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miércoles, 20 de abril de 2022

De mascarillas y perspectivas


Amado líder ha “gripalizado” oficialmente la pandemia y yo me quito el bozal. Otros, no sé... Con lo acostumbrados que están a esconderse tras sus mascarillas, con lo felices que se encuentran sin necesidad de saludar a nadie, de entablar conversación con amigos y conocidos, de no acudir a los eventos familiares, de no irse de vacaciones, o de evadirse del lugar de trabajo con la excusa de los contagios, lo van a tener muy crudo. Se les acaban la coartada y los privilegios.
Necesitarán nuevas excusas para hacer frente a un comportamiento nada lógico, a esa extraña y nueva realidad. Les tocará inventarse algo. Yo apuesto por la psicosis, por la salud mental, por algún tipo de síndrome que los medios se saquen de la manga (el de la cara vacía, dicen), algún tipo de milonga post-pandémica que justifique su encierro, sus desapariciones furtivas, sus miradas esquivas o su mala educación.
Pronto veremos cómo muchos claman por las mascarillas en todas partes, en exteriores, en interiores y el más allá, por los confinamientos o el control social. No me parece mal que estén dispuestos a entregar su propia libertad, lo que me parece repugnante es que quieran ofrecer la mía para no tomar sus propias decisiones.


Los seres humanos somos así. Todo lo arreglamos jodiendo a los demás, imponiendo nuestra ley gracias a la retórica (a)científica, los medios de (des)información o los discursos polivalentes. ¿Pues saben qué? Deberían empezar a darse cuenta de que en este juego de perspectivas, todas son válidas y no deberían extrañarse si alguien achaca esos terrores reinventados a otros motivos. 
Hay personas que no se quitan el tapabocas por un lío con un expresidiario, la pérdida de un horario laboral que-ya-quisiéramos-otros (¿Qué hace el personal de Hacienda teletrabajando? Que alguien me lo explique), una separación matrimonial encubierta, ciertas enfermedades psiquiátricas, los quince kilos que me he metido entre pecho y espalda, o unos suegros a los que no puedo ni ver.
Personalmente, no quiero que los feos me tomen ventaja, pero si ustedes quieren seguir disfrutando del burka pandémico, adelante. Eso sí, tengan cuidado con los sermones, no sea que alguien se les retuerza y deje al descubierto sus miserias. Que muchos empiezan a estar hartos de tanta salud pública y no están dispuestos a callar.


Y hablando de puntos de vista, me acabo de encontrar en las librerías uno de esos libros que hay que tener muy en cuenta en esta primavera con tanta óptica. Porque Días como este, un álbum de Oriana Smith y Alice Gravier (autora de La casa en el bosque) editado por Libros del Zorro Rojo, además de ser una historia cotidiana donde los detalles se funde con la belleza de las cosas mínimas, es una propuesta gráfica bastante interesante por el juego que nos presenta.
Recordando al Antes/Después de Anne-Margot Ramstein y Matthias Aregui (SM) y Al otro lado de Itsvan Banyai (Fondo de Cultura Económica), este libro se articula sobre una sucesión de escenas que se van emparejando gracias a la repetición de un mismo texto en la mayoría de las dobles páginas. Conforme vamos pasando cada doble página, nos percatamos de que, a pesar de tratarse del mismo escenario, ni el observador ni la acción es la misma. ¿Qué pasa aquí? Nos preguntamos.


Colorido a rabiar, este libro es una guía inmejorable para observar el mundo que nos rodea. Árboles, microfauna, aves, pequeños roedores, meriendas, fenómenos meteorológicos, todo cabe en unas ilustraciones donde estampas figurativas quedan enmarcadas en cada página (a excepción de la última, donde se nos desvelan los protagonistas de esta historia), sin olvidar el par de consideraciones finales que deben leer todos los curiosos y futuros zoólogos de la sala.
Bucear en los detalles, perderse, jugar con la posición, tanto dentro, como fuera de la página, reflejarse en ellas, mirar a su través. Miradas, perspectivas. Así es la vida, no lo olviden.



martes, 12 de noviembre de 2019

Estas cuatro paredes



El tema de la vivienda está dando mucho que hablar últimamente. Parece ser que se construye más que hace unos años. Inmobiliarias, albañiles, electricistas, reformistas, arquitectos, constructores y notarios vuelven a montarse en el dólar. Aunque la crisis se cargó muchos negocios que facturaban auténticas millonadas (mira que mi abuela les advertía con aquello de “Guarda para cuando no haya…”), parece ser que el imperio del ladrillo vuelve a resurgir de sus cenizas.
Ya saben que estas cosas se mueven de manera cíclica, sobre todo cuando el personal ha recuperado algo de poder adquisitivo y se puede permitir el lujo de una hipoteca, sobre todo en las grandes ciudades en las que, según me comentan amigos de Madrid, Barcelona o Valencia, piden auténticas salvajadas por cuatro paredes.


No se crean que lo de los alquileres tiene nombre… A estas alturas de la película, pagar una mensualidad es misión imposible, incluso en ciudades medianitas como la mía, donde las rentas están por las nubes (si me apuran, podrían pagar cuota y media de hipoteca) y parece que te están haciendo un favor por todo lo alto (¡Ladrones!).
Hay formas de abaratar los gastos, como irse al quinto cojón, a un barrio de mala muerte, a un zulo compartido o debajo de un puente, soluciones todas ellas bastante indignantes (para mi gusto, claro), pues muchos se habla de los derechos fundamentales y nunca de los deberes gubernamentales. Que si, que muchos apartamentos turísticos, mucha gentrificación, mucha especulación, pero las leyes ¿pa’ cuándo?


En fin, en vez de ponernos negros, optemos por lo poético a la hora de hablar de casas. Es por ello que hoy les traigo una obra de esas que te dejan con la boca abierta, tanto por lo bello, como por el formato. La casa en el bosque, un libro de Laëtitia Bourget y Alice Gravier, editado en español por Libros del Zorro Rojo, nos presenta un hogar cercano en un contexto entrañable. En este álbum de tipo acordeón que desplegado mide exactamente 401 cm (para que luego digan que no me tomo en serio esto de las reseñas), se nos presenta una historia circular que toma como punto de partida (y final) un bosque. En ella, el/la niño/a protagonista nos cuenta en primera persona el viaje diario que realiza desde la ciudad hasta llegar a su casa.


Es así como vemos pasar las escenas de un relato seriado que se centra en los medios de transporte, en lugares familiares como el parque o las tiendas del pueblo, en los vecinos más llamativos, en la naturaleza circundante que se llena de animales y plantas , o en las diferentes habitaciones que forman el hogar de esta familia.
Al ser desplegado, toma forma de imagen secuencial completa a lo largo de la cual nos podemos desplazar. Mientras que en un lado se nos presenta el entorno exterior, en el otro nos adentramos en el interior de la casa, lo que da pie al lector en establecer una dicotomía interesante de su propio entorno de dos mundos separados por las paredes –natural/medio antrópico-  sin que ninguno de ellos quede exento de libertad y detalles, algo que autoras y editorial destacan proponiendo al lector un juego de búsqueda.
Así que, ya saben, si no tienen casa, disfruten de esta que es fantástica.