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miércoles, 6 de noviembre de 2024

Gracias amargas


España, un país tan visceral donde cualquier conflicto era susceptible de acabar en una juerga o llorando a lágrima viva, poco a poco se está convirtiendo en ese paraíso inerte que son los países nórdicos. Se nota que la impostura y los modales están calando hondo entre unas generaciones sin sangre en las venas a las que todo les importa un bledo.
Tan dóciles y educados, que han perdido la capacidad de obrar acorde a las circunstancias. Se contentan con la solidaridad y la beneficencia "¡Ay, qué buenos chicos, nos han salvado!" "Estaría bueno, ¡si están en el paro!" Todo es emotividad en unos jóvenes que, con alma misionera, pretenden cambiar el mundo a base de buenas maneras. Muchas gracias, mucho por favor y mucho perdón. No saben otra cosa. “Que dios se lo pague” rezan sus parches de la ropa. Y si no, ya lo pagará mi padre, que para eso está. También la Seguridad Social (si es que aguanta).


Todo esto viene por la DANA, claro está. La nueva excusa para expiar pecados, piensan. “Ya que los políticos, los meteorólogos y la confederación hidrográfica la han cagado, vamos a enfangarnos las manos y solucionar el entuerto, en vez de colgarlos” habrán cavilado. Craso error, pues estáis tan bien domados, que además de crédulos, os tienen de esclavos.
Y no es que yo esté criticando su arrojo y buen corazón, que ya quisieran muchos. Lo que digo es que, además de las muy nuestras nobleza baturra y caridad cristiana, podrían haberle echado cojones y darle su merecido a esos mequetrefes, miserables y cobardes que hay al mando. Y así, las gracias, en vez de amargas, hubieran sido dobles. Una por benditos y otra por libertarios.


Yo, incluso, hasta hubiera regalado unos cuantos ejemplares del libro de hoy, que lleva por título esa palabra que tanto hemos escuchado estos días. Y es que Gracias, uno de esos álbumes tan bien hechos a los que nos tiene acostumbrado Icinori, el tándem formado por Mayumi Otero y Raphael Urwiller, ha llegado a las librerías españolas de la mano de Ekaré.


En este libro de más de ciento setenta y cinco páginas, además de la palabra “gracias”, los autores realizan un ejercicio visual exquisito en el que entremezclan un sinfín de elementos. Empiezan dando las gracias al amarillo, el rojo y el azul (los tres colores sobre los que se basan todas sus obras) para dar la bienvenida a un nuevo día. El despertador, una cama, el amanecer o una toalla. Todo es susceptible de una palabra de agradecimiento de la protagonista en esta suerte de diccionario-imaginario narrativo.


Sí, amigos, porque a pesar de presentarnos elementos muy dispares, este par de artistas hilvanan una historia donde el surrealismo y la magia se cogen de la mano en unas ilustraciones que, complementando cada palabra (siempre en mayúsculas, para satisfacer las manías de los maestros), nos llevan por senderos insospechados. Del mismo modo, el texto baila al son de las imágenes, dibuja pequeños caligramas que nos invitan a pasar las páginas, recrearnos en las escenas, o incluso buscar nuevos significados.


Les invito a conocerlo, disfrutarlo y regalarlo a cualquier persona, independientemente de la edad. Espero que les den las gracias. Y si no, ya saben…

miércoles, 18 de mayo de 2022

¡Feliz día de los museos!


En este día internacional de los museos me dispongo a hacer una reseña de uno de esos libros que hace años deberían haber estado aquí pero que por culpa de las novedades, mis descuidos o la falta de tiempo, no le ha sido asignado un lugar hasta hoy.
Se trata de Pequeño museo, un libro que editó hace años Corimbo y que todavía pueden encontrar en las librerías. Este es un álbum muy especial, no solo porque se dirige a todo tipo de lectores (aunque muchos se empeñen en catalogarlo como imagiario o libro de imágenes para prelectores), sino porque es una síntesis sin parangón entre dos universos, el del arte y el de la lectura.


