sábado, 30 de abril de 2022

Viejóvenes


Gran parte de mis alumnos viven amargados a pesar de pertenecer a familias que los quieren, estar bien servidos de comida, cobijo y ropa, disfrutar del tiempo libre con sus amigos y conocidos, tener posibilidad de formarse, una salud que ya quisieran otros, y algún que otro capricho. En realidad no les falta de nada, pero ellos viven en esa constante de la queja y la afectación.
Ni qué decir tiene que les perdono (están con el cuajo en su punto más álgido y no es cuestión de martirizarlos), pero sigo pensando que los adolescentes de mi generación, a pesar de vivir con menos comodidades, estábamos más despreocupados. Nos dejábamos llevar, participábamos de los demás, exprimíamos el momento e intentábamos ser mucho más felices.
Ese vicio tan actual, como insano, de pretender que niños y púberes se hagan eco de los comportamientos del universo adulto, no despierta en absoluto mi simpatía. Mira qué responsables, qué comprometidos y maduros, qué viajados y bien vestidos, cuánta competencia digital y emocional, encajan a la perfección los divorcios, las bancarrotas y las defunciones. Los chicos del nuevo milenio son mucho mejores… ¡Tururú! ¡Son unos viejóvenes!


Si vieran lo despistados que están, lo inertes que son, y lo vacuo de sus relaciones personales, no dirían que son tan excepcionales. La mayoría viven muy desorientados, no sólo en algunas parcelas de lo humano, sino en otras muchas de lo cotidiano. No sonríen, tampoco se divierten y andan como zombies por la vida. Nunca antes había visto tan poca vitalidad en los quinceañeros occidentales. Nunca antes había visto tantos nubarrones.
Demasiadas responsabilidades, demasiadas distracciones, demasiada apatía, demasiada soledad... Puede que todo desinfle poco a poco el espíritu, pero empiezo a preocuparme. De un tiempo a esta parte ha aumentado el número chavales con problemas psiquiátricos, las conductas adictivas se han disparado, el bullying y el maltrato es una constante, y los suicidios infantiles y juveniles no son casos aislados.
Estaría bien que empezáramos a tomar partido en esa batalla. Que nos dejáramos de tanta terapia, tanta fórmula y tanta corrección política, tontería, y les enseñáramos a caminar con ligereza y naturalidad.


Y en mitad de esta reflexión, florece ¡Mira, mamá!, el nuevo álbum de Rocío Araya editado por Litera-Libros. En este libro, Unai, un chavalín bastante curioso, se pasa el día embobado con cualquier cosa. La lluvia, el vuelo de los pájaros o los seres diminutos que nos acompañan. No entiende por qué la gente está tan sola y se siente triste con la cantidad de cosas bonitas que pasan ante sus ojos. No puede creer que su madre, los vecinos, todo el mundo viva con tan poca alegría, y decide enseñarnos cómo él consigue ser feliz.


Un álbum donde la poesía y el optimismo se funden en una narración sencilla y directa. Ilustraciones donde la técnica mixta, las texturas y la composición a las que la autora nos tiene acostumbrados, ofrecen una mirada intensa y perspicaz que eleva el tono y se pronuncia sobre otros aspectos.
Un título ideal como antesala a un día de la madre, en el que incitar a nuestros seres queridos a mirar el mundo con una sonrisa, entraña mucha generosidad, más si cabe cuando lo hacemos para que sus vidas discurran de la mejor manera posible. Porque querer son muchas cosas, y algunas no se pueden comprar.

miércoles, 27 de abril de 2022

¿Sabes pensar?



Eso de que los chavales de hoy día no tienen curiosidad ninguna es totalmente falso. Tienen y mucha. Lo que pasa es que no encuentra la manera adecuada de resolver sus dudas a pesar de todos los recursos que se presentan ante sus narices. Y digo esto porque a lo largo de la semana no son pocos los momentos en los que debo aparcar la asignatura para resolver cuestiones que, aunque tienen que ver con la materia, se ven lastradas hacia otros derroteros.
La sexualidad, las enfermedades de nuestro tiempo, la lengua de signos y el braille, la musculación, las dietas milagrosas, los ansiolíticos y otros fármacos, los grupos sanguíneos y las pruebas de paternidad, o la conveniencia de las vacunas, son algunos de temas que dan para horas enteras de debate. Tandas de interrogantes que se agolpan a un ritmo vertiginoso y que también son necesarias para no quedar lastrados en la ignorancia de la vida cotidiana.


