Mostrando entradas con la etiqueta Editorial A Fin de Cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Editorial A Fin de Cuentos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 22 de mayo de 2024

¿Para qué sirve la vida?


Para el Alfon, que nunca le dedico na'.

Hay gente que le da mucho a la cabeza. Tanto, que se ponen a pensar en cuestiones sobre las que hay poco que decir. Así les va. Salen medio tarumbas y se llevan al que pillan por delante. Pensar no es bueno. Ya lo afirmaba mi padre (que jamás toma nota de sus propias palabras). El que mucho cavila, poco vive. Por eso le digo yo al Alfon que va a durar lo que no está escrito con esto de dedicarse a la vida alegre, esa en la que ni siquiera se leen libros. Él, más pillo que entre siete, me respondería “¿Y para qué sirve la vida, Román?”.
Aunque yo lo tengo claro a pesar de leer infinitamente más que él (espero que no me pase factura y seguirle a zaga en esto de la vejez…), parece que hay un elevado porcentaje de la población que se dedica a pelar la pava con la existencia y sus propósitos. Que si no estoy satisfecho con mi proyecto de vida, que me arrepiento de aquella decisión o que mira el futuro que me espera. A lo que yo respondo: ¡Qué aburrimiento!


Buscarle sentido a la vida puede ser una empresa tan fácil como difícil, sobre todo cuando no eres ni Sartre ni Kierkegaard ni sabes pronunciar el apellido del segundo. Pero lo más complicado de todo es encontrarle el lado banal, hedonista y pendenciero. Y si lo haces, tomártelo con mesura, no sea que de la emoción, te quedes sin disfrutar del premio de consolación.
Anímense a entrar en nuestro pequeño club de vividores y déjense los libros de autoayuda junto a la leña, no sea que hagan mal uso de sus neuronas y quieran matricularse en un grado de psicología, el deporte nacional después de la freidora de aire. Que sí, que la vida es útil, y el que vive, lo sabe.


¿Para qué sirve?, un libro de José Maria Vieira Mendes y Madalena Matoso, acaba de llegar a España gracias a la editorial A fin de cuentos y desde este espacio que nadie sabe para qué sirve (¿O sí? ¿Por eso existe?), le vamos a dedicar un repaso.


Todo empieza con la pregunta del título (y que también está escrita sobre ese bombo que me ha vuelto loco): ¿Para qué sirve? Las páginas se llenan de bombillas, lupas, tijeras y lápices. También de otras cosas que adoptan como nombre su utilidad, léase sacacorchos, sacapuntas o cortaúñas. Incluso aparece un teléfono móvil. Todo sirve para algo, pero ¿pueden servir para otras cosas? ¿Podemos usar un sombrero como una cesta o un neumático para columpiarnos? Uy, vaya lío… ¿Llegaremos a algún sitio con este libro?


Si bien es cierto que, en principio, este álbum puede parecer algo complejo, en realidad parte de un pequeño juego que, a base de preguntas y respuesta, nos lleva donde quiere (¿o dónde queremos?), algo que tiene mucho mérito, pues con una pizca de curiosidad y un suspense generado por una secuencia que, girando sobre el existencialismo y el utilitarismo, termina sembrando una idea tan hermosa como inútil (¿o no?).


Esos contrastes tan coloristas que se gasta la Matoso a golpe de naranjas, amarillos y fucsias no dejan indiferentes a los lectores, es más, los atrapan de lleno en una obra que tiene mucha filosofía. Si esto fuera poco, la portuguesa incluye elementos metafóricos (¿Ven esa pista de atletismo tan ordenada con la que empieza y lo embarullada que termina?), idas y venidas, comparaciones y secuencias rítmicas que ofrecen una dinámica visual arrolladora.
Por si no se han enterado, no me pidan que les defina este álbum poco definido, lo único que les puedo asegurar es que sirve para pasar un buen rato, que ya es bastante.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Elogio a la necedad


