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viernes, 13 de noviembre de 2020

Hablando de LIJ con... Juan Senís


Juan Senís, además de profesor de universidad, ha hecho sus pinitos como autor de libros infantiles y es el alma mater de Dulce Pepinillo, uno de esos reductos en los que habita la poesía infantil en forma de reseñas personales y concienzudas, dos razones de peso para estar en esta sesión de mesa camilla en la que entresacamos opiniones variopintas sobre la llamada LIJ. ¡Empezamos, que en este día de libros y librerías toca una entrevista a golpe de belleza! 
Román Belmonte (R.B.): Conociendo su dilatado currículum vitae me sorprende que haya aterrizado en este género tan minoritario ¿Qué lleva a Juan Senís a la poesía infantil? 
Juan Senís (J.S.): No lo sé muy bien, pero es verdad que, desde que me dedico a dar clase de LIJ a tiempo completo y a investigar sobre ello, he ido creando un camino personal que me llevó a la poesía quizás por dos razones. La primera, que es un género muy desatendido desde el punto de vista crítico y, por lo tanto, un lugar donde se podía llenar un hueco (eso es lo que pretendía con el blog, por ejemplo). Y la segunda, el hecho de que se trate de un género bastante conservador en el que se repiten una serie de patrones en diversas tradiciones (no lo digo yo solo, por cierto) me hace sentir curiosidad por conocer esas dinámicas y explorar las razones de ello. Y, en fin, en general me parece un género fascinante por lo que tiene de difícil y de contradictorio. 


R.B.: Prosa o verso, verso u oración, métrica o estética… Yo siempre me hago un lío: ¿a qué pijo llamamos poesía? 
J.S.: Ja, ja, ja. Bueno, aquí uno podría ponerse un poco relativista, posmoderno y posestructuralista porque le saliera del pijo (que al final somos todos un poco de las tres cosas, como hijos de nuestro tiempo) y soltar una boutade del tipo: poesía es todo aquello que la gente llama poesía. Pero no. Déjame que me ponga un poco sublime y académico (solo un poco) y use un término que me gusta utilizar porque creo que es revelador: repertorio. El repertorio es el conjunto de reglas y convenciones que rigen el funcionamiento de un género literario en un momento dado de la historia. Esas reglas y convenciones van cambiando con los tiempos, claro está, pero siempre hay algo que permanece… Hoy en día, por ejemplo, la poesía no tiene por qué tener rima (la gran revolución poética de los últimos dos siglos la relegó), pero sí tiene ritmo; también hay poesía escrita en prosa, hay poesía más bien poco estética… El abanico es amplio. Y ahora aún más. Pero, si me preguntas qué es lo que distingue la poesía de otros géneros, yo diría que una especial tensión en el lenguaje que se manifiesta de muchas formas y, sobre todo, una manera peculiar de decir la realidad que traduce a su vez un modo original de ver la realidad. Es en ese viaje entre el ojo y el verbo donde reside la poesía. Yo les digo a mis alumnas muchas veces que, para decir las cosas como todo el mundo, mejor no escribir ni narrar. Pues eso es la literatura, y la poesía es donde se manifiesta todo esto de forma más extrema. 


R.B.: ¿Y tú de quién eres? ¿Retórica o estética? 
J.S.: Bueno, yo soy de las dos… Esto es como decir a quién quieres más, a mamá o a papá, ¿no? Aquí caemos un poco en esas dicotomías falsas del fondo y la forma. Si por retórica te refieres a la textura del lenguaje, al ritmo, por ejemplo, y por estética a la parte más conceptual e imaginista de la poesía, yo suelo preferir una poesía más estética que retórica, porque muchas veces con la retórica se tiende al formulismo y a la puerilidad. Pero al final creo que la separación es un constructo teórico más bien abstracto. 
R.B.: Ñoña, simple, inofensiva… Si la literatura infantil en general ya recibe todos estos apelativos, la poesía infantil es el género más denostado. Dígale algo a todos esos capullos que le restan solera… 
J.S.: Les diría que se han quedado en la superficie de las cosas y que no se han molestado en ir un poco más allá. Pero esta es una acusación con la que lidiamos cada día quienes nos dedicamos a la LIJ. También les diría que en algunos casos tienen razón, porque se publica mucha poesía que se puede calificar con esos tres adjetivos y que no aporta nada de nada ni al género ni a los lectores. Pero eso siempre ha sido así. En novela también se publican cosas muy malas y nadie se rasga las vestiduras por ello. Mala literatura ha habido siempre, para adultos y para niños, como mal arte, mala comida, ropa mala… Peor es que hubiera mala praxis médica o mala ingeniería de puentes y caminos. En la literatura, al fin y al cabo, siempre hay algo de juego serio y necesario, afortunadamente. 


R.B.: En guarderías y jardines de infancia todavía escucho a los niños cantando coplillas de siempre o jugando con adivinanzas y retahílas, ¿por qué cuando crecemos, abandonamos el plano de lo lúdico y lo colectivo y relacionamos la belleza de las palabras con lo serio y lo íntimo? 
J.S.: No sé muy bien por qué, pero yo creo que se produce un desplazamiento ceremonial… en el sentido de que la poesía deja de tener una función, deja de relacionarse con ceremonias nuestras del día a día, como sí ocurre en la infancia, al tiempo que el lector en formación empieza a tener contacto con otra poesía, más lírica y sobre todo escrita, que suele encontrar en los libros de texto y que suele leer en el aula. Ahí hay una fractura muy clara, que es difícil de atajar, sobre todo por la manera en que se "trabaja" (horrible palabra, que entrecomillo a propósito) la poesía en el aula, como detallaré más adelante. 
R.B.: A su juicio, ¿a qué se debe la invisibilidad de la poesía en general? 
J.S.: Otra pregunta difícil… Bueno, hay varios factores, como siempre. Por un lado, está el tema escolar que he apuntado antes: generalmente la poesía se lee en un ambiente encorsetado y además encorsetada ella misma en medio de todo tipo de actividades y ejercicios. No se pide al alumnado que lea poesía para identificarse, para construir una identidad, para que el poema resuene dentro de ellos mismos, sino para que localice las figuras, mida los versos, etc. Eso es un horror, y el horror está en las aulas… aunque no en todas, claro está. Si en esas aulas, además, quien está al mando no es lector o lectora de poesía, el desastre está ya consolidado. 


