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martes, 31 de octubre de 2017

Fantasmas juguetones y juerguistas resfriados


Martes. Víspera del día de todos los santos. La gente con ganas de jarana, esqueletos y disfraces. Lo que se prometía un día tranquilo va caldeándose. Máscaras, maquillaje, harapos, ¡y que viva la fiesta! Espero que con tanta emoción no pillen un buen tabardo, porque a pesar del cambio climático, por la noche rasca y no hay que hacer demasiado el fantasma: quién no es previsor, en noches como esta, pilla un buen resfriado. Que andan por ahí muchos monstruos, Aideko entre ellos, que es un poco desalmado...

En los muros de mi casa,
un espectro desalmado
consigue que caiga enfermo
cuando me pongo pesado.

Le encanta dormir tranquilo,
sin jaleos ni alborotos,
por eso si le molesto
me infla la nariz de mocos.

Una vez, mientras jugaba
en la cocina al balón,
me puso la zancadilla
y me di un buen coscorrón.

Otra vez, viendo la tele
con el volumen a tope,
me regaló una jaqueca
que casi me deja miope.

La gripe fue su presente
en mi sexto aniversario;
invité a muchos amigos
y el follón fue legendario.

Porque a Aideko igual le da:
incluso los fines de año,
si molestas, se venga
y no deja un niño sano.

Iñaki R. Díaz.
Aideko.
En: Monstruario.
Ilustraciones de David Guirao.
2017. Zaragoza: Edelvives.


miércoles, 29 de abril de 2015

Narices y más narices


Esta primavera le ha dado algo de asueto a mi nariz. A pesar de que hay algunos estornudos por aquí y un enrojecimiento de ojos, parece que el órgano nasal está saliendo algo indemne. Todavía no se encuentra irritada, no hace aparición el picor de otros años, la piel sigue intacta (de tanto sonarla, ¡acaba levantada y dolorida…!) y no ando con el moquero colgando de ella a todas horas. Esperemos que pañuelos, mocos y taponamiento no se presenten de repente y me dejen disfrutar de la honda respiración y mi todavía (je, je) juvenil capacidad pulmonar.
Lo cierto es que la cosa tiene narices (nunca mejor dicho) y, seguramente, a más de un extraterrestre le parecería mentira que un órgano tan sencillo (aparentemente, como todo en la madre natura… ), dé tanto la lata. Todo tiene su intríngulis, llámese oreja, boca o lengua, y el lugar donde apoyamos las gafas no podía ser menos.


Siempre que se me ocurre hablarles de la nariz a mis alumnos, no dan crédito a que tenga tanto qué contarles. Que si es una protuberancia con forma piramidal, que si está formada por tejido óseo, cartilaginoso y epitelial, que si en ella quedan alojadas las fosas nasales y el sentido del olfato, que si existen siete olores básicos (esto gusta mucho, así que se los apunto:  flores, menta, éter, alcanfor, acre, podrido y almizcle), que si el resto de los aromas que conocemos surgen de la combinación de estos y que si en nuestra memoria olfatoria pueden guardarse ¡más de seis mil olores diferentes! (Si no me creen, piensen en uno de esos momentos en los que el olor a suelo mojado o el de la playa con su salitre, les han retrotraído a su tierna infancia… ¿Ven? ¡Ahí está la prueba!). Todo lo que rodea a nuestra nariz, naricilla o narizota (y por ende a nuestro organismo) tiene algo misterioso, está repleta de curiosidades, anécdotas chistosas y experiencias, que nos apasionan.


Seguramente muchos no piensen igual que un servidor a tenor de grandes o pequeños complejos, o de proporciones directas o inversas, pero lo cierto es que soy partidario de reírse de esa protuberancia que separa a nuestros globos oculares y que, a veces, vestimos con un bonito mostacho, de sacarle partido a su forma y volumen y lucirla siempre que podamos, algo de lo que dos señores maños (Pepe Serrano y David Guirao) y la pequeña editorial Nalvay (con un par de narices, ¡las modestas también saben hacer libros!) se han servido para reunir en un curioso volumen titulado El libro de las narices un conjunto de excentricidades nasales (bastante arriesgadas, pero que me han encantado por la combinación de formatos, técnicas y estilos) que, además de arrancarte abundantes risas, ilustrarnos sobre tochas históricas, de cuentos o especiales, da mucho juego a otorrinolaringólogos, maestros en ciernes, psicólogos, cirujanos plásticos y amantes de los perfumes que, cómo no, viven a una nariz pegados.