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martes, 1 de junio de 2021

Lista de cosas que debo hacer el curso que viene


Siempre se ha dicho que cuando un nuevo año comienza, hay que hacer una lista de cosas que quieres cambiar para que el futuro te sonría o, al menos, se intente. A mí, personalmente, las “New Year’s resolutions”, que así las llaman los ingleses, no me van, más que nada porque mi ciclo vital es otro, ese que se solapa con el curso escolar. Como para un servidor las vacaciones de verano son un remanso espiritual en el no hay que permitir que nada ni nadie te busque las cosquillas, suelo hacer mi personal listado de cosas que debo cambiar (la felicidad es una cosa muy seria) cuando el fin se a de cara al curso que vendrá. Es 1 de junio, hemos tenido tiempo de catar todas las miserias habidas y por haber durante este 2020-2021, y sabemos las que no queremos para el que viene. Sin más dilación, aquí tienen mis intenciones para el 2021-2022. No será que no les aviso...


1. Abandonar la sanidad pública y solicitar una compañía de sanidad privada. Reconsiderar mi continuidad si me regalan un lanzallamas o el ministro de turno se asegura de que me vayan a coger el teléfono al décimo intento (siendo bastante comprensivo).

2. Recordarles a mis alumnos que se llora por cuestiones de suma importancia. De no ser así, por cada lágrima vertida innecesariamente, un gatito subirá al cielo.

3. La tercera, también para mis alumnos. Queridos míos, los Reyes Magos son los padres, no los profesores. En el caso de tener poderes sobrenaturales y estar iluminados por una estrella fugaz, no estaríamos dándoos clase: trabajaríamos para Marvel.

4. Rezar una vez al mes a cualquier deidad monoteísta para, en caso de que la reencarnación sea efectiva, poder volver a la vida en forma de maestro albañil. Viendo cómo se ha puesto el tema de la construcción, va a ser imposible hacer unas reformillas hasta el 2122.

5. Hacer limpieza de agenda telefónica. El 25% de la gente que tiene mi teléfono solo me pregunta cómo estoy cuando dejan de ver mi foto de estado en el Whatsapp y sienten miedo al no poder inmiscuirse en mis mierdas personales; al 70% le importo básicamente nada. Con el 5% que se preocupa por uno, la vida ya merece la pena.

6. Lo mismo con las redes sociales. Ser el único que no ha estado en las islas Phi Phi empieza a importarme más de la cuenta, ¿debería preocuparme teniendo en cuenta mi patente exotismo?

7. Hacerme el tonto con los compañeros de trabajo. Es preferible que crean que hablan de igual a igual, a que te compliquen la existencia.

8. Jugar a la primitiva todas las semanas y que no me toque. Así son los sueños: castradores pero emocionantes.

9. Buscar un hueco para todos los nuevos libros que han llegado a mis manos.

10. Si no encuentro ese espacio tendré que aprender a echarlos a volar y ellos a batir sus alas.


Si no han tenido bastante con mi lista y quieren conocer alguna otra, les recomiendo que se acerquen a La ciudad de las listas, un álbum de Cristina Bellemo y Andrea Antinori que acaba de publicar la acertada Liana Editorial.
Esta historia ambientada en la ciudad de Rocaperfecta, tiene como protagonista a Fidel Burócrata, un funcionario del ayuntamiento encargado de inscribir a sus habitantes en la lista correspondiente y que así sean alguien, una situación que puede parecer extraña pero que tiene mucha miga. Todo va estupendamente hasta que un día, los 12 alumnos de la clase de segundo B de la escuela primaria del callejón secundario de la Libertad visitan el Departamento de Listas. Ya saben cómo son los niños, que donde dicen digo digo Diego y arman un buen cacao al pobre Fidel Burócrata.