Y es que, amigos, a pesar de todas las motos que nos venden sobre la competencia digital y la autosuficiencia de los niños y adolescentes del nuevo milenio, ya les digo yo, que si la cosa no va de redes sociales ni videojuegos, son unos auténticos inútiles. He ahí la necesidad de un adulto cercano que guíe sus preguntas y sus respuestas, que ponga freno a lo inservible, que hurgue en lo todo lo que ya han aprendido, y consideren nuevas formas de impregnarse.
No hace falta responder categóricamente como un adulto sabelotodo, sino proceder como un sherpa en mitad de terreno movedizo, pues no se crean que sus ideas se están quietas ni que tampoco son vanas, solo necesitan un poco de orden, cierta elaboración y consistencia. Y, sobre todo les digo que si quieren dedicarse a la difícil tarea de guiar el pensamiento, echen mano de confianza y humor, las dos piezas clave para que toda pregunta obtenga su respuesta.
Llegados a este punto les traigo dos libros que se centran en este tema y que me han gustado bastante. Tenía pensado aparcarlos hasta la llegada de la segunda tanda de libros informativos de este curso, pero he creído oportuno presentárselos ahora que aún quedan unos meses de ajetreo académico y pueden sacarles partido.


Primero hablaré de Piensa, un libro de Shinsuke Yoshitake, el autor nipón que se ha convertido en fetiche de muchos lectores e imprescindible para algunas editoriales españolas que, como Pastel de luna, se encargan de visibilizar estupendamente sus ideas. En esta ocasión, Yoshitake, tan acostumbrado a jugar con todo lo que rodea a los pequeños, se recrea en esta obra un tanto coral (hay personajes de cualquier edad para todos los gustos) donde un montón de sencillas preguntas son el verdadero hilo conductor.


Si bien es cierto que los protagonistas dan su versión de las cosas, las pequeñas historietas que pululan entre las páginas de este libro, permiten al espectador una línea de pensamiento sobre la que deslizarse con facilidad, al tiempo que disfruta de una pizca de humor que, de un modo sutil, le deja entrever que cualquier punto de vista es válido si nace de la experiencia propia.


Temas como la justicia, la felicidad, las mentiras, la diversión o el perdón, se cuelan en esta historia circular que pone en evidencia que cualquier hijo de vecino sabe darle al coco cuando intenta conseguir explicaciones más o menos satisfactorias.


El segundo libro de hoy es el ¿Hay alguien ahí? de Ellen Duthie y Studio Patten, un libro que se presenta bajo el subtítulo de Preguntario interplanetario para terrícolas inteligentes y que edita Wonder Ponder, la primera editorial dedicada exclusivamente a la filosofía para niños.
Abandonando el formato de cajas con tarjetas que tantas alegrías ha dado a esta pequeñísima editorial independiente, Ellen Duthie prueba suerte con el álbum y para ello parte de una situación ficcional (los bíbopes, unos seres extraterrestre, se ponen en contacto con los seres humanos a través de este preguntario e intentar así conocerlos) que, a modo de resorte narrativo, nos abre la puerta al mundo de las preguntas y las respuestas.


¿Cómo sabes lo que sabes? ¿Por qué seguimos haciendo arte? ¿Por qué unos seres humanos tenemos tanto y otros tan poco? ¿Quién manda en el planeta Tierra? En cada doble página y bajo epígrafes como estos, se reúnen multitud de cuestiones que se relacionan con ciertas temáticas y desencadenan el debate individual (o colectivo, que este libro en un aula, da mucho de sí) de todos aquellos que quieran acercarse al debate de un modo u otro.


Aunque considero que algún tema de los tratados se ha elegido desde la perspectiva de los ismos imperantes (cosa que me rechina), reconozco que la mayor parte de las preguntas que se presentan en este aguacero de controversias, paradojas y direcciones, son un interruptor inmejorable para desencadenar un proceso cognitivo y, sobre todo, propio, en el que el lector establece un diálogo consigo mismo (algo que me encanta teniendo en cuenta como está el patio de la autonomía infantil). 
Si a ello añadimos unas ilustraciones coloristas, simbólicas y muy bien compuestas, el libro es para darle vuelo.

martes, 26 de abril de 2022

Escondidos


Yo no sé dónde se ha metido la gente. Y mira que me paso el día recorriendo las calles. Pero nada, parece que se los ha tragado la tierra. Puede que sea culpa de las mascarillas. Nos habíamos acostumbrado tanto a ellas que cuando nos las hemos quitado no hay quien nos reconozca (dos años dan para muchas arrugas, mucha alopecia y muchas toneladas). Quizá tenga que ver con el aislamiento preventivo que algunos están llevando a cabo (“No hay que fiarse de las vacunas aunque nos hayamos puesto más dosis que un yonqui” me comentan por el pinganillo). El caso es que yo hace semanas que no me cruzo con nadie.