Hace más de cinco siglos que Desiderio Erasmo de Rotterdam, el gran pensador neerlandés, dedicara a populacho y gobernantes su Elogio a la necedad o encomio de la estulticia, para mi gusto, un libro todavía vigente a pesar de lo que ha llovido, no solo porque los necios sigan in crescendo, sino porque la sociedad es incluso más gris que en aquel entonces. Si no lo han leído, les invito a que le echen un vistazo y hagan una lectura, al menos, de sus frases más célebres para constatarlo.
Lo que más llama la atención de este libro es que, aprovechando que fue escrito en latín, su título se traduzca últimamente como Elogio a la locura, cuando Erasmo en realidad se refería a tontos y necios, dos adjetivos que, para mi gusto, distan bastante del llamado loco. Bastante tienen aquellos que sufren esquizofrenia u otras patologías de la psique, para que los relacionen con los primeros.


Yo diría que, más bien, tiene relación con esa frase tan española de “hacerse el loco”, una que utilizamos con frecuencia siempre que alguien quiere eludir un hecho o hacer caso omiso de alguna situación, generalmente embarazosa y que pone en evidencia su falta de sensatez, entendimiento, autocrítica y, sobre todo, miserias. Que este mundo bien podría llevar por título el del libro de hoy, La nave de los necios, recién publicado por A fin de cuentos.
Ana González Lartitegui nos brinda un libro, como diría Karlos Arguiñano, lleno de fundamento, no sólo porque es estupendo desde el principio hasta el final, sino porque el trabajo en el planteamiento y la resolución ha sido exquisito.


La autora maña nos plantea una historia muy loca en la que el sentido y el sinsentido danzan en todas sus páginas. Todo empieza con un joven aburrido (ya saben, lo que se estila…) que decide gastarle una broma a un vecino y echarse unas risas a costa suya. Pero como esta es una historia de ida y vuelta, al final le sale el cuento por la culata gracias a unos cuantos personajes que parecen salidos de La Celestina, películas de los Monty Phyton o un chiste de Gila.


Sobre los recursos narrativos y de estilo, hay que destacar bastantes cosas... Primero, utiliza un hilo conductor un tanto inverosímil (esa mata de tomate que pasa de mano en mano me recuerda a otras retahílas, cuentos sumativos y narraciones encadenadas como Corre, corre panecillo). En segundo lugar, imprime movimiento mientras los personajes van cambiando de ubicación en cada doble página. También ambienta la historia en el medievo tardío europeo, una época tan sugerente, como extraña, que siempre ha dado juego a ilustradores como Andrej Duguin y Olga Duguina. Por último, la Lartitegui toma como referencias grandes obras de la pintura flamenca y nos propone un juego del escondite gracias a El Bosco (recuerden que tiene un cuadro titulado como este libro, que a su vez está inspirado en la obra satírica de Sebastian Brant), Patinir, Brueghel el viejo o Desprez, al tiempo que nos sumerge en obras tan emblemáticas como El paso de la laguna Estigia, La parábola de los ciegos o El carro de heno.


Tapas enteladas, ilustraciones realizadas enteramente a mano y montones de detalles, nos dan la bienvenida a este “road trip” donde humor, arte y sentido crítico son los mejores aliados de una lectura en la que todos podemos mirarnos como necios y estúpidos que somos.

martes, 20 de junio de 2023

¡Pon una piscina en tu verano!



Albacete no tiene playa, pero piscinas, muchas. Y cuando el calor asoma todo quisqui empieza a buscar una en la que remojarse. En la urbanización de al lado, la parcela de Zutano, en las municipales, las de este club privado o en la toi del vecino. Por piscinas que no quede.
Unos meten las piernas, los otros se pavonean en los alrededores o toman el sol sin medida. Los de más allá se zambullen sin parar. De cabeza, en picado o sobre la panza. Una y otra vez durante toda la santa tarde. Socorristas, familias enteras, poli-operadas, nadadores, cuñaos y musculocas. Todos tienen cabida.