R.B.: Suscribo sus palabras. No obstante parece que los jóvenes se pirran por los poetas que florecen en Instagram ¿Qué opina de este fenómeno? ¿Están devolviendo las redes sociales cierto estatus social a la poesía? 
J.S.: Es un fenómeno complejo y del que no tengo una opinión muy formada. Pero es indudable que, en medio de lo que ahora Baricco llama la crisis del mediador y de los nuevos paradigmas de lectura, se ha producido un fenómeno por el cual la poesía ha adquirido gran visibilidad a través de las redes. Se trata de un tipo de poesía más bien poco poética (por decirlo así), pero que tiene mucho éxito porque plantea un desahogo directo y algo pueril, dicho sea de paso, pero que conecta en fondo y en medio (las redes) con los jóvenes lectores. No pasa nada. Es poesía comercial, como hay novela comercial, y está bien que sea así. Pero tal vez deberíamos reflexionar y preguntarnos si el éxito de este tipo de poesía – en general de una calidad más que dudosa, y a la que se apuntan a veces hasta triunfitas y triunfitos con la colaboración de un coach literario (sic) que viene a ser el negro de la vida – no es síntoma del fracaso de la escuela como mediadora poética y educadora literaria, como hablaba antes. Ahí lo dejo. 


R.B.: Siempre que hablo de poesía infantil recuerdo aquel sketch cómico de Martes y Trece parodiando a Gloria Fuertes donde la rima consonante era el santo y seña de la mofa. ¿Crees que la poesía infantil se encuentra más sujeta a la rima consonante que la dirigida a los adultos? ¿A crees que se debe? 
J.S.: Lo creo firmemente y lucho por eliminar esa lacra desde mi modesta posición. A ver, la poesía infantil es, como digo yo a veces, una Arcadia, y como tal, inmovilista y un poco anticuada, porque al final la escriben los adultos y por lo tanto plasma la visión que los adultos tienen de la infancia y (más importante aún) de lo infantil. Toda obra para niños lo hace, dibuja un lector modelo infantil que es al mismo tiempo un retrato de la visión de la infancia que existe en una época determinada. Si los adultos creemos firmemente que los niños solo reaccionan positivamente ante cierto tipo de poesía (con ritmo, con rima, etc.) y no ante otros tipos, lo normal es que acaben escribiendo ese tipo de poesía, y lo mismo pasa con los editores que publican ese tipo de poesía. Pero eso es lo mismo que darles a los niños de comer siempre chucherías y el puñetero menú infantil de los restaurantes (una idea que odio). Sin exponerlos a nuevas experiencias poéticas (o culinarias, o de lo que sea) no conoceremos su respuesta lectora. Por eso, tal vez esta predominancia de la rima y todo eso sea un síntoma más de esta etapa de la historia en que la niñez está sobreprotegida y, en cierto modo, confinada, lo cual es una paradoja si luego ponemos en manos de los niños un móvil a los diez años y pueden ver porno, ¿no? La poesía sin rima es mala, pero el porno, no. 
R.B.: ¿Tiene esto que ver con que la poesía dirigida a los niños haya tardado más en adaptarse al verso libre que la poesía adulta? 
J.S.: Tiene mucho que ver con lo que he dicho en la pregunta anterior. A falta de estudios concluyentes (aunque he leído hace poco algunas investigaciones al respecto que arrojan algo de luz), creo que tiene que ver con varios factores. Primero, esa idea tan extendida de que es lo que les gusta a los niños… Vale, sí, les gusta, como les gustan las chucherías, y no les damos eso todo el rato. Segundo, ciertas inercias establecidas del sistema literario ligadas a la repetición de clichés que funcionan. Y, tercero, en general el desconocimiento de ciertos mediadores de lo que ha sido la poesía en los últimos siglos y decenios. Es una combinación compleja, como siempre, pero ahí apunto algunas causas. 


R.B.: ¿Quiénes a su juicio han revolucionado el panorama de la poesía infantil en español? 
J.S.: Aun a riesgo de ser reductor, y de meterme en un jardín considerable, creo que la gran revolución de la poesía infantil en español viene del otro lado del Atlántico. Es solo una intuición, pero que comparto, por ejemplo, con una autora que me gusta mucho y con la que tengo una relación epistolar, Cecilia Pisos, que llegó a las mismas conclusiones que yo… Tampoco hablaría de revolución (es ambiciosa la palabra) en un terreno como este, pero sí que desde el otro lado parecen haber normalizado la relación de la poesía infantil con el verso libre, que es un paso adelante considerable. Al margen de la revolución, hay autores que me gustan… Por ejemplo, María José Ferrada ha logrado crear una voz y un mundo propios que es muy personal y casi intransferible, aunque haya ya una senda que ha inaugurado y por la que transitan otros autores y, sobre todo, autoras. La misma Cecilia Pisos, ya mencionada, es una gran escritora para niños (es argentina). En Italia, recomiendo seguir a Silvia Vecchini, que es una maravilla de autora (su poesía no está traducida al español, creo). Y luego, más que autores, hay libros que son hitos y que van más allá de lo obvio… Podemos hablar mañana de ellos, si te parece bien, pero hablar de revolución me parece un poco desproporcionado. 


R.B.: Sobre el formato en que se presenta la poesía infantil actual creo que el álbum tiene mucho que decir. ¿Qué opinas sobre la poesía ilustrada? 
J.S.: Yo creo que el álbum ha fagocitado en cierto modo la LIJ: su influencia en los últimos años no tiene parangón, y eso incluye la poesía. Ahora mismo, el álbum poético es una de las manifestaciones quizás más interesantes del mercado literario infantil (y no infantil). Pero ante todo hay que hacerse una pregunta: ¿por qué, para qué ilustrar poesía? ¿Qué sentido tiene? Yo me lo pregunto ante cada edición ilustrada de poemas para niños o adultos, porque ilustrar para redundar en el contenido del texto, y no para ampliarlo o desafiarlo, no tiene demasiado sentido. En cualquier caso, ahora hay una corriente favorable a este formato, aunque no todo sea bueno dentro de él. Lo que sí es llamativo es el auge de las ediciones de poesía ilustrada para adultos, que tiene que ver, claro está, con la supervivencia del libro en papel como objeto estético. Está por estudiar este fenómeno, y no descarto dedicarme a ello en el futuro. 


R.B.: Para despedirnos (por hoy, que ya sabes que mañana nos volvemos a ver en la sección Café con monstruos del Instagram de los monstruos) ¿A qué juega Juan Senís? ¿Cuál/es es/son su/s plato/s favorito/s? ¿Y sus libros favoritos? 
J.S.: Yo juego al tenis, cuando puedo, y juego a gustar al personal en general, porque me puede la seducción de todo tipo, como a cualquier tímido. Entre mis platos favoritos están la tortilla de patatas (yo cenaría eso hasta en Navidad, no te digo más), el arroz de cualquier manera (aunque una buena paella es un placer enorme) y todas las legumbres. Ya ves que soy un poco castizo, pero es que me parece un poco hortera eso de hacerte el cosmopolita a través de la comida (perdón). Y mis libros favoritos… Otra pregunta difícil, pero, en fin, podría decirte, así, a bote pronto, la poesía de Emily Dickinson (que es una suerte de milagro lingüístico y conceptual), Proust (que he leído entera la Recherche, en francés, y ya de paso fardo un poco, ja ja), autoras como Willa Cather o Natalia Ginzburg, que están fuera del canon porque narran centrándose más en universos domésticos (como si eso no fuera vida de verdad) … Y Mujercitas, porque fue el libro que me hizo lector… o lectora, quién sabe. Pero, en general, cualquier libro que renueve mi mirada… y da igual que sea para niños o para adultos, al final, que sea poesía o novela. Sin eso, no hay literatura. No existe. Al final, todos queremos que nos cuenten la misma historia de siempre con otras palabras, ¿no? Para burlar la muerte y estar entretenidos e iluminados. No hay más.