Una compañera me ha dicho que su marido y ella han barajado la posibilidad de excavar un bunker en el jardín. “No se sabe qué alcance pueden tener las armas nucleares de Putin…” Yo me río y pienso que lo que están pensando es montarse una bodega con solera, que viendo cómo se está poniendo la vida, empieza a cobrar sentido eso de almacenar productos poco perecederos. Vino, espárragos de Navarra, alcachofas y puerros riojanos, mermeladas de la baja Andalucía, buenos lomos y perniles.
Otro enterao entró en la conversación con una estocada para avisarnos de que el verdadero peligro es la ultraderecha. Polonia, Hungría, Francia… Hay que mantenerse bien alejados de toda esa gentuza. Quieren sacarnos de la OTAN, de la Unión Europea, del Euromillón. Un desastre. Más grande todavía cuando empiecen a construir los campos de concentración.


O quizá haga erupción el Campo de Calatrava…, digo yo. “Eso, eso… O un terremoto, que ya sabes tú que por esta zona a veces hay temblores” Apunto otra serie de catástrofes posibles. Un ascenso pasmoso del nivel del mar, lluvias torrenciales, e incluso una pequeña edad de hielo. Todo es posible cuando se habla del cambio climático, el feminismo o la alianza de civilizaciones.
Me despido, me giro ciento ochenta grados y salgo corriendo no sea que les dé por invitarme a un café. Mientras me alejo, pido a mis dioses que por favor mantenga a todos estos seres en sus guaridas lo que queda de año para que me sea más fácil encontrar un retiro espiritual durante este verano, que si no, tendré que dedicarme a jugar al escondite, no sea que me encuentren y me den las vacaciones.


Y hablando de escondrijos y escondidos (¿Se acuerdan de la canción de Bisbal y Chenoa?), hoy les propino con un librito que acaba de publicar la editorial Akiara Books y que lleva por título Jugamos al escondite. Un álbum sin palabras de Verónica Fabregat que toma como excusa el citado juego infantil para desarrollar una pequeña historia en la que siete chavales disfrutan de la naturaleza mientras se buscan los unos a los otros.


Detrás de los árboles, al abrigo de una roca, bajo un montón de broza, entre los juncos del río… Cualquier sitio es bueno para que no te descubran. La naturaleza tiene un sinfín de lugares en los que perderse y encontrarse. Un espacio a rebosar de plantas y animales que se acercan cuando permanecemos quietos, callados. Ciervos, ranas, buitres y cabras montesas. ¡Pero ojo! ¡No te despistes! Porque en mitad del juego puede sobrevenir la oscuridad y los demás pueden empezarse a preocupar...
Un libro para prelectores honesto y sin pretensiones que, además de invitar al juego y el descubrimiento, es ideal para enlazar el día y la noche. Habrá que tomar nota, que esfumarse de vez en cuando no viene nada mal.


lunes, 25 de abril de 2022

El riesgo de vivir


De un tiempo a esta parte empiezo a creer que arriesgarse es de lo más bonito que hay en esta vida. Sí, ya sé…, salir de nuestra zona de confort y lanzarse en brazos de lo desconocido nos aterra, pero cuando tomas la decisión y empiezas a experimentar esa vorágine de sensaciones que van desde el miedo a la satisfacción, te percatas de que nada es tan importante como para aferrarse a ello y que todo es susceptible de llenar tu existencia.


Cambiar de trabajo, mandar a la mierda a esos amigos que tan poco te aportan, alejarte de esa persona a la que hace tiempo dejaste de amar, probar suerte con otro partido político, aprender a viajar sin equipaje, quitarte la mascarilla, adoptar un perro, hacer nudismo, comprarte un billete de avión a cualquier lugar... Grandes o pequeños gestos que entrañan un riesgo, que pueden modificar nuestro punto de vista.
Esto no quiere decir que sean arbitrarias o espontáneas, pues todo necesita de cierta reflexión. Debemos sopesar pros y contras, seguir nuestro instinto, dejar a un lado los miedos y vergüenzas, y actuar con valentía y determinación. Y sobre todo no olviden que, decidan lo que decidan, hay que apechugar con los problemas que puedan surgir, con las diatribas y daños colaterales que no dependan de nosotros mismos.


Aunque quería aparcarlo hasta que se acercara mi cumpleaños (el de verdad), no he podido resistirme a reseñar El fabuloso desastre de Harold Snipperpot, el último libro de Beatrice Alemagna publicado en nuestro país de mano de Harper Kids y que habla de romper la rutina para acercarse a lo humano. 
Dejando a un lado la introspección, el espíritu poético y reflexivo de otras obras, la autora italiana afincada en Francia retoma el dinamismo, el humor y sobre todo, la catarsis, para empujarnos a una historia con mucho vértigo.


Todo empieza con el séptimo cumpleaños de Harold. Sus padres, dos personas aburridísimas que nunca celebran nada, deciden alegrarle un poco el día y hablan con el señor Ponzio para que organice una fiesta en condiciones. Llega el día. La casa llena de guirnaldas y globos. Y cuando abren la puerta, se encuentran con todo un zoológico en mitad de la calle. El señor Ponzio les hacer entrar y lo demás se lo pueden imaginar.