Nada como una piscina para jugar al tute, despellejar a cualquiera, pillar un cáncer de piel, buscar maromo o acabar maltrecho. Todo es posible, incluso pillar un resfriado en pleno verano. Nada es comparable a la piscina, sobre todo si quieres nadar, que el mar es traicionero y, como te descuides, no sales.
Saladas o cloradas, no hay piscina mala, sobre todo cuando llega la canícula y crees enloquecer en mitad del asfalto. Al son de la bachata, con un daiquiri en la mano, pringado de bronceador, riendo y charlando. Por la mañana, durante la siesta, en la merienda o al caer la noche. Todo momento en torno a la piscina tiene una chispa mágica.


Mientras piensan en sus momentos favoritos, toca hablar de piscinas en el libro álbum. Aunque seguro que ya conocen la Piscina de Ji Hyeon Lee, La piscina de Audrey Poussier, o en la que Malena Ballena bucea, hoy les les traigo dos nuevas historias que transcurren en sendas piscinas. El primero es ¡Al agua, gallinas!, un álbum de Pablo Albo y Rocío Araya que acaba de publicar A fin de cuentos y que nos cuenta la experiencia de un grupo de chavales en un cursillo de iniciación a la natación.
Los críos eran muy felices en el borde de la piscina, chapoteando en el agua. Pero todo cambia con la llegada de McCallagan, un hombre que además de prohibir las carreras y otros juegos, les invita a zambullirse en el agua, algo bastante difícil teniendo en cuenta que todos le tenían un miedo atroz al líquido elemento. Ellos, hartos de que McCallagan no predique con el ejemplo, lo empujan y, tras caer al agua, desaparece en el fondo. ¿Le habrá pasado algo? ¿Conseguirán sacarlo de allí?


Poética y llena de momentos muy reconocibles para la infancia, esta historia nos acerca a las fobias infantiles, su germen y resolución desde una perspectiva casi mágica en la que las ilustraciones de Rocío Araya tienen mucho que decir. Mil tonalidades de azul para una narración muy veraniega que se resume en unas guardas peritextuales muy evocadoras.


Pablo Albo se embelesa con las palabras y, sin olvidar esas pinceladas de humor y el positivismo que tanto caracterizan su discurso, nos guía como niños temerosos a una aventura donde lo desconocido puede ser el lugar ideal para hallar el reflejo de uno mismo y descubrir que hay un sinfín de vivencias por compartir.


El segundo es ¡A la piscina!, un librito de Tomo Miura publicado por Siruela y que está dirigido a los primeros lectores. En él, un niño se prepara para ir a la piscina. El bañador, las gafas, el flotador… ¡Todo listo! Pero cuando llega a la piscina, está tan a reventar que tiene que posponer su baño para el día siguiente. Llega el martes y en la piscina se celebra un concurso de pesca. Y el miércoles en una pista de patinaje… ¿Conseguirá nuestro protagonista bañarse este verano?


Yo que soy muy pejiguero y me gusta nadar sin demasiada gente, me he visto reflejado en una historia donde el humor es la clave, más todavía teniendo en cuenta que la autora es japonesa (No me quiero imaginar la de gente que debe haber en una piscina nipona). Disfruta lacerando una y otra vez al protagonista, lo expone a la sorpresa e invita al lector-espectador a reírse gracias a lo inverosímil e hiperbólico.


Recordando a otros autores del país del sol naciente, es una buena forma de disfrutar de las piscinas y recordar que ninguna por muy maravillosa que sea, queda exenta de público, pues a falta de una playa cercana, todos tenemos piscinas.

lunes, 27 de febrero de 2023

El colmo de la mala suerte


Hay días de esos que parece que te ha mirado un tuerto. 
Lunes. No te suena el despertador, te levantas corriendo y te sueltas un leñazo en el pie, abres el grifo y recuerdas que han cortado el agua para solucionar una avería, la leche hirviendo, las tostadas medio quemadas y ¡plaf! lamparón sobre la camisa recién puesta. Sales de casa. Aire libre. Solo te falta aligerar el paso y creer que ya nada puede joderte el día hasta que un pájaro cualquiera deja caer una buena plasta sobre tu testa. 
Espero que hoy no sea ese lunes.


