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lunes, 6 de marzo de 2023

¡Malditos textos de contraportada!

 

Andaba el otro día de charla con La Piu a tenor de un libro que nos había encantado. Aplaudíamos muchos aciertos, pero también señalamos una pega: el texto de la contraportada. Era tan reduccionista, tan limitante, aportaba tan poco a un trabajo tan brillante, que nos había dejado con el paladar una miaja pastoso. Resumiendo: cuando las editoriales sacan su lado más mercantilista, la cagan.
No son las únicas. El colegio, la universidad, la iglesia, la televisión, los psicólogos, la sanidad o el estado, hacen exactamente lo mismo: dirigirnos hacia los derroteros que más les interesan. El mundo se ha convertido en una gran campaña publicitaria de la que participan todos los ámbitos, incluso el literario.


Y cuando se ponen buenistas y lacrimógenos, mucho peor... Mientras la guerra en contra de las etiquetas sigue abierta, le ponemos nombre a todo, lo reducimos a una mínima expresión y abogamos por la discriminación como si nos fuera la vida en ello, para gritar a los cuatro vientos: ¡Arriba la cultura de la cancelación! Pero lo más paradójico de todo esto es que todas esas editoriales que defienden la diversidad, el multikulti o la igualdad, son las que, precisamente, más contribuyen al encasillamiento de sus propios libros. ¿Acaso no hay algo más soez?


Esos textos de presentación que tachonan contratapas y fajas son un horror por varias razones. En primer lugar porque menosprecian al libro como objeto, su materialidad. 
Las dimensiones de un libro, su papel, el tipo de impresión y encuadernación, ya hablan del propio libro, nos dicen muchas cosas. ¿Para qué añadir un resumen que lo destripe y ningunee? Prefiero ver la película a limitarme con el trailer.
En segundo lugar, hay ocasiones en las que los propios autores deciden añadir elementos peritextuales en las contraportadas -véanse juegos tipográficos, un código de barras diferente, o detalles evocadores- que contribuyen al discurso, pero se ven emborronados por frases explicativas que solo sirven para atrapar al incauto de turno en las redes de compra-venta.
Por último y no menos importante. Un libro también se abre y se cierra, es una caja donde caben multitud de sensaciones, una pequeña sorpresa que sería una pena echar por tierra por romper apenas la esquina del papel de regalo que la envuelve. 


Además, eso de que los productores hablen maravillas de los productos, doesn't move me. 
Cuando una madre se presenta el primer día del curso para contarme las bonanzas de su vástago, desconfío. Prefiero conocer a mis alumnos de primera mano y extraer mis propias conclusiones. Lo mismo me sucede con los libros: primero, leerlos, y después, ya veremos...
Muchos dirán que “Claro, Román. Pero sí hay que hacerte caso a ti y a los cuatro capullos que os dedicáis a destripar libros…”. Sinceramente, me la sopla que un libro (sobre todo si no es mío) se venda o no. Todos los libros que asoman sobre mi mesa tienen las mismas oportunidades. Es por ello que pido opiniones externas, desinteresadas y objetivas. Nadie tiene la verdad absoluta. Y si no fuera posible, vería mucho más lícito juzgar a un libro por su portada, que hacerle caso al anzuelo comercial en la contratapa. He dicho.


*Todas las imágenes que acompañan a esta reflexión son propiedad de la agencia Magnum Photos, forman parte del artículo Reading: The Gratification of Watching Others Absorbed  y sus autores son, en orden de aparición, Wayne Miller, Marilyn Silverstone, Herbert List, Patrick Zachmann y David Seymour.