Partiendo de un hecho inverosímil –he aquí otro de esos resortes narrativos que tanto gustan-, la autora abre fuego y juego con lo estrambótico y lo imposible para que la fantasía campe a sus anchas en un relato donde importan los detalles, pero sobre todo, el trasfondo, ese que aboga por encontrar la felicidad poniendo todo patas arriba.


Una casa preciosa destrozada (¡Qué buen gusto tiene la Alemagna para la decoración!), esos padres histéricos (¿A quién no le arranca una sonrisa imaginarse a los suyos en medio de un lío como este?), montones de animales corriendo por París y un sinfín de situaciones jocosas, llenan unas ilustraciones coloristas, dinámicas y vitalistas que se despliegan ante el espectador.


Si bien es cierto que tanto Harold, como sus padres, se llevan las manos a la cabeza durante toda la historia, también lo es que descubren las cosas sorprendentes y hermosas que tiene la vida gracias a una decisión desastrosa. Necesaria y subversiva, no puedo dejar de recomendarles esta oda al optimismo que termina con una imagen que les enternecerá hasta los tuétanos.

sábado, 23 de abril de 2022

Vidas de libro


En un día como este en el que las calles se llenan de libros, yo opto por quedarme en casa. Quizá les extrañe, pero lo cierto es que no encuentro la necesidad de hacer una clara diferenciación entre esta jornada y cualquier otra. Para mí, los libros y la lectura son una constante que no requiere de mucha fanfarria. Si acaso, hago referencia a ello y poco más, que ya se acuerdan los demás de llenar las redes sociales con libros, rosas y dragones.
Prefiero fijarme en los detalles. Por ejemplo, en los títulos que regala la gente, en las banderitas que ostentan ciertas editoriales, en lo que leen niños, jóvenes y viejos, o en qué actividades de animación a la lectura se centran bibliotecas y librerías. Lo que más ha llamado mi atención este año es la cantidad de libros que se editan. Todavía no me explico cómo hay público para tanto y tanto libro.


Se me ocurren varias teorías de andar por casa. Entre estas podría destacar esa de que el ciudadano español cada vez lee más (la menos probable). También tengo la de que el mercado editorial empieza a estar muy parcelado y por tanto el negocio está más repartido y equilibrado que antaño. Otra podría ser que las editoriales han desarrollado mejores formas de comercialización de sus productos y el rendimiento es mayor. Y para terminar, que los autores son más certeros a la hora de escribir sus historias.
Cualquiera puede ser cierta pero la que más me gusta (y disgusta... Sí, tengo el corazón dividido) es la última. Y es que teniendo en cuenta que, por un lado, las historias más comerciales y paraliterarias son las que más éxito tienen, y por otro, que títulos excelentes pasen desapercibidos, no sé si tirar cohetes o echarme a llorar.


Y es que hace doscientos años la literatura era otra cosa. Solo sabían escribir unos pocos (o quienes escribían eran cuatro privilegiados, elijan la opción que más les guste), público y crítica coincidían en sus elecciones, y se publicaba infinitamente menos porque el mercado era muy pequeño (solo compraban libros los pudientes). Este panorama favorecía que las buenas historias vendieran muchos ejemplares y se integraran en el canon.
Ahora todo es más complejo porque escribe hasta La Intemerata. Lo haga bien o mal, tenga buenas historias o no. Todo vale en un ecosistema muy variopinto donde la suerte, las estrategias de promoción y venta, o las modas son fundamentales. Sí, monstruos, la competencia literaria actual es voraz. Pero claro, cualquier persona tiene una historia bajo la manga, puede contarla y sobre todo, venderla.


Por esa razón, les enlazo con De papel, un álbum de Claudia Novaro y Armando Fonseca recién publicado por Kalandraka. Finalista del último Premio Compostela de álbum ilustrado, esta sugerente historia se adentra en la vida de un niño de papel. Sí, como lo oyen, pies, manos y cabeza hechos de celulosa cien por cien. Mateo se llama. Lleno de pliegues, de páginas en blanco que cierto día empiezan a llenarse con los detalles de su propia vida, una que merece ser leída.
Un relato fantástico que, a pesar de recordar a otros similares de Gianni Rodari o Fernando Alonso, lleva al lector a ahondar en el propio objeto libro, en su utilidad, su necesidad y fragilidad desde un punto de vista poético y emotivo. Todo ello aderezado con unas ilustraciones donde la gama de grises imprime sobriedad y dramatismo a una obra para todos los públicos.


Geometrías que recuerdan a las esquinas de cualquier hoja de papel o los dobleces del origami, pinceladas rápidas que podría dar cualquier niño en la tierna infancia o los hombres prehistóricos en sus cavernas, guardas peritextuales, composiciones construidas a base de líneas, planos y motivos repetidos, laberintos y fractales. Un juego de luces y sombras que nos retrotraen a nuestro primer encuentro con los cuadernos y los libros.
Bello. Como un libro.

jueves, 21 de abril de 2022

¡Vaya número!