Pero ¡¿y esta mancha blanca?!
Miro al cielo:
picos, patas, colas, plumas en revuelo.

Pájaros grandes y microscópicos,
unos ingenuos, otros diabólicos.
Pájaros serios, pájaros cómicos,
unos que trinan, otros afónicos.

Pájaros cuerdos, muchos lunáticos,
unos groseros, otros simpáticos.
Pájaros rígidos, también elásticos,
unos normales y otros fantásticos.

No me miran y se fingen distraídos.
En sus caras todo dice: “Yo no he sido”.

Los fulmino como mirada policiaca.
¿Cuál será el que de lo alto me hizo caca?

Xaviera Torres.
¿Quién fue?
En: ¡Oh, cielos!
Ilustraciones de Natascha Rosenberg.
2022. Bilbao: A fin de cuentos.



jueves, 29 de diciembre de 2022

Condiciones migratorias


Migrar consiste en abandonar tu lugar de residencia para instalarte en otra parte, generalmente en otra región o país. Esto quiere decir que tenemos dos tipos de migrantes, aquellos que lo hacen en su propio país, lo que se conoce como migración interna, o quienes se van a otro país diferente, lo que se conoce como migración internacional. Si bien es cierto que estamos acostumbrados a utilizar la palabra migrantes cuando nos referimos a los segundos, no debemos olvidar a que irse de Albacete a Madrid en busca de una mejora laboral también es migrar.


Y ahora me dirán que no tiene comparación, y yo les replicaré que todo depende de las condiciones en que lo hagas. Conozco a más de uno que se ha ido con una mano delante a las grandes capitales de nuestro país en pos de un sueño y han pasado las de Caín. Malvivir en pisos patera, trabajar en los puestos más criminales, alimentarse a base de arroz, no poder costearse ni el abono de transportes y sentirse más solo que la una, es el modus vivendi de muchísima gente que se busca la vida en Barcelona, Valencia o Sevilla y no vienen precisamente de Senegal.
“No es lo mismo, Román…” Yo creo que, en vez de hablar de migración en términos geográficos, deberíamos hablar de condiciones migratorias. No es lo mismo que un neurocirujano venezolano venga a trabajar al Gregorio Marañón, que un operario de Nerpio se vaya a Frankfurt am Mein. Barreras lingüísticas, culturales, monetarias y laborales, siempre se atenúan cuando el migrante tiene una formación y posición social superior.


Con esto quiero hacerles ver que, a pesar del empeño que ponen la televisión, los políticos y las ONGs en apelar a nuestra humanidad para vendernos sus productos, hay que diferenciar entre migrantes afortunados y migrantes desafortunados. Que al final, no todos los de allí tienen tan mala suerte, ni todos los de aquí estamos a nuestros once vicios.
De entre los que tienen pocos recursos hoy les traigo a Hanielle y Alika, dos niñas migrantes cuyas historias merece la pena conocer.


La barca de Hanielle, un álbum de Emilia Arias Domínguez y Cintia Martín publicado por la editorial A fin de cuentos, nos cuenta la historia de Hanielle, una niña que emprende con su madre un viaje a través del mar. Prepara su equipaje, se despide de su abuela y sube al barco. Algo no cuadra… el texto se refiere a las imágenes pero de una manera diferente. La abuela sonríe en vez de llorar, su madre parece tranquila y serena en vez de temerosa e inquieta, los peligros del viaje no se pueden referir a una fiesta… ¿Qué pasa aquí?


En realidad esta es la historia de dos niñas que se entremezclan en unas ilustraciones realizadas por capas que sólo se pueden apreciar gracias al visor que se esconde en las guardas delanteras del libro y que nos ofrece dos perspectivas diferentes de dos protagonistas que pertenecen a realidades dispares.


