Me encanta que los volcanes hayan pasado a ser un tema de actualidad. Si hace unos meses eran los perfectos desconocidos hoy en día no paran de informarnos de este o aquel volcán. En las islas Hawaii, Nueva Zelanda, en Tonga o en Islandia. Arco islas muy conocidas o que se formaron debido a una surgencia de magma en un punto aislado. Lava y más lava, fumarolas, explosiones volcánicas, cenizas y lapilli. Todo el mundo parece ser experto en estas lides.
Los vulcanólogos están de moda. Y yo que me alegro, porque no hay profesión más invisible (y a la vez importante) que la de geólogo, esos estudiosos de los fenómenos y la composición de la parte sólida de nuestro planeta, la geosfera. Ustedes pensarán que eso de las rocas debe ser muy aburrido, pero lo cierto es que si nadie supiera cómo se forman o qué características tienen no podríamos construir edificios, ni carreteras, ni tender puentes, ni obtener recursos minerales, ni cultivar muchos alimentos.
Entiendo que a excepción de terremotos y volcanes, no es una ciencia llamativa, sino más bien tranquila y desconocida, tanto, que muy pocos se atreven a adentrarse en ella. Seguro que ustedes conocen muchos médicos, enfermeros, industriales, peluqueros, dependientes, economistas, conductores o abogados, pero geólogos e ingenieros geólogos, ninguno.
Supongo que estudiar una piedra no es nada sugerente. Visto así –“piedras”-, dice muy poco, pero cuando empezamos a entender que en las rocas está escrito el pasado de nuestro planeta y su origen, la razón de que las montañas sigan creciendo, la explicación de por qué el Atlántico se hace cada vez más ancho, o que es más fácil encontrar petróleo en areniscas que en granito.
Por eso me alegra tanto escuchar que la palabra volcán da título al libro de hoy. Y no es que Volcancito nevado, otro libro del tándem Jorge Luján y Mandana Sadat (editorial Kókinos), sea un tratado sobre fumarolas, lavas pahoe-hoe, coladas, gases sulfurosos y fajanas, pero me gusta la sola idea de que una erupción volcánica sea la idea generatriz para un abecedario hermoso donde lo fantástico cobra sentido gracias a lo poético.
Poesía que reside tanto en el texto, como en las ilustraciones. Palabras e imágenes nos susurran muchas cosas. Un juego de referencias visuales con el que acompañar a las letras de un abecedario que no cumple demasiadas reglas temáticas, pero se sostiene por sí solo. Algunas tienen que ver con el personaje (la E escalón o la G de gato) y otras con la forma que adopta la imagen que la acompaña (un volcán para la A, un lobo para la M y un antílope para la V).
Me maravilla la capacidad que han tenido sus autores para dar vida a estas veintisiete historias (las de la N, la Ñ y la S me tienen enamorado) que a pesar de reducirse a la mínima expresión, pueden sobrepasar los límites de la página para hablarnos de otras todavía más extraordinarias.
El poeta argentino y la ilustradora franco-iraní dan vida a este alfabeto con frases breves, formas quiméricas, juegos de percepción y adivinanzas, montones de animales, técnicas que recuerdan a la estampación y el collage, y composiciones sencillas pero llenas de color y movimiento.
Háganme caso y piérdanse entre sus páginas, acompañen a quienes lo lean y busquen su propio alfabeto.
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