El otro día me percaté que llevo más de dos años sin encender la televisión. Lo primero es que la comunidad de vecinos cambió la antena y todavía no he resintonizado los canales. Lo segundo es que no tengo demasiado tiempo para dedicarme al zapping y otros menesteres tan poco nutritivos. Y por último la televisión española -no solo la pública, sino cualquier cadena- ha dejado de ser (si es que algún día lo fue) informativa, imparcial e intelectualmente avanzada.
Cualquier programa, incluso los supuestamente culturales, son todo un número. Se rigen por clichés, fake-news, intereses ideológicos y comerciales, mucho ruido y sobre todo, el espectáculo. Hasta los programas de entrevistas se llenan de tópicos y emotividad (¡Basta de lágrimas y redundancias! ¿Algo interesante que aportar?). Es una vergüenza el nivel que se ofrece al telespectador.


Una televisión a modo de cadena de fast-food, de esa que llena pero no alimenta. Saltimbanquis de tres al cuarto que solo intentan sacar tajada, dedicarse al negocio del share y rendir pleitesía al gobierno de turno. Productoras, redactores, presentadores, contertulios… Nadie se preocupa por ofrecer algo de calidad con un mínimo de ética profesional. Todo consiste en montar el número. Y yo, que soy de ciencias, déjenme decirles, prefiero los de verdad.


Para eso les traigo Rizos de oro y los tres osos, un álbum que acaba de publicar en castellano Kalandraka, donde Olivier Douzou revisa un cuento clásico desde una perspectiva gráfica muy sugerente en la que cuatro colores -amarillo real, negro, bermellón y blanco- y un puñado de números del 0 al 10 son los elementos básicos.
Douzou, en cierto modo, me acerca a Warja Lavater (¿Cuándo sacaré algo de tiempo para rendirle homenaje?), no solo por revisitar las narraciones tradicionales desde una óptica diferente, sino por utilizar un lenguaje gráfico donde la economía y los elementos fijos construyen una narrativa simbólica más que universal. Olivier se permite el lujo de prescindir de las leyendas que Lavater incluía en sus libros-acordeón y deja que el lector-espectador busque las correspondencias gracias a un texto que reverbera en las imágenes.


Aunque no es recurso novedoso (se puede constatar en la ilustración contemporánea, así como en álbumes actuales como Chiffres en tête de Anne Bertier), dibujar con números siempre tiene algo mágico. Ricitos de oro es un cero amarillo, los osos se construyen con los números 3 y 5, y cuencos y cubiertos siempre están representados con el 10. Una amalgama matemática que cobra sentido gracias al relato que subyace, al texto que acompaña, y que al mismo tiempo desborda la imaginación, algo que, de un modo u otro, alimenta la creatividad buscando referencias y similitudes.


Sonidos y juegos verbales que nos invitan a sonreír y mirar con lupa unas ilustraciones aparentemente sencillas (¡Quien encuentre al pájaro carpintero que levante la mano!) y en las que muchos seguramente solo verán una forma más o menos amena de aprender a contar (¡Qué pena tanto reduccionismo…!). Como consejo les sugiero que se diviertan con este libro, que trasteen con las cifras y, sobre todo, que se pierdan en el bosque, un lugar donde lo abstracto cobra sentido.

miércoles, 20 de abril de 2022

De mascarillas y perspectivas


Amado líder ha “gripalizado” oficialmente la pandemia y yo me quito el bozal. Otros, no sé... Con lo acostumbrados que están a esconderse tras sus mascarillas, con lo felices que se encuentran sin necesidad de saludar a nadie, de entablar conversación con amigos y conocidos, de no acudir a los eventos familiares, de no irse de vacaciones, o de evadirse del lugar de trabajo con la excusa de los contagios, lo van a tener muy crudo. Se les acaban la coartada y los privilegios.
Necesitarán nuevas excusas para hacer frente a un comportamiento nada lógico, a esa extraña y nueva realidad. Les tocará inventarse algo. Yo apuesto por la psicosis, por la salud mental, por algún tipo de síndrome que los medios se saquen de la manga (el de la cara vacía, dicen), algún tipo de milonga post-pandémica que justifique su encierro, sus desapariciones furtivas, sus miradas esquivas o su mala educación.
Pronto veremos cómo muchos claman por las mascarillas en todas partes, en exteriores, en interiores y el más allá, por los confinamientos o el control social. No me parece mal que estén dispuestos a entregar su propia libertad, lo que me parece repugnante es que quieran ofrecer la mía para no tomar sus propias decisiones.


