El otro día andaba yo hablando de perros con la novia de un amigo. Muy ñoña ella me presentaba las virtudes de un chucho de pequeño tamaño que hace las delicias de su vida desde hace un año. Según ella todos en la casa estaban encantados con la presencia del animal, un bichón blanco apodado Nara al que le gustan las carantoñas más que a un servidor. Más que una mascota era su terapeuta, una especie de gurú con el que cada habitante de esa casa había establecido una relación casi sobrenatural.
Sus hijos le confesaban sus miedos y preocupaciones, su novio era capaz de articular más de tres frases seguidas y ella había recibido mucha paz desde la llegada de este ser angelical. No soltaba pelo, no ladraba y era hipo-alergénico. Una maravilla, oye. Me entraron ganas de comprarme uno ipso facto (al módico precio de 850 pavos, claro). Pon un perro en tu vida y todo cambiará, rezaba el eslogan.
Rápidamente bajé a la tierra y me acordé de mi libertad. Por muy beneficioso que fuese tener un animal a mi lado no había que olvidarse de sus necesidades. Salir a pasear, comer adecuadamente, relacionarse con otros iguales, vacunas y otros cuidados médicos…, en definitiva, actuar de manera responsable con ellos. Un perro, por muy muy casero que sea, es un ser vivo y cuanto más desarrolle una vida acorde con su naturaleza, mucho mejor. No me valen esas justificaciones vanas de que no les hace falta nada, porque entonces estaremos entrando en un terreno muy peliagudo en el que anteponemos nuestros intereses como humanos a los de otros seres vivos, una actitud bastante reprochable a quienes, en alarde de un falso animalismo, metamorfosean los instintos de sus llamados “perrhijos”.
Y como viene al caso, en este martes les traigo dos álbumes exquisitos protagonizados por sendos canes. El primero lleva por título Soy un perro, un libro de la siempre necesaria Heena Baek que llega a las librerías de la mano de la editorial Kókinos. En esta ocasión, la autora coreana que nunca pierde la ocasión para exhibir el amor por los animales, se centra en la vida de Canicas, el perro mestizo de Dung-Dung (yo creo que aquí hay muchas reminiscencias a otro libro de esta autora).
Mientras nos cuenta los pormenores de su rutina diaria, podemos encontrar muchos de los recursos narrativos que Baek suele utilizar para contarnos sus historias. En esta ocasión, aunque prescinde de su particular magia y se centra en una historia realista, los planos cinematográficos, el uso de diferentes tipografías y las metáforas visuales (¿Se han fijado en ese volcán enfadado?) siguen presentes. Del mismo modo, introduce nuevos elementos como los elementos infográficos (ese árbol genealógico canino es una maravilla) y las guardas peritextuales.
En definitiva, un álbum muy simpático con una chispa de ternura final que puede constituir el mejor regalo para esos amos que salen de quicio con sus asalvajadas mascotas.
El segundo es ¡Vamos, Kika!, un libro firmado por Marie Mirgaine y editado por Ekaré que nos narra el paseo de la perrita Kika con Julián, su amo. La historia es que, como otros muchos dueños, este hombre está tan centrado en su paseo que se olvida de su mascota y todo lo que le pasa durante el trayecto.
Dirigido a un público que disfruta de los juegos visuales y el humor absurdo, este álbum nos presenta un sinfín de animales. Arañas, moscas, murciélagos, tigres, gorilas o murciélagos se van sustituyendo conforme pasamos las páginas, al mismo tiempo que acompañan a Julián con onomatopeyas rítmicas, sin olvidar la magia y el humor (los adultos nunca se enteran de las maravillas que los rodean, ¿verdad?).
Con unas ilustraciones en clave de collage ¿digital? (¡Son tan difíciles de encontrar las diferencias en la actualidad…!) y unas formas un tanto grotescas, es un libro delicioso que a modo de caminata circular (¿Quién empieza y termina andando?) nos empuja a imaginar y aprender.
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