Está entrevista continuó en el espacio que los monstruos tienen en Instagram para profundizar sobre títulos y autores de poesía infantil, así como en otras cuestiones de la poesía infantil más actual. Pueden acceder al vídeo AQUÍ o a través del IGTV de la citada plataforma.


Juan Senís (Oviedo, 1975) es doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Filología Hispánica e Historia del Arte por la Universidad de Castilla-La Mancha. Asimismo, obtuvo un Diplôme d’études approfondies en la Universidad Paul Valéry / Montpellier III. Ha publicado la monografía Mujeres escritores y mitos artísticos en la España contemporánea (Pliegos) y los álbumes ilustrados Geno (OQO) y Un viaje nunca visto (La Fragatina), así como diversos trabajos en revistas y libros colectivos. Actualmente es profesor en la Universidad de Zaragoza y mantiene el blog sobre poesía infantil Dulce Pepinillo.


viernes, 19 de junio de 2020

Hablando de LIJ con... Carolina Lesa Brown


Una vez que ha pasado el confinamiento, invitamos a otros monstruos para disfrutar de su compañía y, sobre todo, para charlar de lectura y libros infantiles. En este vienes casi veraniego nos visita Carolina Lesa Brown, todo un honor teniendo en cuenta lo mucho que conoce este ámbito monstruoso de la LIJ y sus valiosas reflexiones al respeto. ¡Muy atentos! 
Hay muchas formas de convertirse en monstruo (léase “adulto que ama los libros para niños”). Con la llegada de los hijos, con los estudios de magisterio o gracias a la bibliotecaria de turno. ¿Cómo fue su camino hacia la literatura infantil?
La lectura en la infancia. Cuando era pequeña, leer obras que luego podía compartir con mis amigas, hizo que quisiera participar del mundo literario. Con siete y ocho años todas éramos fans incondicionales de Elsa Bornemann, a la que llegué a escribirle. Así, tan chiquita. Al principio, quería ser escritora; pero cuando crecí —cito a un gran amigo— preferí evitarle a la humanidad ese trago y me convertí en editora. En Argentina, de donde soy, la lectura está muy ligada a procesos de cambio social, a la construcción de la ciudadanía. Por eso estudié comunicación, una carrera que me permitía observar la literatura, el lenguaje, desde el marco de las Ciencias Sociales y, a la vez, trabajar en proyectos sociales donde la literatura estuviera muy presente. Aunque todas las etapas de la vida pueden ser transformadoras, creo que la infancia, al depender íntegramente de los adultos, es mucho más vulnerable que las demás. Todas estas cuestiones alimentaron mi interés en la literatura infantil, sobre todo desde un punto de vista comunicacional, donde se tienen en cuenta conceptos como el poder y la legitimidad de determinados conceptos y relaciones. En definitiva, como campo de construcción de sentido.



Su blog es muy caleidoscópico. Vía de escape, cuaderno de campo, biblioteca, álbum de recuerdos… ¿Qué significa para usted Cuando te presento el mundo? (N.B.: Hagan "click" en el enlace y disfruten, lectores)
Para mí es un pequeño espacio en el que poder compartir experiencias de lectura, sobre todo, para las familias y los terapeutas. Me gusta pensar en él como un lugar que pone su granito de arena para repensar la literatura que ofrecemos, en especial, a los que tienen algún tipo de peculiaridad. En el fondo, lo que intento promover es la oportunidad que merecen los niños y niñas, más allá de su diagnóstico, a poder leer la misma literatura de calidad que ofrecemos a los demás. Si los viéramos como lectores o lectoras antes que como personas con discapacidad, la selección de libros cambiaría, porque supondría pensarlos como seres humanos con las mismas necesidades simbólicas de los demás.
Sin lugar a dudas el apartado, para mí “estrella”, de su blog es la sección Cartas, un espacio en el que se dirige a su hijo Bruno, un niño diagnosticado con TEA (trastorno del espectro autista), para hablar de las lecturas que más le gustan. ¿Por qué se decidió por el formato epistolar?
El género epistolar siempre me ha gustado por la intimidad que supone. También, por la capacidad de interpelación directa, a pesar de requerir de la distancia. Las cartas son tímidas y, a la vez, valientes; dan presencia en la ausencia, porque su tiempo de lectura, como el de los libros, es diferido. Este sistema de comunicación me recuerda al código que teníamos con Bruno cuando era pequeño. Muchas veces, al resultarle insoportable los estímulos sensoriales, no podías dirigirte a él de manera directa, mirándolo a los ojos o tocándole, por ejemplo. La comunicación de ambos tenía lugar a través de un tercer objeto, como los álbumes o un muñeco. Hoy, estos libros se han transformado en cartas.   



El autismo, el alzheimer, la libertad sexual, la pobreza o el racismo están cada vez más presentes en los personajes y argumentos de la LIJ. Esta visibilización se puede abordar desde diferentes puntos de vista: vis comercial, postureo,  diversidad, necesidad… ¿Qué opina usted al respecto?
Pienso que cada uno de los temas que mencionas merecen un análisis independiente, pues van ligados a la recepción y experiencia literaria de estos colectivos específicos. Más allá de lo ya sabido —la necesidad de docentes y familias de utilizarlo como recurso didáctico, y de todo lo que implica—, me gustaría mencionar la necesidad de crear materiales supuestamente inclusivos. Se da por hecho, que solo con mencionar un tema controvertido o tener un personaje con una determinada condición, es suficiente. El objetivo es una identificación simplista, basada en estereotipos, que poco recoge la complejidad de la realidad. Lo cierto, es que para que una sociedad sea inclusiva se necesitan, prioritariamente, políticas sociales, culturales y educativas, no libros de ficción. La responsabilidad de la literatura es crear buenas historias para que estas personas, que ya tienen una vida difícil, puedan participar en igualdad de condiciones, tal como afirma Yolanda Reyes “del derecho a ser sujeto del lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación”. Por eso, desde mi punto de vista, si la intención es enviar un mensaje, es más más honesto, interesante e inteligente, publicar libros informativos, y no utilizar la ficción como disfraz. 
Por otra parte, en caso del autismo en concreto, he observado cómo a lo largo de estos años se han extrapolado algunas de sus características para dar forma, de manera natural, a la personalidad de ciertos personajes literarios. Rasgos como la dificultad social, la inquietud ante el contacto físico, el hecho de no mirar a los ojos, un interés muy específico y la falta de comprensión de las ironías. Personajes que pueden considerarse excéntricos y a la vez encajar dentro de ese espectro, como Newt Scamander de la serie Los animales fantásticos o Agamemnon White de Guardianes de fantasmas.