viernes, 19 de junio de 2020

Hablando de LIJ con... Carolina Lesa Brown


Una vez que ha pasado el confinamiento, invitamos a otros monstruos para disfrutar de su compañía y, sobre todo, para charlar de lectura y libros infantiles. En este vienes casi veraniego nos visita Carolina Lesa Brown, todo un honor teniendo en cuenta lo mucho que conoce este ámbito monstruoso de la LIJ y sus valiosas reflexiones al respeto. ¡Muy atentos! 
Hay muchas formas de convertirse en monstruo (léase “adulto que ama los libros para niños”). Con la llegada de los hijos, con los estudios de magisterio o gracias a la bibliotecaria de turno. ¿Cómo fue su camino hacia la literatura infantil?
La lectura en la infancia. Cuando era pequeña, leer obras que luego podía compartir con mis amigas, hizo que quisiera participar del mundo literario. Con siete y ocho años todas éramos fans incondicionales de Elsa Bornemann, a la que llegué a escribirle. Así, tan chiquita. Al principio, quería ser escritora; pero cuando crecí —cito a un gran amigo— preferí evitarle a la humanidad ese trago y me convertí en editora. En Argentina, de donde soy, la lectura está muy ligada a procesos de cambio social, a la construcción de la ciudadanía. Por eso estudié comunicación, una carrera que me permitía observar la literatura, el lenguaje, desde el marco de las Ciencias Sociales y, a la vez, trabajar en proyectos sociales donde la literatura estuviera muy presente. Aunque todas las etapas de la vida pueden ser transformadoras, creo que la infancia, al depender íntegramente de los adultos, es mucho más vulnerable que las demás. Todas estas cuestiones alimentaron mi interés en la literatura infantil, sobre todo desde un punto de vista comunicacional, donde se tienen en cuenta conceptos como el poder y la legitimidad de determinados conceptos y relaciones. En definitiva, como campo de construcción de sentido.



Su blog es muy caleidoscópico. Vía de escape, cuaderno de campo, biblioteca, álbum de recuerdos… ¿Qué significa para usted Cuando te presento el mundo? (N.B.: Hagan "click" en el enlace y disfruten, lectores)
Para mí es un pequeño espacio en el que poder compartir experiencias de lectura, sobre todo, para las familias y los terapeutas. Me gusta pensar en él como un lugar que pone su granito de arena para repensar la literatura que ofrecemos, en especial, a los que tienen algún tipo de peculiaridad. En el fondo, lo que intento promover es la oportunidad que merecen los niños y niñas, más allá de su diagnóstico, a poder leer la misma literatura de calidad que ofrecemos a los demás. Si los viéramos como lectores o lectoras antes que como personas con discapacidad, la selección de libros cambiaría, porque supondría pensarlos como seres humanos con las mismas necesidades simbólicas de los demás.
Sin lugar a dudas el apartado, para mí “estrella”, de su blog es la sección Cartas, un espacio en el que se dirige a su hijo Bruno, un niño diagnosticado con TEA (trastorno del espectro autista), para hablar de las lecturas que más le gustan. ¿Por qué se decidió por el formato epistolar?
El género epistolar siempre me ha gustado por la intimidad que supone. También, por la capacidad de interpelación directa, a pesar de requerir de la distancia. Las cartas son tímidas y, a la vez, valientes; dan presencia en la ausencia, porque su tiempo de lectura, como el de los libros, es diferido. Este sistema de comunicación me recuerda al código que teníamos con Bruno cuando era pequeño. Muchas veces, al resultarle insoportable los estímulos sensoriales, no podías dirigirte a él de manera directa, mirándolo a los ojos o tocándole, por ejemplo. La comunicación de ambos tenía lugar a través de un tercer objeto, como los álbumes o un muñeco. Hoy, estos libros se han transformado en cartas.   