En un alarde de extrañamiento y gracias al juego visual, las autoras nos sumergen en la dicotomía del viaje. ¿Ocio o necesidad? ¿Riqueza o pobreza? ¿Alegría o tristeza? Sea cual sea la realidad que vivamos, el calor materno siempre está ahí para protegernos, apoyarnos y ahondar en emociones universales a pesar de nuestro origen o condiciones vitales.


En Alika, el libro de Paco Ortega editado por Bookolia, nos cuenta la historia de otra niña que por culpa de una promesa materna se pone a reinar antes de quedarse dormida. ¿Qué será esa sorpresa de la que tanto habla mamá? ¿Flores rojas, agua fresca o el borrego que perdió?


En este libro fundamentado sobre lo poético, el autor nos invita a conocer la vida cotidiana de una niña y toda la belleza que la rodea para, gracias a un golpe de efecto final, obligarnos a recapitular para reconocer lo difícil que es dejar atrás toda esa serie de experiencias que nos aferran a nuestros orígenes, eso que los gallegos llaman morriña.


Gracias a un detalle viajero (¿lo descubren?), unas guardas que funcionan a modo de preludio o epílogo, y unas ilustraciones donde la calma, el espacio vacío, la perspectiva y las tintas medias, tenemos un libro-álbum más que notable sobre un tema peliagudo con final feliz.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Asesinos de árboles


El tostón del ecologismo está rozando cotas insospechadas, pero ¿qué pasa con los árboles de las ciudades? Es una vergüenza como están paseos, plazas y otras zonas verdes de mi ciudad, una situación que se podría hacer extensiva a cualquier municipio de España.
Parece que a la gente, a los políticos les joden los árboles. Arrasan con ellos sin miramientos. Cuando necesitan poner una terraza, cuando el aparcamiento escasea, o cuando hay que levantar una calle, los arrancan y como si nada. Incluso los jardineros, que se supone deberían velar por la conservación y el buen estado de la vegetación urbana, tienden a su eliminación indiscriminada achacando cualquier tipo de justificaciones absurdas, como el peligro ciudadano


Ni siquiera arbolillos como Cercis siliquastrum, Laurus nobilis, Arbutus unedo, Prunus cerasifera o Ligustrum vulgare quedan a salvo de este expolio. Puedo entender que un plátano de sombra, un olmo o un almez sean árboles con demasiado porte como para crear problemas en las calles, estorbar a los vecinos con sus ramas o viandantes. Pero que estos arbolitos que funcionan como meros adornos y entretenimiento para viandantes
Con lo que cuesta criar un árbol en mitad del asfalto. Gases tóxicos, sustrato escaso, riego mínimo, zarandeos varios… Auténticos supervivientes que no solo engalanan las aceras, sino que oxigenan el aire circundante, nos proporcionan sombra y frescor y, lo más importante, una pizca de vida. Jardines esquilmados, calles desangeladas y paseos que bien podrían ser eriales. Esa no es la forma de ejemplificar una conservación del


Lo peor de todo viene cuando, llegada la hora de rellenar ese hueco con otro ejemplar, la administración competente decide eliminar el alcorque o poner es su lugar una papelera o cualquier otra especie fuera de toda razón o estética.
Ojalá se inventaran una ley como la de perros y gatos pero dedicada a árboles y arbustos, para todo aquel que atentara contra la vida de estos seres (útiles, no como los primeros) pudiera ser enchironado, sobre todo en ciudades como lamía en la que el sol es un tormento la mitad del año y la sombra escasea en cada recodo. Y no me vengan con que ya hay multas en las ordenanzas municipales, porque más de uno se las pasa por el forro.


Dejando para otro día el tema del césped en el sur peninsular, continúo con el tema arbóreo gracias a Andrea Antinori, la editorial A fin de cuentos y El naranjo, un álbum bien simpático con un trasfondo bastante interesante. Una semilla brota, crece un árbol y se llena de naranjas. Llegan los pájaros y se las llevan, el hombre lo poda, el gusano se come las hojas y el perro hace sus necesidades en él. El naranjo decide tomar venganza con el pájaro, el agricultor, el gusano y el perro, para después escapar perseguido por un policía.