Últimamente, la presencia de la discapacidad en la LIJ se aborda desde el prisma de la discriminación positiva. ¿Acaso lo ofensivo no contribuye a lo literario?
La literatura y lo políticamente correcto nunca se llevaron bien. Sin embargo, la lectura y la subversión siempre hicieron un buen tándem; pero no porque el libro tuviera esa intención, sino porque la historia burbujeaba por sí misma. Lo ofensivo puede ser literario o no; pero en temas sensibles socialmente, si no está bien justificado dentro de la narrativa (personalidad de un personaje, necesidad de la trama) se traduce en pocas ventas o en una mala campaña contra el libro, que puede terminar en mala reputación para la editorial o incluso su retirada del mercado. No olvidemos que las editoriales son empresas con intereses económicos, y cada libro es una apuesta de ventas. De todas maneras, esto también tiene que ver con lo que hablábamos antes, impera una visión positiva porque se usan como recursos didácticos. Entre líneas, podemos hacer varias deducciones. La primera, es que el libro continúa siendo percibido como una voz de autoridad; la segunda, se sustenta en un concepto de comunicación unidireccional y unívoca, donde la persona es una tabula rasa que recibirá el mensaje tal y como fue concebido; la tercera, refiere a la idea de que los adultos deben tener todas las respuestas y, la cuarta, denota una falta de confianza en el diálogo como estrategia de construcción del conocimiento.
Este sitio está poblado de muchos monstruos que a veces se encuentran perdidos a la hora de ofrecer y sugerir lecturas a chicos como su hijo. ¿Existen ciertos criterios para ello o simplemente se trata de ensayo-error?
Yo creo que ninguna de las dos cosas es excluyente. Según el momento vital de cada uno, por ejemplo, la misma lectura puede ser un acierto o un error. Por supuesto que hay criterios de selección, con el que trabajamos editores y mediadores. Pero una familia no tiene por qué conocerlos. Por eso es tan importante la labor de orientación se hace con ellas desde las librerías, los centros culturales, las asociaciones y en la formación docente. Los niños y niñas deben elegir sus lecturas, y como adultos tenemos que acompañar esta elección desde la escucha y el respeto, interpretando sus gustos e intereses para saber qué ofrecer. Y este ofrecimiento debe contemplar, siempre, lecturas cada vez más complejas y sugerentes que hagan crecer la competencia lectora. Desde mi punto de vista, hay una falsa idea que afirma que leer es fácil y divertido. Yo la diría con la boca muy pequeña. Depende para quién y para qué edad. El proceso lector es, sobre todo en las primeras edades, difícil. Tal vez sería más importante decir que leer es complejo, cuesta, pero que merece la pena.



Cambiemos de tercio… ¿En qué se fija una editora de libros infantiles cuando ve un libro infantil?
Se fija en que, como decía Ana María Machado, haya merecido la pena talar un árbol para publicarlo. La historia debe tener el potencial suficiente para que, al trabajarlo sobre la mesa, todos los elementos narrativos funcionen como un engranaje. El objetivo final siempre es que el libro se adueñe de una parcela la biblioteca y no sea exiliado a un mercadillo de segunda mano.
Mercadillos y bibliotecas me han llevado hasta algo tan peliagudo como el canon. ¿Cree que es tan subjetivo como dicen?
Tal vez porque vengo de otra área o porque no tengo las suficientes herramientas teóricas, no termino de ver con claridad este tema.  Lo cierto, es que más que en una lista de autores u obras, prefiero pensar la LIJ como un campo en tensión, en el sentido de Pierre Bourdieu, e inscrito en él, una serie de obras y autores clásicos o de referencia, que pueden variar a lo largo del tiempo. Me parece más interesante observar la configuración de este campo, de sus reglas del juego, y cómo eso influye en la selección de obras y autores. Dicho esto, en lo que se rompe la dicotomía objetivo-subjetivo, creo que sí es necesario tener ciertas obras u autores de referencia. Si seguimos recomendando a Janosch o Arnold lobel, por ejemplo, es porque no hemos encontrado nada que los supere.



A su modo de ver las cosas, ¿qué características tiene el libro infantil perfecto?
Te confieso que como soy imperfecta, no me gustan las cosas perfectas. Como lectora, prefiero hablar de libros que permanecen. Y para permanecer, tiene que existir una historia que eche raíces en quien lee. Ahora bien, si me lo preguntas como editora, mi respuesta varía: el libro perfecto es aquel que respeta la armonía entre el sonido y el silencio lector, donde las palabras tienen una precisión matemática, las ilustraciones, si las hay, enriquecen el relato y, en su conjunto, se marca un ritmo de lectura que coincide con el ritmo de la historia. El formato, al mismo tiempo, colabora en la idea del libro y, muy importante, el concepto de lectura coincide plenamente con el catálogo. Pero sabemos que el libro perfecto no existe, ¡siempre habrá una errata con una innovadora estrategia de supervivencia!
Hablando de supervivencia, ¿la de un buen libro puede estar condicionada por el contexto? A veces tengo la sensación que buenas obras padecen de “obsolescencia programada”...
La supervivencia de un buen libro depende no solo del contexto sociohistórico, hay obras que en su momento pasaron sin pena ni gloria, como el Pentamerón de Giambattista Basile, y fueron rescatadas muchos años después. En la actualidad, a mi entender, debido a la superproducción editorial, la supervivencia de los libros depende de diferentes factores: la campaña de marketing, que el público lo convierta en un best seller y, para mí lo más importante, que libreros y libreras apuesten por ellos.
Las librerías son los agentes fundamentales de esta cadena.



