Como he pasado tantos días incrustado en el sofá, me he mantenido al tanto de todas vuestras miserias gracias a las redes sociales. Entre las penas que os afligen me he topado con la polémica suscitada por la casi total ausencia de J. K. Rowling en el especial de Harry Potter emitido estos días con motivo de los 20 años del estreno de la primera película de su versión cinematográfica. Tan solo 30 segundos apareció esta mujer en pantalla, el cenit de la censura impuesta por HBO y Warner Bros a consecuencia de que hace unos meses, la autora se hiciera eco en Twitter de un artículo que hacía referencia a las mujeres con el término “personas que menstrúan”. Instantáneamente los colectivos transexuales se abalanzaron a su pescuezo y, apoyados por los palmeros de turno, liaron la de San Quintín. Tanto, que una de las que fuera abanderada de la llamada causa feminista ha recibido amenazas de muerte como para empapelar su casa.
Dejando a un lado los dimes y diretes de los actores, me uno al circo (para una vez que la cosa tiene que ver con la llamada Literatura Infantil, no puedo hacer menos) y echo más leña a la hoguera de estas vanidades.
La verdad es que me importa muy poco lo que opine esta señora, y me preocupa menos todavía que la saquen o no en el citado especial (Seguramente haya accedido muy gustosa teniendo en cuenta el negocio que se ha montado. A nadie se le ocurre perder 1200 millones de dólares de su cuenta corriente por una torpeza). Lo que sí me preocupa es el nivel de la peña, máxime teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de quienes entran al trapo en estos asuntos tienen menos de 35 palos.
A mí, que siempre me han enseñado a buscarme las castañas por cuenta propia, que, como a mucha gente, no me han regalado nada, y que he aguantado carros y carretas, todas estas gilipolleces son como recibir una patada en el hígado. Las llamadas minorías, otro instrumento más de una ingeniería social que solo intenta dividir a la ciudadanía en facciones y continuar perpetrando esos juegos del hambre en los que se ha convertido occidente, me dan mucha pereza. Ese macro-negocio donde la moral ha quedado distorsionada por ismos, pandemias y complejos, y donde el supuesto bienestar se alcanza gracias a la pérdida de libertades, es sencillamente asqueroso.
Yo no me las he tragado dobladas para que estos niñatos que usan el teléfono móvil desde que maman y a los que nadie ha enseñado a gestionar su vida para vivir sumisos a los dictámenes del sobreprotector y omnipresente papá Estado, me tengan sometido a sus caprichos de púberes mimados, mantenidos y lobotomizados. No. Necesitamos ciudadanos maduros que sepan pensar por sí mismos, que dejen de parafrasear discursos de televisiones, psicólogos y asistentes sociales, que dejen de clamar censura y venganza, y, sobre todo, que aprendan a respetar a todo el mundo. A los antivacunas, a los transexuales, a las amas de casa, a los negros, a los de derechas y a los de izquierdas. Yo no quiero vivir en la dictadura de lo políticamente correcto ni haciendo uso de sus artimañas ni censuras (aquí un artículo extenso sobre este tema). Me apetece decir, oír y leer lo que quiera. No necesito cortapisas, ni que me arrullen con cantinelas inertes para vivir en un mundo de fruta escarchada. Necesito animación, disensión, un poquito de guerra, pero nunca que me impongan una ideología creada ad hoc y que me recuerda a ese “anillo para gobernarlos a todos, para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”...
Y el que quiera una vida de color de rosa, que se meta en una burbuja que probablemente, y ni aun así, se librará de los sinsabores de este mundo.
¡Ah! Y querida, J. K. Rowling: aunque te hayan dado de ostias, sé que tú eres una tipa lista y rápidamente le darás la vuelta a la tortilla. No voy a negar que siento una pizca de satisfacción al saber que te has llevado un rapapolvo, ya que tú, con tu (para)literatura -una que otrora consumí como lector y espectador-, has contribuido en parte a crear este mundo buenista y absurdo. Así que, como dicen en mi pueblo, donde las dan, las toman. Creo que ha llegado el momento de hincharte con tu propia medicina.
*N.B.: Todas las ilustraciones son obra de Jim Kay y pertenecen a las ediciones ilustradas de los libros de Harry Potter que edita en nuestro país Salamandra.
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