jueves, 18 de marzo de 2021

Duelos inacabados


Uno de los temas que más se ha velado y silenciado durante la pandemia ha sido y es el de los problemas sociales que está trayendo el duelo mal gestionado. Han sido muchos las personas que han perdido la vida durante estos meses en los que el virus ha campado a sus anchas, y muchas otras las que no han podido despedirse de sus seres queridos del modo deseado. Padres, abuelos, hermanos, primos y amigos que se fueron y ya nunca volverán han dejado rota la vida de personas que todavía siguen encontrándose en un limbo emocional muy difícil.
Lo creamos o no esto tiene graves consecuencias, no sólo personales, sino también sociales, pues el duelo es una reacción interna, la respuesta natural y saludable frente a la muerte. Es verdad que cada duelo es un mundo, un proceso único e irrepetible, pero por lo general se establecen una serie de fases que todo doliente suele atravesar.


Debido a la situación restrictiva que padecemos, mucha gente se ha visto privada de asistir a los actos y rituales de despedida física de los fallecidos, y al mismo tiempo tampoco han podido experimentar alguna de esas fases de las que hablo, sobre todo las denominadas duelo agudo y el duelo temprano. Es por ello que no han sido capaces de elaborar y construir una respuesta completa a la pérdida.
Algunos han hecho lo que han podido llorando sobre las plantas que su madre cultivaba en el balcón o leyendo los libros de su padre a la luz de unas velas que titilan por el recuerdo, pero nada es comparable a un acto de conciliación real donde vivos y yacentes conversan sobre lo que fue y lo que será.


Teniendo en cuenta que este problema deriva de una decisión sobre la salud pública, es decir, colectiva, sería deseable que fuese la propia sociedad quien se preocupara de ese vacío emocional y psicológico que ha alterado la vida de muchos dolientes. Esto no ha sucedido así y son pocos los especialistas e instituciones que dirigen su esfuerzo a paliar estos daños colaterales.
Si además, entre esos afectados, somos capaces de atisbar la cara de montones de niños -la muerte y el duelo también son su problema- la cosa iría de perlas, no sólo porque son siempre los grandes olvidados en estos temas, sino porque es todavía más difícil la gestión de unas huellas indelebles que imprimen en ellos la ausencia de un padre o una abuela, más todavía si no tienen un patrón adulto y reconocible en el que reflejarse.


No nos hace ningún bien mirar hacia otro lado, pues tomar cartas en el asunto es una responsabilidad de todos para fortalecer una sociedad que, a pesar de parecer repleta de buenismo y compromiso, tiene mucho de egoísta e inhumana. Por mi parte, invito a todos aquellos que tengan niños a su cargo con este problema a visitar el monográfico sobre La muerte en los libros infantiles y por otro, a leer La cabina de teléfono en el jardín del señor Hirota, un álbum muy inspirador de Heather Smith y Rachel Wada recién publicado por la editorial A fin de cuentos.
En él se narra la historia compartida del señor Hirota y el pequeño Makio. Como otros muchos vecinos, pierden a sus familiares tras la gran ola que destruye la aldea. Todo es silencio en las calles hasta que el señor Hirota decide instalar un teléfono que devuelve la voz a todos, incluido el pequeño Makio, para poder comunicarse con aquellos a quienes no pudieron decir adiós.


Con un lenguaje quieto y poético, las autoras dan alas a una creación llena de sensibilidad que se realza gracias a unas ilustraciones de composición evocadora y una paleta de color donde las medias tintas y el gris cooperan en un mensaje triste pero esperanzador. Elaboradas con técnicas que recuerdan al tradicional grabado japonés no podrán dejar de contemplarlas.
Lo más curioso de todo es que este libro está basado en la historia real de Itaru Sasaki, un hombre que construyó una cabina de teléfono en su jardín para hablar con su primo fallecido en 2010. A pesar de ser un teléfono desconectado, Sasaki creía que las palabras podían viajar a través del viento, una manera de hablar con su primo y poder lidiar así con el dolor que le ocasionaba la pérdida. Un año más tarde, cuando el tsunami azotó las costas de Japón, el llamado “teléfono del viento” fue abierto al público y hasta hoy ha recibido más de 30.000 visitas de personas anónimas que buscan un refugio sentimental que es ayude a afrontar el duelo
 

Aunque este primer “teléfono de viento” se halla en Otsuchi, la idea se ha extendido por otras zonas de Japón e incluso del mundo, como Dublín (Irlanda) y los estados de California, Colorado, Carolina del Norte o Massachusetts (EE.UU).
Esperemos que lean y encuentren respuestas, porque al fin y al cabo el duelo es eso, vivir.

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