Los “lectores perdidos”, esos jóvenes que leen durante la infancia pero que de repente se desligan de la lectura placentera, constituyen uno de mis temas favoritos. ¿Alguna sugerencia para traerlos de vuelta a los libros?
En primer lugar, creo que los momentos de no lectura son tan respetables como los de la lectura. A veces, es necesario alejarse, vivir otras experiencias, leer otras formas de arte, de cultura o transitar otros caminos. Y, aunque esto suene muy mal, hay muy buenas personas que no leen y otras nefastas que citan a Shakespeare. Dicho esto, como convenimos que es mejor leer que no hacerlo, yo partiría de escuchar a la no lectura. ¿Qué hace o provoca el abandono? ¿Cuánto hay de momento vital, de contexto socioeconómico u otras causas como la falta o el cierre de bibliotecas en un barrio, en un colegio? Por lo tanto, vería la causa para elaborar una estrategia más acertada.
Por otra parte, y más importante, creo que nos centramos en el abandono de narrativa, del objeto libro, pero esto no significa necesariamente la pérdida de lectura: hay muchos adolescentes que leen la prensa, otros cómics o novelas gráficas (género que no se suele tener en cuenta cuando se habla de lectura), y están los que consumen ficción digital, entre otros.  Ahora bien, si imaginamos un contexto cotidiano, siempre me ha funcionado compartir aquello que estoy leyendo. Hablar sobre mis lecturas de manera natural con jóvenes o niños/as. A veces, al crear dinámicas complejas, olvidamos algo esencial: situarnos de igual a igual para compartir historias y decir lo que hemos sentido al leerlas o escucharlas. Yo no siempre recomiendo libros; en ocasiones, me parece más oportuno un espectáculo de narración oral como re-acercamiento a la lectura.
¿Y dónde queda la paraliteratura? En cierta entrevista te escuché hablar de este punto tan interesante que no siempre es bien recibido…
Bueno, la verdad es que mi postura es muy poco ortodoxa… Y coincide con la de Peter Dickinson: la paraliteratura tiene, principalmente, dos funciones: la primera es socializadora. Permite crear una comunidad lectora entre iguales basada en el diálogo y el intercambio de libros. Como ha afirmado Aidan Chambers, este diálogo es muy importante para la promoción de la lectura, porque una de las grandes fuentes de lectura son las recomendaciones. El vínculo y las relaciones que se generan a través de los libros no es algo menor, porque crea pertenencia. Una vez, una buena amiga, coordinadora de diversos talleres de lectura me dijo: “más allá de la lectura, estos niños y niñas vienen para sentir que no están solos”. En segundo término —sigo con Peter Dickinson—, permite a los niños y niñas ganar confianza en estructuras sencillas para pasar a otras más complejas. En otras palabras, estoy a favor. La verdad es que no conozco a nadie que no tenga libros malos e inconfesables en su memoria lectora. El problema es cuando pasan a ser un gran porcentaje de la producción editorial o la línea principal de consumo.



Una cuestión que me crispa los nervios: ¿Vale cualquier libro?
Si entendí bien la pregunta, entonces te diría que sí: cualquiera puede encender un buen fuego o ser sustituto de papel higiénico durante la pandemia.  
Jajajaja… Esperaba una respuesta de este tipo…. A la hora de recomendar libros, ¿es más difícil desligarse de la faceta de madre o de la de editora?
Sin duda, me es imposible desligarme del lado editor. Mis hijos pueden tener gustos contingentes, varían con sus años y sus intereses. Pero hay libros que tienen más años que los tres juntos y constituyen una apuesta segura, u otros nuevos, que merecen un lugar en la mesita de noche. No todas las personas pueden comprarse libros todos los meses, por eso intento que el dinero sea invertido en una historia a la que se pueda volver.
Los monstruos generalmente nos quejamos de que los libros para niños son una parcela humanística muy desconocida, casi un reducto para cuatro locos. ¿Qué le falta al mundo de la literatura infantil para llegar al gran público?
En mi opinión, lo primero que falta en la LIJ es gente de diferentes áreas del conocimiento, que enriquezca las perspectivas y los debates. Especialistas en diferentes campos científicos y sociales que nos animen a pensar o introducir nuevas variables de análisis. El reducto de la literatura infantil no es solo pequeño, sino endogámico, y eso no es saludable para ningún campo de trabajo. Por eso, creo que la propuesta de Filosofía Visual de Wonder Ponder, la apertura hacia la ficción digital que promueve Lucas Ramada, por citar ejemplos actuales, fueron tan bien recibidas como en su momento lo fue la mirada antropológica de Michéle Petit.
Por otra parte, creo que tenemos un grave problema de comunicación con el público general: manejamos un discurso obvio y resabido, que no llega donde debería llegar o, al menos, no todo lo que quisiéramos. Si aún es frecuente oír, al entrar en una librería, alguien que juzga al libro porque está escrito en mayúsculas o minúsculas, nuestra labor necesita un replanteo importante. Estas situaciones dejan en evidencia que somos una gran minoría que se relaciona muy bien entre sí, pero que tiene una seria dificultad para pensar en otras estrategias o espacios de acercamiento a las familias, más allá de los tradicionales. ¿Tenemos suficiente presencia en los foros y grupos de crianza en las redes sociales? ¿Cuántas editoriales hacen llegar sus catálogos a otros lugares donde habita la infancia, como empresas de ocio y tiempo libre, centros de atención temprana o los gabinetes de psicología?



Estoy bastante de acuerdo con tu postura, es más, es una de las razones por las que me animé a abrir una pequeña sucursal de este sitio en Instagram, algo que, por otro lado, me granjeó críticas por una parte del sector LIJ-ero. Fue como si estuviera denigrando los libros infantiles. Me pareció una postura un tanto elitista por su parte. ¿Por qué cree que pasa esto?
No tengo suficiente información para decir si es elitista o no, pero sí creo que la lectura de la infancia y la adolescencia está, muchas veces, en círculos que no contemplamos: YouTube, Instagram, otras redes sociales. Si se han creado esos espacios es porque las personas no se han sentido identificadas o acogidas por otros más tradicionales. Han elegido otros medios y eso merece una pensada. Los jóvenes llevan años haciendo colas interminables en la Feria del Libro, por ejemplo, y —tal vez me falta información—,  pero hasta donde sé, nunca he visto que se promoviera un espacio para ellos, en los que reunirse y hablar de sus lecturas; en los que se escucharan sus demandas. La lectura es como la educación: tienes que partir del otro, para idear espacios de construcción y acercamiento. Si mal no recuerdo, Foucault decía que las prácticas sociales generan dominios del saber (objetos, conceptos, técnicas), que dan lugar a nuevas formas de conocimiento y, por lo tanto, a nuevos sujetos de la historia. Los jóvenes de hoy no son los de décadas atrás: ha cambiado su percepción, sus códigos y sus formas de actuar. Lo primero que tendríamos que hacer es abrir espacios de escucha si queremos llegar a ellos.
Como punto y aparte (que un servidor prefiere los “hasta luego”), tres vicios de monstruo... Tu juego preferido, algo de gastronomía y unos cuantos libros infantiles que te encanten.
Te cambio un poco la pregunta y te cuento tres vicios fundamentales:
Vicio nº 1: los juegos de mesa. Formo parte de la junta directiva de Ludiversia, una asociación familiar de juegos de mesa y de rol increíblemente fantástica.
Vicio nº 2: pintar miniaturas de juegos como el Zombicide (¡amo matar zombies!).
Vicio nº 3: el boxeo (aunque lo practico menos de lo que debería).   
Jajajaja… Espero que al menos comas y cumplas con los principios fundamentales de la termodinámica... (Risas). 