Todo suena muy absurdo pero ese giro argumental inesperado lo es todo, ya que dotar de movimiento a un árbol, rompe el marco de lectura y propicia un discurso enriquecido donde cualquier cosa es posible. La víctima se convierte en criminal, los verdugos se convierten en inocentes, ¿qué pasa aquí? No es más ni menos que una metáfora imaginaria sobre la naturaleza y su capacidad para aleccionarnos desde un prisma travieso y divertido.
Heredera de las persecuciones de las películas mudas que se acentúa por la poca economía textual y una secuenciación lineal que corre página tras página, es un libro bastante alocado pero que da lugar a interpretaciones muy variadas dependiendo de la mirada y su contexto.
Y si encuentran algún asesino de árboles, no duden en regalárselo, se lo pensará dos veces.

domingo, 27 de febrero de 2022

Apuntes sobre la guerra


Putin invade Ucrania y lo único que se le ocurre a la gente es colgar el cartelito de “No a la guerra” en sus respectivas redes sociales. La verdad es que me parece una postura muy pueril la del ciudadano occidental, ese tan buenista y ensimismado que, desde un prisma complaciente e ignorante no se plantea que esa no es la forma de ayudar a los afectados o que la geopolítica le afecta mucho más de lo que piensa por muy lejanos que vea los conflictos.


Sinceramente, no sé qué piensan muchos de la vida. Mientras por un lado se rinden a los ismos impuestos por una ideología inerte que solo busca dividirnos y sacarnos los billetes (si el orden social ha cambiado con la pandemia, espérense a lo que viene...), ahora exigen que Europa, que Occidente, salve a Ucrania de la amenaza rusa -bonita paradoja cuando ese mismo país lleva con una guerra civil encubierta unos cuantos años y nadie ha dicho ni pío- ¿Con qué vamos a luchar? ¿Con el ecologismo? ¿Con el #MeToo? ¿Con el Black Lives Matter? Putin es un sinvergüenza (como mínimo), pero ha dejado en evidencia que vivimos secuestrados y embobados por unos intereses creados y toda una serie de valores erróneos.


A ver si se enteran. Estados Unidos sigue afianzándose como potencia mundial después de 70 años con unas partidas de ajedrez en las que los países europeos son sus peones (como hagan con Ucrania lo que hicieron con los Balcanes, apaga y vámonos…), Rusia intenta sacar pecho a costa de China y las repúblicas ex-soviéticas, Alemania se rearma a lo bestia y la economía mundial entrará en un nuevo orden sin precedentes y sin excedentes. 
Si muchos se echaron las manos a la cabeza viendo como acabó la Segunda Guerra Mundial, veremos cómo acaba esta...
Y si no teníamos bastante, han llegado los medios de (des)información de unos y otros para hacer de las suyas a instancias de unos gobiernos que tienen muchos intereses, muchos culpables y muchos caudillos. 
Lo más paradójico es que hemos dejado a los antivacunas a un lado, pero le ha llegado el turno a rusófobos y anti-imperialistas, porque unos venden gas a precio de oro y otros nos obligan a que el pan de cada día sea imposible de comprar (¿de dónde se creían que venían los cereales?).
Mientras tanto, y como decimos por La Mancha, la adorada Unión Europea nos engalga repartiendo billetes a diestro y siniestro, impone sus cuotas agrícolas y ganaderas, habla de ángeles y demonios, y lava nuestros cerebros con solidaridad y energías renovables (otra falacia para dejarnos sin un chavo).


Lo dicho, en vez de seguir con el bicho, Sálvame, Ana Obregón y la pandereta (¡Mira que si nos diera por leer...!), haríamos bien en estar al tanto de lo que ha pasado en nuestro planeta durante los últimos 100 años y constatar que en esta merienda de negros siempre sacan tajada los mismos. 