El autismo, el alzheimer, la libertad sexual, la pobreza o el racismo están cada vez más presentes en los personajes y argumentos de la LIJ. Esta visibilización se puede abordar desde diferentes puntos de vista: vis comercial, postureo,  diversidad, necesidad… ¿Qué opina usted al respecto?
Pienso que cada uno de los temas que mencionas merecen un análisis independiente, pues van ligados a la recepción y experiencia literaria de estos colectivos específicos. Más allá de lo ya sabido —la necesidad de docentes y familias de utilizarlo como recurso didáctico, y de todo lo que implica—, me gustaría mencionar la necesidad de crear materiales supuestamente inclusivos. Se da por hecho, que solo con mencionar un tema controvertido o tener un personaje con una determinada condición, es suficiente. El objetivo es una identificación simplista, basada en estereotipos, que poco recoge la complejidad de la realidad. Lo cierto, es que para que una sociedad sea inclusiva se necesitan, prioritariamente, políticas sociales, culturales y educativas, no libros de ficción. La responsabilidad de la literatura es crear buenas historias para que estas personas, que ya tienen una vida difícil, puedan participar en igualdad de condiciones, tal como afirma Yolanda Reyes “del derecho a ser sujeto del lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación”. Por eso, desde mi punto de vista, si la intención es enviar un mensaje, es más más honesto, interesante e inteligente, publicar libros informativos, y no utilizar la ficción como disfraz. 
Por otra parte, en caso del autismo en concreto, he observado cómo a lo largo de estos años se han extrapolado algunas de sus características para dar forma, de manera natural, a la personalidad de ciertos personajes literarios. Rasgos como la dificultad social, la inquietud ante el contacto físico, el hecho de no mirar a los ojos, un interés muy específico y la falta de comprensión de las ironías. Personajes que pueden considerarse excéntricos y a la vez encajar dentro de ese espectro, como Newt Scamander de la serie Los animales fantásticos o Agamemnon White de Guardianes de fantasmas.



Últimamente, la presencia de la discapacidad en la LIJ se aborda desde el prisma de la discriminación positiva. ¿Acaso lo ofensivo no contribuye a lo literario?
La literatura y lo políticamente correcto nunca se llevaron bien. Sin embargo, la lectura y la subversión siempre hicieron un buen tándem; pero no porque el libro tuviera esa intención, sino porque la historia burbujeaba por sí misma. Lo ofensivo puede ser literario o no; pero en temas sensibles socialmente, si no está bien justificado dentro de la narrativa (personalidad de un personaje, necesidad de la trama) se traduce en pocas ventas o en una mala campaña contra el libro, que puede terminar en mala reputación para la editorial o incluso su retirada del mercado. No olvidemos que las editoriales son empresas con intereses económicos, y cada libro es una apuesta de ventas. De todas maneras, esto también tiene que ver con lo que hablábamos antes, impera una visión positiva porque se usan como recursos didácticos. Entre líneas, podemos hacer varias deducciones. La primera, es que el libro continúa siendo percibido como una voz de autoridad; la segunda, se sustenta en un concepto de comunicación unidireccional y unívoca, donde la persona es una tabula rasa que recibirá el mensaje tal y como fue concebido; la tercera, refiere a la idea de que los adultos deben tener todas las respuestas y, la cuarta, denota una falta de confianza en el diálogo como estrategia de construcción del conocimiento.
Este sitio está poblado de muchos monstruos que a veces se encuentran perdidos a la hora de ofrecer y sugerir lecturas a chicos como su hijo. ¿Existen ciertos criterios para ello o simplemente se trata de ensayo-error?
Yo creo que ninguna de las dos cosas es excluyente. Según el momento vital de cada uno, por ejemplo, la misma lectura puede ser un acierto o un error. Por supuesto que hay criterios de selección, con el que trabajamos editores y mediadores. Pero una familia no tiene por qué conocerlos. Por eso es tan importante la labor de orientación se hace con ellas desde las librerías, los centros culturales, las asociaciones y en la formación docente. Los niños y niñas deben elegir sus lecturas, y como adultos tenemos que acompañar esta elección desde la escucha y el respeto, interpretando sus gustos e intereses para saber qué ofrecer. Y este ofrecimiento debe contemplar, siempre, lecturas cada vez más complejas y sugerentes que hagan crecer la competencia lectora. Desde mi punto de vista, hay una falsa idea que afirma que leer es fácil y divertido. Yo la diría con la boca muy pequeña. Depende para quién y para qué edad. El proceso lector es, sobre todo en las primeras edades, difícil. Tal vez sería más importante decir que leer es complejo, cuesta, pero que merece la pena.



