sábado, 23 de abril de 2022

Vidas de libro


En un día como este en el que las calles se llenan de libros, yo opto por quedarme en casa. Quizá les extrañe, pero lo cierto es que no encuentro la necesidad de hacer una clara diferenciación entre esta jornada y cualquier otra. Para mí, los libros y la lectura son una constante que no requiere de mucha fanfarria. Si acaso, hago referencia a ello y poco más, que ya se acuerdan los demás de llenar las redes sociales con libros, rosas y dragones.
Prefiero fijarme en los detalles. Por ejemplo, en los títulos que regala la gente, en las banderitas que ostentan ciertas editoriales, en lo que leen niños, jóvenes y viejos, o en qué actividades de animación a la lectura se centran bibliotecas y librerías. Lo que más ha llamado mi atención este año es la cantidad de libros que se editan. Todavía no me explico cómo hay público para tanto y tanto libro.


Se me ocurren varias teorías de andar por casa. Entre estas podría destacar esa de que el ciudadano español cada vez lee más (la menos probable). También tengo la de que el mercado editorial empieza a estar muy parcelado y por tanto el negocio está más repartido y equilibrado que antaño. Otra podría ser que las editoriales han desarrollado mejores formas de comercialización de sus productos y el rendimiento es mayor. Y para terminar, que los autores son más certeros a la hora de escribir sus historias.
Cualquiera puede ser cierta pero la que más me gusta (y disgusta... Sí, tengo el corazón dividido) es la última. Y es que teniendo en cuenta que, por un lado, las historias más comerciales y paraliterarias son las que más éxito tienen, y por otro, que títulos excelentes pasen desapercibidos, no sé si tirar cohetes o echarme a llorar.


Y es que hace doscientos años la literatura era otra cosa. Solo sabían escribir unos pocos (o quienes escribían eran cuatro privilegiados, elijan la opción que más les guste), público y crítica coincidían en sus elecciones, y se publicaba infinitamente menos porque el mercado era muy pequeño (solo compraban libros los pudientes). Este panorama favorecía que las buenas historias vendieran muchos ejemplares y se integraran en el canon.
Ahora todo es más complejo porque escribe hasta La Intemerata. Lo haga bien o mal, tenga buenas historias o no. Todo vale en un ecosistema muy variopinto donde la suerte, las estrategias de promoción y venta, o las modas son fundamentales. Sí, monstruos, la competencia literaria actual es voraz. Pero claro, cualquier persona tiene una historia bajo la manga, puede contarla y sobre todo, venderla.


Por esa razón, les enlazo con De papel, un álbum de Claudia Novaro y Armando Fonseca recién publicado por Kalandraka. Finalista del último Premio Compostela de álbum ilustrado, esta sugerente historia se adentra en la vida de un niño de papel. Sí, como lo oyen, pies, manos y cabeza hechos de celulosa cien por cien. Mateo se llama. Lleno de pliegues, de páginas en blanco que cierto día empiezan a llenarse con los detalles de su propia vida, una que merece ser leída.
Un relato fantástico que, a pesar de recordar a otros similares de Gianni Rodari o Fernando Alonso, lleva al lector a ahondar en el propio objeto libro, en su utilidad, su necesidad y fragilidad desde un punto de vista poético y emotivo. Todo ello aderezado con unas ilustraciones donde la gama de grises imprime sobriedad y dramatismo a una obra para todos los públicos.


Geometrías que recuerdan a las esquinas de cualquier hoja de papel o los dobleces del origami, pinceladas rápidas que podría dar cualquier niño en la tierna infancia o los hombres prehistóricos en sus cavernas, guardas peritextuales, composiciones construidas a base de líneas, planos y motivos repetidos, laberintos y fractales. Un juego de luces y sombras que nos retrotraen a nuestro primer encuentro con los cuadernos y los libros.
Bello. Como un libro.

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