Todo lo anterior no quiere decir que yo sea pro-ruso, que desee el regreso de la Guerra Fría (si es que alguna vez terminó) o que me alegre de las vidas que se están segando más allá de los Cárpatos. La realidad de cualquier conflicto armado es muy triste y para ilustrarles sobre ello les traigo La guerra, un libro de André Letria y José Jorge Letria que acaba de publicar en nuestro país la acertada editorial A fin de cuentos y que, cómo no, he incluido en este monográfico sobre la guerra en los libros infantiles.


Desde un texto poético en el que abunda la anáfora, los reconocidos autores portugueses construyen una definición de la guerra, de cualquiera. Un fenómeno que no se puede entender desde otra naturaleza que no sea la humana y en el que caben muchos aspectos por todos conocidos.
Así despliegan una amplia gama de ocres y grises que se suceden en unas ilustraciones donde el texto desaparece continuamente para alargar unos silencios que imprimen dramatismo a esta narración secuencial que gira en torno a múltiples ideas y reflejos de la guerra. Elipsis y metáforas se alternan en un vaivén inquietante donde los detalles son igualmente importantes.


Composiciones donde abunda esa geometría que tanto recuerda a las formaciones militares. Soldados, aviones o edificios, que se acercan y alejan gracias a un objetivo cinematográfico que nos regala planos generales y primeros planos sobre guerras reales o ficcionales (vean a H. G. Wells y sus marcianos).
Una delicia de libro que en más de sesenta páginas (un número atípico en el libro-álbum) abre el camino para plantearnos muchas preguntas sobre un tema que a cualquier persona, sobre todo a las que queremos vivir sin complicaciones y terminamos sufriéndolas, nos aterra.


viernes, 5 de noviembre de 2021

Descubrirse en compañía


Nadie dijo que las relaciones fraternales fueran fáciles. Y si alguien osó a hacerlo es que es sumamente afortunado (llevarse a las mil y una maravillas con tus hermanos es más difícil que ser el acertante de una buena primitiva) o es hijo único (siempre se idealiza lo desconocido).
Esto no quiere decir que todos los hermanos se lleven a matar. No. Solamente que, como en cualquier otra relación, suele haber altibajos, buenas y malas épocas, afinidades, envidias, diferencias y un sinfín de eventualidades que le dan forma. 
Buenas o malas relaciones no quitan para recordar con una sonrisa aquellos años en los que disfrutábamos de nuestros hermanos. Juegos, riñas, comilonas, enfermedades, viajes y hasta olas. El caso era que no estábamos solos. Nos vivíamos, nos sufríamos y nos descubríamos juntos. Porque los hermanos, si no perfectos, al menos son digna compañía. Lean estos versos y verán como llevo razón.

Mis ojos,
tus ojos,
ven azules
verdes, rojos.

Mi nariz,
tu nariz,
para oler
el regaliz.

Una lengua,
otra lengua,
te la enseño,
¿me la enseñas?


My eyes, one, two
Your eyes, three, four
See reds and greens
And blues and more

My nose, one
Your nose, two
Can you smell me
Like I smell you?

One tongue out
Two tongues out
Ready, steady,
Back in! Back out!

Leticia Ruifernández.
Dos hermanas – Two Sisters.
Ilustraciones de la autora.
Traducción al inglés de Ellen Duthie.
2021. Bilbao: A fin de cuentos.


jueves, 18 de marzo de 2021

Duelos inacabados


Uno de los temas que más se ha velado y silenciado durante la pandemia ha sido y es el de los problemas sociales que está trayendo el duelo mal gestionado. Han sido muchos las personas que han perdido la vida durante estos meses en los que el virus ha campado a sus anchas, y muchas otras las que no han podido despedirse de sus seres queridos del modo deseado. Padres, abuelos, hermanos, primos y amigos que se fueron y ya nunca volverán han dejado rota la vida de personas que todavía siguen encontrándose en un limbo emocional muy difícil.
Lo creamos o no esto tiene graves consecuencias, no sólo personales, sino también sociales, pues el duelo es una reacción interna, la respuesta natural y saludable frente a la muerte. Es verdad que cada duelo es un mundo, un proceso único e irrepetible, pero por lo general se establecen una serie de fases que todo doliente suele atravesar.