Cambiemos de tercio… ¿En qué se fija una editora de libros infantiles cuando ve un libro infantil?
Se fija en que, como decía Ana María Machado, haya merecido la pena talar un árbol para publicarlo. La historia debe tener el potencial suficiente para que, al trabajarlo sobre la mesa, todos los elementos narrativos funcionen como un engranaje. El objetivo final siempre es que el libro se adueñe de una parcela la biblioteca y no sea exiliado a un mercadillo de segunda mano.
Mercadillos y bibliotecas me han llevado hasta algo tan peliagudo como el canon. ¿Cree que es tan subjetivo como dicen?
Tal vez porque vengo de otra área o porque no tengo las suficientes herramientas teóricas, no termino de ver con claridad este tema.  Lo cierto, es que más que en una lista de autores u obras, prefiero pensar la LIJ como un campo en tensión, en el sentido de Pierre Bourdieu, e inscrito en él, una serie de obras y autores clásicos o de referencia, que pueden variar a lo largo del tiempo. Me parece más interesante observar la configuración de este campo, de sus reglas del juego, y cómo eso influye en la selección de obras y autores. Dicho esto, en lo que se rompe la dicotomía objetivo-subjetivo, creo que sí es necesario tener ciertas obras u autores de referencia. Si seguimos recomendando a Janosch o Arnold lobel, por ejemplo, es porque no hemos encontrado nada que los supere.



A su modo de ver las cosas, ¿qué características tiene el libro infantil perfecto?
Te confieso que como soy imperfecta, no me gustan las cosas perfectas. Como lectora, prefiero hablar de libros que permanecen. Y para permanecer, tiene que existir una historia que eche raíces en quien lee. Ahora bien, si me lo preguntas como editora, mi respuesta varía: el libro perfecto es aquel que respeta la armonía entre el sonido y el silencio lector, donde las palabras tienen una precisión matemática, las ilustraciones, si las hay, enriquecen el relato y, en su conjunto, se marca un ritmo de lectura que coincide con el ritmo de la historia. El formato, al mismo tiempo, colabora en la idea del libro y, muy importante, el concepto de lectura coincide plenamente con el catálogo. Pero sabemos que el libro perfecto no existe, ¡siempre habrá una errata con una innovadora estrategia de supervivencia!
Hablando de supervivencia, ¿la de un buen libro puede estar condicionada por el contexto? A veces tengo la sensación que buenas obras padecen de “obsolescencia programada”...
La supervivencia de un buen libro depende no solo del contexto sociohistórico, hay obras que en su momento pasaron sin pena ni gloria, como el Pentamerón de Giambattista Basile, y fueron rescatadas muchos años después. En la actualidad, a mi entender, debido a la superproducción editorial, la supervivencia de los libros depende de diferentes factores: la campaña de marketing, que el público lo convierta en un best seller y, para mí lo más importante, que libreros y libreras apuesten por ellos.
Las librerías son los agentes fundamentales de esta cadena.