Los seres humanos somos así. Todo lo arreglamos jodiendo a los demás, imponiendo nuestra ley gracias a la retórica (a)científica, los medios de (des)información o los discursos polivalentes. ¿Pues saben qué? Deberían empezar a darse cuenta de que en este juego de perspectivas, todas son válidas y no deberían extrañarse si alguien achaca esos terrores reinventados a otros motivos. 
Hay personas que no se quitan el tapabocas por un lío con un expresidiario, la pérdida de un horario laboral que-ya-quisiéramos-otros (¿Qué hace el personal de Hacienda teletrabajando? Que alguien me lo explique), una separación matrimonial encubierta, ciertas enfermedades psiquiátricas, los quince kilos que me he metido entre pecho y espalda, o unos suegros a los que no puedo ni ver.
Personalmente, no quiero que los feos me tomen ventaja, pero si ustedes quieren seguir disfrutando del burka pandémico, adelante. Eso sí, tengan cuidado con los sermones, no sea que alguien se les retuerza y deje al descubierto sus miserias. Que muchos empiezan a estar hartos de tanta salud pública y no están dispuestos a callar.


Y hablando de puntos de vista, me acabo de encontrar en las librerías uno de esos libros que hay que tener muy en cuenta en esta primavera con tanta óptica. Porque Días como este, un álbum de Oriana Smith y Alice Gravier (autora de La casa en el bosque) editado por Libros del Zorro Rojo, además de ser una historia cotidiana donde los detalles se funde con la belleza de las cosas mínimas, es una propuesta gráfica bastante interesante por el juego que nos presenta.
Recordando al Antes/Después de Anne-Margot Ramstein y Matthias Aregui (SM) y Al otro lado de Itsvan Banyai (Fondo de Cultura Económica), este libro se articula sobre una sucesión de escenas que se van emparejando gracias a la repetición de un mismo texto en la mayoría de las dobles páginas. Conforme vamos pasando cada doble página, nos percatamos de que, a pesar de tratarse del mismo escenario, ni el observador ni la acción es la misma. ¿Qué pasa aquí? Nos preguntamos.


Colorido a rabiar, este libro es una guía inmejorable para observar el mundo que nos rodea. Árboles, microfauna, aves, pequeños roedores, meriendas, fenómenos meteorológicos, todo cabe en unas ilustraciones donde estampas figurativas quedan enmarcadas en cada página (a excepción de la última, donde se nos desvelan los protagonistas de esta historia), sin olvidar el par de consideraciones finales que deben leer todos los curiosos y futuros zoólogos de la sala.
Bucear en los detalles, perderse, jugar con la posición, tanto dentro, como fuera de la página, reflejarse en ellas, mirar a su través. Miradas, perspectivas. Así es la vida, no lo olviden.



jueves, 7 de abril de 2022

Chirimiri


Chimiriri, decían. ¡Y un pijo! De chirimiri, nada, que ha llovido en un mes lo que suele caer en toda la temporada. Y eso que estamos en la España seca, esa casi desértica, como bien rezan en los telediarios. Y es que aquí, cuando nos ponemos, lo hacemos bien. La juerga, la comida, el humor y hasta la nieve suelen ser abundantes. Que no se diga que los manchegos somos unos roñosos.
Menos mal que mi madre tuvo el detalle de agenciarme un paraguas plegable en los Invasores (el que no sepa qué es, que lo busque en la Wikipedia) al que le he sacado la pringue a base de bien. Eso y unas botas de Almansa que son gloria bendita.
Y después de ponernos hasta los ojos de agua y barro, después de lucir todo este armamento invernal, hoy la cosa pinta mejor, sobre todo porque el frente se ha esfumado hacia otras latitudes y tendremos algo de sol, que también se agradece.


Ese sol de primavera, que calienta el casco que no veas, el de las primeras flores, el que calienta poco a poco la mañana y se apaga hacia el final de la tarde. Ese que penetra entre las nubes e invita al paseo matutino, a huir de la sombra, a la cañita soleada del mediodía. Ese sol que necesita de un poco de abrigo, de una gorra, de un brazo que lo acompañe, de una sonrisa. Ese sol de primavera que anima los parques y los paseos, que hace bien en los huesos y también en la barriga.
Esperemos que no vuelva a hacer aparición la lluvia, y si lo hace, resguárdense en casa y lean Chirimiri, un álbum de Fernando Pérez Hernando (Kalandraka) que seguro entusiasma a grandes y pequeños.
Este libro cuenta cómo Mamá pájaro regresa a su árbol junto a sus cuatro polluelos, Rut, Thor, Lilí y René. Cada uno de ellos sólo sabe hablar con la vocal que aparece en su nombre. Rut con la u, Thor con la o, Lilí con la i y René con la e. De repente una nube se posa sobre el árbol y empieza a llover sobre Rut, que le pide permiso a Thor para bajar a su rama. Sigue lloviendo y estos le piden permiso a Lilí para ir a la suya. Y así sucesivamente.