Debido a la situación restrictiva que padecemos, mucha gente se ha visto privada de asistir a los actos y rituales de despedida física de los fallecidos, y al mismo tiempo tampoco han podido experimentar alguna de esas fases de las que hablo, sobre todo las denominadas duelo agudo y el duelo temprano. Es por ello que no han sido capaces de elaborar y construir una respuesta completa a la pérdida.
Algunos han hecho lo que han podido llorando sobre las plantas que su madre cultivaba en el balcón o leyendo los libros de su padre a la luz de unas velas que titilan por el recuerdo, pero nada es comparable a un acto de conciliación real donde vivos y yacentes conversan sobre lo que fue y lo que será.


Teniendo en cuenta que este problema deriva de una decisión sobre la salud pública, es decir, colectiva, sería deseable que fuese la propia sociedad quien se preocupara de ese vacío emocional y psicológico que ha alterado la vida de muchos dolientes. Esto no ha sucedido así y son pocos los especialistas e instituciones que dirigen su esfuerzo a paliar estos daños colaterales.
Si además, entre esos afectados, somos capaces de atisbar la cara de montones de niños -la muerte y el duelo también son su problema- la cosa iría de perlas, no sólo porque son siempre los grandes olvidados en estos temas, sino porque es todavía más difícil la gestión de unas huellas indelebles que imprimen en ellos la ausencia de un padre o una abuela, más todavía si no tienen un patrón adulto y reconocible en el que reflejarse.


No nos hace ningún bien mirar hacia otro lado, pues tomar cartas en el asunto es una responsabilidad de todos para fortalecer una sociedad que, a pesar de parecer repleta de buenismo y compromiso, tiene mucho de egoísta e inhumana. Por mi parte, invito a todos aquellos que tengan niños a su cargo con este problema a visitar el monográfico sobre La muerte en los libros infantiles y por otro, a leer La cabina de teléfono en el jardín del señor Hirota, un álbum muy inspirador de Heather Smith y Rachel Wada recién publicado por la editorial A fin de cuentos.
En él se narra la historia compartida del señor Hirota y el pequeño Makio. Como otros muchos vecinos, pierden a sus familiares tras la gran ola que destruye la aldea. Todo es silencio en las calles hasta que el señor Hirota decide instalar un teléfono que devuelve la voz a todos, incluido el pequeño Makio, para poder comunicarse con aquellos a quienes no pudieron decir adiós.


Con un lenguaje quieto y poético, las autoras dan alas a una creación llena de sensibilidad que se realza gracias a unas ilustraciones de composición evocadora y una paleta de color donde las medias tintas y el gris cooperan en un mensaje triste pero esperanzador. Elaboradas con técnicas que recuerdan al tradicional grabado japonés no podrán dejar de contemplarlas.
Lo más curioso de todo es que este libro está basado en la historia real de Itaru Sasaki, un hombre que construyó una cabina de teléfono en su jardín para hablar con su primo fallecido en 2010. A pesar de ser un teléfono desconectado, Sasaki creía que las palabras podían viajar a través del viento, una manera de hablar con su primo y poder lidiar así con el dolor que le ocasionaba la pérdida. Un año más tarde, cuando el tsunami azotó las costas de Japón, el llamado “teléfono del viento” fue abierto al público y hasta hoy ha recibido más de 30.000 visitas de personas anónimas que buscan un refugio sentimental que es ayude a afrontar el duelo
 

Aunque este primer “teléfono de viento” se halla en Otsuchi, la idea se ha extendido por otras zonas de Japón e incluso del mundo, como Dublín (Irlanda) y los estados de California, Colorado, Carolina del Norte o Massachusetts (EE.UU).
Esperemos que lean y encuentren respuestas, porque al fin y al cabo el duelo es eso, vivir.