Los “lectores perdidos”, esos jóvenes que leen durante la infancia pero que de repente se desligan de la lectura placentera, constituyen uno de mis temas favoritos. ¿Alguna sugerencia para traerlos de vuelta a los libros?
En primer lugar, creo que los momentos de no lectura son tan respetables como los de la lectura. A veces, es necesario alejarse, vivir otras experiencias, leer otras formas de arte, de cultura o transitar otros caminos. Y, aunque esto suene muy mal, hay muy buenas personas que no leen y otras nefastas que citan a Shakespeare. Dicho esto, como convenimos que es mejor leer que no hacerlo, yo partiría de escuchar a la no lectura. ¿Qué hace o provoca el abandono? ¿Cuánto hay de momento vital, de contexto socioeconómico u otras causas como la falta o el cierre de bibliotecas en un barrio, en un colegio? Por lo tanto, vería la causa para elaborar una estrategia más acertada.
Por otra parte, y más importante, creo que nos centramos en el abandono de narrativa, del objeto libro, pero esto no significa necesariamente la pérdida de lectura: hay muchos adolescentes que leen la prensa, otros cómics o novelas gráficas (género que no se suele tener en cuenta cuando se habla de lectura), y están los que consumen ficción digital, entre otros.  Ahora bien, si imaginamos un contexto cotidiano, siempre me ha funcionado compartir aquello que estoy leyendo. Hablar sobre mis lecturas de manera natural con jóvenes o niños/as. A veces, al crear dinámicas complejas, olvidamos algo esencial: situarnos de igual a igual para compartir historias y decir lo que hemos sentido al leerlas o escucharlas. Yo no siempre recomiendo libros; en ocasiones, me parece más oportuno un espectáculo de narración oral como re-acercamiento a la lectura.
¿Y dónde queda la paraliteratura? En cierta entrevista te escuché hablar de este punto tan interesante que no siempre es bien recibido…
Bueno, la verdad es que mi postura es muy poco ortodoxa… Y coincide con la de Peter Dickinson: la paraliteratura tiene, principalmente, dos funciones: la primera es socializadora. Permite crear una comunidad lectora entre iguales basada en el diálogo y el intercambio de libros. Como ha afirmado Aidan Chambers, este diálogo es muy importante para la promoción de la lectura, porque una de las grandes fuentes de lectura son las recomendaciones. El vínculo y las relaciones que se generan a través de los libros no es algo menor, porque crea pertenencia. Una vez, una buena amiga, coordinadora de diversos talleres de lectura me dijo: “más allá de la lectura, estos niños y niñas vienen para sentir que no están solos”. En segundo término —sigo con Peter Dickinson—, permite a los niños y niñas ganar confianza en estructuras sencillas para pasar a otras más complejas. En otras palabras, estoy a favor. La verdad es que no conozco a nadie que no tenga libros malos e inconfesables en su memoria lectora. El problema es cuando pasan a ser un gran porcentaje de la producción editorial o la línea principal de consumo.



Una cuestión que me crispa los nervios: ¿Vale cualquier libro?
Si entendí bien la pregunta, entonces te diría que sí: cualquiera puede encender un buen fuego o ser sustituto de papel higiénico durante la pandemia.  
Jajajaja… Esperaba una respuesta de este tipo…. A la hora de recomendar libros, ¿es más difícil desligarse de la faceta de madre o de la de editora?
Sin duda, me es imposible desligarme del lado editor. Mis hijos pueden tener gustos contingentes, varían con sus años y sus intereses. Pero hay libros que tienen más años que los tres juntos y constituyen una apuesta segura, u otros nuevos, que merecen un lugar en la mesita de noche. No todas las personas pueden comprarse libros todos los meses, por eso intento que el dinero sea invertido en una historia a la que se pueda volver.
Los monstruos generalmente nos quejamos de que los libros para niños son una parcela humanística muy desconocida, casi un reducto para cuatro locos. ¿Qué le falta al mundo de la literatura infantil para llegar al gran público?
En mi opinión, lo primero que falta en la LIJ es gente de diferentes áreas del conocimiento, que enriquezca las perspectivas y los debates. Especialistas en diferentes campos científicos y sociales que nos animen a pensar o introducir nuevas variables de análisis. El reducto de la literatura infantil no es solo pequeño, sino endogámico, y eso no es saludable para ningún campo de trabajo. Por eso, creo que la propuesta de Filosofía Visual de Wonder Ponder, la apertura hacia la ficción digital que promueve Lucas Ramada, por citar ejemplos actuales, fueron tan bien recibidas como en su momento lo fue la mirada antropológica de Michéle Petit.
Por otra parte, creo que tenemos un grave problema de comunicación con el público general: manejamos un discurso obvio y resabido, que no llega donde debería llegar o, al menos, no todo lo que quisiéramos. Si aún es frecuente oír, al entrar en una librería, alguien que juzga al libro porque está escrito en mayúsculas o minúsculas, nuestra labor necesita un replanteo importante. Estas situaciones dejan en evidencia que somos una gran minoría que se relaciona muy bien entre sí, pero que tiene una seria dificultad para pensar en otras estrategias o espacios de acercamiento a las familias, más allá de los tradicionales. ¿Tenemos suficiente presencia en los foros y grupos de crianza en las redes sociales? ¿Cuántas editoriales hacen llegar sus catálogos a otros lugares donde habita la infancia, como empresas de ocio y tiempo libre, centros de atención temprana o los gabinetes de psicología?