Creado en 1992, este diccionario, abecedario o palabrario (¡Hay tantas formas de llamarlo…!) se presenta en tapa blanda y en formato bilingüe –castellano/inglés-, cosa que ya dice bastante, no sólo para maestros de toda índole y condición, sino a todos esos padres que viven empeñados en que sus hijos sean políglotas por culpa de complejos personales (¡Con lo que cuesta aprender otro idioma!).
Una vez lo abres y empiezas a pasar páginas, observas que, como cualquier otro álbum de este tipo, cada doble página representa una palabra que está escrita en la página izquierda y representada por una imagen en la derecha. Lo más curioso es que todas las imágenes que se recogen en este libro proceden de cuadros que se exponen en los mejores museos y galerías de arte de todo el mundo.


Seleccionadas por Alain Le Saux y Gregoire Solotareff es un libro que hace un recorrido a toda la historia de la pintura tomando como excusa el orden alfabético (si lo que quieren en una historia del arte cronológica este no es su libro) de las palabras que aquí se representan. Gallina, huevo, cara, ciclista, espalda, mariposa… Así hasta 149 palabras (se pueden imaginar que es un libro bastante tocho) que se acompañan de detalles u obras de genios como Magritte, Velazquez, Picasso, Bruegel, Piero de la Francesca, Van Gogh, Monet o Hopper.
Me parece un ejercicio de memoria muy interesante para alumnos de bachillerato o incluso de universidad, sobre todo en lo que a materia referencia se refiere (no solo como repaso de examen, comentario artístico o competición de conocimientos, que también), ya que muchas de las obras seleccionadas son un resumen más que acertado de los movimientos y corrientes artísticas que impregnan la cultura occidental.


Si bien es cierto que no sabría adscribirlo a la categoría de ficción o a la de no ficción, el resultado me parece cuanto ni menos interesante, no sólo por el cariz tan evocador y estético que propone, sino por experimentar con la hibridación entre lenguajes, esa correspondencia entre la imagen y la palabra desde un prisma más complejo todavía en el que el discurso emergente se eleva al cuadrado (¿Qué intentaba decirnos aquel artista con este cuadro? ¿Qué nos dice ahora? ¿Cambia el mensaje con solo una palabra).
No se pierdan este museo. Es una joya.


lunes, 30 de noviembre de 2009

Buscando palabras para no olvidar


Tras un fin de semana espléndido (¡sin catarro!), dimes y diretes de todas clases y sabores, y algún que otro chiste, he llegado a una conclusión muy apropiada para este blog, o al menos eso creo… ¡Allá voy!
Muchas palabras de nuestra lengua, la española, dentro de unos años, formarán parte del pasado, estarán condenadas a la extinción. No es que no albergue esperanzas en los hispanohablantes que vendrán, pero permítanme dudar de que perpetúen nuestro idioma tal y como hoy lo conocemos. Sería de necios pensar que las lenguas son inmutables, estáticas, ya que, nos refiramos al alemán, el bereber o el malayo, todas sufren cambios, evolucionan como cualquier ente vivo.
Poco queda ya en nuestro vocabulario de los tiempos del arado y la siega, de las medidas de grano, de utensilios con los que trabajaba el artesano…, simple y llanamente porque ya no nos hace falta nombrar nada de aquel pasado. Ahora, amén de la tecnología o del avasallador periodismo, muchos inventan nuevos vocablos que sustituyen a otros de factura más arcaica.
(Suspiro). Sea romanticismo o terquedad, uno se resiste a dejar tras de sí un reguero de palabras como si de meros cadáveres se tratasen, porque muchos las crean inútiles o en desuso. Por eso recojo palabras de los caminos, reúno las palabras perdidas. Palabras como celemín, romana, badil o alhábega. Porque quien deja morir una palabra, pierde un poco de sí mismo.
Es un consuelo saber que siempre nos quedará el diccionario y así poner una pizca de amor en nuestras vidas con palabras como biznaga, espeto, bujía, ñoño o gardenia.