Está entrevista continuó en Instagram para profundizar sobre las experiencias de lectura de niños con espectro autista, así como otras en el ámbito de la salud mental. Pueden acceder a estos vídeos AQUÍ (parte 1) y AQUÍ (parte 2)



Nota: Todas las imágenes que acompañan la entrevista corresponden a algunos de los títulos favoritos de la entrevistada o a libros que ha leído últimamente y le han gustado mucho.

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Carolina Lesa Brown es licenciada en Comunicación Social (UNLP), máster en Necesidades y Derechos de la Infancia (UAM) y máster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB). Ha trabajado en estudios creativos y en proyectos educativos en comunidades con riesgo social. Desde que llegó a España, desempeña diversas tareas de comunicación, edición, creación de contenidos y asesoramiento en el sector editorial e instituciones ligadas a la infancia. Es formadora de la Red de Bibliotecas para Pacientes y colabora con docentes y terapeutas para acercar la literatura a niños y niñas con necesidades educativas especiales, en particular con la condición del espectro autista. Es autora del blog Cuando te presento el mundo. 

viernes, 26 de octubre de 2018

Hablando de LIJ con... Antonio Rodríguez Almodóvar



Román Belmonte (R.B.): Es un honor para mí que haya accedido a esta pequeña entrevista. ¡No sabe la de veces que he pasado las páginas de libros como El castillo de irás y no volverás o El hacha de oro! Mil gracias. ¡Empezamos! ¿Qué le llevó a interesarse por el folclore de transmisión oral en España?
Antonio Rodríguez Almodóvar (A.R.A.): Una suma de circunstancias, pero principalmente la lectura de Juan de Mairena, en los capítulos que se refieren al folclore como cultura viva.
R.B.: Como folclorista le pregunto, ¿por qué es importante recuperar la memoria colectiva?
A.R.A: Bueno yo solo soy “aprendiz de folclorista”, como decía el propio Machado de sí mismo, y ya me parece mucho atrevimiento por mi parte. Yo he llegado a la cultura popular desde la filología y la etnografía, aunque es verdad que me he pateado el territorio buscando cuentos.
La cultura oral hace las veces de la historia de las clases populares, aunque de distinta manera. La cultura hegemónica (Gramnci) se apoya en los documentos escritos; la otra en la memoria comunal.


R.B.: ¿Cree que las identidades territoriales y los nacionalismos ayudan a recuperar el folclore de manera íntegra o tienen un sesgo manifiesto?
A.R.A: Normalmente se hace un uso sesgado de las tradiciones, como para probar la “autenticidad” o la “profundidad” de la cultura propia, y de ahí dar el salto mortal al nacionalismo. Una peligrosa manipulación.
R.B.: En etnografía suele suceder que el transmisor del conocimiento puede añadir elementos de su propia cosecha o, como ocurre en la actualidad, elementos que tienen que ver con el cine, los medios de comunicación o internet… ¿Cómo sabe un folclorista qué elementos de un cuento son los primigenios?
A.R.A: El investigador debe tener en cuenta esas incorporaciones y valorarlas, como transformaciones, como simples ocurrencias. Normalmente son esto último. Pero cuando significan transformaciones, sobre todo si son de sentido, hay que comprobar si se han extendido en el propio medio.


R.B.: ¿Existen diferencias entre un cuento tradicional y uno moderno? En caso afirmativo ¿Se refieren estas más al contenido o a la forma?
A.R.A: Son dos géneros completamente distintos, aunque los segundos se apoyan a veces en los primeros. Las diferencias atañen tanto a la forma como al contenido.
R.B.: Su trabajo más conocido son los Cuentos al amor de la lumbre. Con ellos llenó un enorme hueco en la literatura tradicional española. De todos estos, ¿cuál es su favorito?
A.R.A: Esta es la pregunta más difícil, porque son muchos. Pero, en fin, digamos que el primero, Blancaflor, me sigue pareciendo un prodigio.


R.B.: Si no me equivoco, usted adaptó una serie de estos cuentos para los Cuentos de la Media Lunita, una colección con cierta vis infantil y muy ilustrada que pretendía acercar estas creaciones a los niños. Todavía vigente y con cierta aceptación, me gustaría preguntarle ¿qué puntos considera usted esenciales a la hora de adaptar un cuento tradicional?
A.R.A: Es esencial no variar el argumento, la espina dorsal del relato. Sobre eso, los aditamentos son intentos de captar la atención, solo eso.
R.B.: La eterna pregunta, ¿el cuento debe enseñar o debe entretener?
A.R.A: Las dos cosas van indisolublemente unidas. Por eso los cuentos orales tienen tanto éxito.


R.B.: En cierta ocasión publiqué en la cuenta que los monstruos tienen en Instagram, unas imágenes que Jesús Gabán realizó para su versión del cuento Los tres toritos. Un par de seguidores se echaron las manos a la cabeza y empezaron a lanzar improperios cuando vieron la escena de toreo que se recoge en una de las páginas (y eso que el estoque se hacía con un alfiler…). Sonreí ante la indignación desorbitada y me pregunté si hay un punto en el que puedan convivir tradición y actualidad. ¿Existe ese lugar de confluencia?
A.R.A: No me extraña en absoluto. La espantosa moda de “lo políticamente correcto” puede acabar con todo. Incluso con la literatura.
R.B.: Continuando con lo anterior y echando mano de caperucitas animalistas o bellas durmientes feministas  ¿Qué opina de las versiones de los cuentos tradicionales enmarcadas en contextos, ismos y problemáticas actuales que se publican sin cesar?
A.R.A.: Creo que ya he contestado a eso. Puede ampliarlo en un artículo mío titulado Cuentos populares, perfectamente incorrectos.
R.B.: La muerte, el clasismo o el machismo se han convertido en aspectos censurables en la sociedad occidental… ¿Qué les diría a todos esos adultos que viven preocupados por estas realidades recogidas en los cuentos tradicionales? ¿Cómo le podríamos dar la vuelta a la tortilla y animar así a la transmisión íntegra de estas creaciones a los niños sobreprotegidos del presente?
A.R.A: Hay que recordarles que los cuentos de tradición oral poseen un mensaje simbólico, que va dirigido a la formación de la mente y la integración del cuerpo humano. Querer racionalizar eso es emprender el vuelo de la paloma en un lugar abstracto, sin aire


R.B.: La cuentoterapia está muy de moda y se encuentra presente en los ámbitos de la psicología y la educación. ¿Qué piensa al respecto de esta práctica?
A.R.A: He conocido experiencias muy interesantes. Todas van dirigidas a aplicar los elementos simbólicos.
R.B.: Como los números impares están muy presentes en los cuentos populares, le voy a pedir tres últimas respuestas: su comida favorita, un juego que le divierta y alguna recomendación de lectura.
A.R.A: El gazpacho, el parchís y Las mil y una noches.



Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941), aunque de joven fue marino mercante, estudió la carrera de Filosofía y Letras. Inició en Madrid la especialidad de Filosofía Pura, pero acabó licenciándose en Sevilla en Filología Moderna (1969) y doctorándose por la misma universidad en 1973. Fue profesor interino y contratado de la Universidad de Sevilla y del Colegio Universitario de Cádiz (1969-1974) y en 1975 ganó por oposición la cátedra de Instituto. Es autor de narrativa, teatro y poesía, sobre todo de obras dirigidas al público infantil y juvenil (se alzó con el Premio Nacional en esta categoría en el año 2005), sin embargo es más conocido por su prolongada e intensa dedicación al estudio y recuperación de los cuentos populares españoles, campo en el que sobresalen sus Cuentos al amor de la lumbre (Premio Nacional de Literatura 1985) y los Cuentos de la Media Lunita, una colección que se sigue reeditando desde hace más de treinta años. Desde 2015 es Académico Correspondiente de la RAE.

viernes, 11 de marzo de 2016

Hablando de LIJ con... Luis Daniel González


Román Belmonte: De entre todos los nombres de especialistas en LIJ que barajé para mantener esta charla, usted ganó por goleada. Creo que es usted bastante metódico y correcto, también que carece de prejuicios y posee un gran bagaje cultural, y, sobre todo, es honesto con su trabajo. Pero seamos sinceros: los dos nos hemos formado en aras de la ciencia para terminar apasionados por la literatura dirigida a los niños, ¿a qué se deberá?
Luis Daniel González: Gracias. Excesivos elogios, me parece. Ojalá fuera más metódico: hago lo que puedo. Sí que tengo prejuicios: todos los tenemos. Supongo que ser licenciado en Física te crea unos hábitos mentales distintos a los de alguien que ha estudiado una carrera de letras, pero no sé bien qué significa eso en este terreno.
R.B.: Aunque usted nos ha dado la bienvenida a la fiesta de la literatura infantil, jamás he recibido una invitación para tal evento, ¿podría improvisar una aquí?
L.D.G.: Soy cada vez más enemigo de las exhortaciones genéricas a leer y de cualquier mística en relación con la lectura tipo “leer te hace más libre” y ese tipo de frases supuestamente motivadoras. Yo fui un lector niño que disfrutaba mucho al leer (sobre todo libros de aventuras) y por eso puse ese título al libro que publiqué hace ya tiempo.
R.B.: Por cierto, ¿ha dado usted ya con alguna definición breve de “literatura infantil”?
L.D.G.: Aunque uso la expresión “literatura infantil”, pues es habitual y todos nos entendemos, prefiero la de “libros infantiles”, de los que unos son literatura y otros no. Lo cual no quiere decir que los del segundo tipo sean peores: si cumplen bien sus funciones, perfecto.
R.B.: Le he de confesar que uno de los primeros encontronazos que tuve con la LIJ fue gracias a usted. Ahora me toca preguntarle, ¿qué le llevó a posar su mirada en la literatura infantil?
L.D.G.: Que fui muy lector de pequeño, supongo. Que, en un momento dado, empecé a preparar unas selecciones comentadas de libros infantiles…, y que las cosas crecieron, sin yo saber bien cómo ni por qué, hasta este momento en el que estamos.


R.B.: A veces denoto cierta nostalgia en sus palabras, sobre todo cuando compara las joyas de la literatura con los nuevos relatos. ¿Qué tienen los clásicos de la Literatura Infantil y Juvenil que no tienen las obras de nuevo cuño?
L.D.G.: La nostalgia tiene que ver con la edad… Entiendo que una de las misiones del crítico es comparar, pues eso es justo lo que no puede hacer un lector joven. A veces los libros antiguos no es que sean mejores en todos los terrenos, sino que son los primeros en algo y ese mérito hay que darlo a conocer. Pasa lo mismo con los libros de una saga: los siguientes pueden ser mejores pero los personajes e ideas básicas suelen estar en el primero.
R.B.: A pesar de que hoy día se editan cientos de títulos, encuentro algo empobrecido el panorama de la literatura infantil... Argumentos repetitivos, antiguas recetas con nuevos formatos, refritos, obras poco trascendentes... ¿Son imaginaciones mías o usted percibe la misma realidad?
L.D.G.: Empecemos por decir que todos los argumentos son repetitivos. A Borges le parecía que solo hay unas pocas historias que vuelven una y otra vez cosa que yo también pienso, y no sólo por la autoridad de Borges. Esto es más evidente aún en los relatos de la LIJ. A nadie le puede sorprender que haya continuos álbumes sobre miedos nocturnos o nuevas novelitas escolares. Lo importante es que sean libros bien hechos: bien escritos, bien construidos, bien editados, respetuosos con los niños. Luego, sí es cierto que los intereses comerciales propician un exceso de libros flojos.


R.B.: En los libros infantiles de hoy día, ¿hay más moralina o moraleja?
L.D.G.: En todos los libros, y no solo en los infantiles, hay moraleja o moralejas. El que dice que no quiere darte una moraleja ya está colocándote una. En los libros infantiles esto se acentúa más porque los niños y jóvenes son personas en formación, algo que quien escribe o publica o compra para ellos, no suele perder de vista. La cuestión está en si se hace bien o mal. En relación a eso estoy contento de un artículo que escribí hace tiempo que se titula Defensa de las moralejas y que está AQUÍ.
R.B.: Si no me equivoco, usted ya se dedicaba a desgranar la LIJ antes de que las editoriales encargadas de reeditar los clásicos ilustrados y producir otros nuevos llegarán a este país con el nuevo milenio. A su juicio, ¿qué han sumado y/o restado estas empresas al género del álbum ilustrado?
L.D.G.: Sé que, en algunos casos, gracias a que algún editor leyó algo mío, algunos libros han vuelto a los escaparates, y eso me alegra, claro. Pero las nuevas ediciones de clásicos, con nuevas ilustraciones, creo que tienen más que ver con una tendencia editorial universal y con el auge de la ilustración en los últimos años. A mí me parece una buena noticia que vuelvan los mejores relatos del pasado, de una u otra manera.


