta antesala para dejar entrever lo
que va a suceder cuando levantemos este primer lugar en el que
establecer contacto visual o para constituir un espacio narrativo de
primer orden. De entre las que he encontrado por los rincones de mi
hogar les traigo las de El pequeño rey de las flores de Kveta
Pacovska (Kókinos), El gran libro de los miedos del ratoncito
y ¡Otra vez!, ambos de Emily Gravett (editados por Picarona),
y La historia de Erika de Ruth Vander Zee y Roberto Innocenti
(Kalandraka).
En El pequeño rey de
las flores, el troquel en forma de ventana de la cubierta y la
contracubierta, además de un espacio donde se presenta a los
protagonistas, está actuando como puerta sintética de lo que se
narra en el interior, aunque en la contracubierta, la autora,
bastante previsora y para no desvelar el final de la historia a
través de la tapa, añade una pestaña o solapa que oculta la imagen
final. Algo similar sucede con la cubierta de El gran libro de los
miedos del ratoncito, donde vemos un troquel con forma de
mordisco sobre la tapa delantera que funciona como carta de
presentación de nuestro narrador, el ratoncito.
Sin embargo en ¡Otra
vez!, y como ocurre en lo que hemos hablado de las camisas, se
establece una relación intertextual entre la tapa troquelada y la
acción que se desarrolla en el libro, es decir, se le da
protagonismo al objeto libro y lo que acontece fuera y dentro de él
para establecer un feedback con el lector.
Para finalizar con estos
ejemplos les he traído La historia de Erika, un libro donde
tapa y guarda interaccionan. Aparentemente la tapa es lisa y en ella
se puede observar una escena en color gris, pardo ceniciento que no
nos dice mucho. Lo interesante viene cuando nos fijamos que se ha
troquelado la tapa con forma de estrella, abrimos el libro y
extraemos esa figura. Tras cerrar la tapa sin ese elemento de nuevo
observaremos como se pueden ver las guardas de color amarillo a
través del hueco que ha quedado: una estrella de seispuntas en color
amarillo, el símbolo con el que los judíos eran enviados a los
campos de concentración nazis. Lo que en un principio era una
cubierta monocroma que no despertaba demasiado interés, nos descubre
de modo simbólico de los horrores que trata esta historia.
Guardas
Finalmente llegamos a las
guardas, unos elementos sobre los que más atención se ha prestado
en los últimos tiempos, probablemente por ser una de esas partes del
libro menos visibles o llamativas (ya saben esas hojas de papel que,
escondidas tras las tapas, las adhieren a la tripa del libro). Es
bien sabido que estas hojas han evolucionado notablemente a lo largo
de todos estos años, han crecido en forma, estilo o función.
Como se aproximan las vacaciones y estoy algo vago, esta entrada de hoy tiene concurso: enviaré un álbum ilustrado al primero que escriba todos los títulos de estas guardas en los comentarios de esta entrada, los acierte, y su dirección de correo postal se adscriba al territorio español. El plazo límite es el 21 de abril de 2017. ¡Aprovechen que hoy estoy que lo tiro!
Otras posibles
geografías que cuentan
En los últimos años
empiezo a ver como portadillas y portadas buscan nuevos huecos en el
cuerpo del objeto libro con diferentes finalidades narrativas y
golpes de efecto, fajas (se llama así a ese pedazo de papel estrecho
que muchas veces se dispone sobre la camisa de ciertos libros y que
las editoriales suelen utilizar como espacio publicitario) en las que
se incluyen detalles metaficcionales, cintas marcapáginas que si no existieran no podríamos captar la esencia narrativa, y lomos de libros de una misma
colección que conjuntamente son capaces de dibujar nuevas imágenes
que nos hablan de esa colección y esos libros.
Todo ello nos lleva a
pensar que todavía quedan muchos rincones, muchos países por
conquistar en lo que a narrativa se refiere, y que el álbum, ese
género en el que se unen dos lenguajes, tiene la capacidad
suficiente para ello.
Adrien Parlange. 2017. La cinta. Kókinos. (Marcapáginas textual / peritextual)
Norman Messenger. 2011. Imagina. SM. (Faja peritextual)