Partiendo de una situación un tanto inverosímil, los autores italianos desarrollan una narración que bebe del nonsense más absurdo, un texto que a ratos suena a Rodari y su Gramática de la fantasía, y otros parece una parodia de todas esas ataduras estúpidas que se autoimpone el mundo adulto. Guardas sintéticas, ilustraciones coloristas y desenfadadas, composiciones estudiadas, personajes locos y algún que otro conocido, le imprimen mucho más carácter.
Se la recomiendo para pasar un rato de lo más simpático y, si a la postre se atreven, también para filosofar sobre quiénes son y cómo se definirían. Siempre pueden echar mano de un lápiz y apuntar algunas ideas en el espacio que el libro ha reservado para ello. Pero no me sean cafres: desordénenlas y cúbranlas de helado, que siempre es un plus.


lunes, 26 de diciembre de 2016

Relación entre la Navidad y la muerte


George Michael falleció ayer, día de Navidad. Aunque todavía no se han hecho públicas las circunstancias que rodean el triste acontecimiento, el haberse producido en un día tan significativo como ese y no en otro, me ha llevado a pensar en la relación que existe entre la muerte y la Navidad... Muchos dirán que el tema para empezar la semana se las trae, pero prefiero que no me tachen de macabro y piensen en ello con objetividad (mirar hacia otro lado puede ser contraproducente cuando se trata de ampliar la mirada crítica). Ahí voy...
Antes de nada y como apunte, hay que tener clara la relación entre la fe y nuestra naturaleza mortal. Todas las culturas se apoyan en religiones de todo tipo (budismo, cristianismo, islamismo o hinduismo)  para explicar una realidad que asola al ser humano, la muerte. Por ello cabe esperar también que todo lo que se relaciona con las tradiciones religiosas tenga bastante que ver con ella. De ahí que, en parte, podamos extrapolar realidades y relacionar hechos aparentemente inmiscibles.


En primer lugar cabe decir que la muerte, a pesar de ser un hecho omnipresente (nunca nos abandonan las dualidades), parece necesitar un hueco más visible en ciertos puntos del calendario. Aunque destacan fechas como el 1 de noviembre en el que rendimos honores a nuestros muertos de una manera más explícita, la Navidad es la época del año en la que más pesa la pérdida de los seres queridos, tánto, que algunos expertos la consideran una época de duelo en la que las reuniones familiares se asemejan más a un velatorio en torno a los fallecidos que a un momento de dicha y júbilo. Las alusiones que en muchas familias se hacen a los que ya no están, a las sillas vacías: silencio, recogimiento, suspiros, dolor y lágrimas.... 
Posiblemente este hecho tenga sus raíces en el tenebrismo de una cultura barroca en la que también se anclan las festividades navideñas. Con ello quiero decir que muerte y Navidad se cogen de la mano a tenor de un hecho cultural que también esta muy presente en otras tradiciones de carácter religioso cristiano como puede ser la Semana Santa.


En segundo término y fuera de la esfera cultural, hemos de ahondar en las circunstancias sociales que explican la relación causal entre navidad y muerte... Aunque la Pascua parece ser el mejor momento del año para dejar a un lado los problemas que trae el tiempo y disfrutar de la vida junto a padres, hermanos y otros allegados en honor de un mensaje religioso donde la concordia y la paz están por encima de todo, no todo es tan bonito. Las reuniones familiares son en pocos casos bien avenidas. En torno a la mesa se reúnen multitud de intereses y circunstancias personales. Intenciones de todo tipo y casualidades impiden mirar al otro con la distancia necesaria para la cortesía y el mutualismo. Envidias, dardos envenenados, reproches pasados, desplantes y alguna que otra lágrima lían todavía más la madeja, y las cenas de Nochebuena y las comidas de Reyes son el inmejorable caldo de cultivo para depresiones, violencia doméstica o cardiopatías que pueden transformarse en muertes por infarto, homicidios o suicidios.


Quizá lo mejor sea tomar consciencia de que la muerte, de su golpe certero, de que no podemos hacer nada por los que ya no están, pero sí por los que quedan. Honrar la memoria de aquellos que se fueron, sin aferrarse al lastre que suponen los recuerdos en una vana esperanza. Establecer unas buenas relaciones con los que tenemos a mano, con los que, codo a codo, compartimos el camino. Para que así la vida, esa que no valoramos lo suficiente, deje crecer unas alas que, colocadas sobre nuestra espalda, agiten el vuelo liviano de saber que hemos estado aquí morando y, sobre todo, disfrutando.

Cristina Bellemo y Mariachiara Di Giorgio, 2016. Dos alas. Combel.