Ni que decir tiene que el libro es bastante especial. Combina juegos de palabras (esto de las vocales siempre los vuelve locos, como bien saben los maestros), historias familiares (si hay madres e hijos, mucho mejor), cuentos de fórmula (¡a repetir se ha dicho!) e historias acumulativas (en este caso lingüísticas).
A todo eso, que ya es bastante, hay que añadir unas ilustraciones bien simpáticas y bien pensadas donde la caracterización de los personajes y la excelente composición (ese escenario piramidal a modo de árbol que permite la complementariedad textual y visual es más que acertado) son las principales bazas.
Y esperando que no se tuerzan los días, aquí les dejo disfrutando de un libro que probablemente pueda convertirse en boardbook.


sábado, 2 de abril de 2022

30 curiosidades sobre libros infantiles y sus autores


2 de abril. Nace Hans Christian Andersen. Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Un sábado frío pero luminoso comienza y todos los monstruos nos disponemos a sacarle el jugo. En mi caso y tras leer The Secret Library: A Book-Lovers' Journey Through Curiosities of History, un libro de Oliver Tearle (solo disponible en inglés), he decidido celebrarlo trayéndoles un buen puñado de anécdotas curiosas -30 en total- referidas a libros infantiles de todas las épocas que he ido encontrando, tanto en este libro, como en otros espacios. Quizá conozcan algunas, pero otras seguramente les saquen una sonrisa, les dejen con la boca abierta o les parezcan entrañables. Porque detrás de los libros infantiles hay historias maravillosas que todos los adultos deberíamos saber. ¡Feliz día de los libros para niños!

1. Empezamos con uno de los protagonistas de este día. Cuando Charles Dickens y su familia invitaron a Hans Christian Andersen a pasar unos días con ellos durante el verano de 1857, nunca imaginaron que se iba a convertir en un suplicio. Cuando el “huesudo aburrido”, apodo que le propinó una de las hijas, salió por la puerta, el propio Dickens escribió en el espejo de la habitación de invitados: "Hans Andersen durmió aquí durante cinco semanas, ¡lo que a la familia le pareció una eternidad!"

2. Otros datos curiosos del autor de El patito feo son que nunca comió carne de cerdo, que cuando se alojaba en hoteles siempre llevaba un rollo de cuerda con él en caso de que tuviera que escapar de un incendio, y que se entretenía recortando figuras de papel.


3. Cuando Michael Tolkien, el hijo de J. R. R. Tolkien, estaba rellenando el tedioso formulario para alistarse en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, llegó a un espacio que rezaba “Profesión del padre”. Ni corto ni perezoso lo rellenó con la palabra “mago”, algo que no era del todo erróneo.

4. Seguimos con el autor de Peter Pan y Wendy. Cuando el hermano de James M. Barrie, David, murió en un accidente de patinaje justo antes de cumplir 14 años, James decidió consolar a su madre fingiendo ser David. Se vestía, hablaba y silbaba como él, algo que en cierto modo ayudó a la mujer a superar la muerte de su primogénito, un niño que nunca crecería, la idea que sostiene la obra maestra de este autor.

5. Aunque se piensa que Barrie creó el nombre de Wendy, lo cierto es que era un nombre que ya existía aunque él lo popularizara en la sociedad inglesa de la época.



6. El Capitán Garfio no era el villano original en la obra de teatro que daría paso a la novela que todos conocemos. El pirata se inventó para resolver una necesidad teatral: los tramoyistas necesitaban más tiempo para cambiar los escenarios durante el intermedio y Barrie se inventó una escena con un barco pirata.

7. En 1929 J.M. Barrie otorgó al Great Ormond Street Hospital for Children los derechos de Peter Pan y Wendy que han beneficiado a la organización desde entonces.

8. C. S. Lewis destruyó la primera versión de El león, la bruja y el armario tras algunas críticas de sus amigos. Por esa razón tuvo que reescribirlo desde cero. Fíjense en el resultado.

9. Otro que no podía faltar en esta miscelánea de curiosidades es Roald Dahl. Cuando tenía seis años, Roald Dahl le pidió a su madre que lo llevara a conocer a Beatrix Potter. Ella accedió,  pero cuando llegaron a casa de la autora de Perico el conejo se encontraron con la puerta en las narices. No los recibió y les dijo que se fueran de allí. A la señora Potter, supuestamente, no le gustaban nada los niños…

10. A Roald Dahl le desagradaban enormemente las barbas. Tanto fue así que escribió su libro Los cretinos por el ferviente deseo de "hacer algo en contra de estas”.

11. El nombre de Willy Wonka no fue una invención de Roald Dahl. Era el nombre real de un cartero de Nebraska que le escribió una carta en 1971. Una coincidencia simpática a la que Dahl contestó con esta misiva:


12. Cuando Lewis Carroll contaba catorce años comenzó a elaborar una serie de revistas para entretener a sus diez hermanos. Estas publicaciones de andar por casa contenían poemas humorísticos, quintillas y algunas contribuciones de otros miembros de la familia.