R.B.: Vocifere el título de tres álbumes ilustrados redondos...
L.D.G.: Creo que yo no usaría la palabra vociferar… Tres: Donde viven los monstruos, Pequeño Azul y Pequeño Amarillo, La ola.
R.B.: A pesar de todos los años que llevo escuchando el término “literatura infantil y juvenil”, todavía no me ha quedado muy claro el concepto de “juvenil”... Unas veces podría definirlo como un invento comercial y otras como literatura adulta edulcorada. ¿Qué hay de verdad y qué de falacia en este apelativo?
L.D.G.: Sobre todo, es que “juvenil” es un término muy amplio. Cualquier buen lector infantil, de doce años, decía Tolkien, puede leer cosas que nunca leerán muchos que doblan y triplican esa edad. Creo que basta usar “juvenil” en el sentido de que son, o parecen ser, lecturas apropiadas para lectores jóvenes: porque tienen a protagonistas chicos o chicas en su argumento, porque introducen algún tema de interés de un modo que a ellos les atrae, porque abren panoramas que luego pueden completarse con más lecturas de ficción o de no-ficción, etc.


R.B.: Bajo mi prisma de profesor veo en la paraliteratura una gran aliada a la hora de despertar el gusto por la lectura en los adolescentes, esos a los que me gusta llamar “los lectores perdidos”. ¿Qué lugar en el universo lector le da usted a este tipo de obras que tanto abundan en las librerías?
L.D.G.: No hay que derribar nunca la escalera por la que algunos han subido o suben. Hay quienes llegan a ser lectores debido a ciertos libros flojos y pienso que no hay que criticarles por eso pues, a fin de cuentas, hacen lo que pueden. Y, a lo mejor, hacen más de lo que haría quien les critica si estuviera en su situación. Pero la mala literatura es mala literatura, y los libros engañosos hacen trampas al lector, y hay personas que tienen la obligación de decírselo, como profesores, o padres, o amigos, o quien sea. A veces, sólo con comparar el uso de los adjetivos en unos párrafos de un libro de aventuras fantásticas con otros de El señor de los anillos, ya se lo haces ver. Por otro lado, me gusta el ejemplo de que los libros son como simuladores de vuelo de los sentimientos y si el simulador es engañoso más adelante tendrás problemas: el adulto tiene que advertirlo, para eso es adulto.
R.B.: La relación de la Escuela española con la Literatura Infantil siempre ha sido un poco somera, casi esquiva diría, y ha dependido más de la voluntad de los poco reconocidos maestros..., ¿sabe usted de alguna fórmula que propicie más encuentros que desencuentros entre esta institución y la lectura?
L.D.G.: No tengo nada clara la relación entre la LIJ y la escuela. Muchas veces pienso en que los grandes beneficiados de meter la LIJ en la escuela no son los lectores… En mi experiencia, personal y de amigos, creo que la mayoría de los buenos lectores no salen de la escuela. Pero no quiero generalizar: también conozco profesores que lo hacen extraordinariamente bien. En cualquier caso, hablando en general, opino que lo que la escuela debe hacer, sobre todo, es aquello que nadie más que ella puede hacer, que es transmitir los conocimientos básicos, los cimientos sobre los que se puede luego construir, y dejar otras actividades a instituciones que lo pueden hacer mejor.
R.B.: Desmigajar un libro no es una tarea fácil a tenor de los múltiples parámetros que hay que tener en cuenta, pero seguro que usted tiene alguna receta para separar la paja del grano... Deme alguna pista al respecto.
L.D.G.: No tengo recetas, la verdad. Procuro leer dejándome llevar, sin pensar mucho aunque tomando notas de las páginas en las que hay algo que me interesa o me sorprende (para bien y para mal). De la lectura queda una primera impresión y luego repaso lo que anoté. De todos modos me confundo no pocas veces: he tenido que rectificar opiniones, con el paso de los años, debido a que alguien me hizo notar cosas en las que no había reparado o a que nuevas lecturas me hicieron comprender algo bastante mejor. Por supuesto, cuando algo gusta mucho a los lectores jóvenes y a mí no, tengo que aclararme bien a mí mismo por qué pasa eso.



R.B.: ¿Qué tiene Narnia que no tengan otros mundos imaginados?
L.D.G.: Tal vez que, después de algunos libros de Edit Nesbit, fue la primera serie de libros de ese tipo: con niños protagonistas que van y vienen entre nuestro mundo y otro mundo fantástico. Por otro lado la narración es un tanto hipnótica, y tiene una densidad particular, que pasa por encima de algunas inconsistencias constructivas.
R.B.: Ha profundizado en temas como el libro ilustrado, la literatura fantástica o la historia de la LIJ y ha estudiado la obra de C. S. Lewis, Chesterton o Stevenson... ¿Qué se trae entre manos ahora mismo?
L.D.G.: Desde hace dos o tres años mi plan es “limpiar la mesa” y sigo con él. Es decir: quiero acabar cosas que tengo a medias —artículos, libros…—, repasar y corregir lo publicado hasta el momento, y dar por concluida mi aportación a la LIJ. Aún tardaré un tiempo, también porque me piden cosas y me llaman de algunos sitios, pero esa es mi idea actual.
R.B.: Para despedirnos, nos toca jugar, comer y leer... Pero para ello necesito saber antes cuál/es es/son su/s juego/s favorito/s, cuál/es su/s plato/s preferido/s y su/s libro/s predilecto/s...
L.D.G.: Mi deporte es, o más bien fue, el baloncesto. También, aunque nunca competí, el atletismo. Pero casi todos los deportes me gustan. No tengo platos que me pirren muchísimo, una buena tortilla para mí es suficiente. Y libros predilectos…, pues en mi página tienes de sobra para escoger.


Luis Daniel González (El Rosal, Pontevedra, 1955), aunque se crió en Orense, se trasladó en su juventud a Santiago de Compostela para cursar Ciencias Físicas, estudios que terminó en Valladolid. En la década de los ochenta puso en marcha una biblioteca juvenil e impulsó actividades de promoción de la lectura. De este trabajo surgió su Guía de clásicos de la Literatura Infantil y Juvenil (3 volúmenes), que sería ampliada más tarde para dar lugar a su obra más conocida, Bienvenidos a la fiesta (2001), un diccionario-guía de autores y obras LIJ que complementó con la página web homónima (ver AQUÍ) y dos anexos publicados bajo el nombre de Donde vive la emoción (2002) y Donde nacen los sueños (2003). Durante todos los años siguientes y hasta la actualidad, además de escribir numerosos artículos, críticas de libros, diversos libros -en edición impresa o digital- relacionados con la LIJ (entre los que destaca Cruces de caminos, junto a Fernando Zaparaín, 2010) o su estudio sobre Las crónicas de Narnia titulado Una magia profunda, también ha participado en cursos y conferencias, lo que le ha llevado a ser uno de los especialistas en LIJ mejor considerados del panorama de la Literatura Infantil y Juvenil.