Uno de los elementos fundamentales en el éxito de las redes sociales es que la mayoría de la gente tiene en deseo estar en el pellejo de otro. No pocas veces escucho a esta o aquella persona decir que le gustaría llevar la vida de Tamara Falcó, Jon Kortajarena, Taylor Swift o Kanye West. Están deslumbrados por el lujo y la exclusividad, las relaciones sociales y el brilli brilli. Como si todo eso fuera garantía de la felicidad (bueno… para algunos sí…).
En realidad todo parte del reflejo personal. De esa percepción que tenemos de nosotros mismos. Un ejercicio identitario que a veces se queda en bragas por diversas causas y nos obliga a tomar como referentes a otros. Proyectar un modelo de vida, no solo inalcanzable, sino también incompatible, puede llevarnos a la mayor de las derrotas.
Y no estoy hablando solamente de inconformismo, sino también de envidia, de traumas, de educación, del hecho cultural, de capacidad… Uno jamás podrá ser Lita Cabellut si no tiene aptitudes artísticas, ni ejercer como un rey competente si no ha sido educado para tal efecto. En esto de la satisfacción entran en juego muchos parámetros difícilmente controlables.
Por eso, mi único consejo para intentar no caer en esa debacle contemplativa que nos obliga a vivir embobados ante el cuerpazo de esta, el dinero del otro y las fiestas de la de más allá, es mantenerse ocupado. Aunque suene demasiado manido, hacer cosas que nos apetezcan, además de poner a raya el aburrimiento y mantenernos centrados en ese tiempo que nos pertenece, nos permite construir un mundo propio, además de mejorar nuestras habilidades técnicas y personales.
Y si no me creen, solo tienen que leerse el libro de hoy. Llega a las librerías Un pez es un pez, un álbum de Leo Lionni que ha publicado Kalandraka este mes de mayo. En él un renacuajo y un pez que son amigos conversan sobre qué es cada uno mientras en renacuajo sufre la metamorfosis para convertirse en rana. La cola inicial que despista al pez, se transforma en cuatro flamantes patas que le permiten salir a tierra firme y conocer nuevas formas de vida. Cuando vuelve al estanque le cuenta al pez cómo son los pájaros, las vacas o los humanos. Su amigo queda maravillado y se pasa la noche entera pensando en estos seres, hasta que una mañana, ni corto ni perezoso, decide salir del agua. ¿Logrará sobrevivir?
Como en muchos otros libros y partiendo de una idea aparentemente sencilla en la que los animales son protagonistas, el autor nos acerca a una fábula moderna sobre el existencialismo y nuestra capacidad para reconocernos como seres únicos e irrepetibles con nuestras circunstancias y limitaciones.
Aunque en esta ocasión se desliga de la poética textual que despliega en Frederick, sigue procurándolos una narrativa visual muy poderosa en la que lo quimérico nos ayuda a comprender la estructura mental que pez y las personas como él tienen. No solo basta con endosarle nuestra jeta a una idea para apropiárnosla, sino que hay muchas más cuestiones y circunstancias con las que bregar hasta alcanzar la realidad.
Colorido, texturas, composiciones (¿Se han fijado en ese universo acuático tan enriquecido?) y un mensaje muy necesario en estos tiempos de postureo y aspirantones, hacen de este libro un buen ejemplo del más puro Leo Lionni.
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