Estoy bastante de acuerdo con tu postura, es más, es una de las razones por las que me animé a abrir una pequeña sucursal de este sitio en Instagram, algo que, por otro lado, me granjeó críticas por una parte del sector LIJ-ero. Fue como si estuviera denigrando los libros infantiles. Me pareció una postura un tanto elitista por su parte. ¿Por qué cree que pasa esto?
No tengo suficiente información para decir si es elitista o no, pero sí creo que la lectura de la infancia y la adolescencia está, muchas veces, en círculos que no contemplamos: YouTube, Instagram, otras redes sociales. Si se han creado esos espacios es porque las personas no se han sentido identificadas o acogidas por otros más tradicionales. Han elegido otros medios y eso merece una pensada. Los jóvenes llevan años haciendo colas interminables en la Feria del Libro, por ejemplo, y —tal vez me falta información—,  pero hasta donde sé, nunca he visto que se promoviera un espacio para ellos, en los que reunirse y hablar de sus lecturas; en los que se escucharan sus demandas. La lectura es como la educación: tienes que partir del otro, para idear espacios de construcción y acercamiento. Si mal no recuerdo, Foucault decía que las prácticas sociales generan dominios del saber (objetos, conceptos, técnicas), que dan lugar a nuevas formas de conocimiento y, por lo tanto, a nuevos sujetos de la historia. Los jóvenes de hoy no son los de décadas atrás: ha cambiado su percepción, sus códigos y sus formas de actuar. Lo primero que tendríamos que hacer es abrir espacios de escucha si queremos llegar a ellos.
Como punto y aparte (que un servidor prefiere los “hasta luego”), tres vicios de monstruo... Tu juego preferido, algo de gastronomía y unos cuantos libros infantiles que te encanten.
Te cambio un poco la pregunta y te cuento tres vicios fundamentales:
Vicio nº 1: los juegos de mesa. Formo parte de la junta directiva de Ludiversia, una asociación familiar de juegos de mesa y de rol increíblemente fantástica.
Vicio nº 2: pintar miniaturas de juegos como el Zombicide (¡amo matar zombies!).
Vicio nº 3: el boxeo (aunque lo practico menos de lo que debería).   
Jajajaja… Espero que al menos comas y cumplas con los principios fundamentales de la termodinámica... (Risas). 

Está entrevista continuó en Instagram para profundizar sobre las experiencias de lectura de niños con espectro autista, así como otras en el ámbito de la salud mental. Pueden acceder a estos vídeos AQUÍ (parte 1) y AQUÍ (parte 2)



Nota: Todas las imágenes que acompañan la entrevista corresponden a algunos de los títulos favoritos de la entrevistada o a libros que ha leído últimamente y le han gustado mucho.

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Carolina Lesa Brown es licenciada en Comunicación Social (UNLP), máster en Necesidades y Derechos de la Infancia (UAM) y máster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB). Ha trabajado en estudios creativos y en proyectos educativos en comunidades con riesgo social. Desde que llegó a España, desempeña diversas tareas de comunicación, edición, creación de contenidos y asesoramiento en el sector editorial e instituciones ligadas a la infancia. Es formadora de la Red de Bibliotecas para Pacientes y colabora con docentes y terapeutas para acercar la literatura a niños y niñas con necesidades educativas especiales, en particular con la condición del espectro autista. Es autora del blog Cuando te presento el mundo. 

miércoles, 2 de enero de 2019

Álbumes ilustrados que podrían editarse en español en 2019 / Picture books that could be published in Spanish in 2019



