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jueves, 30 de enero de 2025

¿Violencia o no violencia? That is the question


Hoy es el Día escolar de la paz y la no violencia, una jornada que, si bien parece un invento de la ONU (ya saben que son especialistas en los “días de”), lo cierto es que lleva celebrándose en los centros españoles desde 1964 (se dice pronto). En los inicios, nada tenía que ver con todas esas celebraciones gubernamentales que les gustan a los políticos salvadores, ya que fue fundado por poeta y pacifista mallorquín Llorenç Vidal, en el que se apostaba por el pacifismo dentro de las aulas, al paso que se conmemoraba la muerte de Mahatma Gandhi.
Si bien es cierto que la gran mayoría de los docentes se brindan a realizar todo tipo de actividades durante esta semana, es curioso como muy pocos nos planteamos el debate de la violencia en la escuela desde una perspectiva más reflexiva. A veces no viene mal ir contracorriente y darle una vuelta de tuerca a todas esas tendencias que asumidas desde la base, se internan en paradojas muy draconianas.


Por ejemplo, fijémonos en los libros infantiles. Los expertos llevan diciéndonos montones de años que los mejores libros para críos son aquellos llenos de subversión, esos en los que los protagonistas se pasan por el forro las normas de comportamiento instauradas por los adultos y hacen de su capa un sayo, los mismos donde abundan conflictos, peleas y todo tipo de trastadas. ¿Acaso no es un prisma bastante violento?
Lo mismo pasa con la escuela. Si nos centramos en sus orígenes griegos, lo académico se basaba en dos pilares, el físico y el intelectual, una dicotomía que se mantiene hasta nuestros días a pesar de la diversificación de lo segundo. Y ni siquiera, pues como bien saben, las clases extraescolares se fundamentan en lo gimnástico. Fútbol, baloncesto, voleibol, gimnasia rítmica o waterpolo continúan siendo importantes aunque la educación reglada. Y ahora pregunto yo: ¿qué deporte es no violento?
Sigamos buscando el significado de violencia y veamos que tiene multitud de acepciones. No solo se refiere a la brutalidad en el uso de la fuerza física, sino que también se habla del poder, de su imposición y su uso efectivo, de impetuosidad. No se equivoquen, la mayor parte de los deportes, incluso los juegos de mesa o el ajedrez, son violentos per se.
Con esto quiero decir que nuestra naturaleza es violenta. Hay violencia en la autoridad materna, en los mítines políticos, en las rebajas o en las revoluciones. La violencia nos acompaña de una forma u otra en los ámbitos diarios, incluso en la escuela. Por ello, en vez de demonizarla, quizá lo más interesante sería contextualizarla y subjetivarla con las herramientas que nos provee la razón.


Como eso es bastante difícil y cuesta encontrar ejemplos, hoy les traigo Tira y afloja, un álbum de Ilan Brehman y Guilherme Karsten publicado recientemente por Bira Biro y que ha pasado un poco de puntillas por las librerías. Además de presentarnos una historia conflictiva que ya he incluido en esta selección sobre libros bélicos, es capaz de relativizar su significando echando mano de la risa y la comedia de situación.
Todo empieza cuando dos perros y sus respectivos amos se encuentran en mitad de la calle con una ristra de chorizos. Evidentemente, los canes, que nada tienen de razonable, se lanzan sobre el embutido y comienzan la pugna por él. Como no hay ganador, poco a poco se van sumando más personajes que ayudan a cada una de las partes a estirazar del premio y lo que, en principio, era una mera disputa gastronómica se convierte en una batalla campal. ¿Quién logrará poner freno a semejante despropósito?


Mientras lo averiguan, les diré que este álbum con mucho sketch es una delicia para descubrir personajes antagónicos sacados de los cuentos tradicionales, los clásicos, el mundo del circo, el fútbol o la religión. Un elenco muy variopinto que enfrentados sin razón aparente, terminan en el suelo por culpa de dos animales que solo entienden de instintos. Una fábula muy cómica en la que caben muchas miradas, como la de Benjamin Franklin, cuyas palabras ponen el colofón a un libro apto para cualquiera.

lunes, 6 de diciembre de 2021

A dedo


Todo el mundo se ha ido y yo me he quedado aquí. Cocinando, limpiando, planchando, paseando, escribiendo, dibujando y durmiendo. Hay muchas cosas por hacer en casa. También pienso en lo que podría haber hecho allí. Madrid, Palma de Mallorca, Logroño, Budapest, Nueva York o Shanghái. Pero por esta vez he decidido prescindir de barcos, aviones, trenes y autocares. Si alguien me hubiera ofrecido un periplo en autostop quizá me lo hubiera pensado…


Lo he hecho tan solo una vez en toda mi vida. Mi padre y yo nos enrolamos en una ruta senderista y tuvimos que abandonar antes de tiempo. Imaginen como estaba la comunicación por la Sierra del Segura en los primeros noventa. Yo dudaba de que alguien aceptara a llevarnos, pero él lo tenía muy claro: tener un crío al lado era el mejor pasaporte. Y así fue. Dos almas caritativas nos recogieron de la cuneta y pudimos recorrer buena parte del trayecto que nos separaba de casa.


Si ya fue difícil entonces, no me quiero hacer una idea de cómo estará el tema hoy día. A pesar de esa capa de solidaridad que lo envuelve todo, somos más suspicaces y desconfiados. Consideramos mucho los riesgos de viajar con desconocidos pero sin embargo no los tenemos muy en cuenta en otras circunstancias. Para comprobar que estoy en lo cierto, sólo tienen que ponerse a un lado de la carretera y mover el puño de un lado a otro con el pulgar señalando la dirección a la que quieren ir.
Dejando el lado peliagudo de las cosas, diré que viajar a dedo es lo máximo en aventura. Catas todo tipo de motores, descubres nuevas vidas y diferentes caminos. Te extrañas y te sorprendes, que eso, al fin y al cabo, es en lo que consiste el viaje.


Y si no quieren arriesgarse, aquí les dejo un libro bien salao que publicó Kalandraka hace unos meses pero que me encanta. Hacer dedo, un álbum de Guilherme Karsten empieza con un impaciente surfista que se lanza a la carretera en busca de una playa donde divertirse con su tabla. ¡Ups! Se topa con un submarinista haciendo dedo y lo lleva con él. En el próximo pueblo un superhéroe también hace autostop. ¡Para dentro! De esta forma el coche se va llenando de personajes muy variopintos.


Entre la retahíla, el juego de adición y mucho ritmo, este libro que tiene cierto parecido con el camarote de los hermanos Marx, es una lectura formidable para sacarte una sonrisa. Tiene tanto de loco, como de real. Y no solo en lo que se refiere al texto sino en unas ilustraciones con mucho desenfado que hurgan en multitud de detalles y en las diferentes actitudes y emociones de sus protagonistas.

Y allá van…
la niña asustada,
la policía espabilada,
el ladrón camuflado,
el caimán aburrido,
el héroe cansado,
el enamorado submarinista
y el enfadado surfista.

Guiños metaliterarios (una vez más, el tándem más conocido de los cuentos tradicionales aparece aquí), una ruptura del marco narrativo que imprime dinamismo y sorpresa (¿A quién no recoge el surfista?) y el inesperado -y abierto- final harán las delicias del lector. ¿Entonces, qué?¿Se animan a hacer dedo?