13. El alter ego de Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas es el dodo. Lo hizo así para caricaturizar su propio tartamudeo al pronunciar su apellido: "Do-Do-Dodgson"

14. Se cree que la Alicia que inspiró A través del espejo fue una Alicia diferente de la que inspiró Alicia en el país de las maravillas (Alice Liddell). Dos Alicias para una misma protagonista.

15. Los movimientos de Alicia en Alicia a través del espejo son una serie de jugadas de ajedrez que se pueden extrapolar a un tablero real (esto no quiere decir que sean eficaces a la hora de ganar la partida).


16. El diccionario Oxford, obra de referencia en lengua inglesa, incluye 21 palabras que fueron introducidas en ese idioma por Lewis Carroll. Algunos ejemplos son snark, chortle, jabberwocky y mimsy.

17. Cada minuto se vende una copia de La pequeña oruga glotona de Eric Carle en algún lugar del mundo.

18. La historia de esa oruga que va devorando todo lo que encuentra a su paso nació mientras Eric Carle hacía agujeros con una perforadora manual de papel. Se acordó de un “bookworm”, la expresión que significa “lombriz de biblioteca” (en castellano se traduciría como “ratón de biblioteca”). Esa fue la razón por la que la historia original se tituló “A Week With Willi the Worm”. Fue gracias a un editor que la lombriz se transformó en una oruga.

19. Michael Bond compró al oso de peluche que inspiraría su Paddington durante la nochebuena de 1956. Era el único juguete que quedaba en la estantería de unos grandes almacenes, sintió pena por él y se lo llevó a casa.

20. Uno de los profesores de A. A. Milne, autor de Winnie-the-Pooh (1926), fue H. G. Wells que, antes de convertirse en escritor de ciencia-ficción, enseñaba matemáticas.

21. La versión en latín de Winnie-the-Pooh (Winnie ille Pu) es el único libro en esa lengua que ha llegado a estar en la lista de los más vendidos de The New York Times. No sucedió lo mismo con Harrius Potter et Philosophi Lapis, el primer libro de la saga que también fue traducido a la lengua de los romanos.


22. Los libros de Harry Potter fueron los primeros libros para niños en aparecer en la lista general de libros más vendidos de The New York Times desde que lo hiciera La telaraña de Carlota de E. B. White en 1952.

23. E. B. White estaba en su granero cuando de repente se fijó en una araña que hacía girar un saco de huevos. Así nació La telaraña de Carlota.

24. Una faceta desconocida de Shel Silverstein, autor de Hay luz en el desván o El árbol generoso, es que fue dibujante y escritor de la revista Playboy (incluso vivió alguna temporada en la famosa mansión), así como letrista de canciones, por ejemplo A Boy Named Sue, un tema que sería grabado por Johnny Cash.

25. En cierta ocasión, Margaret Wise Brown, autora de Buenas noches, luna, amenazó a un editor con dispararle una tanda de flechas con su arco si lo veía caminando por la calle. (N.B. Para todos aquellos que gastan malas pasadas a escritores e ilustradores: tengan cuidado no sea que cunda el ejemplo…)

26. Unos meses antes de que muriera a causa de una operación en Niza, Wise Brown, de 42 años, redactó un testamento donde nombró como heredero de los derechos de autor de Buenas noches, luna y 78 títulos más, a un niño llamado Albert Edward Clarke, hijo de una amiga suya. Aquel niño de 9 años es hoy un septuagenario que cuenta con un amplio historial delictivo.


27. Cuando en 1935, Antoine de Saint-Exupéry sobrevolaba el Sahara por territorio libio, sufrió un accidente. Permaneció cuatro días en el desierto junto a su compañero hasta que un beduino les salvó la vida. Aquella experiencia, incluidas las alucinaciones que sufrió, le sirvieron como fuente de inspiración a la hora de escribir El principito.

28. H. A. Rey construyó dos bicicletas con piezas de repuesto para escapar junto a su esposa del París que iba a ser invadido por los nazis horas después, llevando consigo el manuscrito de Jorge Curioso. En su huida fueron detenidos por un agente que pensó que aquellos papeles eran documentos de espionaje. Tras comprobar el contenido, se lo devolvió y les dejó marchar.

29. Los personajes principales de las historias de El Capitán Calzoncillos de Dave Pilkey recibieron su nombre en honor a dos héroes de los libros infantiles. Harold, por Harold y el lápiz color morado de Crockett Johnson, y George por el Curious George de H. A. Rey.

30. Antes de que Google se lo comprara, la página oficial de Garfield, el famoso gato de las tiras cómicas de Jim Davis, usaba como dominio de su correo electrónico 'gmail.com'.