Dos días del 2019 y todo sigue igual. Sus majestades de Oriente se pasean por las tiendas, los baretos a reventar (¿Este año hay guita, eh?) y el postureo sigue patente en las redes sociales (prometo que mañana me descojonaré de tanto mamoneo navideño). Así que, como no hay nada nuevo bajo el sol, es el mejor momento para dejarse caer por otros países del mundo LIJero, concretamente del libro-álbum, y ver qué lecturas se pueden editar en el nuestro durante los meses venideros. Sí, hoy le llega el turno a la selección de libros ilustrados en lengua inglesa, francesa y portuguesa que tanto gusta a padres políglotas, a maestros de inglés, editores patrios en busca de nuevos títulos y otros monstruos curiosos.
Si quieren conocer las razones que pergeñan esta selección, les remito a las consideraciones que expliqué hace unos años y que difieren poco o nada de las de este. En su mayor parte son títulos de ficción (hace aparición algún álbum informativo, pero son los menos) que me he ido encontrando por librerías foráneas (sobre todo inglesas), y en aquellas con secciones en otros idiomas.
Aunque los acompaño de una descripción orientativa, si quieren conocer más detalles de cada título les animo a sumergirse en los diferentes buscadores y YouTube para que les saquen de dudas en caso de tenerlas. También les pido que si alguno está editado en castellano pero se me ha pasado (no soy infalible), incluyan el dato y la editorial en los comentarios de esta entrada. Y recuerden que todavía pueden consultar las selecciones del 2018, 2017, 2016, 2015 y 2014 donde moran libros que aún no han sido editados en nuestro país.
Para los rezagados, avisarles de que todavía tienen tiempo de escribir su carta a los  Reyes Magos que espero que lleguen cargados de libros. ¡Hasta mañana que me reiré de la navidad y sus (miserables) monstruos!


Sophie Blackall. Hello Lighthouse. Una vez más la autora nos sorprende con un libro a caballo entre la ficción y la no ficción que se centra en la vida de los antiguos fareros y las vicisitudes que corrían para alumbrar la vida en nuestras costas.


José Sanabria y María Laura Díaz Domínguez. A Page in the Wind. Una vez más José Sanabria se centra en la vida útil de las cosas, en cómo los objetos pasan de mano en mano. Una oda a la reutilización.


Linda Sarah y Fiona Lumbers. The Secret Sky Garden. Con cierta vis a La jardinera, esta historia para hacer un mundo más habitable con ayuda de las plantas, también es un canto a la amistad.


Thomas Scotto y Olivier Tallec. Jerome By Heart. Una enternecedora historia sobre el amor entre dos niños. No se la pierdan.


Marianna Coppo. Petra. Un libro sobre la percepción del mundo y cómo cambiamos de opinión cuando nos ponemos enfrente de otros.


Ryan T. Higgins. We Don't Eat Our Classmates. Una historia donde el humor tiene mucho que decir, apta para escolares que saben qué es eso del respeto y la concordia.


Sarah V. y Claude K. Dubois. The Old Man. Una historia conmovedora sobre la amistad entre una niña y una persona sin hogar.


Sam Usher. Rain / Sun / Storm. Ya está disponible en castellano Nieve (Patio editorial) el primer título de esta colección que nos da un paseo por las cuatro estaciones desde la imaginación.


Louise Greig y Júlia Sardà. Sweep. Una historia otoñal un tanto mágica que creía que iba a ser publicada durante los pasados meses. Muy simpática.


David Almond y Levi Pinfold. The Dam. Un libro diferente, extraño y evocador. Los paisajes y escenas de mi admirado Pinfold son una delicia. Para lectores más experimentados.


Mac Barnett y Jon Klassen. Square. Segunda parte de la trilogía de estas dos fieras del álbum. En esta ocasión le llega el turno a cuadrado y nos presentan al tercer personaje en discordia… ¿Quién será?


Philip Bunting. Mopoke. Un animal que sirve de espejo al lector. Sus muecas, cambios de humor y otras situaciones vitales le harán cambiar de apariencia una y otra vez. Un emocionario sin dictámenes.


Alison Lester. The Very Noisy Baby. Un libro para contar una y otra vez. Una retahíla moderna con muchos animales y un niño muy ruidoso.


Maja Kastelik. A Boy and a House. Un álbum sin palabras sencillo y hermosos sobre las casualidades y los encuentros fortuitos, sobre la amistad y los aviones de papel.


