Mostrando entradas con la etiqueta Bernat Cormand. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bernat Cormand. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de octubre de 2018

No caben las palabras



NOTA: Antes de empezar con mis disquisiciones, he de decirles (y también admitir) que la de hoy quizá sea una de las reseñas más difíciles con las que me he topado, sobre todo porque a pesar de haber hurgado dentro de mí para encontrar las palabras que definan un libro como este, creo haberlas encontrado vagamente. Espero que lo lean y me den su opinión sobre mi visión. A veces el libro-álbum nos lleva por derroteros complejos, inadvertidos, y, sobre todo, inquietantes.

*

Los libros son como las personas, que pueden parecer una cosa y luego ser otra, o por qué no, ser una cosa y parecer otra. Siempre me han fascinado esos que bajo sus dulces ademanes esconden auténticas fieras. Me seduce el peligro sin advertencias, casi enconado.
Quizá no me he expresado bien: las personas son como los libros. Libros que, aunque tímidos, no pasan inadvertidos. Te miran de frente, con los ojos bien abiertos. Te dicen “Acércate”, “Bienvenido”, “Pasa”. Y mientras unos declinan la oferta, otros giramos los goznes de la puerta para descubrir el otro lado.



Los días felices. Un título hermoso porque fueron dichosos. Tal vez triste, porque hoy no son esos días. Bernat Cormand nos avisa y nos invita. Uno, que es muy agradecido, se prepara en el sofá junto a una copa de vino tinto. Miramos al niño de la tapa. Él no nos mira. Tiene los ojos cerrados y esboza una leve sonrisa. Quizá quiere recordar esos días.


Paso las páginas y ahí están los dos, Jacob y el de la tapa, el protagonista. Me sobra una doble página. Continúo con las rosas y el cervatillo (Si me acerco a olerlas probablemente saldrá corriendo. Son hermosos pero muy asustadizos). Alguien toca al timbre. (Me gusta la gente atrevida, ¿y a quién no?). Aventuras. Un hueco en un árbol y un tesoro que habla palabras compartidas. Se rompe la magia. Llueve y la tristeza nos empapa a mí y a esos días. Vuela una mariposa que todo lo agita, y terminamos con una suma:

el mismo hueco + un hallazgo = la lágrima que recorre mi mejilla.


Entorno también los ojos. Como el niño de la tapa. Repaso las escenas. Las alegres, las contenidas. En las ilustraciones desdibujadas por la nostalgia y sus neblinas. En lo sutil de nuestros sentimientos columpiados desde los primeros años de vida. Pienso que me gustan los libros, esos que me agitan a pesar de su apariencia inofensiva, que acometen contra los prejuicios de otros, de uno mismo. Creo que a veces no caben las palabras. Porque son pequeñas, porque son muy grandes. Esa es la magia del libro-álbum.



sábado, 28 de junio de 2014

Orgullosos de ser monstruos


A pesar de que a la mayoría de todos los que habitamos este lugar se nos permite vivir (no damos ruido y nuestra tarea se supone inofensiva), el quehacer de otros monstruos se resiente por el mero hecho de serlo, sobre todo cuando estos viven en sitios chiquitos  o en un entorno vacío de apoyo y comprensión, islas todas ellas donde los sentimientos chocan frontalmente y brotan desencuentros y otros conflictos.


Las cosas monstruosas siempre tienen dos caras, una amable en la que respiran la felicidad, el amor, los besos o las sonrisas, y otra más cruel y sombría que se oculta tras las muecas de los demás y sus críticas –positivas o negativas, pero siempre punzantes e innecesarias-.  Es por ello que, si hay algo que un monstruo debe aprender,  es a sobrevivir, salvarse a sí mismo sin hacer uso de los simpatizantes o los detractores, personas todas ellas que, ajenas a la monstruosa cotidianidad, siempre buscan el beneficio propio. Los monstruos son independientes, únicos y especiales, y no necesitan de la aprobación o el castigo ajeno.
Ello no quiere decir que ponerse en el lugar de otros, empatizar con ellos e intentar comprender lo difícil que resulta ir contracorriente, sea una tarea complicada e inútil. Hay que llevarla a cabo para vivir en el mundo, para tomar conciencia de que los monstruos existen y son maravillosos. Una necesidad, sobre todo en aquellos que se escudan en razonamientos de tipo religioso, ideológico o político, algo que, permítanme decirles, está por debajo de toda humanidad.


Y para celebrar que tal día como hoy hace cuarenta y cinco años, una jaula se rompió, además de un precioso arco iris, les traigo El niño perfecto, un libro pequeño con tapa blanda e interior desgarrador de la mano de Alex González y Bernat Cormand (Sd-Edicions). 


Exquisito y lleno de sensibilidad, este álbum de texto breve, ahonda en los vericuetos de nuestras entrañas. Y lo digo así porque seguramente a muchos les den un vuelco los intestinos al descubrir el secreto que guarda un niño bien vestido, céreo y repeinado. Uno dócil, complaciente y educado. Ayuda en casa, saca al perro, lee... un niño perfecto, el que todos los padres quisieran. Pero algo ¿cambia? en él cuando llega la noche y se dirige con sigilo al baño. No es tan perfecto, o quizá sí: es simplemente él.


Turbadora y atípica, es una historia donde el ser y el parecer juegan con el subconsciente de todo aquel que se acerque a él. Incómoda y efectista, nos presenta muchas lecturas. Se desliza entre los deseos infantiles, los miedos paternos y las sombras de la sociedad. Impele al lector y abre un debate necesario y plural en el que deberíamos participar. 
Delicadas y bien traídas, las ilustraciones quietas, misteriosas y realistas de Cormand intensifican más esa multiplicidad discursiva que arroja preguntas sobre esa naturaleza humana de la que todos somos actores. Un libro que se debería leer en familia para que abuelos, padres e hijos sepan que nadie se libra de la cruda realidad, incluso aquellos que se saben o creen exentos de ella.


Porque en los libros -se dirijan a quienes se dirijan- vive la cultura, el pensamiento y la libertad. Porque en los libros se destierran los prejuicios y la ignorancia. Y sobre todo, porque en los libros tenemos cabida todos los monstruos.