Marianne Dubuc. The Fish and the Cat. Otro libro-álbum sin palabras con un toque de humor y mucho surrealismo de la mano de una autora consagrada.


Russell Ayto. The Match. Cuando leí este libro pensé en montones de fanáticos del fútbol a quienes regalárselo. Habrá que esperar que alguna editorial española se tire a la piscina.


JiHyeon Lee. Door. Una vez más la fantasía es la protagonista en este álbum sin palabras que termina en una merienda muy especial.


Jory John y Lane Smith. Giraffe Problems. Un libro para primeros lectores sobre los complejos, las comparaciones y las envidias con final feliz.


Jon Agee. The Wall in the Middle of the Book. Otro de esos libros que tanto nos gustan a los que miramos el objeto libro. En este caso un muro es la excusa perfecta para dividir la historia que se sucede en cada doble página.


Manuel Marsol. Duel au soleil. Un indio y un vaquero separados por un río es el argumento que Manuel Marsol blande para hablar de las diferencias entre los seres humanos. Un tributo exquisito al género del western. ¿Quién ganará este duelo?


Tom Haugomat. À travers. Muchos niños anhelan ser astronautas cuando son mayores. Este es un libro que nos habla de cómo llegar a la luna con una impecable factura gráfica.


Inkyeong y Sunkyung Kim. Zoo in my hands. Un libro de actividades muy curioso para el que sólo hacen falta unas tijeras. Una idea genial. N.B.: No se pierdan otras publicaciones de la misma editorial como Dans la lune de Fanette Mellier, Hello Tomato de Marion Caron y Camille Trimardeau, Aquarium de Fanette Mellier y Spaces de nuestro Antonio Ladrillo).



Anouck Boisrobert y Louis Rigaud. Famille acrobate. Las estrellas de los libros pop-up nos vuelven a sorprender con un libro vertical donde las acrobacias son la excusa. Con mucho movimiento.


Nine Antico. Nous étions dix. Diez niños abandonan un internado para explorar los alrededores. Todo va bien hasta que… Una fábula que nos habla sobre el valor de los niños (que a veces se desinfla)


Gauthier David y Gaëtan Dorémus. Fuis tigre! Un libro poético sobre el encuentro del niño con lo salvaje, la incomprensión, lo indómito de la naturaleza. Colorista y con fuerza. Para lectores experimentados.


José Jorge Letria y André Letria. A Guerra. Un libro sobre la guerra nunca puede ser un libro colorista, tampoco alegre. Una elegía en aguadas de tinta que bien merece la pena tener presente.


Noemi Vola. Fim? Isto não acaba assim. ¿Todos los finales son iguales? No, los hay más divertidos, más tristes, esperados o inesperados. Este es un álbum sobre finales que seguro nos arranca más de una sonrisa.


Sangma Francis y Lisk Feng. Everest. Un libro informativo propiamente dicho cuyo título nos deja claro que la cumbre del mundo es la protagonista.


Kate Messner y Matthew Forsythe. The Brilliant Deep: Rebuilding the World’s Coral Reefs. Otro álbum informativo que repasa la vida y obra de Ken Nedimyer, uno de los hombres que luchó por la conservación de las barreras de coral del Pacífico.


Bernadette Gervais. Légumes. En este imagiario tenemos una veintena de verduras y hortalizas que se presentan en parejas de imágenes (fotografías en blanco y negro e ilustraciones en acrílico) para acercar a los pequeños lectores a estos alimentos que tanto odian.


Alexandre Galand y Delphine Jacquot. Monstres & Merveilles, Cabinets de curiosité à travers les temps. Me encantó la idea de unir los conceptos de los gabinetes de curiosidades (¿eran museos o trasteros?) con el de libro informativo. Seguro que aprendemos y lo mejor de todo es que no hay que limpiar el polvo.


Ana Pêgo, Bernardo P. Carvalho e Isabel Minhos Martins. Plasticus maritimus. Uma espécie invasora. El último álbum informativo, en este caso ecologista, de la tanda. Sólo les digo que es de Planeta Tangerina.